lunes, 31 de marzo de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 15

Ella se bajó de la motonieve y se quitó el casco.


—¿Bonito? ¿Solo bonito? —preguntó él, decepcionado ante la escasa impresión que, al parecer, le había causado el paisaje—. Es un milagro que existan sitios como este.


Paula caminó hacia él.


—Sí, supongo que sí. Desde luego, es algo muy... Grande.


Pedro la miró con asombro.


—¿Esos son los únicos adjetivos que se te ocurren? ¿Bonito y grande?


Ella sonrió.


—Está bien, tú ganas. Intentaba ser comedida en mi reacción, pero no quiero que me malinterpretes. Sinceramente, las vistas son impresionantes.


—Eso está mejor.


Pedro se acercó a una peña, apartó la nieve con la mano y añadió:


—¿Le apetece sentarse, Excelencia?


Él le ofreció la mano para ayudarla a subir, pero ella hizo caso omiso y se encaramó por su cuenta.


—¿Dónde estamos? —quiso saber, mientras se sentaba.


—En la linde de mi propiedad —Pedro se acomodó a su lado—. Antes teníamos más terreno, pero vendimos una parte.


—¿Por qué?


A Pedro le extrañó la pregunta; sobre todo porque, hasta entonces, había mostrado muy poco interés en el rancho.


—Porque vendí el ganado y ya no necesitaba tantos pastos. Solo necesito los necesarios para dar de comer a los caballos.


—¿Tenías ganado?


—Sí. Mi familia, sí.


—¿Y por qué lo vendiste? —insistió ella, dejándose llevar por la curiosidad—. ¿Es que tenías problemas económicos?


Él sacudió la cabeza.


—No, pero mi padre sufrió un infarto y decidió jubilarse antes de tiempo y dejar el rancho en mis manos. Desde entonces, las decisiones las tomo yo. Y decidí tomar esa —Pedro se encogió de hombros—. El rancho se mantiene con los ingresos del centro de rehabilitación y las ayudas estatales.


—Pero eso no puede ser mucho —observó ella—. ¿De qué vives tú?


—De lo que saco con los caballos.


Pedro lo dijo con naturalidad, como si fuera lo más fácil del mundo, aunque las cosas no habían sido nada fáciles para él. Su padre se había enfadado mucho cuando le informó de que iba a vender el ganado y parte de las tierras del rancho para financiar el centro. Pero, más tarde, cuando le explicó que necesitaba hacer algo útil, algo que ayudara a la gente a superar traumas como el suyo, lo comprendió y le dió su apoyo. A fin de cuentas, su programa de ayuda a los niños era una especie de memorial en honor de Pablo.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 14

Pedro le pasó un casco y la miró mientras ella se lo ponía, aunque tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír. Seguramente, tenía miedo de que se le estropeara el peinado.


—Bájate el visor cuando nos pongamos en marcha. De lo contrario, te dará el viento y la nieve en la cara —le advirtió.


Rosa le había prestado ropa de esquí, unas botas de invierno y unos guantes. Paula tenía un aspecto muy distinto. Casi accesible. Y Pedro estaba encantado de verla fuera de su zona de seguridad y sin el escudo tras el que se ocultaba, como había descubierto la noche anterior: su trabajo.


—¿Preparada?


—Sí.


Se subió a la motonieve, arrancó y mantuvo una velocidad baja durante unos momentos, para que se acostumbrara. Ella cerró las piernas sobre sus caderas, y él tragó saliva y se preguntó si había hecho bien al invitarla. Entonces, Paula le puso las manos en los costados. Pedro se excitó inmediatamente. Y se maldijo a sí mismo por excitarse. ¿Por qué se sentía atraído por ella? No tenía ningún sentido. Una mujer como ella no se interesaría jamás por él. Eran de mundos distintos. Él llevaba una vida sencilla, en el campo; y ella era una chica de ciudad de los pies a la cabeza. De esa atracción no podía salir nada bueno.


—Agárrate bien —le ordenó.


Súbitamente, Pedro aceleró la motonieve y la dirigió hacia lo alto de una elevación. Había dejado de nevar, aunque aún caían algunos copos solitarios que se asentaban suavemente en el blanco manto que lo cubría todo. En verano, cuando hacía buen tiempo, montaba a caballo y recorría las montañas en busca de un poco de paz; pero, en invierno, usaba alguna de las motonieves de Rosa y de Lucas. Al llegar a lo alto, bajó la velocidad y detuvo el vehículo junto a una formación rocosa. Después, apagó el motor y bajó. Habían llegado a su lugar preferido, al sitio adonde iba con Pablo cuando eran niños. Como muchos gemelos, habían sido inseparables. Hacían fuego, buscaban cobijo a la sombra de la formación rocosa, extendían los sacos de dormir y pasaban la noche al raso, hablando de hockey, del rancho y, cuando fueron mayores, de chicas. Pero Pablo había muerto, y Pedro ya solo iba a solas. A veces, iba a recordar y, a veces, a disfrutar de las impresionantes vistas, cuya belleza lo ayudaba a afrontar sus problemas con más perspectiva, porque era difícil no sentirse pequeño ante algo tan grande y maravilloso. Se giró hacia Paula y la miró con intensidad. Él era el primer sorprendido con aquella situación. La había invitado sin pensarlo, de forma impulsiva; tal vez, por el fondo de vulnerabilidad que había creído ver en ella. En cualquier caso, había hecho lo correcto. No se podía ir sin invitarla. Habría sido tan poco hospitalario como poco caballeroso, y a él le gustaba pensar que sus padres no se habían esforzado en vano al darle una buena educación.


—Qué bonito —dijo Paula.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 13

El comentario de Pedro la irritó. Una fotografía solo era una fotografía para un aficionado; pero ella era una profesional. Su trabajo implicaba preparación, ajustes y variables que, por supuesto, debían estar bajo su control. Miró a Rosa, que se había puesto a descargar la lavadora como si ellos no estuvieran presentes, y consideró la posibilidad de explicárselo a Pedro. Sin embargo, se dijo que el esfuerzo no merecía la pena. Seguramente, lo habría encontrado aburrido. Muy pocas personas entendían su afán por la perfección, que buscaba día y noche y que, a veces, era la única razón que la animaba a levantarse de la cama.


—No tengo ropa adecuada para este tiempo —replicó, echando mano de otra excusa.


Paula no había renunciado a la idea de marcharse. Solo la había pospuesto, y no se quería arriesgar a que un paseo con Pedro, en una motonieve, le complicara las cosas. En cuanto despejaran las carreteras, se iría del rancho y reservaría habitación en alguno de los hoteles del condado. Sabía que su abuela la había enviado a Bighorn con buenas intenciones, pero no necesitaba que cuidaran de ella. Ni que le impusieran la hospitalidad del Oeste durante diez largos días.


—Bueno, estoy seguro de que encontraremos ropa apropiada para tí.


—Pero...


—Deja de buscar excusas —Pedro arqueó una ceja y la miró con ironía—. ¿O es que tienes miedo de subirte en una motonieve?


Paula tragó saliva. Evidentemente, no tenía miedo de subirse en su moto, pero le aterraba la idea de sentarse detrás, pasarle los brazos alrededor de la cintura y apretarse contra él. No era una mujer tímida. No se trataba de eso. Se trataba de que, en el escaso tiempo transcurrido desde su llegada a Bighorn, se había despertado en ella un deseo que ni esperaba ni quería. Cada vez que Blake la miraba a los ojos, sentía un estremecimiento de placer. Cada vez que oía su voz ronca y firme, se le ponían los nervios de punta. Y hasta la terrible cicatriz de su cara le parecía bonita, porque le daba un aire más peligroso. Por muy imperfecto que fuera Pedro Alfonso, lo encontraba sorprendente e inquietantemente excitante. Y, en ese momento, la había desafiado. Pero ¿Qué podía pasar? Solo iban a dar una vuelta y, por otra parte, era verdad que necesitaba un poco de aire fresco. Además, nunca daba la espalda a un desafío.


—Está bien. Te acompañaré.


Él asintió.


—Tengo que ir al granero a terminar unas cosas, pero volveré dentro de una hora. Anna te enseñará la ropa de invierno y te ayudará a elegir.


—Por supuesto —intervino el ama de llaves.


Paula sonrió débilmente y se dijo que, en cualquier caso, el paseo con Pedro sería una ocasión perfecta para anunciarle su intención de buscarse otro alojamiento. Y esa vez sería ella quien se saliera con la suya.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 12

 —No tiene importancia —dijo Pedro, que dejó su taza en la pila.


—Por supuesto que la tiene —Rosa se giró hacia Hope—. Pedro me hizo el favor de darme un trabajo y, por si eso fuera poco, cuida de Lucas y de mí cuando lo necesitamos. Es un gran hombre.


Paula sintió curiosidad y preguntó:


—¿Qué significa eso de que cuida de ustedes?


—Significa que Pedro es un buen vecino —contestó Rosa.


Paula no pareció entender la respuesta del ama de llaves, así que él se lo explicó.


—Aquí estamos acostumbrados a cuidar los unos de los otros —dijo—. Es lo normal en las montañas.


Las palabras de Pedro la incomodaron. Era una mujer independiente, y le gustaba serlo. Confiaba en sus manos y en sus habilidades, y rechazaba la idea de apoyarse en otros porque, según su experiencia, implicaba que se sintieran con derecho a entrometerse en asuntos que no les concernían. Pero Paula no había sido siempre una desconfiada. De hecho, estaba allí porque se lo había pedido su abuela, la mujer que había cuidado de ella y de sus hermanas cuando sus padres se divorciaron; la mujer que la había visto hundirse a los dieciocho años, cuando suspendió sus exámenes y perdió la beca; la mujer que la había ayudado a levantarse y le había pagado los estudios con el poco dinero que tenía. Estaba allí precisamente porque confiaba en algunas personas. De lo contrario, no habría puesto un pie en Bighorn.


—Hay algo que no entiendo —dijo, haciendo un esfuerzo por sonreír—. Si todas las carreteras están cortadas, ¿Cómo has llegado aquí, Rosa?


—En mi motonieve —contestó ella.


—Ah...


—Hablando de motonieves —intervino Pedro—, voy a sacar la mía para ir a buscar un árbol de Navidad. Hoy no tenemos clientes, así que es la ocasión perfecta. Si quieres, puedes venir conmigo. Así verías el rancho y tomarías un poco de aire fresco.


Paula miró a Pedro. Se había apoyado en la encimera, y parecía el hombre más relajado del mundo. En cambio, ella se sentía completamente atrapada, porque se había quedado entre Rosa y las piernas de su anfitrión, que bloqueaban la salida.


—No sé —dijo, buscando una excusa—. Se supone que debería hacer fotografías.


—Pues trae tu cámara. Te llevaré a un sitio desde donde se ven todas las montañas. Y seguro que están preciosas con la nieve.


Ella no sabía qué hacer. Intentaba convencerse de que quedarse a solas con Pedro no era una perspectiva tan terrible, pero no lo tenía nada claro.


—Yo no hago fotos de paisajes —dijo con desesperación.


—Oh, vamos... Una fotografía es una fotografía —alegó la fuente de su incomodidad—. No creo que sea muy distinto.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 11

 —¿Ha nevado mucho?


—Desde luego. Ya hay una capa de sesenta centímetros. Y sigue nevando.


Paula frunció el ceño.


—¿Sesenta centímetros? ¿Mas de medio metro?


Él asintió.


—Como lo oyes. Las carreteras que llevan a la autopista estarán intransitables, a no ser que se tenga un cuatro por cuatro. E, incluso teniéndolo, siempre está el problema de la visibilidad —le explicó—. Con tanta nieve, no hay manera de saber dónde termina la carretera y dónde empieza el campo. Si te arriesgas, puedes terminar en una zanja, esperando a que algún vecino te rescate.


Ella sacudió la cabeza. Tenía intención de marcharse y buscar alojamiento en la cercana localidad de Banff, pero era evidente que ya no podía.


—¿Cuánto durará esto? —preguntó.


—Como mínimo, todo el día de hoy. Pero, si deja de nevar, las carreteras estarán despejadas mañana mismo.


—Comprendo —dijo ella, derrotada.


—De todas formas, ha caído tanta nieve que ya no hay ninguna duda. Este año, tendremos unas Navidades blancas.


Pedro sonrió con satisfacción. Era la segunda vez que lo veía sonreír, y a Paula le pareció interesante que unas Navidades blancas le ilusionaran. En cualquier caso, la nieve había estropeado sus planes y la había condenado a quedarse una noche más en el Bighorn. No tenía más opción que asumirlo y tomárselo con calma, si eso era posible.


—Deberías desayunar —continuó él—. Yo ya he desayunado, pero Rosa sigue aquí y estoy seguro de que te preparará algo... ¿Rosa?


Segundos más tarde, apareció una mujer de ojos negros y cabello entre dorado y castaño que apenas llegaba al metro y medio de altura.


—¿Me has llamado?


Pedro asintió y dijo:


—Rosa, te presento a Paula.


La recién llegada sonrió con amabilidad, y Paula comprendió que Pedro se hubiera reído cuando le preguntó si era su esposa o compañera. Por su aspecto, debía de tener alrededor de sesenta años.


—Encantada de conocerte, Paula. Pedro me ha dicho que te gustó el venado.


—¿El venado? —preguntó Paula, desconcertada.


—Sí, el asado que te comiste anoche era de venado —intervino Pedro—. Nadie lo prepara tan bien como Rosa.


Paula se estremeció. No solía comer carne roja, pero había hecho una excepción por pura cortesía. Y, al saber que era carne de caza, se sintió enferma. Para ella, la carne era una cosa de apariencia aséptica que se empaquetaba asépticamente en recipientes de plástico y se vendía en los supermercados.


—Pues estaba... Delicioso —acertó a decir.


—Lo cazó Lucas, mi hijo. Nos quedamos una parte y le dimos el resto a Pedro, en justa reciprocidad.


—¿En justa reciprocidad? —se interesó Paula.

viernes, 28 de marzo de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 10

Mientras miraba los grandes y esponjosos copos que aún caían, se acordó de Beckett’s Run y de sus dos hermanas, Delfina y Nadia. ¿Cuántos muñecos de nieve habrían hecho mientras su abuela preparaba dulces de Navidad? ¿Y cuántas veces habrían discutido? Sus hermanas y ella nunca se habían llevado bien. Las cosas habían mejorado con el paso de los años, pero solo porque no se veían muy a menudo. Justo entonces, notó un movimiento a la derecha. Era Pedro, que se había puesto un abrigo y unos guantes y, tras armarse de una pala, había empezado a despejar el camino que iba de la casa al granero. Paula aprovechó la ocasión para mirarlo sin que él se diera cuenta. Aún estaba enfadada por su insinuación de que tenía problemas emocionales, aunque intentó convencerse de que la opinión de Pedro Alfonso carecía de importancia. A fin de cuentas, no era psicólogo. Era un simple y vulgar ranchero. Pero la cicatriz que tenía no hablaba precisamente de un hombre simple y vulgar. Hablaba de algo importante, y habría apostado cualquier cosa a que estaba relacionado con el hecho de que dirigiera un centro de rehabilitación. ¿Qué le había pasado? En cualquier caso, se dijo que su curiosidad al respecto era un motivo añadido para marcharse inmediatamente de Bighorn. No se quería implicar en las tragedias de otra persona. Ya había tenido bastante con las suyas. Se había esforzado mucho por superarlas, y las había dejado atrás gracias a su trabajo. En ese sentido, su abuela no podía estar más equivocada. No necesitaba descansar. Solo necesitaba trabajar. Si hubiera sido una bruja, habría chasqueado los dedos para que el tiempo pasara de golpe y ya fuera Navidad. Así, solo habría tenido que pasar el día con su abuela y volver a su casa de Sídney, sin recordar nada de Pedro ni de su rancho. Pero, desgraciadamente, no era una bruja. Se apartó de la ventana y entró en el cuarto de baño, donde se duchó. Después, se secó, se vistió, se maquilló cuidadosamente y se cepilló el cabello, que se dejó suelto. Cuando llegó a la cocina, descubrió que Pedro había regresado y que se estaba tomando un café.


—Buenos días —dijo ella.


Él se giró y la miró con una sonrisa encantadora, como si la noche anterior no hubiera pasado nada.


—Buenos días.


—¿Hay más café?


—Por supuesto. Sírvete tú misma —contestó—. ¿Qué tal has dormido?


Paula alcanzó una taza.


—Mejor de lo que esperaba. Tal vez, por el aire de la montaña... O porque llevaba cuarenta y ocho horas sin dormir —ironizó.


—Pues ha caído una buena nevada durante la noche, aunque ya me lo imaginaba.


Ella se sirvió el café y dió un sorbo. Como de costumbre, la cafeína le hizo sentirse tan bien como si, de repente, el mundo tuviera sentido.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 9

 —Por lo visto, tu abuela también está dispuesta a hacer cualquier cosa por tí.


Paula hizo caso omiso del comentario.


—Mira, haré las fotografías que me he comprometido a hacer, pero no necesito ningún tipo de rehabilitación. Como tú mismo puedes ver, estoy en perfecto estado.


Él volvió a admirar sus pechos y su estrecha cintura. Desde luego, no podía negar que su afirmación era exacta.


—Bueno, tu abuela no dijo que tengas ningún problema físico. Pero insinuó que tienes uno de carácter emocional.


Pedro supo entonces que su abuela estaba en lo cierto. Lo supo por el destello de dolor y de temor que iluminó los ojos de Paula durante un momento, antes de que volviera a recobrar el aplomo.


—Pues se equivoca. ¿Cómo puede decir eso? No nos hemos visto en más de dos años —Paula se cruzó de brazos—. Lo siento, Pedro, no necesito tu ayuda.


Él no quiso presionarla, así que se encogió de hombros y dijo:


—No hay nada que sentir. Yo ya tengo bastante con las fotografías que vas a hacer... Y, en cuanto a lo demás, quién sabe. La tranquilidad de Bighorn puede hacer milagros con cualquiera. Pero solo soy un ranchero, Paula. No tengo ninguna intención de meterme en asuntos que no son míos.


Pedro fue completamente sincero con Paula. De hecho, aquella situación le incomodaba tanto que estaba decidido a mantener las distancias. Pero sus palabras tuvieron un efecto contrario al que pretendía y, en lugar de tranquilizarla, la pusieron más tensa.


—En ese caso, será mejor que me vaya y me aloje en otro lugar. Me iré mañana mismo —anunció ella.


Paula lo dijo con tanta arrogancia que ofendió a Pedro. Podía entender que estuviera enfadada con su abuela, y hasta comprendía su incomodidad. Pero eso no le daba derecho a ser tan maleducada.


—Como quieras —replicó, negándose a morder el anzuelo.


Ya tenía demasiados problemas como para preocuparse también por una mujer que ni siquiera quería estar allí. Molesto, sirvió las patatas y dejó el asado en el centro de la mesa. Luego, esperó a que Paula se sentara y alcanzó un cuchillo de trinchar. No iba a permitir que nada ni nadie se interpusiera en su camino. Las Navidades estaban cada vez más cerca, y tenía muchas cosas que hacer. Para empezar, asegurarse de que los niños se llevaran un buen recuerdo de su estancia en Bighorn y pintar el trineo que estaba esperando en las caballerizas.




Paula se estiró en la cama y, tras frotarse los ojos, miró el reloj. Eran las siete y media de la mañana, lo cual significaba que había dormido diez horas. Su plan nocturno había salido sorprendentemente bien. En lugar de acostarse después de la cena, había encendido el portátil y se había puesto a trabajar, con intención de quedarse agotada y dormir de un tirón. Además, así no tendría tiempo de pensar ni de sentir. Y, de paso, haría algo productivo. Se levantó y caminó descalza por el frío suelo hasta llegar a la ventana del dormitorio. Le había parecido que la luz tenía una intensidad extrañamente mate, y comprendió el motivo en cuanto se asomó. Todo estaba lleno de nieve, desde las ramas de los árboles hasta las cercas, pasando por el granero.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 8

 —¿Qué has hecho para estar tan descansada? —preguntó, cambiando de conversación—. Cuando me marché, parecías a punto de desmayarte.


—Me he tomado un par de tazas de tu café. Está muy bueno.


—Me alegra que te guste. Lo compro en un sitio que está a unas cuantas horas de aquí —declaró él.


—Espero que no te moleste, pero también me tomé la libertad de abrir tus armarios y de probar las galletas de canela que guardas en la lata.


—No me molesta en absoluto —dijo Pedro, que sacudió un poco la sartén.


—¿Te ayudo con la cena?


—No hace falta, pero puedes poner la mesa si quieres. Los platos y los vasos están a la derecha de la pila.


Mientras ella ponía la mesa, él sacó las patatas.


—¿Qué es la fotografía que me has enseñado?


—Es parte de un trabajo para una revista de moda —contestó.


—¿Vas a trabajar durante tus vacaciones?


Ella se encogió de hombros.


—Bueno, no son precisamente unas vacaciones. Estoy aquí para hacer fotografías de tu rancho y ayudarte con la promoción.


—No. Estás aquí para eso y para descansar. Marta me dijo que necesitabas un descanso con urgencia.


Paula entrecerró los ojos.


—¿Ah, sí? ¿Y qué más te dijo mi abuela, si se puede saber?


—Nada. Solo comentó que un sitio como este haría maravillas contigo. Pero no dió más explicaciones.


—¿Un sitio como este? —repitió ella lentamente—. Tengo entendido que el Bighorn es un centro de rehabilitación para niños con traumas o discapacidades.


—Sí, lo es —afirmó—. Y es obvio que tú no eres una niña. Ni, por lo que veo, tienes ninguna discapacidad.


Pedro la miró a los ojos y, durante unos momentos, se sintió como si estuvieran en comunión. Era la mujer más impecable que había visto. Su cabello sedoso, sus largas piernas, las curvas de sus senos bajo el jersey de color esmeralda, sus ojos algo cansados y sus labios perfectos, ni demasiado grandes ni demasiado pequeños, formaban un todo de una belleza difícil de encontrar. Sin embargo, no supo por qué lo miraba ella del mismo modo. Estaba convencido de que en él no había nada digno de admiración. Incluso había llegado a pensar que su espantosa cicatriz era una especie de penitencia por haber sobrevivido al accidente de tráfico que le costó la vida a su hermano. En cualquier caso, esa cicatriz formaba parte de su forma de ser. No la podía cambiar. Y solo tenía que mirarse al espejo para recordarse por qué eran tan importantes el rancho y el programa de rehabilitación: Porque necesitaba saber que su tragedia familiar no había sido completamente inútil, que había salido algo bueno de todo aquello.


—Creo que hay algún tipo de malentendido —dijo ella, con voz clara—. Desconozco las razones que haya podido tener mi abuela para decir eso, pero te aseguro que me encuentro perfectamente bien. A decir verdad,solo he venido porque la quiero tanto que haría lo que fuera con tal de que esté contenta.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 7

 —A mí me parece bien —dijo.


Pedro no fue del todo sincero. Era la imagen de una modelo que llevaba zapatos de aguja, una gabardina blanca y una sombrilla. Tenía el pelo suelto, y parecía flotar en la brisa. Pero la modelo no estaba en la calle, sino en una especie de cubículo, donde no podía haber ni brisa ni necesidad alguna de llevar una sombrilla.


—Déjame que te enseñe la foto original —Paula abrió una segunda pantalla, para que pudiera comparar las dos imágenes—. ¿Lo ves?


Pedro no encontró gran diferencia, pero contestó:


—Se nota que eres una profesional.


—Fíjate aquí, en la mandíbula de la modelo. Esa sombra ha desaparecido.


—Sí, ya lo veo.


—Y he cambiado un poco la exposición, que no me parecía adecuada —siguió explicando Paula—. Ahora es completamente distinta. Ahora es perfecta.


—¿Y la perfección es importante?


Ella lo miró como si pensara que se había vuelto loco.


—Claro que lo es —respondió—. Siempre estoy buscando la imagen perfecta. Aún no la he encontrado, pero estoy segura de que la encontraré algún día. Además, ahora es más fácil que antes, cuando no había fotografía digital.


A él no le gustó su respuesta. Si Paua Cahves estaba buscando la perfección, se había equivocado de lugar.


—Ya, bueno... Yo siempre he sido de los que apuntan y disparan, sin más complicaciones.


Pedro se acercó al horno, lo abrió y aspiró el aroma del asado. Desde su punto de vista, Rosa era la mejor cocinera del mundo.


—Cenaremos alrededor de las diez —le informó—. Antes, tengo que calentar el asado y preparar la guarnición.


Tras cortar las patatas, puso aceite en una sartén y las puso a freír. Paula no parecía la misma persona que se había presentado en su rancho. No solo se había cambiado de ropa, sino que, además, tenía mejor aspecto y se afanaba por darle conversación. A Pedro le molestó un poco que hablara tanto, pero también le resultó refrescante. La casa estaba demasiado silenciosa durante los meses de invierno. Al pensar en el silencio, se dijo que quizás había llegado el momento de sentar la cabeza y formar una familia. Sin embargo, no era la primera vez que se lo decía, y siempre encontraba alguna razón para desestimar la idea.


—¿Alfonso?


Él frunció el ceño y movió las patatas.


—No me llames por mi apellido, por favor. Llámame Pedro.


—Sí, claro...


—¿Qué ibas a decir?


—Nada. Solo quiero disculparme por mi comportamiento de hace un rato. Sé que hemos empezado con mal pie. Estaba agotada, y...


Paula dejó la frase sin terminar, pero sus ojos azules brillaron con un fondo de vergüenza y de esperanza que sorprendió y gustó a Pedro. Estaba siendo sincera. En ese momento tenía que aceptar sus disculpas o rechazarlas. Y, teniendo en cuenta que iban a estar juntos diez días, rechazarlas no parecía una idea muy inteligente.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 6

Niños que lo ayudaran a recrear los recuerdos navideños de su infancia. El chocolate caliente, las galletas, los regalos. Pero, al pasar la mano por las suaves curvas de madera, su mente lo traicionó con otras curvas más interesantes: Las de Paula Chaves. Era muy atractiva. Alta, de piernas largas y piel perfecta. Tenía un cabello tan bonito que cualquiera habría sentido el deseo de acariciarlo, y se movía con una gracia tan natural como digna de admiración. Pedro sacudió la cabeza. Solo había estado con ella unos minutos y, no obstante, la podía describir como si la hubiera estado mirando un día entero. Al parecer, su trabajo con niños discapacitados había mejorado sus dotes de observación. Pero su trabajo también le había enseñado a desconfiar de las apariencias. Muchos de los problemas de los chicos que llegaban al centro terapéutico Bighorn se encontraban ocultos detrás de sus cicatrices y de sus discapacidades. Para llegar a ellos, tenía que profundizar; mirar más allá de lo que había a simple vista. Y, si eso era válido en su trabajo, ¿Por qué no lo era en lo relativo a Paula? Apagó las luces del granero y cerró la puerta. Definitivamente, su invitada se merecía el beneficio de la duda. En primer lugar, porque, si no se lo concedía, sería tan injusto como todas las personas que lo habían despreciado a lo largo de los años y, en segundo, porque sería tanto como traicionar las ideas y los sueños de Pablo, el verdadero motivo que lo había llevado a fundar el centro. La casa estaba en silencio cuando llegó, y dió por sentado que su invitada se estaría echando una siesta. ¿Qué debía hacer? ¿Despertarla para cenar? ¿O guardarle un plato y cenar sin ella? Momentos después, su duda se resolvió sola. Paula no estaba durmiendo. Estaba sentada a la mesa de la cocina, mirando la pantalla de un ordenador portátil. Tenía el ceño fruncido, y se había puesto unas gafas de estilo tan moderno que, en lugar de parecer una necesidad, parecían un complemento de su ropa.


—Ah, estás aquí...


Ella se sobresaltó al oír su voz.


—¡Qué susto me has dado!


—¿Es que no has oído la puerta?


Paula se echó el cabello hacia atrás.


—Me temo que tiendo a encerrarme en mí misma cuando estoy editando.


—¿Editando?


—Por supuesto. Se trata de buscar las imperfecciones de las fotografías y de mejorarlas después. Echa un vistazo si quieres.


Paula giró la pantalla, para que la pudiera ver con más facilidad. Él se acercó y miró la imagen por encima de su hombro, desconcertado. Estaba dispuesto a pedirle disculpas por haber sido demasiado brusco con ella, pero se comportaba como si no hubiera pasado nada y no hubiera nada que disculpar.

miércoles, 26 de marzo de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 5

Pedro abrió la puerta del cercado y esperó a que los caballos entraran en sus respectivas cuadras, buscando calor, agua y heno. Sabía que se avecinaba una tormenta de nieve. Llevaba toda la vida a la sombra de las Rocosas, y había aprendido a reconocer los indicios. Lo notaba en la humedad del ambiente, en el color gris de las nubes y en el filo cortante de la brisa. Las cosas se estaban poniendo feas. Pero, afortunadamente, Paula Chaves había llegado antes de que se complicaran más. Mientras encerraba a los caballos, frunció el ceño. Había aceptado que ella se alojara en su casa, pero solo por una razón: Porque Marta le había prometido que Paula haría fotografías para él, y que las podría usar en la página web de Bighorn y en los materiales publicitarios que enviaba a organizaciones de todo el oeste de Canadá. Era una oferta demasiado buena para rechazarla. Andaba corto de dinero, y la ayuda profesional le iría bien. Sin embargo, Marta había añadido a continuación que Paula necesitaba desesperadamente unas vacaciones, y que su rancho era justo lo que le hacía falta.


Pedro había preferido olvidar esa parte porque no sentía el menor deseo de involucrarse en los asuntos de aquella mujer. Ya estaba bastante incómodo con la idea de que se quedara en su casa. Pero ¿Qué podía hacer? ¿Negarse y sugerir que se alojara en alguno de los hoteles de la zona? Su sentido de la hospitalidad se lo impedía, así que se resignó a tener una invitada y le preparó una habitación. Desgraciadamente, no estaba preparado para enfrentarse a la alta, elegante y preciosa rubia de acento australiano y botas altas que se había presentado en Bighorn. Era de la clase de mujeres que lo habrían intimidado en su adolescencia. La clase de chica que vestía a la moda, salía con la gente que estaba de moda y miraba con desprecio a los chicos como él, que ni estaban de moda ni eran perfectos. No le había extrañado que lo mirara con asco y disgusto cuando la ayudó a levantarse del suelo y vió su cicatriz por primera vez. Además, ya estaba acostumbrado a esa reacción. La gente no esperaba ver algo así, y le parecía que, hasta cierto punto, era una reacción natural. Pero, en ese caso, ¿Por qué le había dolido? Tal vez, porque Paula Chaves había ido más allá de la sorpresa y el desconcierto habituales. Se había quedado blanca como la nieve. Había conseguido que se sintiera un monstruo. Le había recordado las burlas de sus compañeras de instituto, que se comportaban como si cada una de ellas fuera la bella del famoso cuento y él, la bestia. No alcanzaban a imaginar lo que se sentía al estar desfigurado. Ni habrían comprendido que, por muy grande que fuera su angustia, palidecía ante el dolor de haber perdido a Pablo, su hermano gemelo. Con el paso del tiempo, las consecuencias de aquel maldito accidente se habían fundido hasta tal punto con su forma de ser que ya ni siquiera se acordaba. Pero Paula Chaves le había refrescado la memoria. Se había presentado con toda su arrogancia, como para dejar claro que no era él quien no la quería en Bighorn, sino ella quien habría preferido estar en cualquier otro sitio. Si no le hubiera hecho una promesa a su abuela, la habría echado de inmediato. Pero había hecho una promesa.


Cuando terminó con los caballos, entró en la zona del edificio que hacía las veces de almacén y pasó una mano por el trineo que había comprado a un ranchero, cerca de Nanton. Era viejo, pero sólido. Lo había decapado, había reforzado los patines y ya solo faltaba que le diera una capa de pintura. Siempre había querido tener un trineo como aquel. Uno bien grande, con pescante delantero para el conductor y espacio de sobra para un grupo de niños.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 4

Pero Beckett’s Run le causaba sentimientos encontrados. No todos sus recuerdos eran buenos. Así que se limitó a sonreír y a cerrar la boca.


—A decir verdad, estoy encantado de que te alojes en mi casa — continuó él—. Sobre todo, después de lo que Marta me dijo por teléfono.


Paula frunció el ceño. ¿De qué demonios estaba hablando? En principio, solo había ido a hacer fotografías. Desconcertada, hizo un esfuerzo por recordar la conversación que había tenido con su abuela. Y recordó algo que la estremeció, algo que no le había parecido importante en su momento: la afirmación de que, estando allí, podría descansar y divertirse un poco. ¿Descansar y divertirse? ¿En la casa de un hombre soltero? Tuvo la terrible sospecha de que su abuela pretendía que acabara en brazos de Pedro Alfonso. Pero la desestimó al instante, porque estaba convencida de que ni siquiera lo conocía en persona.


—¿Y qué te dijo, si no es indiscreción? —preguntó con interés.


Él ladeó la cabeza, la miró como si estuviera sopesando lo que debía decir y lo que debía callar y, a continuación, declaró:


—Tienes aspecto de estar agotada. Hablaremos más tarde, cuando hayas descansado y comido un poco. Yo tengo que volver al granero, pero prepararé café antes de salir.


—Gracias. Creo que necesito uno con urgencia —dijo ella.


Pedro asintió y clavó la mirada en las piernas de Paula.


—Será mejor que te cambies de pantalones. La nieve que tenías encima se está empezando a derretir —observó.


Ella bajó la cabeza y vio el charquito de agua que se había formado a sus pies.


—Oh, vaya...


—Estaré aquí a la hora de cenar —le informó—. Rosa preparó un asado esta mañana, así que podemos comer en cuanto vuelva.


Paula sintió un inmenso alivio. No sabía quién era Anna, pero se alegró al saber que no estaban solos. Incluso consideró la posibilidad de que su abuela estuviera equivocada y Pedro tuviera esposa, o novia. Mientras lo pensaba, se dijo que sus amigas se habrían reído de ella si hubieran sabido que tenía miedo de alojarse con un hombre que vivía solo. Al fin y al cabo, no estaban en la Edad Media, sino en el siglo XXI. Y, teóricamente, ella no era una mujer conservadora. Entonces, ¿De qué tenía miedo? Solo había una respuesta: de sí misma. Porque, a pesar de su cicatriz y de su actitud algo arrogante, Pedro Alfonso le parecía un hombre muy atractivo.


—¿Quién es Rosa? ¿Tu esposa? ¿Tu compañera?


Él le dedicó una sonrisa tan bonita que la dejó sin aliento.


—Si supiera lo que has dicho, se moriría de risa. No, Rosa Bearspaw no es mi compañera. Es mi ama de llaves —dijo—. Te la presentaré mañana.


Ella guardó silencio, sorprendida.


—En fin, siéntete como si estuvieras en tu propia casa. Estaré de vuelta dentro de unas horas. Y descansa un poco. Tienes aspecto de necesitarlo.


Él se marchó escaleras abajo y, momentos después, salió de la casa. Paula se sentó entonces y se quitó las botas y los pantalones, que estaban tan mojados que se le pegaban a las piernas. Por lo visto, Pedro tenía razón. Sobre los pantalones, sobre su agotamiento, sobre todo. Pero estaba tan cansada que no le importó. Y estaba bien que no le importara, porque empezaba a pensar que los diez días que tenía por delante se le iban a hacer eternos.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 3

Cuando llegaron a la casa, él abrió la puerta, se apartó para dejarle paso, levantó su maleta con tanta facilidad como si no pesara nada y la llevó dentro. Ella se sintió tan aliviada al notar el calor del interior que casi olvidó sus dudas sobre la perspectiva de alojarse en la casa de un desconocido.


—Te he preparado una habitación en el ala oeste —dijo él mientras subía la maleta por la escalera—. He pensado que te gustaría. Tendrás unas vistas magníficas de la cordillera, pero no te molestará el sol de la mañana.


La amabilidad de Pedro Alfonso hizo que Paula se sintiera aún más culpable por haber reaccionado mal al ver su cicatriz. No podía pedir disculpas sin mencionar el hecho, de modo que se limitó a ser cortés.


—Te lo agradezco mucho, porque estoy agotada.


Él la llevó al dormitorio y abrió la puerta.


—Si quieres, puedes descansar un rato —dijo—. De todas formas, yo tengo cosas que hacer en el granero.


Paula no se dejó engañar por el tono cordial de sus palabras; era obvio que estaba dolido con ella por lo de la cicatriz, y que ardía en deseos de quitársela de encima. Pero no quería echarse una siesta, porque sabía que, si se acostaba a una hora tan temprana, se despertaría en mitad de la noche.


—Creo que seguiré despierta. Tengo que acostumbrarme al cambio de horario.


Cuando entró en la habitación, estuvo a punto de cambiar de idea. Nunca le había gustado el estilo rústico, pero le pareció sorprendentemente cálida y agradable. La enorme cama, cubierta con un edredón de color encarnado, pedía a gritos que se acostaran en ella; y la chimenea eléctrica del fondo, que alguien pulsara su interruptor. Pedro dejó la maleta en el suelo mientras ella se acercaba a la ventana y miraba el exterior. Las gigantescas Rocosas se veían con tanta claridad como si estuvieran al alcance de la mano, aunque sospechó que estaban más lejos de lo que parecía. Encantada, se dió la vuelta y dijo:


—Gracias, señor Nelson.


Él sacudió la cabeza.


—No, por favor... Llámame Pedro. No me gustan las formalidades.


—Como quieras, Pedro —replicó ella, que habría preferido mantener las distancias—. Pero ¿No te parece que esto es un poco extraño?


—¿A qué te refieres?


—A que una desconocida se aloje en tu casa.


Él la miró con sorpresa.


—Ah, la gente de ciudad... —dijo—. Las cosas son distintas en el campo, Paula. O por lo menos aquí, en el oeste.


Paula pensó que su anfitrión no era tan hospitalario como intentaba aparentar. Sus palabras habían sonado demasiado tensas, como si se sintiera tan incómodo con la situación como ella. Y, una vez más, se arrepintió de no haberse opuesto a los deseos de su abuela. Desgraciadamente, nunca había sido capaz de negarle nada. Al pensar en su abuela, se acordó de Beckett’s Run, la casa de campo donde vivía. Y consideró la posibilidad de decirle a Pedro que se equivocaba al tomarla por una especie de urbanita. Había pasado mucho tiempo en aquel lugar, subiéndose a los árboles, recogiendo flores silvestres, manchándose la ropa con la hierba y hasta cayéndose de la bicicleta que usaba de niña para ir de un lado a otro.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 2

Paula recuperó la verticalidad y se sacudió la nieve del chaquetón y de los pantalones, pero solo para ocultar su cara y, en consecuencia, su humillante rubor.


—Ten cuidado con los fragmentos de hielo. Pueden ser peligrosos... Sobre todo, con botas como las que llevas. Espero que tengas algo mejoren el equipaje.


Paula se sintió tan avergonzada como una niña de cinco años ante un adulto que le estuviera recriminando una torpeza. Pero, mientras él contemplaba su calzado, ella aprovechó y admiró su perfil. Sumando su altura y los altos tacones de las botas, Hope medía alrededor de un metro ochenta; pero, a pesar de ello, tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara, porque él superaba el metro noventa. Ella, que estaba acostumbrada a sentirse una especie de giganta, pensó que, en otras circunstancias, se habría sentido agradablemente femenina en comparación con él. Pero las circunstancias no podían ser más desalentadoras, teniendo en cuenta que se acababa de pegar un buen golpe en las nalgas. Entonces, él la miró de frente. Y ella soltó un gemido. Durante unos momentos, se sintió como si volviera a estar en el hospital, intentando animar a su mejor amiga, Vanesa; haciendo un esfuerzo por sonreír cuando tenía ganas de llorar, y diciéndole que la situación no era tan mala cuando, en realidad, las heridas que había sufrido eran terribles. Aquel vaquero no era tan perfecto como le había parecido al principio. Tenía una cicatriz que le cruzaba un lado entero de la cara, desde la sien derecha hasta la mandíbula.


—Estás pálida. ¿Seguro que te encuentras bien?


Él lo preguntó con suma educación, pero ella supo que se había dado cuenta de que su cicatriz le parecía repulsiva. Sin embargo, desconocía el verdadero motivo de su repulsión. Nosabía por qué había reaccionado de esa forma. Y, en ese momento, se sentía demasiado frágil como para explicárselo. Paula no había superado la muerte de su amiga, la mujer más bella por dentro y por fuera que había conocido. Ya habían pasado seis meses desde el entierro, pero la imagen de su cuerpo destrozado volvía una yotra vez a su cabeza. La vida había sido terriblemente injusta con Vanesa. Y terriblemente injusta con ella, porque era la única persona en la que Paula había confiado de verdad; la única que estaba al tanto de sus problemas familiares y de la desesperación que le causaban. Pero no iba a permitir que sus sentimientos la dominaran, así que sacó fuerzas de flaqueza y dijo, con tanta naturalidad como le fue posible:


—Soy Paula.


Él asintió.


—Encantado de conocerte. Yo soy Pedro. Pero supongo que te estarás muriendo de frío. Será mejor que vayamos a la casa.


Pedro la tomó del brazo, en un gesto cortés sin más intención que asegurarse de que no se volviera a caer. Y Paula lo agradeció, pero también lo encontró inquietante.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 1

El aire frío traspasó la ropa de Paula Chaves cuando bajó del coche alquilado y miró la sede del Bighorn Therapeutic Riding. Estaba en Alberta, pero le pareció el Polo Norte; sobre todo, porque solo habían transcurrido unas horas desde que había salido de la cálida y soleada Sídney, muy a su pesar. Se cerró el chaquetón y abrió el maletero para sacar la bolsa de viaje y la maleta, cuyas ruedas chirriaron y resbalaron en el camino lleno de nieve que llevaba a la enorme cabaña de madera. Antes de bajar del coche, le había parecido que el edificio tenía un aire muy romántico, como si fuera un chalet de alta montaña, y había sonreído al ver las luces de colores que brillaban entre las plantas del porche. Pero eso había sido antes de salir del vehículo, donde aún disfrutaba de las ventajas de la calefacción. En ese momento, tenía tanto frío que la cabaña estaba perdiendo rápidamente su magia invernal. Tiró de la maleta y la subió al porche con algunas dificultades, porque pesaba mucho. Y, cuando por fin llegó a la puerta, estaba tan enfadada que llamó tres veces al timbre. Luego, se cerró un poco más el chaquetón y esperó. Para entonces, tenía las piernas heladas y casi no sentía los pies en el interior de sus elegantes botas de piel. Echó un vistazo a su alrededor y se fijó en la camioneta que estaba estacionada junto al granero. Su abuela había abusado de su sentimiento de culpabilidad y la había convencido para que viajara a Alberta y sacara unas cuantas fotografías del rancho, que dirigía un tal Pedro Alfonso, pero no le había hecho ninguna gracia. Se le ocurrían mil sitios más interesantes y agradables que aquel lugar helado. Pero allí estaba, congelándose, así que dejó la maleta junto a la puerta y caminó hacia el granero, por una de cuyas ventanas brillaba una luz que ponía un contrapunto cálido a la penumbra gris de los últimos momentos de la tarde. Daba por sentado que dentro se estaría mejor que a la intemperie. Apretó el paso para llegar cuanto antes a la puerta y, momentos después, tropezó con una masa de hielo que estaba oculta bajo la nieve.


—¡Ay! —gritó al caer al suelo.


Dolorida, cerró los ojos durante unos segundos; y, cuando los volvió a abrir, se encontró ante un par de botas que daban a unas largas piernas de hombre, enfundadas en unos pantalones vaqueros. Paula se sintió tan humillada que se ruborizó. No se podía decir que caerse de culo fuera la mejor forma de dar una buena impresión a un desconocido.


—Tú debes de ser Paula —dijo el hombre con una voz ronca y algo sarcástica—. Permíteme que te ayude.


La sensual voz le produjo un estremecimiento que empeoró cuando alzó la vista y la clavó en Pedro Alfonso, aunque no estaba segura de que fuera él. Era sencillamente impresionante. Un alto y magnífico vaquero de los pies a la cabeza, con una chaqueta de piel de carnero y un sombrero marrón. Su mirada de fotógrafa se lo imaginó al instante como un icono del Salvaje Oeste.


—Espero que no te hayas dado un golpe en la cabeza —continuó él, tendiéndole una mano.


Ella se dió cuenta de que lo estaba mirando fijamente, como si estuviera ante la octava maravilla del mundo, así que se obligó a reaccionar y aceptó su mano.


—Gracias.

Conquistar Tu Corazón: Sinopsis

Copos de nieve y sombreros vaqueros…


Paula Chaves, toda una chica de ciudad, se encontró atrapada por la nieve en el rancho del duro y filantrópico Pedro Alfonso. Era el último sitio del mundo donde quería estar, pero había algo en aquel hombre atractivo y generoso que le aceleraba el pulso y le hacía hervir la sangre.


Por su parte, Pedro era consciente de que ella se encontraba a disgusto en el rancho, pero se sentía tan bien cuando estaban juntos que, por primera vez en mucho tiempo, empezó a considerar la posibilidad de mantener una relación amorosa. Por desgracia, la estancia de Paula iba a ser breve. Por suerte, iba a tener más de una noche para seducirla.

lunes, 24 de marzo de 2025

Engañada: Epílogo

 —Pedro Alfonso, ¿Quieres a Paula Chaves como tu legítima esposa para tenerla y protegerla desde hoy en adelante, para lo bueno y para lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte los separe?


Los ojos castaños de Pedro no abandonaron el rostro de Paula en ningún momento.


—Sí, quiero —susurró mientras le apretaba con fuerza las manos.


—Y tú, Paula Chaves, ¿Quieres a Pedro Alfonso como tu legítimo esposo, para tenerlo y protegerlo desde hoy en adelante, para lo bueno y para lo malo, en la…?


Incapaz de seguir las palabras en italiano y presa de una enorme emoción, Paula no pudo contenerse más e interrumpió al sacerdote.


—¡Sí, quiero!


Todos se echaron a reír, incluso el mismo sacerdote. Si hubiera habido invitados, seguramente también se habrían echado a reír, pero los únicos presentes en la boda para ser testigos del casamiento eran los tíos de Paula y los abuelos paternos de Pedro. No necesitaron ni quisieron que nadie más estuviera presente. La pequeña capilla del minúsculo pueblo de la Toscana en el que decidieron casarse distaba mucho de la famosa catedral en la que Paula lo abandonó  en el altar, pero ella adoraba la intimidad que les proporcionaba. Lo único que importaba eran las promesas que habían intercambiado y el amor y el compromiso que se tenían el uno al otro. Incluso sus prendas carecían de la pompa y la ceremonia de la primera boda. Ella llevaba un vestido blanco de estilo bohemio, con el cabello suelto y un ramo de girasoles en las manos. El traje de Pedro era también mucho menos formal, aunque tal elegante como siempre. Al sentir que él le deslizaba la alianza en el dedo, ella sintió que se le henchía el corazón de felicidad, una felicidad que se acrecentó aún más al ver que la expresión de los ojos de Enzo cuando ella le colocó la alianza era la misma que la suya.


—Te amo —susurró él.


A Paula le resultó imposible contener tanta felicidad. Rodeó el cuello de Pedro con los brazos y lo besó. Él le devolvió el beso con tanto entusiasmo que la levantó del suelo. Cuando por fin estuvieron casados a los ojos de Dios, salieron de la capilla y encontraron que una pequeña cantidad de curiosos los esperaba a la puerta. En la distancia, un único reportero trataba de acercarse a la capilla para fotografiarlos. Considerando la discreción con la que Pedro había organizado la boda, ella tuvo que admirar la tenacidad del periodista. Ella había insistido en que distribuyeran un breve comunicado de prensa en el que culpaban a los nervios de Paula como causa de la cancelación de la primera boda. Sería capaz de mentir mil veces para evitarle a Pedro más humillaciones. El comunicado terminaba con su intención de notificar la nueva fecha en cuanto la tuvieran. De eso hacía ya diez días y, a pesar de que los periodistas no habían dejado de acosarlos, habían logrado su propósito de casarse en la intimidad, a pesar de la presencia de aquel único reportero. Paula rodeó el cuello de Pedro con los brazos y lo besó, concediendo la fotografía que el periodista buscaba. Después de todo, sentía que se lo había ganado.




Cinco años más tarde…


La pequeña Olivia, de tres años, fue la primera que se percató de la llegada de su abuela. Salió corriendo de la casita de juegos que tenía en el jardín y que era casi del mismo tamaño que la casa en la que Paula había pasado su infancia y echó a correr para arrojarse en brazos de su abuela.


—¡Nonna!


Paula y Pedro intercambiaron la habitual mirada de asombro al ver cómo la elegante Ana permitía que su nieta la llevara a su casita para jugar. Había llegado a la fiesta del aniversario de boda con cinco horas de adelanto para cuidar de la pequeña Olivia mientras ellos  supervisaban los preparativos. Habían retomado la relación con ella días después del nacimiento de la pequeña Olivia, cuando la tristeza de Paula porque sus padres no hubieran podido conocer a su primera nieta competía con la inmensa alegría de ser madre de una preciosa niña. Olivia solo tenía una abuela con vida y, de repente, a ella le pareció inmensamente cruel que la pequeña no llegara a conocerla. No se atrevería nunca a decir que el nacimiento de la niña había suavizado la actitud de Pedro hacia su madre, pero, fuera como fuera, había accedido a dejar el pasado atrás y a permitir que Ana volviera a formar parte de sus vidas. Nadie hubiera podido imaginar, y mucho menos la propia Ana, que Olivia mostrara un apego tan profundo por su abuela casi desde el primer momento. Estaba tan a gusto en sus brazos como en los de sus padres. Cuando le dedicó a Ana la primera sonrisa, la egoísta ladrona de joyas se enamoró perdidamente de su nieta. Ver cómo la italiana se arrastraba por el suelo con su inmaculado traje de alta costura y su impoluto peinado detrás de su nieta era algo de lo que jamás se cansarían de ver. Aunque Paula sabía que a Pedro le costaba perdonar y olvidar, sabía que él había comprendido el mérito de su hija al provocar un cambio tan radical en Ana. 


Dado que Olivia estaba perfectamente atendida y que los miembros del catering que habían contratado se estaban ocupando de transformar el jardín y la piscina en una escena de cuento de hadas, Rebecca estuvo encantada de escaparse con su marido al dormitorio para buscar un poco de intimidad. Pedro fue muy delicado con ella dado que Paula estaba embarazada de ocho meses. Ella casi no se podía creer que hubieran pasado cinco años desde que se casaron. Habían sido los más felices de su vida y ellos nunca dejaban de celebrar el aniversario. Normalmente, era una fiesta mucho más íntima, pero aquel año habían decidido celebrar la fiesta que no tuvieron en su día, dado que se casaron prácticamente en secreto. Más tarde, cuando la fiesta estaba en todo su apogeo y Olivia ya estaba medio dormida en el regazo de Ana, Paula se alegró de que hubieran celebrado su aniversario de una forma tan especial. Habían acudido muchos familiares y amigos desde el Reino Unido y ninguno de ellos parecía estar cohibido en absoluto por el renombre de alguno de los invitados. No pudo evitar soltar una carcajada al ver cómo un miembro de la Casa Real griega flirteaba descaradamente con una de sus primas. El aristócrata y la peluquera… No pudo contener una carcajada.


—¿De qué te ríes? —le susurró la aterciopelada voz de Pedro al oído.


Ella se giró hacia él y sonrió, pero, antes de que pudiera explicarse, el DJ pinchó una canción que le aceleró los latidos del corazón. Era su canción… Pedro extendió la mano hacia ella. Paula entrelazó los dedos con los de él y, de buen grado, aceptó que él la ayudara a levantarse. A pesar de su avanzado estado de gestación, los dos acudieron a la pista de baile. Ella abrazó al hombre que jamás le había dado motivo para que se arrepintiera de haberse casado con él.


—Te amo —murmuró poniéndose de puntillas para darle un beso en los labios.


—Mi amore…


De soslayo, Paula vió que Olivia tenía los ojos abiertos y que, con el pulgar en la boca, los observaba con un cierto anhelo. Entonces, apartó un brazo del cuerpo de Pedro y, con la otra mano, llamó a su hija para que se uniera a ellos. Olivia no necesitó que se lo repitiera dos veces. Saltó del regazo de Ana y echó a correr hacia la pista de baile. Entonces, entrelazó las manos con su madre y su padre. Los tres bailaron juntos hasta que los piececitos de la niña no pudieron bailar más.










FIN

Engañada: Capítulo 78

Cuando Pedro sonrió, Paula sintió que el corazón estaba a punto de salírsele del pecho. No se había dado cuenta de lo desesperadamente que había necesitado volver a ver aquella sonrisa.


—Me ocultaste tus primeros años porque no querías que yo dejara de pensar que eres perfecto, pero yo te conté toda mi vida. Enterarme de lo que me habías ocultado me dolió hasta que comprendí que, en realidad, no me había sincerado del todo contigo, al menos no tanto como pensaba. Yo también te había ocultado algunas cosas. No deliberadamente, sino porque ni yo misma las comprendía. Tú sí.


—¿Te refieres a tus padres?


—Sí. Ojalá hubieras podido conocerlos.


—A mí también me habría gustado…


—Te habrían adorado, Pedro. Si mi padre hubiera visto tu colección de coches, probablemente se habría desmayado. Eran muy felices juntos. Yo veía a mis tíos, a los padres de mis amigos, pero nadie se comportabacomo mis padres. Ellos hacían cosas como pellizcarse el trasero cuando pasaba el uno junto al otro o bailar en la cocina cuando escuchaban por la radio una canción que les gustaba. Ese tipo de cosas. Y yo sé que me querían. Éramos una familia muy unida, pero…


Paula tragó saliva y sintió una profunda sensación de deslealtad antes de seguir  hablando.


—Pero, en ocasiones, también me habría gustado que hubieran bailado conmigo —admitió.


—Dudo que tuvieran intención de excluirte —comentó Pedro mientras le apartaba un mechón de cabello del rostro.


—Creo que no se daban cuenta de que lo hacían, pero supongo que esa sensación de ser el segundo plato me ha acompañado durante tanto tiempo que ni siquiera era consciente de que existía. Eso es lo que trato de explicarte. No podía haber intentado siquiera hablarte sobre lo que sentía porque, en lo más profundo de mi ser, me aterraba que comenzaras a verme con otros ojos. Eras tan perfecto que yo no hacía más que esperar que llegara el día en el que te darías cuenta de que te estabas conformando con una segundona y que podrías encontrar otra mujer mejor que yo.


—Nunca —afirmó él sacudiendo violentamente la cabeza.


—Si hubiera sabido lo de tus primeros años y lo malvada que es tu madre, te habría visto de un modo más humano, Pedro. Porque para mí, no eras humano. Eras el hombre perfecto en tu físico, en tu temperamento y en tus buenos actos. Incluso el modo en el que me pediste que me casara contigo fue perfecto. Además, estaba el férreo control que ejercías sobre tu propio cuerpo cuando te suplicaba que me hicieras el amor. Era sobrehumano. ¿Y sabes qué? Me alegro de que seas humano. Me alegro de que puedas sentir ira y tener pensamientos irracionales e ideas estúpidas como el resto de nosotros los mortales. Y, sobre todo, me alegro de que seas mío.


Pedro se zafó de la mano de Paula y le acarició suavemente la mejilla.


—Siempre seré tuyo, Paula. Siempre.


—Lo sé —susurró. —Igual que yo siempre seré tuya.


Los labios se unieron. Una maravillosa sensación de plenitud se apoderó de ella.


—Cásate conmigo —murmuró apenas sin separar la boca de la de Pedro.


Pedro se apartó lo justo para poder mirarla a los ojos.


—¿Estás segura?


—Jamás he estado más segura de nada. Casémonos tan pronto como podamos. Solos tú y yo.


Lentamente, el brillo volvió a aparecer en los ojos de Pedro. Y sonrió antes de besarla de nuevo. Cuando entraron de nuevo en la mansión, hacía ya mucho tiempo que el sol se había ocultado en el horizonte.

Engañada: Capítulo 77

Al ver que no obtenía respuesta, fue corriendo hasta el salón. Lo encontró vacío, pero las puertas francesas estaban entreabiertas. Con las mejillas llenas de lágrimas, salió al jardín y buscó en todas direcciones. Entonces, volvió a gritar su nombre una vez más. En aquel momento, en la lejanía, más allá de la piscina y de las pistas de tenis, vió una sombra. Paula no lo dudó. Echó a correr más rápidamente de lo que había corrido en toda su vida. El corazón le latía con fuerza en el pecho y las lágrimas casi le nublaban la vista. Al llegar junto a Pedro, se abalanzó sobre él sin pararse a pensar en lo que estaba haciendo. Si no hubiera sido por la fuerza de él, los dos habrían caído al suelo. Por el contrario, la tomó entre sus brazos y cuando los de ella le rodearon el cuello, la estrechó con fuerza contra su cuerpo. Paula se echó a llorar y solo se dio cuenta de adónde la había llevado él cuando Pedro se sentó con ella aún en brazos en la hamaca en la que habían estado hablando unas horas antes. Paula se acomodó sobre el regazo de Pedro y se apartó de él para mirarlo. Vió que los ojos de él, totalmente enrojecidos, la observaban con incredulidad.


—O he bebido demasiado o eres tú de verdad —musitó él con voz temblorosa.


—Lo siento… Lo siento tanto…


Un maravilloso brillo apareció en los ojos de Pedro. Sacudió la cabeza.


—No, no digas eso. Estás aquí. Eso es lo importante.


Paula le atrapó una mano con las suyas y la apretó contra su pecho, justo en el lugar en el que latía alocadamente su corazón.


—Te amo.


Pedro respiró profundamente y tragó saliva.


—Yo también te amo a tí. Más que a nada en el mundo.


—Lo sé…


—¿De verdad?


Paula sujetó la mano de Pedro contra su pecho mientras que con la otra comenzaba a acariciarle suavemente la mejilla. Sintió el nacimiento de la barba en una mejilla que siempre se había mostrado suave para ella.


—Me lo has demostrado en muchos sentidos —afirmó. Recordó los pequeños gestos, como el de las bolsas de té, y supo que todos juntos contaban mucho más que todos los grandes. —Querer culparte de convertir los últimos cinco meses en una gran mentira no es justo. Yo también tengo mi parte de culpa.


—No. Eso no es cierto. Nada de esto es culpa tuya. Yo soy el único culpable.


—Eso no es cierto, Pedro. Los dos teníamos miedo —afirmó ella con una sonrisa. —Estabas en lo cierto cuando culpaste a mis inseguridades por dudar de tu amor, pero había también otros factores. Tuve dudas desde el principio. Una parte de ellas fue por mis inseguridades, sí, pero es que tú eres tan perfecto… Un hombre guapo, encantador, generoso, rico quería estar conmigo. Sinceramente, eres tan perfecto que Zeus te habría admitido sin dudarlo en el Monte Olimpo.


Pedro dejó escapar una carcajada, pero Paula insistió.


—Sí, eres perfecto y eso me asustaba porque era una perfección con la que yo no podía competir.


—Para mí tú también eres perfecta.


Paula le colocó un dedo sobre los labios para impedirle hablar.


—Calla. Deja que hable. Deja que me saque todo de dentro. Ya me podrás decir luego lo perfecta que soy yo para tí.

Engañada: Capítulo 76

 —No tienes que llevarte ropa, cara —le había murmurado con voz seductora mientras se acercaba a ella y le rodeaba la cintura con los brazos.


—Nos vamos a pasar la luna de miel en la cama.


El corazón le latía frenéticamente en el pecho, por lo que tuvo que respirar profundamente. Vió otra señal que indicaba el aeropuerto. ¿Por qué no se le había ocurrido reservar su propio vuelo o le había pedido a Luis que lo hiciera en su nombre? Fue entonces, cuando vió el tercer cartel que indicaba el camino al aeropuerto, que sintió un fuerte dolor en el pecho, tan agudo que se dobló del dolor. Trató de respirar y se colocó las manos sobre el corazón. Todo su cuerpo temblaba. Había pensado que el dolor por la pérdida de sus padres había sido suficiente para matarla, pero aquel… Era un dolor diferente y de repente, comprendió claramente la diferencia. Sus padres le habían sido arrebatados, pero ella sola se estaba alejando de Pedro. Se estaba alejando del hombre que le había soplado el cabello para retirarle los pétalos de cerezo que le cayeron sobre la cabeza cuando viajaron a Japón. El hombre que le acariciaba el cabello durante horas cuando Paula se acurrucaba junto a él, completamente dolorida por las molestias de la menstruación. El hombre cuya sonrisa iluminaba el mundo. El hombre que, en secreto, había hecho que restauraran el viejo coche del padre de Paula para regalárselo. De repente, se dió cuenta de otra cosa más. Se había negado a pensar en el vuelo de vuelta a Inglaterra porque, inconscientemente, una parte de su cerebro trabajaba en comandita con su corazón. Inglaterra había dejado de ser su hogar. Su hogar estaba al lado de Pedro. Tal vez se parecía demasiado a su madre sobre sus deseos de venganza, pero, al menos, él admitía sus errores y había tratado de enmendarlos. Eso contaba. Además, ¿Acaso no podía acusársele a ella de parecerse al abuelo que tanto detestaba por cómo había tratado a su madre? ¿No se había negado él a retomar su relación con su única hija a pesar de que sus actos demostraban lo mucho que la echaba de menos? ¿Qué era lo que le había impedido acercarse a ella? ¿El orgullo? ¿La testarudez? ¿O tal vez, como Pedro había dicho, la negativa a admitir sus errores? Paula ya nunca lo sabría porque era demasiado tarde. Los muertos no hablan. ¿Era eso lo que quería para sí misma? ¿Vivir el resto de su vida arrepintiéndose? ¿Llegar a vieja acosada por los demonios del pasado? Apenas fue consciente de que se había quitado el cinturón para lanzarse sobre la mampara que separaba la parte delantera de la trasera del vehículo.


—¡Llévame de vuelta! —gritó. Entonces, recordó que había un intercomunicador y apretó con fuerza el botón. —¡Llévame de vuelta! ¡Por favor, llévame de vuelta!


Aterrada de que el conductor no comprendiera lo que le estaba pidiendo, buscó las palabras que necesitaba en italiano.


—¡Porta mi a casa!


«Llévame a casa».


El chófer debió de percatarse del histerismo de los gritos de Paula porque detuvo el coche en seco. En cuestión de segundos, acompañado por un coro de furiosos cláxones, hizo un cambio de sentido y regresaron por el sentido contrario de la carretera que habían recorrido hasta aquel momento. Por muy rápido que fuera, nada era suficiente para ella. La agitación que sentía era tal que, cuando llegaron a la verja de entrada de la mansión de Pedro, no esperó en el interior del vehículo a que esta se abriera. Descendió inmediatamente. Tomó por sorpresa a los periodistas y se abrió paso a través de ellos para colarse por el hueco que ya se había abierto en la verja. Entonces, echó a correr hasta la puerta principal de la casa. Abrió la puerta y entró corriendo en el interior.


—¡Pedro! ¡Pedro!

miércoles, 19 de marzo de 2025

Engañada: Capítulo 75

De alguna manera, Paula consiguió llegar hasta la puerta principal sin tambalearse. Las piernas la sostuvieron. Todas sus posesiones a excepción de su bolso y sus sandalias habían desaparecido. Supuso que Luis las había metido ya en el coche. Se frotó los ojos y se puso las sandalias. Debería haber dejado los botines. Tendría que rebuscar en la maleta antes de facturarla para que los pies no se le enfriaran. Odiaba tener los pies fríos. Lo último que hizo antes de abandonar la mansión de Pedro fue sacar las gafas de sol del bolso y ponérselas. El sol resultaba abrasador a aquella hora. Atravesó la puerta y comenzó a andar con cuidado para no caerse. Antes de que llegara al coche, los flashes de las cámaras comenzaron a tomarle fotografías desde el otro lado de la verja de entrada. Sin embargo, ella apenas se percató, como tampoco lo hizo de los gritos con los que los periodistas trataban de atraer su atención. El chófer salió y le abrió la puerta trasera. Cuando Paula se hubo acomodado en su interior, el vehículo comenzó a avanzar lentamente hacia la verja. Esperó unos instantes hasta que esta se abrió y después la atravesó. Las lentes de las cámaras trataban de enfocarla mientras los flashes volvían a dispararse una y otra vez. Por suerte, los cristales tintados del coche impidieron que pudieran tomar imagen alguna. De repente, todo quedó atrás. Las cámaras desaparecieron a medida que el automóvil fue tomando más velocidad. Rebecca, por fin, se marchaba a casa. Apretó la mejilla contra la puerta y cerró los ojos. Una lágrima se deslizó por debajo de las gafas de sol y le cayó hasta la barbilla. Cuando se la secó, otra más siguió el camino de la anterior. Las gafas de sol no tardaron en estar tan empapadas que tuvo que quitárselas. A medida que recorrían los kilómetros y se alejaba más de Enzo, mayor era la angustia que le atenazaba el corazón. Vió el cartel que indicaba el aeropuerto y se preguntó en qué aerolínea le había reservado Pedro el asiento. Conociéndolo, seguramente en la más lujosa y, por supuesto, en primera clase.


En menos de cinco horas, deberían haber estado tomando el avión privado de Pedro para trasladarse a Mauricio para pasar la luna de miel. Él había sugerido aquella isla porque era un paraíso que nunca había visitado antes. Había querido que ambos experimentaran aquel lugar por primera vez juntos. A Paula no le había importado el destino mientras los dos estuvieran juntos. Se apretó los dedos contra la frente y trató de borrar sus pensamientos. ¿Qué ocurriría con las maletas que ella había preparado para la luna de miel? Luis se las había llevado, así que podría ser que estuvieran en el coche… En cuanto se le formó aquel pensamiento, recordó la imagen de Pedro contra el umbral de su dormitorio. Se reía por la cantidad de ropa que ella estaba tratando de meter en las maletas abiertas.

Engañada: Capítulo 74

 —Tonterías.


—¿Sí? Te sentiste la tercera en discordia en el matrimonio de tus padres.


—Otra vez no. Por última vez te digo que jamás quise decir eso.


—Lo sé, pero lo hiciste y gracias a eso lo he comprendido todo. Tu padre tuvo un ataque al corazón mortal días después de que tu madre muriera —dijo, con la voz llena de compasión.


—¿Y qué tiene que ver eso?


—Todo. En su dolor, él te dejó atrás y te dejó sola.


Paula palideció.


—Pensaba que no podías caer más bajo de lo que has caído ya… — susurró Paula con voz muy ronca. —Mi padre tenía exceso de peso. Estaba sufriendo mucho por la muerte de mi madre. Su corazón no pudo soportar la tensión.


—No lo dudo, como tampoco dudo que él te amara, así que no pienses por un instante que es eso lo que estoy diciendo. Tu padre no eligió tener un ataque al corazón de la misma forma que el mío no quiso tener un aneurisma. Sin embargo, eso fue lo que ocurrió. Mi padre me quería igual que los tuyos te querían a tí. De lo que estoy hablando es de tu percepción del lugar que ocupabas en tu familia. Vivías bajo la sombra del amor que tus padres se tenían el uno por el otro. Lo describiste tú misma como una fábula y entiendo por qué. Eran como Romeo y Julieta de hoy en día, pero con un final feliz. Por todo lo que me has dicho, eran muy felices y se querían tanto al final de sus días como cuando se casaron. Sin embargo, en algún momento, tú empezaste a creer que se querían más el uno al otro de lo que te querían a tí y que fue por ese amor que te dejaron sola.


Paula dió un paso atrás para alejarse de él.


—He pensado en muchas cosas no demasiado agradables en estas veinticuatro horas, pero jamás creía que pudieras ser tan cruel.


Pedro se giró para darle la espalda.


—Te prometí que jamás volvería a mentirte, pero eras tú la que querías esta conversación, cara, no yo. Yo ya te he dicho lo que quería decir. Solo quería que me dejaras solo para ahogarme en el alcohol. Cada minuto más que pasas aquí, ahonda más en la herida…


Cuando Pedro terminó de hablar, se sirvió otro vodka y Paula dió otro paso atrás.


—En ese caso, me marcharé.


—Bien. No te olvides del sobre. La dirección de mis abogados en Inglaterra está ahí. Cuando decidas qué es lo que quieres hacer con las acciones, ponte en contacto con ellos y ejercerán de intermediarios entre nosotros. Te estaré muy agradecido si no te vuelves a poner en contactoconmigo. Creo que lo mejor para los dos será que nuestra ruptura sea limpia.


—Yo también lo creo…


¿Cómo había podido Paula pensar que sería más limpia así? ¿En qué había estado pensando? Después de todo lo que habían pasado, marcharse así fue un infierno para ella. Cuando tomaba el sobre, vió que Pedro levantaba la cabeza. Sin embargo, cuando se dispuso a abrir la puerta las lágrimas la cegaban.


—Paula…


—¿Sí? —respondió ella ahogando un sollozo.


Pedro habló tan bajo que ella tuvo que concentrarse para escuchar lo que él le decía.


—No sé si te equivocas sobre lo que piensas de tus padres, pero sé que te querían mucho. Muchísimo. Cuando tu abuelo vigilaba a tu madre, hacía que le tomaran fotografías. En una ocasión, ví algunas de ellas. Tú debías de tener doce o trece años. Estabas disfrutando de un picnic con tuspadres. No sé qué estabais celebrando, pero recuerdo sentir envidia por el modo en el que tu madre te miraba. Mi madre jamás me ha mirado así a mí.


Paula abrió la puerta.


—Una cosa más.


Ella se detuvo para escuchar las últimas palabras que escucharía en labios de Pedro.


—Las expectativas que tienes del matrimonio no son poco realistas. Casados o no, te aseguro que siempre serás la persona más importante de mi vida.

Engañada: Capítulo 73

Con eso, Pedro se tomó por fin el vodka de un trago. Chascó los labios y se limpió la boca con el reverso de la mano. Completamente anonadada, Paula tardó un instante en recuperar la voz.


—Sinceramente, no me puedo creer lo que estoy escuchando. No estaba buscando una excusa para nada. No me puedo creer que me estés culpando a mí de tus mentiras. Renuncié a todo por tí. Jamás te habría dejado.


—No te estoy culpando de nada, cara. Todo esto es culpa mía. Yo lo creé todo y ahora tendré que vivir con las consecuencias durante el resto de mi vida —dijo. Entonces, estiró el brazo y miró el reloj. —Es casi la una. Deberías marcharte. Mi chófer te está esperando. Dile que no atropelle a ningún periodista a la salida. Es un excelente chófer y no me gustaría perderlo porque tuviera que ir a la cárcel.


Pedro estiró el brazo y estuvo a pocos milímetros de rozar a Paula. Por fin, agarró la botella de vodka.


—Por favor, Paula. Ya es hora de que te marches. Perdóname por no acompañarte a la salida, pero jamás me ha gustado el masoquismo.


Pedro destapó la botella, pero, antes de que pudiera servirse un poco más de vodka, Paula se la arrebató.


—Para seguir bebiendo tendrás que esperar un poco. Primero quiero que me digas por qué pensabas que estaba buscando una razón para dejarte. Sinceramente, es lo más ridículo que he escuchado en toda mi vida. Estaba loca por tí.


—Excelente uso del pasado de indicativo —murmuró él.


—¿Y qué esperabas? Has destruido mi confianza. Daría cualquier cosa por olvidarme de todo esto y volver a confiar en tí, pero no puedo.


—No puedo culparte, pero, más que no puedas, lo que creo es que no quieres —afirmó Pedro. Volvió a tomar la botella y se sirvió otro generoso vaso de vodka, que no tardó en llevarse a los labios. —Vete, Paula. Ya he dicho todo lo que tenía que decirte. Márchate y déjame que beba a gusto.


La furia se apoderó de ella. Antes de que Pedro pudiera beber, le dió un manotazo en el vaso y derramó todo el licor sobre la camiseta que él llevaba puesta.


—No me digas lo que crees que quiero decir. Dije que no puedo y es que no puedo. Ahora, quiero que me digas de dónde has sacado la idea de que yo estaba buscando una excusa para dejarte.


Pedro apretó la mandíbula y se sacudió la camiseta. Sin decir palabra, se sirvió otro vaso y se lo tomó de un trago. Cuando se giró hacia ella de nuevo para mirarla, había un brillo peligroso en sus ojos.


—No poder es una excusa. No querer es algo sincero. Siempre has dudado de mis sentimientos por tí.


—¡Y no parece que me falten motivos!


Pedro se acercó a ella y la miró fijamente.


—Te amo. Siempre te he amado. Y siempre te amaré. Sería capaz de andar por encima de cristales rotos si con ello consiguiera que me des otra oportunidad. Sin embargo, no lo vas a hacer porque tienes miedo. De esto traté de hablarte anoche, pero no quisiste escucharme. Nunca creíste en mi amor porque tus propias inseguridades te hacen dudar demasiado de tí.

Engañada: Capítulo 72

Paula ansiaba creer lo que Pedro le acababa de confesar. Ansiaba perdonarlo. Se levantó como pudo a pesar de lo que le temblaban las piernas y se dirigió al bar.


—No te puedes imaginar lo que ha supuesto para mí tenerte en mi vida —dijo él mientras Paula, a tientas, buscaba dos vasos. A tientas porque tenía los ojos llenos de lágrimas. No tuvo que ver para sentir que Pedro se ponía de pie y se acercaba a ella. —Antes de que tú aparecieras, yo disfrutaba de mi vida y de las ventajas de mi dinero, pero siempre me parecía que me faltaba algo. Jamás comprendí lo que era hasta que te conocí a tí. Lo que me faltaba eras tú.


Tras haber servido en los dos vasos una buena cantidad de la primera botella que encontró, Paula le lanzó el vaso a Pedro por encima de la barra del bar y tomó un buen trago del suyo. Vodka. Lo suficientemente fuerte para hacer que los ojos se le llenaran de lágrimas y le ardiera el pecho. Lo suficientemente fuerte para aclararle el pensamiento de la bruma que se lo había envuelto tras escuchar a Pedro.


—¿Sabes una cosa, Pedro? Hablar es muy fácil —le dijo sin mirarlo. —Quiero creerte. Daría lo que fuera por creerte. Sin embargo, no puedo hacerlo.


Se bebió el resto del vodka de un trago y, tras dejar con un fuerte golpe el vaso sobre la barra, se giró para mirarlo. Él estaba observándola, con los brazos cruzados.


—Lo siento, pero ya no eres un adolescente —añadió ella. —Eres un hombre de treinta y tres años, que tiene muchísimo dinero, un dinero que has logrado conseguir gracias a tu duro trabajo. Me resulta increíble creer que tenías miedo de perderme por decirme la verdad si la culpabilidad llevaba meses devorándote tal y como afirmas.


Pedro la miraba muy fijamente. Entonces, se acercó a la barra y tomó el vodka que ella le había servido.


—¿Qué día es? —preguntó.


—Domingo.


—Eso es. Domingo —dijo él. Levantó la copa y la miró fijamente.


—Un día en el que los negocios están cerrados. ¿Acaso no te has parado a pensar cómo he podido transferir las acciones a tu nombre y añadir tu nombre al negocio en un espacio de tiempo tan breve teniendo en cuenta que lo he hecho en fin de semana?


—Porque eres Pedro Alfonso y siempre te sales con la tuya en todo.


—Te aseguro que no soy capaz de andar sobre las aguas —afirmó él.


—He podido hacerlo con tanta rapidez porque ya había empezado a dar los pasos necesarios. Mi plan era darte todos los documentos la mañana después de nuestra boda y confesártelo todo. Mi única esperanza era que, al estar casados, te sentirías obligada a tratar de perdonarme. Sin embargo, no me has perdonado, ¿Verdad?


Paula parpadeó rápidamente para bloquear las lágrimas que le abrasaban los ojos y tragó saliva.


—Supongo que ya nunca lo sabremos.


Pedro sacudió la cabeza y se llevó el vodka a los labios. No llegó a beber y volvió a dejarlo sobre la barra.


—No. No me habrías perdonado. Ahora lo entiendo. Y también comprendo por qué no pude conseguir decírtelo. Jamás comprendí por qué la idea de decirte la verdad me provocaba un frío gélido en el pecho cuando eres la mejor persona que he conocido nunca. Tienes una cierta calidez, Rebecca, que en mi mundo es escasa. Dio, te ganaste a Robina en diez minutos, cuando normalmente ese es el tiempo que ella tarda en decidir que odia a alguien. Ví todas las tarjetas de despedida que te dieron tus compañeros de trabajo. De los niños, los padres, de tus compañeros… Todos te querían mucho. Una mujer como tú… Sin embargo, ahora lo comprendo. Lo ví claro anoche. Te oculté la verdad porque supe en mi corazón que estabas buscando un motivo para terminar conmigo. Descubrir el testamento de tu abuelo fue la excusa que estabas buscando. Si no hubiera sido esa, habrías encontrado otra cosa.

Engañada: Capítulo 71

 —Sí. Tienes que escuchar esto también, igual que yo necesito decirlo. Ya no nos vamos a seguir escondiendo, Paula. Es demasiado tarde para eso. Ya te dije anoche que tu virginidad lo cambió todo para mí. Mi conciencia no me permitía llevarte a la cama, pero seguía existiendo una lucha en mi interior. Si me hubiera dado cuenta de lo que me estaba ocurriendo en vez de tratar de justificarme continuamente por mis actos, te lo habría confesado todo. Ojalá lo hubiera hecho antes.


—Eso digo yo —susurró ella.


—Cara, jamás me perdonaré por lo que te hice. Dejé que mi dolor y mi furia me empujaran a la venganza contra una mujer que no había hecho nada para merecérselas aparte de existir. Yo estaba completamente preparado para detestarte, pero, al conocerte, me resultó imposible odiarte. Sacaste algo en mí que no fui capaz de entender porque nunca lo había sentido antes. Ojalá hubiera comprendido qué me estaba ocurriendo antes de pedirte matrimonio —murmuró mientras se mesaba el cabello. —Me hiciste esperar tanto tiempo que pensé que el corazón se me iba a parar en el pecho. Cuando por fin me dijiste que sí… Jamás me he sentido así. Fue en ese momento cuando comprendí que te amaba y, desde entonces, llevo viviendo con el miedo de perderte.


Paula sintió que se le doblaban las piernas y tuvo que volver a tomar asiento.


—¿Por qué me estás haciendo esto? ¿Acaso no me has hecho ya suficiente daño?


—Te aseguro que, si pudiera borrar todo el dolor que te he causado y sufrirlo yo todo, lo haría. Quería decirte la verdad. Sabía que casarme contigo tras haberte mentido tanto era imperdonable. Lo intenté en muchas ocasiones a lo largo de los meses que estuvimos juntos antes de la boda, pero el miedo… —confesó golpeándose con fuerza en el pecho. —Nunca he conocido miedo como ese. Era peor que el que sentí cuando pensaba que mi madre podría terminar en la cárcel. Me sentía tan frío imaginándome mi vida sin tí porque, por primera vez, había encontrado la felicidad de verdad. Sin embargo, cuanto más lo dejaba, más frío me sentía… 


Se pasó una mano por el pelo.


—He pensado en lo que me dijiste de sabotear nuestra boda y creo que podrías estar en lo cierto —admitió con una leve sonrisa en los labios.


—Tu abuelo me enseñó la ironía y tengo que admitir que resulta irónico que, si siguiera con vida, habría sido él a quien habría acudido. No lo sé…—observó mientras se encogía de hombros. —No estaba pensando bien cuando le confesé a mi madre lo que pasaba y, ciertamente, la dos botellas de vino tinto tampoco ayudaron. Sin embargo, cuanto más se acercaba la boda, más difícil me resultaba vivir con lo que te estaba haciendo. Sabía todo a lo que estabas renunciando por mí. Te aseguro que nunca tuve la intención de contarle nada a mi madre, al menos no conscientemente. Aunque sé que soy el único culpable, tampoco la podré perdonar a ella, porque mi madre decidió vengarse de mí sabiendo que destruiría lo único que me importaba más que nada en el mundo. Tú. Y el amor que sentías por mí.

lunes, 17 de marzo de 2025

Engañada: Capítulo 70

Paula, que había dejado de intentar imaginarse en otro lugar, sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho.


—Después de su diagnóstico, tu foto pasó a su mesilla de noche. Siempre la estaba mirando… Tras su muerte, empecé a odiar tu rostro.


Ella lo miró con aprensión.


—Sí, Paula —prosiguió Pedro. —Admito que te odiaba. Yo era lo más parecido que Roberto tenía a una familia. Su esposa y su hija habían muerto y su nieta no quería nada con él. Fui yo el familiar más cercano mientras estuvo en el hospital, quien le organizó la ayuda a domicilio durante las veinticuatro horas del día y quien se mudó a la habitación de invitados para asegurarme de que no se escatimaba nada en su cuidado. Hice todo eso porque lo quería como si fuera de mi sangre. Entonces, leí su testamento y me enteré de lo que había hecho. Me había traicionado por la nieta que lo había rechazado y a la que solo había visto en fotografías — añadió con una horrible sonrisa en los labios. —Lo dejó todo preparado para que nos tuviéramos que conocer. No sé si predijo también la reacción que esa cláusula produciría en mí. Te aseguro que valoré todas las opciones, pero mi corazón estaba lleno de venganza… No dejo de ser hijo de mi madre en ese sentido. Tú te convertiste en el objetivo de esa venganza, Paula Chaves. Hice que siguieran todos y cada uno de tus movimientos. Te tenía vigilada constantemente. Sabía que sería fácil seducirte por mi dinero y por el físico con el que he sido bendecido. Las mujeres son fáciles para mí. No hay ni una sola mujer que yo haya deseado que no haya terminado deseándome a mí. Entonces, se me presentó la oportunidad y, por fin, me encontré cara a cara con la mujer de la que ansiaba vengarme.


Pedro se interrumpió un instante para tomar otro trago de whisky. Cerró los ojos mientras se tomaba hasta la última gota.


—Te imaginé como si fueras una especie de Medusa, pero, al conocerte… Eras tan agradable —dijo con incredulidad. —Créeme. No estoy acostumbrado a que las mujeres sean agradables conmigo. Estoy acostumbrado a las calculadoras. Sin embargo, tú eras agradable e ingeniosa. Y tu sonrisa… Dio tu sonrisa. Sin embargo, estaba decidido y seguía enfadado y dolido, aunque mi conciencia se iba haciendo escuchar con más fuerza a cada día que pasaba. Recuerdo la primera vez que nos besamos… Me parece que aún siento ese beso. No te creerías si te dijera lo que me hizo sentir. Ni yo mismo lo podía creer. Me sentía como si me hubieras drogado. Y la noche que me dijiste que eras virgen… —susurró. Levantó la mano para frotarse la frente. —Creo que en ese momento ya estaba enamorado de tí.


—¡No!


Paula exclamó aquella palabra casi sin que fuera consciente de que la había pronunciado ni de que se había puesto de pie.

Engañada: Capítulo 69

 —Claro que te quería, Paula.


—Ni siquiera me conocía.


—Tenía la fotografía de tu graduación encima de su escritorio.


Paula levantó el rostro y lo miró extrañada.


—¿Y cómo la consiguió?


—No lo sé. Tu abuelo era un hombre de recursos. Jamás dejó de estar pendiente de tu madre a lo largo de los años. La fotografía de tu graduación reemplazó una más antigua en la que tú aparecías soplando las velas de tu pastel de cumpleaños. Eras solo una niña, aunque no recuerdo la edad que podrías tener en esa foto. Tal vez diez años. Tu graduación lo llenó de orgullo. No tener contacto contigo fue de lo que más se arrepintió en el momento de su muerte y creo que por eso hizo lo que hizo con su testamento.


—¿Me estás diciendo que te fastidió a ti porque se arrepentía de no tener relación conmigo? Claro, cómo no he podido darme cuenta antes — comentó Paula en tono de burla.


—Cuando murió, tu abuelo amaba a dos personas. A tí y a mí. Te amaba a tí porque tienes su sangre y me amaba a mí porque, lo que empezó como una relación empresarial en la que él era el maestro y yo el aprendiz, se convirtió en una amistad con un gran respeto mutuo. Nos teníamos mucho cariño. Incluso cuando Alfonso creció y mi riqueza comenzó a multiplicarse, nuestra amistad perduró en el tiempo. Tengo la certeza de que su idea de incluir esa cláusula en su testamento era su manera de conseguir que tú y yo estuviéramos juntos.


Los delfines con los que Paula trataba de imaginarse nadando se evaporaron en la nada. Miró con incredulidad a Pedro.


—¿Te has bebido la botella entera de whisky mientras yo estaba recogiendo mis cosas?


—Debería haberlo hecho —replicó él mientras le mostraba el vaso a la mitad. —Esta conversación habría sido más fácil.


—No seré yo quien te lo impida.


—Voy a esperar hasta que te marches para hacerlo. Por el momento, prefiero tener la cabeza despejada. Además, no quiero que pienses que todo esto sale de la boca de un borracho —comentó con una triste sonrisa.


—Estoy seguro de que esto era lo que quería tu abuelo. Que tú y yo termináramos juntos. A menudo, me mostraba tu fotografía y me decía lo guapa que eras y que yo sería un hombre con suerte si conseguía casarme contigo. Yo pensaba que solo eran las palabras de un abuelo orgulloso, pero ahora… —añadió tomando otro sorbo de whisky—… tú y yo éramos las dos únicas personas a las que quería y las únicas que le quedaban cuando murió.

Engañada: Capítulo 68

 —Está cerrada con llave. Si la quieres, la tengo en el bolsillo trasero. La puerta del comedor también está cerrada —dijo mientras ella se daba la vuelta lentamente para mirarlo. —Vas a escuchar lo que tengo que decirte, Paula —añadió, con una voz implacable que le provocó a ella escalofríos por la espalda. 


—No me llames así.


—Paula. Paula Chaves. Un hermoso nombre para una hermosa mujer. Paula, he respetado tus deseos sobre lo que puedo y no puedo decir, pero ahora me voy a referir a tí…


—No lo hiciste por respetar mis deseos, sino porque sabía que destruiría el negocio si no lo hacías.


—¿Cuándo vas a comprender que ya no me interesa ese negocio? — le espetó él levantando la voz por primera vez. —Accedí a lo que me pedías porque esperaba que, con el tiempo, conseguiría negociar contigo y terminarías por darte cuenta de la verdad. Sin embargo, te niegas a abrir los ojos y ver que ya no me queda nada por destruir. Hunde Schulz Diamonds si es lo que deseas. Destruye todas mis empresas, no me importa. Ve ahí fuera y cuéntale a esos periodistas y a todo el mundo lo que te hice. No me importa. En el momento en el que te marches de aquí, mi vida tal y como es ahora se habrá terminado. Sin embargo, no voy a consentir que te marches sin escuchar toda la verdad. Por lo tanto, si quieres marcharte antes de la una, te sugiero que te sientes, me dejes hablar y me escuches.


El corazón de Paula latía a toda velocidad. Tenía tres opciones. La primera era marcharse de allí por la puerta que Pedro ocupaba, enfrentándose a él si era necesario. La segunda, tratar de romper el cristal de las puertas del patio y la tercera sentarse y escuchar lo que él tuviera que decir. La segunda era la que le resultaba más interesante. Era, con mucho, la menos dolorosa a pesar de que, seguramente, sufriría cortes por el cristal. En la primera, enfrentarse a Pedro significaría tener que tocarlo, olerlo. Experimentar todo lo que le provocaba un absoluto colapso de los sentidos. Y en cuanto a la última, sentarse y escuchar significaba… Nada. Se dió cuenta de que Pedro no podía obligarla a escuchar. Si se concentraba lo suficiente, podría ignorar sus palabras. Con toda la dignidad que pudo reunir, volvió a tomar asiento y se bebió lo poco que le quedaba en el vaso de su gin-tonic. Entonces, se cruzó de brazos y piernas.


—Adelante. Empieza.


Pedro respiró profundamente y asintió. Volvió a retomar su asiento y la miró con intensidad.


—Tu abuelo era un hombre hecho a sí mismo. Empezó con nada. Despreciaba a tu padre, no porque hubiera tenido que dejar de estudiar o por el trabajo que tenía, sino por su falta de ambición. Para tu abuelo, la ambición era igual al éxito. Vió en mí un espíritu gemelo, un joven al que podía moldear del modo que tu madre se negaba a permitirle. Estoy seguro de que esta es, en parte, la razón por la que llegó al punto de apartar a tu madre de la familia: Que ella se negara a ser su copia perfecta en forma de mujer.


En aquellos momentos, Paula estaba tratando de imaginarse en una playa, en algún lugar cálido y paradisíaco, sintiendo el agua del mar lamiéndole los pies. Se dió cuenta de que estaba tratando de imaginarse su propia versión idealizada de la isla de Mauricio y, rápidamente, trató de verse en otro lugar. Se suponía que iban a ir de luna de miel a Mauricio.


—Siempre esperó que ella regresara con el rabo entre las piernas. Nunca pensó que se marcharía tan joven. Nadie lo piensa nunca. Esperamos que los que amamos lleguen a una avanzada edad antes de morir. Ningún padre espera perder a sus hijos. La temprana muerte de tu madre desató sus demonios. Jamás dejó de amarla. Y siempre te quisomucho a tí.


Paula lanzó un bufido de incredulidad.

Engañada: Capítulo 67

Sabiendo que sería un acto infantil negarse después de todas las molestias que Pedro se había tomado para reservarle el vuelo, algo que a ella no se le había ocurrido, Paula se sentó y tomó un sorbo de la ginebra que él le había preparado. ¿Por qué no se le había ocurrido reservar el billete? No se le había pasado por la cabeza, ni siquiera cuando pensó en salir huyendo en medio de la noche.


—¿Tienes hambre? —le preguntó él.


—No.


—Yo tampoco —replicó él. Tomó otro sorbo de whisky, más grande que el anterior, y acunó el valso entre las manos. —¿Y las acciones, Pedro?


Él apretó los labios y se encogió de hombros. Una oleada de sentimientos se reflejó en su rostro antes de que sus rasgos se transformaran en una expresión inescrutable.


—¿Recuerdas que te dije que tu abuelo había rechazado una oferta mucho mejor para su negocio por asociarse conmigo?


—¿Tiene esto alguna relevancia?


—Por supuesto. ¿Acaso no sientes curiosidad por saber la razón por la que tu abuelo escogió la opción más arriesgada asociándose con un joven cuya única joyería sufría pérdidas? Nuestro acuerdo sirvió para pagar sus deudas, pero, si hubiéramos fallado, se habría quedado sin nada.


—Si te soy sincera, no me importa —replicó ella pellizcándose el puente de la nariz. —Probablemente admiraba tu ambición o algo así. Sin embargo, no fallaste así que, ¿Qué importa?


—Yo aún no había demostrado nada, así que, en aquel momento, esa ambición no era más que un sueño. Yo creo que tu abuelo tomó ese riesgo  porque vió en mí la manera de apaciguar su conciencia por lo que le hizo a tu madre.


Paula se puso en pie tan de repente, que empujó la mesa y derramó el gin-tonic por toda la superficie.


—Me dijiste que querías hablar de las acciones y del negocio, no que querías darme una clase de historia.


—En realidad, es lo mismo.


—En ese caso, no quiero escuchar nada.


—Sé que no, pero como tienes la intención de marcharte de mi vida en cualquier momento, te pido que me concedas la cortesía de escuchar lo que tengo que decirte.


—No quiero tener que escuchar justificaciones sobre su comportamiento.


—No hay justificación para algo así. Jamás debería haber obligado a tu madre a elegir ni debería haberla echado de la familia por ello. Lo que le impidió hacer las paces con ella fue su incapacidad de admitir los errores.


Paula decidió que no quería seguir escuchando y se dirigió hacia la puerta.


—Olvídalo. No quiero saber nada de esto.


—Lo sé, pero es necesario.


—No.


Antes de que Paula pudiera llegar a la puerta, Pedro se le adelantó y la bloqueó. Se cruzó de brazos y la miró fijamente. En vez de discutir, ella se dió la vuelta y se dispuso a salir por la puerta francesa que daba al jardín.

Engañada: Capítulo 66

 —Recibí la notificación de la finalización del proceso mientras estábamos desayunando.


—¿Esta mañana?


Pedro no se disculpó.


—Considera el hecho de que no te informara en su momento otro gesto más en mi contra.


Paula volvió a dejar todas sus cosas junto a la puerta. Si lo hacía una vez más, dejaría huella sobre el hermoso suelo de terracota. A través de la ventana, vió que el enorme coche negro aparcaba una vez más en el mismo sitio que el día anterior. Atravesó descalza el vestíbulo y s e dirigió al salón, donde encontró a Pedro en el bar, sirviéndose un whisky. Sintió una verdadera sensación de déjà vu.


—¿Te apetece un gin-tonic? —le preguntó Pedro, sin volverse para mirarla.


—No, gracias. Solo quiero las acciones para poder marcharme — replicó. 


Ya no había más excusas. Aquello ya se había alargado más de la cuenta. Si se hubiera marchado inmediatamente después de huir de la catedral, no habría experimentado el gozo de hacer el amor con Pedro. Solo el tiempo sería capaz de decirle si lamentaría aquella decisión. En aquellos momentos, no quería pensarlo. Solo quería marcharse de allí mientras aún tenía el control de la situación. Él se dió la vuelta y le ofreció un vaso de ginebra prácticamente lleno hasta el borde.


—Ya te lo he preparado. Bébetelo. Las acciones y los documentos están sobre la mesa. Hay ciertos detalles al respecto de los que debo hablar contigo.


Paula vió el sobre.


—Ya hemos tenido tiempo más que de sobra para hablar.


No le dijo que podría haberle comunicado durante el desayuno que las acciones eran suyas y que podrían haber hablado de lo que fuera entonces.


—No era el momento adecuado.


Paula no respondió. Sacó los documentos del sombre y los examinó rápidamente. Pedro había cumplido su palabra.


—Puedes contratar a un abogado para que los revise, pero te aseguro que todo está en orden. Se han transferido digitalmente a tu nombre. En estos momentos, eres oficialmente mi socia.


Aquella frase dejó a Paula sin palabras. Nunca se había parado a considerarlo así. Como si él le hubiera leído el pensamiento, sonrió fríamente y levantó su whisky. Dio un largo sorbo y colocó la ginebra de ella sobre la mesa, al lado del cómodo sofá que a ella tanto le gustaba. Entonces, tomó asiento en un sillón.


—Consideré transferirte todas las acciones de Schulz Diamonds, pero no hubiera tenido ningún sentido. Lo habrías considerado otra actuación por mi parte.


Efectivamente. Eso sería precisamente lo que Paula hubiera pensado.


—Por favor, siéntate. Bebe. Lo que tengo que decirte no me va a llevar mucho tiempo. Te he reservado billete en un vuelo que sale dentro de tres horas. Te lo he enviado a tu correo electrónico. Tendrás tiempo de sobra para llegar al aeropuerto a la hora debida.


—Ah, vaya… Gracias.

viernes, 14 de marzo de 2025

Engañada: Capítulo 65

Se recordó que el propio Pedro se lo había buscado. Ella no tenía nada de lo que arrepentirse. Solo había sido un peón, no solo entre la partida entre él y su abuelo, sino también entre él y su madre. Sin embargo, le habría gustado que el dolor de sus sentimientos no la hubiera empujado a elegir una manera tan pública de cancelar la boda. No lo había hecho para castigarlo. La verdad era que no se había parado a pensar. Si lo hubiera hecho, le habría… ¿Qué? ¿Le habría dado la oportunidad de explicarse? ¿Pero explicar qué? ¿Su versión? En realidad, no había versión, solo la verdad y el testamento de su abuelo la había revelado. Enzo nunca la había amado. Era el peor de todos los mentirosos. La había utilizado para conseguir sus fines. «Podrías haberle dado una oportunidad». Cerró los ojos. No servía de nada ya. No podía cambiar el pasado, como tampoco le era posible a Pedro. Cuando él detuvo la Vespa frente al garaje, Paula miró el reloj. Eran las once cincuenta. Increíble. ¿Cómo había podido pasar el tiempo tan rápido? Cerró los ojos y respiró profundamente antes de quitarse el casco. Pedro no hizo ademán alguno por ayudarla. Se quedó de pie, con las manos metidas en los bolsillos, la mandíbula apretada y la mirada perdida en la distancia. Paula contuvo las palabras de disculpa por las verdades que le había lanzado en el apartamento. Solo le había dicho la verdad. Sin embargo, aquella actitud le estaba empezando a resultar insoportable. Se bajó de la Vespa y decidió, que, después de todo, aquello era lo que ella había deseado. Quería que hubiera distancia entre ellos. Cuando los dos entraron en la mansión, rompió por fin el silencio.


—Voy a recoger mis cosas —dijo.


Pedro asintió y habló por primera vez desde que le dijo que se vistiera.


—Le diré a Luis que baje las maletas.


—No es necesario. No pesan nada. Bueno —añadió, tratando de inyectar algo de humor a la situación, —sí lo son, pero he estado llevándolas de acá para allá, subiendo y bajando escaleras tantas veces últimamente que me van a salir músculos en los brazos.


Pedro ni siquiera sonrió.


—¿Adónde vas a ir?


—A mi casa.


—¿A Inglaterra?


—Es mi casa.


Pedro cerró los ojos. Pareció tratar de recuperar la compostura antes de inclinar ligeramente la cabeza y dar un paso atrás.


—Tendré listo el papeleo de las acciones.


—¿Ya están a mi nombre?


Faltaba una hora para que llegara el límite que ella le había impuesto. Sin saber por qué, se había imaginado que él trataría de posponerlo todo lo posible.