—Está cerrada con llave. Si la quieres, la tengo en el bolsillo trasero. La puerta del comedor también está cerrada —dijo mientras ella se daba la vuelta lentamente para mirarlo. —Vas a escuchar lo que tengo que decirte, Paula —añadió, con una voz implacable que le provocó a ella escalofríos por la espalda.
—No me llames así.
—Paula. Paula Chaves. Un hermoso nombre para una hermosa mujer. Paula, he respetado tus deseos sobre lo que puedo y no puedo decir, pero ahora me voy a referir a tí…
—No lo hiciste por respetar mis deseos, sino porque sabía que destruiría el negocio si no lo hacías.
—¿Cuándo vas a comprender que ya no me interesa ese negocio? — le espetó él levantando la voz por primera vez. —Accedí a lo que me pedías porque esperaba que, con el tiempo, conseguiría negociar contigo y terminarías por darte cuenta de la verdad. Sin embargo, te niegas a abrir los ojos y ver que ya no me queda nada por destruir. Hunde Schulz Diamonds si es lo que deseas. Destruye todas mis empresas, no me importa. Ve ahí fuera y cuéntale a esos periodistas y a todo el mundo lo que te hice. No me importa. En el momento en el que te marches de aquí, mi vida tal y como es ahora se habrá terminado. Sin embargo, no voy a consentir que te marches sin escuchar toda la verdad. Por lo tanto, si quieres marcharte antes de la una, te sugiero que te sientes, me dejes hablar y me escuches.
El corazón de Paula latía a toda velocidad. Tenía tres opciones. La primera era marcharse de allí por la puerta que Pedro ocupaba, enfrentándose a él si era necesario. La segunda, tratar de romper el cristal de las puertas del patio y la tercera sentarse y escuchar lo que él tuviera que decir. La segunda era la que le resultaba más interesante. Era, con mucho, la menos dolorosa a pesar de que, seguramente, sufriría cortes por el cristal. En la primera, enfrentarse a Pedro significaría tener que tocarlo, olerlo. Experimentar todo lo que le provocaba un absoluto colapso de los sentidos. Y en cuanto a la última, sentarse y escuchar significaba… Nada. Se dió cuenta de que Pedro no podía obligarla a escuchar. Si se concentraba lo suficiente, podría ignorar sus palabras. Con toda la dignidad que pudo reunir, volvió a tomar asiento y se bebió lo poco que le quedaba en el vaso de su gin-tonic. Entonces, se cruzó de brazos y piernas.
—Adelante. Empieza.
Pedro respiró profundamente y asintió. Volvió a retomar su asiento y la miró con intensidad.
—Tu abuelo era un hombre hecho a sí mismo. Empezó con nada. Despreciaba a tu padre, no porque hubiera tenido que dejar de estudiar o por el trabajo que tenía, sino por su falta de ambición. Para tu abuelo, la ambición era igual al éxito. Vió en mí un espíritu gemelo, un joven al que podía moldear del modo que tu madre se negaba a permitirle. Estoy seguro de que esta es, en parte, la razón por la que llegó al punto de apartar a tu madre de la familia: Que ella se negara a ser su copia perfecta en forma de mujer.
En aquellos momentos, Paula estaba tratando de imaginarse en una playa, en algún lugar cálido y paradisíaco, sintiendo el agua del mar lamiéndole los pies. Se dió cuenta de que estaba tratando de imaginarse su propia versión idealizada de la isla de Mauricio y, rápidamente, trató de verse en otro lugar. Se suponía que iban a ir de luna de miel a Mauricio.
—Siempre esperó que ella regresara con el rabo entre las piernas. Nunca pensó que se marcharía tan joven. Nadie lo piensa nunca. Esperamos que los que amamos lleguen a una avanzada edad antes de morir. Ningún padre espera perder a sus hijos. La temprana muerte de tu madre desató sus demonios. Jamás dejó de amarla. Y siempre te quisomucho a tí.
Paula lanzó un bufido de incredulidad.
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