viernes, 14 de marzo de 2025

Engañada: Capítulo 63

 —Es una coincidencia que realizaras tu amenaza cuando tenías la misma edad que tu padre cuando murió?


El cerebro de Paula formó la pregunta antes de que ella tuviera tiempo de procesarlo. Pedro entornó la mirada y arrugó la frente. Frunció los labios ligeramente antes de responder.


—¿De verdad crees que no me conoces? —replicó mientras sacudía la cabeza y lanzaba una carcajada de incredulidad. —No fue ninguna coincidencia. Cumplir los veintiocho años fue muy importante para mí. De niño, me parecía que a esa edad se era muy viejo, pero a medida que me fui acercando… —susurró. Se mesó el cabello y se lo revolvió más de lo que ya lo tenía tras hacer el amor. —Me pasé gran parte del año haciendo todas las actividades arriesgadas y peligrosas que un hombre con demasiado dinero puede hacer.


—¿Qué clase de actividades? —le preguntó ella. Había sentido un escalofrío por la espalda y el pecho.


—Escalé el Everest. Me lancé por los rápidos del río Carnal, en Nepal. Me tiré en caída libre seis veces. Salté del puente Kawarau. Corrí demasiados riesgos. Me daba la sensación de que aquel iba a ser mi último años sobre la Tierra —dijo tras cerrar los ojos un instante. —Necesitaba vivir la vida y experimentar todo lo que esta pudiera ofrecerme. Mientras estaba en aquel viaje de destrucción, llegué a la conclusión de que no me podía enfrentar a Dios sin saber que mi madre estaba a salvo de su propia destrucción. Si sobrevivía y llegaba a los veintinueve, no podría seguir viviendo con miedo a que le arrebataran su libertad.


—Por lo tanto, le diste un ultimátum.


—Así es. Y ella nunca me perdonó. Me lo había imaginado. Supondría que buscaría venganza, lo que no me esperaba era que su venganza fuera más allá de lo que yo hubiera imaginado nunca.


—¿Estás seguro de eso? —le preguntó ella mirándolo fijamente a los ojos. —Porque, por lo que me has dicho, deberías haberlo esperado.


—La reputación de mi madre lo es todo para ella —replicó tras observar a Paula atentamente durante unos instantes. —Mi humillación es su humillación.


—Eso no te lo discuto. Seguramente ella debió de tenerlo en cuenta cuando decidió dejar caer su bomba y llegó a la conclusión de que le merecía la pena pagar ese precio. Sin embargo, resulta un poco irónico que tú decidas apuntar con el dedo de la culpa a Robina en vez de aceptar la responsabilidad de tus propios actos.


La mirada de Pedro se hizo dura como el granito.


—Claro que acepto la responsabilidad. Plenamente. Lo he hecho desde el principio.


—Entonces, acepta que saboteaste nuestra boda. Fuiste tú quien saboteó nuestra boda y pusiste en peligro tu negocio, Pedro. No Robina — comentó ella, con una carcajada que rayaba en el histerismo. —Se lo dijiste a tu madre cuando sabías que estaba buscando la oportunidad de vengarse. Tal vez sea porque, después de todo, tienes conciencia. Tal vez por eso se lo dijiste. En lo más profundo de tu ser, querías que ella te hiciera el trabajo sucio para ahorrarte así la responsabilidad de tener que hacer tú mismo la confesión.

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