Paula se mordió los labios al sentir que Pedro deslizaba la mano hacia atrás, hasta cubrirle el trasero. Entonces, la deslizó por debajo del salto de cama y le agarró con fuerza uno de los glúteos.
—Porque por ahí no puede pasar un coche —murmuró con voz ronca. Rodeó a Paula con el otro brazo y bajó la mano hasta colocarla encima del otro glúteo. —Pero una Vespa sí.
Un segundo más tarde, Paula abandonó su asiento para terminar a horcajadas sobre el regazo de Pedro. La erección se erguía por debajo del bañador. Ella comenzó a acomodarse encima de él, buscando cómo bajarle la prenda… ¿Cómo era posible sentir una necesidad tan vertiginosa por él después de la noche que habían compartido, casi sin dormir? Un instante después, la erección quedó liberada. En ese instante, Paula dejó de pensar.
Florencia estaba a punto de despertarse cuando Paula y Pedro se escaparon de la mansión. Los florentinos que no estuvieran durmiendo aún, estarían a punto de disfrutar como ellos de un maravilloso día de verano. Eran solo las siete de la mañana. Ella solo había dormido una hora, por lo que debería estar agotada. Sin embargo, tenía un maravilloso brillo en la piel y en el corazón que hacían olvidar el agotamiento. Mientras avanzaban por el jardín de la mansión de Pedro, Paula le colocó las manos en las caderas y levantó el rostro hacia el sol. Estaba dispuesta a aprovechar al máximo aquellas últimas seis horas. Ya no podía hacerse más daño. No podía amarlo más de lo que ya lo amaba. El precio que tendría que pagar sería el mismo con o sin aquellas seis horas al lado de Pedro. Un par de minutos después, llegaron a una pequeña puerta. Pedro la abrió con un código y salieron a un camino de tierra que pronto fue a dar a la carretera en la que estaban apostados todos los periodistas, aunque mucho más abajo, por lo que se zafaron de ellos sin ser vistos. Las calles estaban casi vacías, pero, a medida que fueron entrando en la ciudad, esta se fue haciendo más bulliciosa. Después de cruzar el río, entraron en una parte de la ciudad que Paula no había visitado nunca. Estuvieron callejeando un rato y, por fin, llegaron a una calle muy estrecha, alineada con toda clase de tiendas de alimentación. Pedro detuvo la Vespa junto a un pequeño café que tenía algunas mesas en la acera. Después de aparcar la Vespa junto a otras dos, ayudó a Paula a desmontar y le desabrochó el casco para quitárselo. Ella inmediatamente se ahuecó y se colocó el cabello, lo que hizo que Pedro soltara una carcajada. Él no llevaba casco, dado que solo tenían uno y había insistido en que fuera Rebecca quien se lo pusiera.
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