miércoles, 26 de marzo de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 4

Pero Beckett’s Run le causaba sentimientos encontrados. No todos sus recuerdos eran buenos. Así que se limitó a sonreír y a cerrar la boca.


—A decir verdad, estoy encantado de que te alojes en mi casa — continuó él—. Sobre todo, después de lo que Marta me dijo por teléfono.


Paula frunció el ceño. ¿De qué demonios estaba hablando? En principio, solo había ido a hacer fotografías. Desconcertada, hizo un esfuerzo por recordar la conversación que había tenido con su abuela. Y recordó algo que la estremeció, algo que no le había parecido importante en su momento: la afirmación de que, estando allí, podría descansar y divertirse un poco. ¿Descansar y divertirse? ¿En la casa de un hombre soltero? Tuvo la terrible sospecha de que su abuela pretendía que acabara en brazos de Pedro Alfonso. Pero la desestimó al instante, porque estaba convencida de que ni siquiera lo conocía en persona.


—¿Y qué te dijo, si no es indiscreción? —preguntó con interés.


Él ladeó la cabeza, la miró como si estuviera sopesando lo que debía decir y lo que debía callar y, a continuación, declaró:


—Tienes aspecto de estar agotada. Hablaremos más tarde, cuando hayas descansado y comido un poco. Yo tengo que volver al granero, pero prepararé café antes de salir.


—Gracias. Creo que necesito uno con urgencia —dijo ella.


Pedro asintió y clavó la mirada en las piernas de Paula.


—Será mejor que te cambies de pantalones. La nieve que tenías encima se está empezando a derretir —observó.


Ella bajó la cabeza y vio el charquito de agua que se había formado a sus pies.


—Oh, vaya...


—Estaré aquí a la hora de cenar —le informó—. Rosa preparó un asado esta mañana, así que podemos comer en cuanto vuelva.


Paula sintió un inmenso alivio. No sabía quién era Anna, pero se alegró al saber que no estaban solos. Incluso consideró la posibilidad de que su abuela estuviera equivocada y Pedro tuviera esposa, o novia. Mientras lo pensaba, se dijo que sus amigas se habrían reído de ella si hubieran sabido que tenía miedo de alojarse con un hombre que vivía solo. Al fin y al cabo, no estaban en la Edad Media, sino en el siglo XXI. Y, teóricamente, ella no era una mujer conservadora. Entonces, ¿De qué tenía miedo? Solo había una respuesta: de sí misma. Porque, a pesar de su cicatriz y de su actitud algo arrogante, Pedro Alfonso le parecía un hombre muy atractivo.


—¿Quién es Rosa? ¿Tu esposa? ¿Tu compañera?


Él le dedicó una sonrisa tan bonita que la dejó sin aliento.


—Si supiera lo que has dicho, se moriría de risa. No, Rosa Bearspaw no es mi compañera. Es mi ama de llaves —dijo—. Te la presentaré mañana.


Ella guardó silencio, sorprendida.


—En fin, siéntete como si estuvieras en tu propia casa. Estaré de vuelta dentro de unas horas. Y descansa un poco. Tienes aspecto de necesitarlo.


Él se marchó escaleras abajo y, momentos después, salió de la casa. Paula se sentó entonces y se quitó las botas y los pantalones, que estaban tan mojados que se le pegaban a las piernas. Por lo visto, Pedro tenía razón. Sobre los pantalones, sobre su agotamiento, sobre todo. Pero estaba tan cansada que no le importó. Y estaba bien que no le importara, porque empezaba a pensar que los diez días que tenía por delante se le iban a hacer eternos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario