Niños que lo ayudaran a recrear los recuerdos navideños de su infancia. El chocolate caliente, las galletas, los regalos. Pero, al pasar la mano por las suaves curvas de madera, su mente lo traicionó con otras curvas más interesantes: Las de Paula Chaves. Era muy atractiva. Alta, de piernas largas y piel perfecta. Tenía un cabello tan bonito que cualquiera habría sentido el deseo de acariciarlo, y se movía con una gracia tan natural como digna de admiración. Pedro sacudió la cabeza. Solo había estado con ella unos minutos y, no obstante, la podía describir como si la hubiera estado mirando un día entero. Al parecer, su trabajo con niños discapacitados había mejorado sus dotes de observación. Pero su trabajo también le había enseñado a desconfiar de las apariencias. Muchos de los problemas de los chicos que llegaban al centro terapéutico Bighorn se encontraban ocultos detrás de sus cicatrices y de sus discapacidades. Para llegar a ellos, tenía que profundizar; mirar más allá de lo que había a simple vista. Y, si eso era válido en su trabajo, ¿Por qué no lo era en lo relativo a Paula? Apagó las luces del granero y cerró la puerta. Definitivamente, su invitada se merecía el beneficio de la duda. En primer lugar, porque, si no se lo concedía, sería tan injusto como todas las personas que lo habían despreciado a lo largo de los años y, en segundo, porque sería tanto como traicionar las ideas y los sueños de Pablo, el verdadero motivo que lo había llevado a fundar el centro. La casa estaba en silencio cuando llegó, y dió por sentado que su invitada se estaría echando una siesta. ¿Qué debía hacer? ¿Despertarla para cenar? ¿O guardarle un plato y cenar sin ella? Momentos después, su duda se resolvió sola. Paula no estaba durmiendo. Estaba sentada a la mesa de la cocina, mirando la pantalla de un ordenador portátil. Tenía el ceño fruncido, y se había puesto unas gafas de estilo tan moderno que, en lugar de parecer una necesidad, parecían un complemento de su ropa.
—Ah, estás aquí...
Ella se sobresaltó al oír su voz.
—¡Qué susto me has dado!
—¿Es que no has oído la puerta?
Paula se echó el cabello hacia atrás.
—Me temo que tiendo a encerrarme en mí misma cuando estoy editando.
—¿Editando?
—Por supuesto. Se trata de buscar las imperfecciones de las fotografías y de mejorarlas después. Echa un vistazo si quieres.
Paula giró la pantalla, para que la pudiera ver con más facilidad. Él se acercó y miró la imagen por encima de su hombro, desconcertado. Estaba dispuesto a pedirle disculpas por haber sido demasiado brusco con ella, pero se comportaba como si no hubiera pasado nada y no hubiera nada que disculpar.
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