lunes, 10 de marzo de 2025

Engañada: Capítulo 59

 —Lo puse cuando tenía diecisiete años.


—¿Esa es la clase de mujer que te gusta? —le preguntó. 


Se volvió de nuevo a mirar el póster y sintió un profundo deseo de arrancarlo de la pared y romperlo en mil pedazos.


—La que me gustaba cuando conducía una Vespa.


Paula se sintió patética al mostrarse celosa de una mujer que aparecía en el póster de un adolescente.


—Debiste de ponerte muy contento cuando alcanzaste el éxito y pudiste salir con mujeres como estas.


Pedro sonrió y le deslizó un brazo por la cintura.


—Contentísimo, señorita Chaves —murmuró mientras apoyaba la barbilla en lo alto de la cabeza. —Las mujeres hermosas como esta se me arrojaban constantemente a los brazos. Durante un tiempo, pensé que había muerto y me había ido al Cielo.


—Estoy segura de ello…


Mientras seguía observando el póster que aún anhelaba destrozar, se apoyó contra Pedro y cerró los ojos. Una de las manos de él se deslizó por el vientre y las costillas hasta que llegó a cubrir un seno de Paula, que era mucho más pequeño que los de la explosiva modelo. Le colocó la otra mano sobre el vientre, inmovilizándola contra su cuerpo. Ella notó la erección en la parte inferior de la espalda. Entonces, se puso de puntillas y se pegó de nuevo contra él. Dejó escapar un gemido que se profundizó aún más cuando él le apretó el seno con la presión adecuada, la justa para que la excitación que tanto luchaba por controlar se vertiera en sus venas y se transformara en algo más profundo, más excitante…


—Sí, señorita Chaves —repitió él. —Me pareció que había encontrado el paraíso —susurró mientras bajaba la cabeza y le mordía suavemente el lóbulo de la oreja. —Sin embargo, cuando se pasa la novedad y te encuentras desayunando con una hermosa mujer por la que no sientes nada y que no siente nada por tí, te das cuenta rápidamente de que el paraíso no es sino una ilusión.


El roce de los labios de Pedro contra su piel resultaba tan electrificante que, cuando le dio la vuelta para que Paula no mirara el póster sino su propia imagen en un espejo de cuerpo completo, ella no se dió cuenta hasta que abrió los ojos y vio su propio reflejo. La barbilla de Pedro descansaba en lo alto de su cabeza. Él miraba a Paula a través del espejo mientras muy lentamente, comenzaba a desabrocharle los dos primeros botones del vestido. A continuación, no tardó en ocuparse del resto. Entonces, deslizó la mano por debajo de la tela para encontrar el encaje del sujetador. Lo apartó y comenzó a acariciarle el seno desnudo. Un deseo, cálido y líquido, se despertó entre las piernas de Paula. Sintió la cálida boca de Pedro sobre el cabello. Él no dejaba de mirarla a través del espejo.


—Esas mujeres nunca me distrajeron de mi trabajo —musitó. Le pellizcó suavemente el pezón y la estrechó aún con más fuerza contra su cuerpo. —El tiempo nunca pareció detenerse mientras llegaba la próxima cita.


El vestido de Paula cayó a sus pies. Pedro comenzó a deslizar los labios sobre el cuello de ella e introdujo los dedos entre las piernas, por debajo del encaje de la braguita.


-Nunca me sentí tan loco de deseo que temí que el contacto de su piel desnuda me haría perder la cabeza…

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