—Tal vez dejó así esta habitación por si cambiabas alguna vez de opinión.
—No lo creo.
—Entonces, tal vez como recordatorio del hijo que fuiste antes de que te marcharas de aquí y te convirtieras en un hombre.
Pedro levantó la cabeza y miró fijamente a Paula.
—¿Por qué estás tratando de humanizarla?
—Porque es tu madre. El hecho de que sea una persona vengativa no cambia eso.
Al escuchar lo que acababa de decir, se le escapó una carcajada entre los labios. ¿Qué le importaba a ella que Pedro decidiera apartar a su madre por completo de su vida? Eran tal para cual. No podía olvidarlo. Había pasado ya un día desde que recibió el sobre de Ana y, a pesar de los esfuerzos de ella, él había conseguido humanizarse por completo ante sus ojos. En aquellos momentos, ella se encontraba en medio de un terrible peligro, el peligro de perdonar lo que él le había hecho y de que se olvidara de lo que era capaz.
—¿Qué te empujó a amenazarla? —le preguntó a Pedro mientras trataba desesperadamente de enfrentarse al pánico que amenazaba con destrozarla. —No es muy italiano enfrentarte a los de tu propia sangre.
Pedro lanzó una carcajada y se apartó de ella por completo.
—Creo que habría sido capaz de entregar mi ciudadanía.
Aterrorizada por lo sola que se sentía después de haber perdido aquel último contacto con Pedro, Paula se sentó en la cama.
—Y, sin embargo, esperaste hasta que cumpliste los veintiocho años. Por lo tanto, algo debió animarte a hacerlo.
Pedro la miró durante unos instantes antes de sentarse también sobre el colchón.
—Porque ya no podía vivir con miedo.
Paula deseó que él hubiera dicho que los motivos tenían que ver con una amenaza a sus negocios. Se colocó una almohada sobre el pecho y se aferró a ella con fuerza, como si quisiera así protegerse su corazón. Comprendió exactamente a lo que Pedro se refería con lo de vivir con miedo. Era la misma razón que ella necesitaba para alejarse de su lado. Si no lo hacía, estaría condenada a vivir también con ese miedo durante el tiempo que pasara hasta que él decidiera abandonarla.
—No sabía cuánto más le duraría la suerte. Si no lo dejaba, ni siquiera por mí, no tenía otro remedio que obligarla a que lo hiciera. Su reputación es tan importante para ella como la mía lo es para mí. Una investigación policial, incluso sin resultados, habría destruido esa reputación y ella lo sabía. Ojalá pudiera decir que mis razones fueron nobles y que yo creía que incluso la gentuza a la que robaba no se merecía que les arrebataran sus joyas, pero sería mentira. Y he prometido no mentirte. La amenacé porque me habría muerto viendo a mi madre metida en una celda.
Paula se imaginó a Ana. Alta, hermosa, inteligente y llena de energía encerrada en una cárcel. Eso sería como meter a un tigre de Bengala en una jaula. Muy a su pesar, se imaginó a Pedro de niño, llorando por la pérdida de su padre y la de todo lo que había conocido hasta entonces, sintiendo miedo por la carrera delictiva de su madre y las implicaciones de lo que podría ocurrir si la atrapaban. Sin embargo, ya no era un niño. Tenía que recordarlo. No debía olvidarlo nunca. Nunca.
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