viernes, 28 de marzo de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 7

 —A mí me parece bien —dijo.


Pedro no fue del todo sincero. Era la imagen de una modelo que llevaba zapatos de aguja, una gabardina blanca y una sombrilla. Tenía el pelo suelto, y parecía flotar en la brisa. Pero la modelo no estaba en la calle, sino en una especie de cubículo, donde no podía haber ni brisa ni necesidad alguna de llevar una sombrilla.


—Déjame que te enseñe la foto original —Paula abrió una segunda pantalla, para que pudiera comparar las dos imágenes—. ¿Lo ves?


Pedro no encontró gran diferencia, pero contestó:


—Se nota que eres una profesional.


—Fíjate aquí, en la mandíbula de la modelo. Esa sombra ha desaparecido.


—Sí, ya lo veo.


—Y he cambiado un poco la exposición, que no me parecía adecuada —siguió explicando Paula—. Ahora es completamente distinta. Ahora es perfecta.


—¿Y la perfección es importante?


Ella lo miró como si pensara que se había vuelto loco.


—Claro que lo es —respondió—. Siempre estoy buscando la imagen perfecta. Aún no la he encontrado, pero estoy segura de que la encontraré algún día. Además, ahora es más fácil que antes, cuando no había fotografía digital.


A él no le gustó su respuesta. Si Paua Cahves estaba buscando la perfección, se había equivocado de lugar.


—Ya, bueno... Yo siempre he sido de los que apuntan y disparan, sin más complicaciones.


Pedro se acercó al horno, lo abrió y aspiró el aroma del asado. Desde su punto de vista, Rosa era la mejor cocinera del mundo.


—Cenaremos alrededor de las diez —le informó—. Antes, tengo que calentar el asado y preparar la guarnición.


Tras cortar las patatas, puso aceite en una sartén y las puso a freír. Paula no parecía la misma persona que se había presentado en su rancho. No solo se había cambiado de ropa, sino que, además, tenía mejor aspecto y se afanaba por darle conversación. A Pedro le molestó un poco que hablara tanto, pero también le resultó refrescante. La casa estaba demasiado silenciosa durante los meses de invierno. Al pensar en el silencio, se dijo que quizás había llegado el momento de sentar la cabeza y formar una familia. Sin embargo, no era la primera vez que se lo decía, y siempre encontraba alguna razón para desestimar la idea.


—¿Alfonso?


Él frunció el ceño y movió las patatas.


—No me llames por mi apellido, por favor. Llámame Pedro.


—Sí, claro...


—¿Qué ibas a decir?


—Nada. Solo quiero disculparme por mi comportamiento de hace un rato. Sé que hemos empezado con mal pie. Estaba agotada, y...


Paula dejó la frase sin terminar, pero sus ojos azules brillaron con un fondo de vergüenza y de esperanza que sorprendió y gustó a Pedro. Estaba siendo sincera. En ese momento tenía que aceptar sus disculpas o rechazarlas. Y, teniendo en cuenta que iban a estar juntos diez días, rechazarlas no parecía una idea muy inteligente.

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