miércoles, 26 de marzo de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 3

Cuando llegaron a la casa, él abrió la puerta, se apartó para dejarle paso, levantó su maleta con tanta facilidad como si no pesara nada y la llevó dentro. Ella se sintió tan aliviada al notar el calor del interior que casi olvidó sus dudas sobre la perspectiva de alojarse en la casa de un desconocido.


—Te he preparado una habitación en el ala oeste —dijo él mientras subía la maleta por la escalera—. He pensado que te gustaría. Tendrás unas vistas magníficas de la cordillera, pero no te molestará el sol de la mañana.


La amabilidad de Pedro Alfonso hizo que Paula se sintiera aún más culpable por haber reaccionado mal al ver su cicatriz. No podía pedir disculpas sin mencionar el hecho, de modo que se limitó a ser cortés.


—Te lo agradezco mucho, porque estoy agotada.


Él la llevó al dormitorio y abrió la puerta.


—Si quieres, puedes descansar un rato —dijo—. De todas formas, yo tengo cosas que hacer en el granero.


Paula no se dejó engañar por el tono cordial de sus palabras; era obvio que estaba dolido con ella por lo de la cicatriz, y que ardía en deseos de quitársela de encima. Pero no quería echarse una siesta, porque sabía que, si se acostaba a una hora tan temprana, se despertaría en mitad de la noche.


—Creo que seguiré despierta. Tengo que acostumbrarme al cambio de horario.


Cuando entró en la habitación, estuvo a punto de cambiar de idea. Nunca le había gustado el estilo rústico, pero le pareció sorprendentemente cálida y agradable. La enorme cama, cubierta con un edredón de color encarnado, pedía a gritos que se acostaran en ella; y la chimenea eléctrica del fondo, que alguien pulsara su interruptor. Pedro dejó la maleta en el suelo mientras ella se acercaba a la ventana y miraba el exterior. Las gigantescas Rocosas se veían con tanta claridad como si estuvieran al alcance de la mano, aunque sospechó que estaban más lejos de lo que parecía. Encantada, se dió la vuelta y dijo:


—Gracias, señor Nelson.


Él sacudió la cabeza.


—No, por favor... Llámame Pedro. No me gustan las formalidades.


—Como quieras, Pedro —replicó ella, que habría preferido mantener las distancias—. Pero ¿No te parece que esto es un poco extraño?


—¿A qué te refieres?


—A que una desconocida se aloje en tu casa.


Él la miró con sorpresa.


—Ah, la gente de ciudad... —dijo—. Las cosas son distintas en el campo, Paula. O por lo menos aquí, en el oeste.


Paula pensó que su anfitrión no era tan hospitalario como intentaba aparentar. Sus palabras habían sonado demasiado tensas, como si se sintiera tan incómodo con la situación como ella. Y, una vez más, se arrepintió de no haberse opuesto a los deseos de su abuela. Desgraciadamente, nunca había sido capaz de negarle nada. Al pensar en su abuela, se acordó de Beckett’s Run, la casa de campo donde vivía. Y consideró la posibilidad de decirle a Pedro que se equivocaba al tomarla por una especie de urbanita. Había pasado mucho tiempo en aquel lugar, subiéndose a los árboles, recogiendo flores silvestres, manchándose la ropa con la hierba y hasta cayéndose de la bicicleta que usaba de niña para ir de un lado a otro.

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