miércoles, 19 de marzo de 2025

Engañada: Capítulo 72

Paula ansiaba creer lo que Pedro le acababa de confesar. Ansiaba perdonarlo. Se levantó como pudo a pesar de lo que le temblaban las piernas y se dirigió al bar.


—No te puedes imaginar lo que ha supuesto para mí tenerte en mi vida —dijo él mientras Paula, a tientas, buscaba dos vasos. A tientas porque tenía los ojos llenos de lágrimas. No tuvo que ver para sentir que Pedro se ponía de pie y se acercaba a ella. —Antes de que tú aparecieras, yo disfrutaba de mi vida y de las ventajas de mi dinero, pero siempre me parecía que me faltaba algo. Jamás comprendí lo que era hasta que te conocí a tí. Lo que me faltaba eras tú.


Tras haber servido en los dos vasos una buena cantidad de la primera botella que encontró, Paula le lanzó el vaso a Pedro por encima de la barra del bar y tomó un buen trago del suyo. Vodka. Lo suficientemente fuerte para hacer que los ojos se le llenaran de lágrimas y le ardiera el pecho. Lo suficientemente fuerte para aclararle el pensamiento de la bruma que se lo había envuelto tras escuchar a Pedro.


—¿Sabes una cosa, Pedro? Hablar es muy fácil —le dijo sin mirarlo. —Quiero creerte. Daría lo que fuera por creerte. Sin embargo, no puedo hacerlo.


Se bebió el resto del vodka de un trago y, tras dejar con un fuerte golpe el vaso sobre la barra, se giró para mirarlo. Él estaba observándola, con los brazos cruzados.


—Lo siento, pero ya no eres un adolescente —añadió ella. —Eres un hombre de treinta y tres años, que tiene muchísimo dinero, un dinero que has logrado conseguir gracias a tu duro trabajo. Me resulta increíble creer que tenías miedo de perderme por decirme la verdad si la culpabilidad llevaba meses devorándote tal y como afirmas.


Pedro la miraba muy fijamente. Entonces, se acercó a la barra y tomó el vodka que ella le había servido.


—¿Qué día es? —preguntó.


—Domingo.


—Eso es. Domingo —dijo él. Levantó la copa y la miró fijamente.


—Un día en el que los negocios están cerrados. ¿Acaso no te has parado a pensar cómo he podido transferir las acciones a tu nombre y añadir tu nombre al negocio en un espacio de tiempo tan breve teniendo en cuenta que lo he hecho en fin de semana?


—Porque eres Pedro Alfonso y siempre te sales con la tuya en todo.


—Te aseguro que no soy capaz de andar sobre las aguas —afirmó él.


—He podido hacerlo con tanta rapidez porque ya había empezado a dar los pasos necesarios. Mi plan era darte todos los documentos la mañana después de nuestra boda y confesártelo todo. Mi única esperanza era que, al estar casados, te sentirías obligada a tratar de perdonarme. Sin embargo, no me has perdonado, ¿Verdad?


Paula parpadeó rápidamente para bloquear las lágrimas que le abrasaban los ojos y tragó saliva.


—Supongo que ya nunca lo sabremos.


Pedro sacudió la cabeza y se llevó el vodka a los labios. No llegó a beber y volvió a dejarlo sobre la barra.


—No. No me habrías perdonado. Ahora lo entiendo. Y también comprendo por qué no pude conseguir decírtelo. Jamás comprendí por qué la idea de decirte la verdad me provocaba un frío gélido en el pecho cuando eres la mejor persona que he conocido nunca. Tienes una cierta calidez, Rebecca, que en mi mundo es escasa. Dio, te ganaste a Robina en diez minutos, cuando normalmente ese es el tiempo que ella tarda en decidir que odia a alguien. Ví todas las tarjetas de despedida que te dieron tus compañeros de trabajo. De los niños, los padres, de tus compañeros… Todos te querían mucho. Una mujer como tú… Sin embargo, ahora lo comprendo. Lo ví claro anoche. Te oculté la verdad porque supe en mi corazón que estabas buscando un motivo para terminar conmigo. Descubrir el testamento de tu abuelo fue la excusa que estabas buscando. Si no hubiera sido esa, habrías encontrado otra cosa.

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