lunes, 24 de marzo de 2025

Engañada: Capítulo 78

Cuando Pedro sonrió, Paula sintió que el corazón estaba a punto de salírsele del pecho. No se había dado cuenta de lo desesperadamente que había necesitado volver a ver aquella sonrisa.


—Me ocultaste tus primeros años porque no querías que yo dejara de pensar que eres perfecto, pero yo te conté toda mi vida. Enterarme de lo que me habías ocultado me dolió hasta que comprendí que, en realidad, no me había sincerado del todo contigo, al menos no tanto como pensaba. Yo también te había ocultado algunas cosas. No deliberadamente, sino porque ni yo misma las comprendía. Tú sí.


—¿Te refieres a tus padres?


—Sí. Ojalá hubieras podido conocerlos.


—A mí también me habría gustado…


—Te habrían adorado, Pedro. Si mi padre hubiera visto tu colección de coches, probablemente se habría desmayado. Eran muy felices juntos. Yo veía a mis tíos, a los padres de mis amigos, pero nadie se comportabacomo mis padres. Ellos hacían cosas como pellizcarse el trasero cuando pasaba el uno junto al otro o bailar en la cocina cuando escuchaban por la radio una canción que les gustaba. Ese tipo de cosas. Y yo sé que me querían. Éramos una familia muy unida, pero…


Paula tragó saliva y sintió una profunda sensación de deslealtad antes de seguir  hablando.


—Pero, en ocasiones, también me habría gustado que hubieran bailado conmigo —admitió.


—Dudo que tuvieran intención de excluirte —comentó Pedro mientras le apartaba un mechón de cabello del rostro.


—Creo que no se daban cuenta de que lo hacían, pero supongo que esa sensación de ser el segundo plato me ha acompañado durante tanto tiempo que ni siquiera era consciente de que existía. Eso es lo que trato de explicarte. No podía haber intentado siquiera hablarte sobre lo que sentía porque, en lo más profundo de mi ser, me aterraba que comenzaras a verme con otros ojos. Eras tan perfecto que yo no hacía más que esperar que llegara el día en el que te darías cuenta de que te estabas conformando con una segundona y que podrías encontrar otra mujer mejor que yo.


—Nunca —afirmó él sacudiendo violentamente la cabeza.


—Si hubiera sabido lo de tus primeros años y lo malvada que es tu madre, te habría visto de un modo más humano, Pedro. Porque para mí, no eras humano. Eras el hombre perfecto en tu físico, en tu temperamento y en tus buenos actos. Incluso el modo en el que me pediste que me casara contigo fue perfecto. Además, estaba el férreo control que ejercías sobre tu propio cuerpo cuando te suplicaba que me hicieras el amor. Era sobrehumano. ¿Y sabes qué? Me alegro de que seas humano. Me alegro de que puedas sentir ira y tener pensamientos irracionales e ideas estúpidas como el resto de nosotros los mortales. Y, sobre todo, me alegro de que seas mío.


Pedro se zafó de la mano de Paula y le acarició suavemente la mejilla.


—Siempre seré tuyo, Paula. Siempre.


—Lo sé —susurró. —Igual que yo siempre seré tuya.


Los labios se unieron. Una maravillosa sensación de plenitud se apoderó de ella.


—Cásate conmigo —murmuró apenas sin separar la boca de la de Pedro.


Pedro se apartó lo justo para poder mirarla a los ojos.


—¿Estás segura?


—Jamás he estado más segura de nada. Casémonos tan pronto como podamos. Solos tú y yo.


Lentamente, el brillo volvió a aparecer en los ojos de Pedro. Y sonrió antes de besarla de nuevo. Cuando entraron de nuevo en la mansión, hacía ya mucho tiempo que el sol se había ocultado en el horizonte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario