lunes, 24 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 20

Ella se reprimió una respuesta emotiva y contestó serenamente:


—Si eso fuera verdad, mi padre jamás habría creado Vinos Chavland.


Pedro se dió la vuelta, se cruzó de brazos y la miró de un modo que ella podía reconocer. A Paula se le encogió el estómago. Pero no quería recordarlo. Él había ido allí por una razón: Para demostrar que ella era incapaz de dirigir el lagar.


—No conozco la historia de Vinos Chavland —dijo él—. ¿Por qué no me la cuentas?


—Bueno…


¿Para qué quería que le contase la historia? Si a él no le importaba, no la respetaba. Pero no perdería nada contándole cómo había empezado su padre con el lagar. Tal vez así podría hacerle comprender a Pedro por qué veía ella las cosas de otro modo.


—Mi padre era el principal productor de vinos para Box Tree. Estaba en manos de una familia de la zona, pero en ese momento acababa de ser absorbida por Wesley, otro conglomerado internacional, como L’Alliance.


Él asintió.


—Conozco Wesley, por supuesto.


—Wesley estaba interesado en Box Tree sólo por su red de distribución y como base para vender sus bebidas alcohólicas en Australia. No estaban interesados en su reputación como buenísimo productor de vino. Decidieron reducir radicalmente la producción en un momento crucial, justo antes de la vendimia. Le dijeron a mi padre que no comprase uvas de los productores locales.


Paula tomó un sorbo de agua antes de continuar:


—Papá estaba destrozado. Él ya había hecho tratos con los productores de uva, y sabía que si no respetaba esos acuerdos, se arruinarían familias enteras, con las que él había crecido. Se negó a hacerlo.


Paula se sentó más derecha. El orgullo por la actitud de su padre le daba el coraje para continuar en el camino que se había trazado, para oponerse a L’Alliance.


—Mi padre consiguió respaldo económico de una empresa de Adelaide y compró uvas él mismo. Luego construyó este lagar en tiempo récord, prensó la fruta que había comprado, y nació Vinos Chavland. Juró usar siempre uvas de esta zona y no bajar los costes comprando la vid a precio más barato. Quería que toda la comunidad del valle se beneficiara de sus acciones. Si hubiera estado en ello por dinero, habría hecho las cosas de un modo diferente desde el principio.


Pedro se encogió de hombros.


—Comprendo lo que quieres decir con eso de construir sobre sentimientos —dijo él—. Pero tu padre querría que cambiases, si de eso depende que mantengas o pierdas el control de la empresa.


Ella pensó un momento.


—No, no lo habría querido. Habría querido que yo hiciera lo que debía hacer. El control de algo en lo que no crees no vale la pena.


Ella estuvo tentada de decir que el Pedro que había conocido hacía diez años habría pensado lo mismo, pero se calló. Era algo demasiado personal para comentarlo en aquel momento.


Buscó en un armario, sacó un par de alpargatas y se las ató.


—Voy a dar un paseo por el lagar —dijo mientras se incorporaba—. ¿Te apetece venir conmigo?



Después de presentarle a Pedro a su primo y principal productor de vino, Mauricio Chaves, Paula se marchó y los dejó conversando. Se marchó a buscar a Juan McGill, para ponerlo al tanto sobre un pedido de barriles. Cuando volvió, notó que Pedro estaba totalmente absorto en la conversación con Mauricio. Había sido buena idea dejarlos solos. Toda la tensión había desaparecido de la cara de Pedro. Parecía más relajado que con ella. 

Reencuentro Final: Capítulo 19

Paula vió que Pedro fruncía el ceño mirando la pantalla. Se levantó y sirvió dos copas de agua. Dejó una de ellas al lado de él.


—Gracias… ¿Paula?


—¿Sí?


—He estado viendo informes del negocio de los últimos años.


Paula se puso nerviosa. Aquél era el principio de su batalla por su lagar.


—¿Y?


—Pagas demasiado por las uvas que compras a los productores locales.


—¿Y?


—Podrías ahorrarle al negocio una suma de dinero significativa negociando mejores precios con los productores.


—¿Negociar?


A Paula se le hizo un nudo en el estómago. Sabía qué quería decir. Su padre había pasado por todo aquello hacía tiempo.


—¿Te refieres a presionarlos y ponerlos en una posición en la que no puedan rechazar vender su cosecha por una miseria?


—Se trata de un negocio, Paula, y si los productores no quieren vender más barato, compras las uvas en otra parte.


—Estás bromeando, ¿No? —ella se rió afectadamente, aunque no veía nada de gracioso en aquello.


—No. Podrías comprar más cantidad de uva por el dinero que te gastas ahora, y de esa forma podrías aumentar la producción de vino y la ganancia, por supuesto.


—Disculpa. No tiene sentido seguir con esta discusión, porque no va a suceder eso. De ningún modo.


Paula rodeó el escritorio y se sentó. Bebió agua para calmar sus nervios. Pedro suspiró. Un suspiro que parecía querer decir que no confiaba en ella como empresaria.


—Creí que tú, mejor que nadie, lo comprenderías —dijo Paula.


—¿A qué te refieres?


—Con tu historia… Tu padre fue quien me hizo comprender la importancia del terroir. El gusto del suelo, todo lo que constituye un entorno.


Pedro se echó atrás y la miró.


—De todos modos, tú tienes un negocio, no un hobby. Los accionistas tienen derecho a aumentar sus beneficios.


—No me trates con condescendencia, Pedro.


—No era mi intención hacerlo, y te pido disculpas si ésa es la impresión que te he dado. Sólo intentaba decirte que hay mejoras que deben hacerse en este negocio. Eres tú quien decide si aceptas mi consejo.


—¿Aceptar tu consejo? Lo que quieres decir es que tendré que cambiar totalmente la filosofía de este lagar para satisfacer a L’Alliance. Y si me niego a destruir aquello por lo que trabajó mi padre, y todo lo que soñó, me quitarás de un plumazo de mi puesto, ¿No es verdad?


Ella vió que él movía un músculo de la cara.


—Tú conocías la situación desde antes de que llegase yo.


—Sí, conocía la situación —dijo Paula—. Sabía que L’Alliance quería que yo desapareciera.


Pedro no respondió. Ella sabía que él no podía negarlo. Cuando ella había hablado con Francisco Asper, éste le había dicho que tenía todo su apoyo. Pero no le había creído. ¿Por qué si no, iban a haber puesto semejante condición en su oferta? Ella suspiró.


—Pedro, debes saber que no voy a comprometer la visión de mi padre acerca de este lagar. Su deseo fue que yo continuase su trabajo, y eso es lo que tengo intención de hacer. Si hago caso a tus recomendaciones, desaparecerá Vinos Chavland.


Pedro se puso de pie y fue hacia la ventana.


—Paula… —dijo de espaldas a ella—. En los negocios no hay lugar para los sentimentalismos. Si tuvieras más experiencia, lo sabrías. 

Reencuentro Final: Capítulo 18

Pedro abrió la puerta y Paula dejó de hablar y lo miró. Ella estaba sentada en el escritorio, agarrada a él, con las piernas colgando. Aquellos ojos verdes brillantes de alegría, y aquella sonrisa lo derretían. Luego se dió cuenta de la ropa que llevaba: Unos shorts y una camiseta que dejaba parte de su estómago al descubierto. Daba la impresión de tener dieciséis años, no casi treinta. Miró sus piernas bronceadas, y bajó hasta sus pies descalzos… Muy típico de Paula… Y en el tobillo, una cadena de oro que él le había regalado en París. No había duda. Sus eslabones tenían la misma forma de corazón… ¿La había usado desde entonces? ¿Recordaba de dónde procedía? ¿O era sólo una costumbre, como llevar un reloj de pulsera todos los días? 


—Buenos días, Pedro —dijo Paula bajando del escritorio—. Quiero presentarte a nuestro director de viñedos, Benjamín Bauer.


Pedro giró la cabeza hacia la izquierda y se encontró con un hombre de su edad aproximadamente, que estaba extendiendo la mano para saludarlo. Mecánicamente, le dió la mano. Así que aquél era el hombre que la ponía tan contenta…


—¿Qué tal vas?


Pedro pestañeó.


—¿Voy adónde?


Benjamín lo miró. Pedro le devolvió la mirada. Se trataba de una emoción irracional, pero se sintió celoso de aquel atractivo hombre, y de la evidente comodidad que sentía Paula en su presencia.


—No ha sido una pregunta literal —dijo Paula—. Quiere decir: «¿Cómo estás?», como ¿Comment allez-vous?


Pedro se mostró impaciente.


—Claro… Estoy bien, gracias —dijo Pedro a Benjamín.


Benjamín sonrió con una sonrisa amplia, de dientes blancos que lo hacía parecer más atractivo.


—Será un placer mostrarte los viñedos —dijo Benjamín—. Hay ciento cincuenta hectáreas en total. Cuarenta y cinco de Shiraz, cuarenta de Semillon, veinticinco de Merlot, veinte de Cabernet Sauvignon, dieciséis de Riesling, dos hectáreas de Mourvedre y dos de Grenache —Benjamín tomó aliento—. Y luego están los otros productores de vid…


—Benjamín hace la función de coordinador de productores de vid, cuyos viñedos están distribuidos por el Barossa, hacia el sur, hasta Williamstown, y por el norte hasta Ebenezer. Nos parece que las diferentes condiciones ambientales para el cultivo, agregan complejidad a los vinos.


Pedro asintió.


—Bueno, seguramente estás muy ocupado —le dijo Pedro a Benjamín—. No quiero entretenerte —se alegró de que Benjamín comprendiera la indirecta.


Benjamín hizo un asentimiento a Paula y se marchó.


—Ya nos veremos —gritó desde la puerta.


Cuando Pedro volvió a mirar a Paula, ésta pareció sorprendida. Luego se irguió y dijo: 


—¿Quieres conectar el ordenador a la línea de teléfono?


—Sí, por favor.


¿Se habría enfadado Paula porque le había interrumpido su encuentro con el atractivo Benjamín? 


Paula le señaló dónde enchufar el ordenador, y se concentró en el monitor de su propio ordenador. 

Reencuentro Final: Capítulo 17

Muy temprano por la mañana del día siguiente, puesto que no había podido dormir, Pedro se levantó. No le había mentido a Germán cuando le había dicho que le gustaba correr, no sólo porque le gustaba hacer un poco de esfuerzo físico, sino porque le servía para relajar el estrés.  Normalmente solía poder desconectarse de sus pensamientos y concentrarse en los músculos. Pero aquella mañana, no. No después de pasar la noche con Paulette, Paula, se corrigió. Ella le había dejado claro que no quería que él usara aquel nombre. No era fácil hacerlo. Había sido Paulette durante diez años para él, cada vez que pensaba en ella. Y habían sido muchas veces, más de las que él hubiera querido. ¿Cómo había podido Paula tener una relación con Germán? Menos mal que habían terminado, porque era un hombre que no tenía nada que ver con ella. Ella necesitaba un hombre que la valorase tal cual era, que no quisiera cambiarla, que… Una piedra le golpeó el tobillo, se agachó y se lo frotó. El trabajo que le habían asignado sería el más difícil de su vida. Aunque en realidad lo único que tenía que hacer era ver qué métodos empleaba Paula para dirigir su empresa. Y si la junta directiva no estaba de acuerdo con ellos, tendría que apartarla de su puesto. Pero para eso tenía que trabajar con ella. Era lo suficientemente maduro y tenía la suficiente experiencia como para no volver a enamorarse de ella. Pero el problema era que nunca había superado la relación que había mantenido con Paula.


Pedro se irguió y empezó a caminar nuevamente. Esperaba que Francisco le diera el puesto y la promoción que le había prometido. Ésa era la única razón por la que había aceptado hacer aquello. El nuevo trabajo era crucial para su futuro. Sin un domicilio permanente, no tenía ninguna posibilidad de ganar la custodia de su hijo.  Había decidido no ponerse traje por el calor, y se había puesto unos pantalones grises y una camisa blanca de algodón de manga corta. Con el ordenador portátil, se dirigió al lagar. A lo lejos vió una camioneta blanca que se detuvo cerca de la entrada de la oficina. Luego se fijó en una vid que crecía al lado del camino. Era la vieja vid de Shiraz de la que había hablado Paula. El padre de Paula había hecho bien en salvarlas. No desde el punto de vista sentimental, sino porque había sido bueno desde el punto de vista del negocio. La etiqueta de Century Hill tenía prestigio entre los conocedores, y aunque él no lo había probado hasta el día anterior, comprendía por qué lo valoraban. Miró el paisaje y una vez más recordó aquél en el que había transcurrido su niñez:Los viñedos Alfonso. Agitó la cabeza. ¡Qué absurdo, tener imágenes de su niñez! E inútil… El hogar de sus padres ya no existía. No podía volver a él. Cuando llegó al pie de la colina y fue a abrir la puerta de la oficina de Paula, oyó su voz, vibrante y melódica. Luego su risa. Evidentemente, estaba conversando con alguien que le caía bien. Recordó cuando solía hablarle a él de aquel modo, y lamentó que ahora fueran tan reservados y corteses. 

Reencuentro Final: Capítulo 16

 —Creo que tomaremos el café dentro —dijo Paula mientras preparaba la bandeja.


La llevó a la mesa, donde se sentaron.


—¿Cuánto tiempo hace que sales con Germán? —preguntó él. 


Ella se sorprendió.


—Algún tiempo.


—Sé que no es asunto mío, pero no parece tu tipo.


Paula le dió una taza, y tomó un sorbo de la suya.


—Pero ya no saldremos más, de todos modos.


Él alzó las cejas como preguntando.


—Hemos roto.


—Lo siento.


Paula dejó la taza en la mesa.


—No lo sientas. No era una relación seria.


Él asintió.


—¿Y tú? —preguntó ella—. ¿Cuánto tiempo estuviste casado con Giselle?


—Tres años —dijo él después de un momento.


—No es mucho tiempo.


—Bastante.


—¿Para tener un niño?


Él se encogió de hombros.


—¿Cuántos años tiene ahora él?


—Nueve.


Ella hizo un cálculo rápido. Debía de haberse casado con Giselle poco después de que ella se hubiera ido. Aquello le dolió.


—¿O sea que llevas separado siete años?


Él asintió.


Después de un momento de silencio, ella cambió de tema de conversación.


—Siento lo de tus padres —dijo Paula suavemente.


—Fue hace pocos años —respondió él.


—Lo sé.


Ella había lamentado no haberle expresado su pesar, pero no había sabido cómo acercarse a él.  Los padres de Pedro se habían jubilado y se habían marchado al sur de Francia. Allí había sido donde habían sufrido el accidente de coche en el que se habían matado ambos.


—Debió de ser un golpe terrible para tí.


—Fue peor para Luciana —Pedro se pasó una mano por el pelo—. Tuve que decírselo.


La hermana de Pedro aún debía de haber estado en el colegio en aquel momento, y ella sintió pena por la niña. Debía de haber sido terrible tener que darle la noticia de que sus padres, a los que ella adoraba, estaban muertos. En su caso, cuando había muerto su padre, no había tenido que preocuparse por nadie. En aquel momento, había lamentado no tener hermanos. Había odiado quedarse sola. Pero tal vez podría haber sido peor.


—Mmm… Está bueno —dijo ella, tomando un sorbo de café.


Él estuvo de acuerdo.


—Hasta que murieron, no supe que habían vendido los viñedos. Fue una sorpresa para mí…


Pedro puso un gesto de disgusto. Dejó el café y se puso de pie.


—Es tarde. Será mejor que me marche.


Ella lo miró.


—Lo siento. No me he dado cuenta de que el accidente aún era un tema doloroso para tí, si no, no habría…


—No lo es.


Paula miró el café de Pierre, prácticamente intacto. ¿Qué había dicho que lo había incomodado? ¿No quería hablar del tema de los viñedos? ¿Habrían discutido su padre y él? ¿No habría querido seguir los pasos de su padre y ahora se arrepentía? 

miércoles, 19 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 15

Paula corrió a la puerta de entrada y la abrió. Germán se estaba abrochando el cinturón de seguridad cuando ella llegó al coche. Le golpeó la ventanilla. Y aunque él puso los ojos en blanco, bajó el cristal.


—¿Qué quieres ahora? —protestó él.


Paula se agachó para hablarle.


—Germán, te lo digo en serio. Quiero que te quedes aquí. No puedo salir con alguien que bebe y conduce.


—Ya te lo he dicho. Tengo una reunión por la mañana temprano. Olvídalo, Paula. Me voy.


—Vale —Paula se irguió—. Entonces no creo que volvamos a vernos.


—Bien —cerró la ventanilla y aceleró.


Ella lo observó marcharse. Y a pesar de todo, sintió alivio. Agitó la cabeza y volvió a la casa. Tamara la estaba esperando.


—¿Qué ha ocurrido?


—Hemos roto.


—¿Y cómo te sientes?


—Bien. En realidad, ha sido la ruptura más fácil que he tenido.


Se miraron un momento. Luego Tamara le hizo señas.


—Nuestro invitado nos está esperando. Creo que está cansado.


Paula asintió y salió a la galería. 


—¿Quieres una taza de café antes de marcharte? —preguntó Paula cortésmente a Pedro.


—Si no es mucha molestia… —dijo Pedro.


—En absoluto. Prepararé tu cesta del desayuno mientras esperamos a que se haga el café.


—Para mí no, Pau —dijo Tamara desde la puerta—. Me marcho. Los veré mañana —sonrió a Pedro y luego se marchó dentro.


—Ten cuidado en la carretera —le dijo Paula.


—Siempre lo tengo.


Paula empezó a preparar el café. Pensó que a Pedro le gustaría cargado, como a ella. Desde que había estado en Francia se había inmunizado contra el insomnio que producía el café. Mientras preparaba la cesta del desayuno pensó en Germán. ¿Debería llamarlo más tarde para saber si había llegado bien? Suspiró. No, él no querría saber nada de ella, y discutirían otra vez. Mejor una ruptura limpia. Ella estaba mejor sin él. Lo sabía. Pero la idea de quedarse totalmente sola le producía dolor de estómago.


—¿Puedo poner estos platos en el lavavajillas?


Paula se sobresaltó cuando Pedro irrumpió en sus pensamientos.


—¡Oh! ¡Me has sobresaltado!


—Lo siento.


Ella lo miró y le dió un vuelco el corazón nuevamente.


—Sí, puedes hacerlo.


Le señaló el aparato y lo observó hacer la tarea.


—Entonces no eres totalmente inútil en la cocina, si eres capaz de hacer eso.


—No. Pero casi.


Él le sonrió, y ella contuvo la respiración y luego se dió la vuelta para poner agua hirviendo en la cafetera. 

Reencuentro Final: Capítulo 14

 —Estoy divorciado —dijo después de un largo momento.


Paula carraspeó.


—¿Te casaste con Giselle? —preguntó.


Pedro asintió.


Cuando se dió cuenta de que Germán y Tamara la estaban mirando, Paula desvió la mirada. No podía mirarlos. Sabía que sus ojos mostrarían dolor. Miró hacia los viñedos. No era de extrañar que se hubiera casado con Giselle. Ella sabía que la atractiva morena iba tras él. Habría sido la esposa perfecta para él: sofisticada, elegante… Francesa. Todo lo que no era ella, pensó. Y sin embargo, el matrimonio no había durado.


—¿Tienes niños? —preguntó Tamara. 


—Sí, un hijo.


—¿Sí? —preguntó Tamara poniendo tono de comprensión—. ¿Lo ves a menudo?


—No tanto como yo querría.


Paula lo miró. Y notó que había dolor en sus palabras.


—Como trabajo en adquisiciones y fusiones, siempre estoy viajando — dijo Pedro.


—Espera un momento. Es posible que sea un poco tonto, pero ha habido algo que no he entendido. ¿Se conocen de antes ustedes dos? —dijo Germán mirando a Pedro y a Paula.


Paula asintió.


—Bueno, podrían haberlo dicho —protestó Germán—. ¿Por qué lo mantienen en secreto?


—No es un secreto —dijo Paula.


—Paula hizo las prácticas con el padre de Pedro —comentó Tamara—. Yo lo sabía. Y también lo sabías tú probablemente, pero se te habrá olvidado.


—Oh, es posible… —dijo Germán sin molestarse en disimular un bostezo—. Bueno, ya está bien por hoy. Me voy a casa. Me alegro de haberte conocido, Pedro.


—Perdonen —dijo Paula, se puso de pie y siguió a Germán a la cocina— . No puedes conducir, Germán. Has bebido demasiado —dijo en cuanto hubo cerrado la puerta.


—Bueno, has sido tú quien nos ha servido el vino, para presumir delante de tu invitado. De todos modos, no he bebido tanto. No más que Tamara, y tú no le impedirás que conduzca, ¿No?


—Lo haría, si pensara que ha tomado tanto como tú. Pero ella apenas ha tomado dos copas, así que puede conducir. Quédate a dormir aquí, Germán. Vete por la mañana.


—No, tengo una reunión con clientes por la mañana temprano.


—¿Por qué siempre tenemos que tener esta discusión?


—Porque vives aquí, en este lugar apartado de la mano de Dios, y quieres que venga cuando se te antoja.


—¡Eso no es justo!


—¿Justo? ¡Te diré lo que no es justo, Paula! 


La puerta de la cocina se abrió y entró Tamara.


—¿Me prometen que no me pasará nada si entro? —preguntó.


Germán resopló. Luego se dió la vuelta y se marchó a la puerta de entrada.


—Germán, no te vayas —lo llamó Paula.


Pero él dió un portazo como respuesta.


—No eres su madre, Paula. No puedes decirle lo que tiene que hacer — dijo Tamara.


—Ya lo sé que no soy su madre —respondió Paula—. Pero no quiero que se mate. O que mate a alguien. 

Reencuentro Final: Capítulo 13

 —En realidad, no me gusta ir al gimnasio. Prefiero correr temprano por la mañana.


—Bueno, cada uno tiene su estilo. Tampoco he podido convencer a Paula de que venga conmigo. Es adicta al yoga.


—¿Y qué tiene de malo el yoga? —preguntó Tamara—. He pensado hacerlo yo también. Pau dice que es muy relajante.


—El ejercicio no es para relajar —dijo Germán—. Se supone que tiene que ser para revigorizar —se golpeó el pecho y luego dijo a Pedro—. A Paula le gustan todas las cosas hippies. Hasta ha empezado con esta nueva moda de meditar…


—La meditación no tiene nada de nueva —dijo Paula—. Algunas culturas la llevan practicando mucho tiempo. Y de todos modos, es mejor que estar sentada sin hacer nada…


Paula se calló cuando se dió cuenta de lo que había dicho. Se rió de pronto. Tamara también se rió, y luego Pedro, mientras Germán agitaba la cabeza, no muy divertido. Sólo le hacían gracia los burdos chistes juveniles. Ella no había intentado decir algo gracioso, había sido sólo un desliz de su lengua. Pero no obstante, la vida habría sido muy aburrida si no se hubiera reído de las pequeñas cosas.


—Iré a buscar el postre —dijo ella levantándose del asiento.


Se quedó delante del frigorífico con la puerta abierta, pero su mente estaba recordando a Pedro en París, riendo.


—¿Estás bien?


Paula se sobresaltó, y al darse la vuelta vió a Tamara dejando los platos en la encimera.


—Sí, ¿Por qué?


—Te fuiste corriendo de la mesa y has estado mirando el frigorífico desde que he llegado. ¿Sucede algo malo?


—Nada. Estaba pensando —sacó la tarta del frigorífico.


—Mmmm… Has hecho realmente mi postre favorito.


—Por supuesto, te dije que lo haría.


—Pero si Pedro hubiera estado en la carta de postres, no habría sabido qué elegir… —dijo Tamara.


Paula dejó caer el cuchillo que tenía en la mano y éste sonó en el suelo de cerámica. 


—Tami, debes dejar de decir cosas como ésa… Pedro ha venido en viaje de negocios.


—¡Eh! Si mezclamos los negocios con el placer, tal vez tengamos un informe a nuestro favor —se rió Tamara, y se marchó con copas limpias fuera.


Paula enjuagó el cuchillo. Luego siguió a su amiga. Tamara estaba sirviendo un vino dorado en las copas.


—Es un vino de postre estilo Vin Santo —dijo su amiga—. Se me ha ocurrido una idea: Que vengas a la cena de los productores de vino que tenemos mañana. Verás lo que opinan los consumidores de los vinos, y la importante herramienta de marketing que es la cena. Beth hace un gran trabajo.


Paula hizo un gesto como no dando importancia a lo que decía su amiga. Germán resopló.


—Aburrido. El vino es para beber, no para hablar sobre él —dijo articulando mal las palabras.


Paula lo miró. Seguramente Germán había tomado alguna copa de más.


—Me gustaría marcharme, si no le importa a Paula —dijo Pedro.


Paula se dió cuenta de que todos estaban esperando una palabra suya.


—Si te quieres ir, por mí no hay problema —dijo.


—¿Estás casado, Pedro? —preguntó Tamara.


Puala se quedó petrificada, con el tenedor en el aire. Vió que él dudaba. 

Reencuentro Final: Capítulo 12

Paula miró a Pedro mientras éste probaba el vino. Él sabía de vinos de Rhôde. Allí habían estado los viñedos de su familia, y él había sido un apasionado de los vinos que se producían en su lagar, del mismo modo que ella lo había sido con los de Chavland. Pareció pensativo. Ella vió las arrugas entre sus cejas, un gesto tan familiar… Aún después de diez años le tocaba algo dentro aquel gesto… Pedro la miró y ella desvió la mirada para que él no notase que todavía le despertaba sentimientos, porque no se los despertaba. Sobre todo buenos sentimientos.  Cuando todo el mundo había disfrutado de la comida, Paula se echó atrás en el asiento y sonrió. Tamara se estaba burlando de su propio talento en la cocina.


—Me gusta cocinar con vino —sonrió—. La verdad es que se lo pongo a todo.


Todos se rieron, y Paula miró a Pedro. Por primera vez desde que había llegado, él había sonreído sinceramente. Ella casi se atraganta con el vino.


—¿Cuál es la historia que hay detrás de la etiqueta? —preguntó él, tocando una botella vacía y mirándola directamente a ella.


—¿De Century Hill? —sonrió Paula—. Cuando mi padre compró la tierra para construir el lagar, ya había una zona de viñedos de Shiraz en la parte de la colina donde está el granero. Los dueños de la tierra eran descendientes de los primeros colonos que habían plantado viñedos exactamente hacía cien años. Papá usó las uvas de esos viñedos en la primera producción, y enseguida se dio cuenta de que tenía una fruta excepcional en sus manos. Entonces supo que su lagar sería un éxito.


Pedro la observaba con tal concentración que ella se olvidó de lo que iba a decir por culpa del efecto de los ojos de él.


—Éste es nuestro Shiraz normal —dijo Tamara—. Hecho también de uvas de Century Hill —sirvió el vino en las cuatro copas—. He traído la cosecha de 2002, que dicen algunos que es la mejor que ha habido. Fue un año excepcional, con una temporada larga. ¿Qué opinas?


Pedro finalmente dejó de mirar a Paula. Ella tomó un sorbo de vino para entretenerse. No podía comportarse como una adolescente, olvidándose de lo que estaba diciendo.


—Se ve que haces ejercicio… —dijo Germán a Pedor—. Yo soy un fanático del gimnasio. Quizás podrías venir a mi club de vida sana como invitado… Claro que supondría un viaje a la ciudad, por supuesto.


Pedro lo miró y Paula supo que estaba buscando una excusa para decirle que no. Germán, con su falta total de sutileza, seguramente no era una persona con quien él quisiera entablar una amistad. 

Reencuentro Final: Capítulo 11

 —Sólo que aprendí a hacer vino con tu padre —se acercó a la puerta y agregó—: Siéntate —indicó una mesa cubierta con una tela brillante.


Paula encontró a Tamara en la cocina, abriendo el vino. Su amiga estaba vestida como para impresionar: Llevaba una camiseta ajustada con un gran escote y una minifalda de cuero. Tenía un cuerpo bonito para llevar ese atuendo, y no podía culparla por aprovecharlo. Habían pasado ocho años, pensó , desde que había muerto el marido de Tamara y ella estaba desesperada por la compañía de un hombre.


—Eh, chica —dijo Tamara—. ¿Ha llegado ya Pedro?


—Sí. Llegó según el horario de Sídney, pero lo hemos arreglado.


—¿Y Germán? —preguntó Tamara.


—No ha llegado todavía, ya sabes cómo es.


—¿Desconsiderado?


—He querido decir «Un hombre muy ocupado».


—Oh, de acuerdo —dijo Tamara recogiendo la bandeja en la que había puesto el vino.


Paula agarró dos ensaladeras del frigorífico y siguió a Tamara afuera. Llegó a tiempo de ver a Pedro mirar a su amiga cuando ésta puso la bandeja en la mesa. Pedro saludó a Tamara con fría cortesía, pero Paula sintió una punzada de celos, una emoción que no había experimentado desde hacía mucho tiempo. Se oyó la puerta de entrada y  corrió a la casa.


—Hola, Paula. He recibido tu mensaje —dijo Germán mientras caminaba por el pasillo—. ¿Dónde está ese pez gordo de Francia? — preguntó.


—Shhh… Te va a oír.


—¿Y? —Germán le dió un beso rápido en la mejilla y siguió caminando hacia el jardín. 


Paula agarró la ensalada que quedaba y lo acompañó para presentarlo. Germán extendió la mano.


—¿Así que vas a transformar a Paula en una directora modelo? 


Pedro miró a Paula antes de responder.


—Estoy aquí para hacer una visita de rutina.


—Bueno, creo que Paula es un caso perdido —se rió Germán—. Quiero decir, mira la ropa que lleva esta noche.


Paula se miró el vestido indio de algodón.


—Pau tiene personalidad —dijo Tamara—. Y no tiene nada de malo, Germán.


—Hola, Tamara —sonrió Germán—. Veo que estás haciendo gala de las cosas buenas del lagar —hizo un gesto hacia el vino. Pero no dejó de mirarle el escote.


Paula se dió la vuelta, alegrándose de tener la excusa de ir a buscar la carne a la barbacoa. Volvió con una fuente.


—¡Guau! —exclamó Germán—. Hoy sí que te has esmerado, Pau.


—Es sólo cordero.


Tamara distrajo a Germán sirviéndole vino.


—Oh, ésta es una ocasión muy especial. Normalmente no merezco que se abra una botella de Shiraz Century Hill.


—Éste es el vino tinto seco clásico con el que ganamos un premio — dijo Tamara a Pedro mientras se lo servía—. Una mezcla de Grenache, Shiraz y Mourverdre. Cuando el padre de Paula empezó a producirlo, a mediados de los ochenta, era una variedad que no estaba de moda. Pero él sabía lo que estaba haciendo. Al principio se fabricó como una variedad de los vinos de Rhôde, pero ahora se lo considera un vino por derecho propio. 

lunes, 17 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 10

Paula lo observó salir, luego respiró profundamente. Con el pelo húmedo, seguramente después de una ducha, Pedro parecía más moreno. Recién afeitado, con aquella loción para después de afeitar que perfumaba la cocina, emanaba una intensa masculinidad. Estaba más guapo con aquellos vaqueros y aquel polo que con su traje de hombre de negocios, tal vez porque en sus recuerdos lo tuviera con ropa de sport, cuando ella se había enamorado de él. Nadie la había hecho sentirse mejor consigo misma. Nadie había apreciado tanto su punto de vista ni su compañía. Donde la gente veía nerviosismo en ella, él veía vitalidad. Él había amado su verdadero ser. O eso había pensado ella. Y en el momento en que ella se había sentido segura y había encontrado el coraje para ser ella misma, él la había rechazado. Y el dolor entonces había sido terrible porque ella había creído todo lo que él le había dicho. Cortó la zanahoria en la tabla. No debía pensar en el pasado. No tenía importancia para lo que estaba sucediendo en aquel momento. Ella tenía que tratar a Pedro con el respeto que debía a un representante de los nuevos dueños del lagar. Tenía que ser amable. Debía cultivar entre ellos una atmósfera de cooperación. Sería el único modo de ganarse el apoyo de Pedro y por tanto el de su jefe. El jefe de ambos. Sus sentimientos personales tendrían que permanecer ocultos. No quería que interfiriesen en la relación profesional con el hombre que tenía el poder de destruir el sueño de su padre y el de deshacerse de ella. Aliñó rápidamente la ensalada y puso la ensaladera en el frigorífico. Tenía que ver si estaba lista la carne, y la cena estaría preparada. Salió fuera a mirar la barbacoa y aspiró el perfume del ajo. Le faltaba un poco.


—Huele bien.


Paula se dió la vuelta. No había oído acercarse a Pedro.


—No es nada especial. No soy una gran cocinera.


—Debes de ser mejor que yo. Yo no sé cocinar.


—Yo me las arreglo…


Ella recordó a la madre de Pedro, quien no dejaba que nadie entrase en la cocina. No era de extrañar que él no hubiera aprendido a cocinar allí. Pero ¿Y luego? ¿Había comido en restaurantes desde que se había ido de casa? Paula caminó hacia la galería.


—¿Qué te parece El Granero? ¿Estás cómodo? —preguntó ella.


—Sí, gracias. ¿Dónde está la línea de teléfono para poder enchufar el ordenador y mirar el correo electrónico?


—Me temo que no hay. La mayoría de nuestros huéspedes quieren desconectarse del trabajo cuando están allí. ¿Necesitas conectarte esta noche? Puedes ir a mi despacho si es así.


—Ahora, no, pero ¿Puedo hacerlo mañana por la mañana?


—Claro… —Paula oyó la puerta de un coche y miró hacia la casa—. Creo que ha llegado alguien. Antes de que entren… No le he dicho a nadie el motivo de tu visita. Quiero decir, creen que estás haciendo una visita de rutina para los nuevos dueños. Sólo la junta directiva sabe que la oferta es condicional y que mi trabajo… Bueno, ya sabes a qué me refiero.


—Comprendo. Y… —miró hacia la puerta—. Supongo que tampoco le habrás dicho a nadie que nos conocemos de antes.


Ella agitó la cabeza. 

Reencuentro Final: Capítulo 9

 —Pedro, llegas temprano.


Él frunció el ceño.


—Creí que llegaba tarde.


—Son sólo las seis y media. Pero entra, no hay problema.


—He puesto el reloj en hora —dijo él y cruzó la puerta—. Son las siete según pone aquí…


—Debes de haberlo puesto con horario de Sydney. El sur de Australia tiene media hora menos que Sydney.


—Oh, lo siento.


—No hay problema… Estoy preparando unas ensaladas. Así que, si quieres, puedes sentarte en la cocina mientras lo hago. O puedes sentarte fuera…


Paula empezó a caminar por el pasillo y él la siguió. Llegaron a una cocina grande y luminosa. Él apartó una silla de la mesa y se sentó, mientras ella se quedaba de pie cortando hortalizas para la ensalada.


—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó él—. ¿Abrir el vino, por ejemplo?


—El vino lo va a traer Tamara.


Él levantó una ceja.


—¿No tienes vino aquí?


—Sí, por supuesto. Pero hemos pensado que te gustaría probar el Shiraz premium, que es nuestro mejor tinto, y unos cuantos más. Tamara sabrá qué escoger.


Él asintió. Era un buen momento para conocer cosas sobre el negocio. Cuanto antes, mejor. Pedro se echó hacia atrás y miró alrededor. La casa tenía un ambiente hogareño. Estaba decorada en un estilo alegre y colorido. El comedor tenía cuadros abstractos, y él se preguntó si serían obras suyas. Ella era aficionada al arte cuando la había conocido. Era una de las muchas cosas que habían tenido en común. Durante un viaje al Louvre de París, habían consolidado su relación. Habían estado tan absortos en el arte, y el uno en el otro, que habían perdido la noción del tiempo y habían tenido que quedarse a pasar la noche en un hotel barato, en una habitación individual, en una sola cama. Agitó la cabeza. No era el momento de recordar eso. No quería hacerlo.


—¿No te gustan? 


La voz de Paula lo sobresaltó.


—¿Qué?


—Estás agitando la cabeza mientras miras los cuadros. Sé que nunca has sido un fanático del arte abstracto…


—No… No… Quiero decir… —Pierre volvió a mirar el cuadro que estaba viendo sin mirar—. Son… interesantes… ¿Son tuyos?


—Sí.


—Me lo he imaginado. Tienen tu energía.


Pedro se arrepintió de haberlo dicho. En los tiempos en que habían estado juntos, él siempre le había alabado su energía, su alegría de vivir, su facilidad para la risa. Y era posible que ella lo recordase. Paula había contagiado a toda la familia Alfonso con aquel sentido de la aventura australiano. Pero a él le había hecho más efecto. El entusiasmo con el que ella vivía la vida lo había dejado sin aliento… Lo había enamorado.


—Creo que esperaré fuera —dijo Pedro.


Había sido un gran error ir a Australia, pensó Pedro. No controlaba sus sentimientos como había creído que lo haría, y eso podía ser un problema. Él tenía que hacer un trabajo, y no quería distraerse. Se puso de pie y salió al jardín. 

Reencuentro Final: Capítulo 8

 —No es asunto mío lo que haces en tu tiempo libre —dijo Paula con fingido desinterés—. Pero hazme un favor, demuéstrale que eres una excelente directora de ventas de la bodega, ¿De acuerdo? No quiero que piense que lo único que haces es coquetear con los clientes.


Tamara sonrió.


—Trato hecho.


Paula pensó en Germán cuando volvió a su despacho. Era cómodo tener a alguien a quien llamar cuando necesitaba compañía, pero Tamara tenía razón. No tenían una verdadera relación. Después de años de preguntarse por qué Pedro no la había querido, el interés de Germán había aumentado un poco su autoestima, y lo agradecía. Pero la gratitud no era suficiente. Abrió su despacho y casi se chocó con el director de la bodega.


—Juan, me vas a provocar un ataque al corazón. ¿Me estabas buscando?


Él asintió.


—¿Por los pedidos de esos barriles?


Paula se alegró de volver a los asuntos del negocio y dejar de pensar en Germán y en Pedro.




Cuando Pedro se despertó buscó su reloj en la mesilla, y se dió cuenta de que se le había hecho tarde para la cena. Había dormido bien durante varias horas. Tal vez no hubiera sido buena idea irse a la cama, pensó. Ahora luchaba por adaptar su cuerpo a la hora local. Pero tal vez su malestar tuviera que ver con no haber dormido durante varias noches antes del viaje. Desde que Francisco le había dicho adónde tenía que viajar y lo que tenía que hacer, no había podido relajarse. Se duchó, se afeitó y sacó alguna ropa de la maleta. Ropa informal, recordó. Y se puso unos vaqueros y un polo marrón. Cuando estuvo listo se marchó. Por primera vez miró el paisaje y se dió cuenta de que era parecido al lugar donde había crecido. Los árboles eran distintos. En Barossa predominaban los eucaliptos, pero al igual que en el valle Rhone había viñedos por todas partes. Se parecía más a Europa que a California. Encontró el camino a casa de Paula, pasando por los modernos edificios del lagar y siguiendo un camino de tierra. La casa no parecía tan vieja como El Granero. Tampoco la cabaña donde había ubicado su oficina, pero no podía decirse que fuera un edificio moderno. Era una casa baja de una planta con una galería alrededor, a la sombra de árboles muy altos. Subió los escalones y llamó a la puerta. Como no contestó nadie, volvió a llamar y aquella vez oyó pasos. Cuando Paula abrió la puerta, notó que su expresión cambiaba. Evidentemente esperaba a otra persona. ¿A su novio tal vez? Su sincera sonrisa se transformó en una sonrisa de cortesía. Y por alguna inexplicable razón a él le dolió. 

Reencuentro Final: Capítulo 7

Paula caminaba por los jardines de una de las viejas cabañas. La habían convertido en una bodega para venta al público. La visita de Pedro sería difícil para ella, pero nada sería tan difícil como había sido el primer encuentro después de tanto tiempo. Para ella. Porque a él no le había visto la más mínima señal de que lo estuviera pasando mal, y ella en cambio, se había quedado con la respiración agitada. Él era tan apuesto como lo recordaba. O más. Pero el joven tímido y creativo de su juventud se había convertido en un ejecutivo pragmático. ¿Habría algo del viejo Pedro enterrado bajo aquella eficiente fachada? No era que a ella le importase… Vió que no había nadie en las mesas y sillas del jardín de la cabaña, y miró por la puerta de cristal antes de entrar. Al oír el ruido de la puerta, Tamara miró por encima del hombro y dijo:


—Oh, eres sólo tú…


—Muy amable —dijo Paula. Se sentó en una banqueta alta y apoyó los codos en el mostrador—. Tienes que venir a cenar esta noche a mi casa. Por favor, dí que puedes.


Tamara rodeó el mostrador y se sentó en otra banqueta.


—¿Por qué?


—Porque he invitado a Pedro, y le diré a Germán que venga, así que necesito que vengas para que el número sea par.


—Oh… ¿Así que ahora me necesitas?


Paula se sintió mal.


—Siento haberte hecho salir de mi despacho hoy. ¿Me perdonas?


—Hmm… Je ne sais pas —dijo Tamara y puso cara de interesante.


—Oh, venga, Tami. Tendremos tu postre favorito.


Tamara sonrió y dijo:


—¿Quieres que lleve el vino?


—Sí, por favor. Tiene que ser muy bueno. 


—Paula Chaves, me sorprendes. Vinos Chavland no produce nada que no sea excepcional.


—Sabes a qué me refiero, Tami. El mejor.


—¿Por qué no me has dicho que conocías a Pedro?


Paula suspiró.


—Fue hace mucho. Su padre, Horacio, era amigo de mi padre, y yo pasé una temporada con la familia Alfonso para aprender a hacer el vino al estilo francés.


—Sabía que habías estado un tiempo en Francia, pero no me contaste nada de él.


—No había nada que contar.


Tamara la miró y ella desvió la mirada.


—De acuerdo —dijo Tamara—. ¿Dices que Germán va a venir a la cena? —puso los ojos en blanco mientras lo decía.


—No seas irrespetuosa con Germán. Estoy saliendo con él —se quejó Paula.


Tamara suspiró.


—Germán y tú no hacen buena pareja. Así que no le hagas sufrir y díselo.


—¿Crees que el salir conmigo le hace sufrir?


—No sólo a él. Tú tampoco estás bien. De todos modos, si no tienes interés en Pedro, no te importará que… Mmm… Que coquetee con él, ¿Verdad?


Paula sonrió forzadamente. Le importaba. Mucho. Pero como había decidido no decir nada acerca de su pasado, no podía quejarse. 

Reencuentro Final: Capítulo 6

 —Vendrá Tamara también —dijo ella, cruzando los dedos para que su amiga estuviera libre.


Él asintió nuevamente.


—Y Germán. Mi… El hombre con el que estoy saliendo.


Lo había dicho. Ya estaba. Ella tomó aliento. Había querido que supiera que no se había pasado diez años llorando por él. Porque no lo había hecho. Había seguido adelante con su vida. Él no dijo nada, pero ella notó su mirada. 


—Es aquí —dijo ella haciendo un gesto hacia El Granero—. La mayoría de los graneros del valle fueron construidos en estilo alemán, pero éste es especial porque su estilo es francés, como puedes apreciar…


Pedro asintió y Paula abrió la puerta. Se sintió satisfecha, como siempre, al ver el lugar, con paredes de piedra dorada, unos sofás color crema, una mesa y unas sillas. Detrás de la mesa, había una gran cocina empotrada. Ella se dió la vuelta cuando entró Pierre y esperó a que sus ojos se adaptaran a una luz más suave, comparada con los rayos del sol.


—¿Qué te parece?


—Muy bonito.


Ella le señaló una puerta al final de la habitación.


—Hay una escalera detrás. Conduce a dos grandes dormitorios, cada uno con su propio cuarto de baño.


Él pasó por su lado y dijo:


—Es mejor de lo que esperaba.


Paula volvió a la puerta de entrada, donde se detuvo.


—Mi casa está allí —dijo, señalando a la colina—. Detrás del edificio del lagar. Te esperamos alrededor de las siete para cenar. Con ropa informal. ¿De acuerdo?


—De acuerdo.


Paula traspasó el umbral de la puerta y bajó deprisa la colina.


En cuanto desapareció Paula, Pedro dejó la maleta en el suelo y volvió a la puerta. La observó seguir el sendero polvoriento. A pesar de llevar el peso del lagar de su padre, tenía un andar relajado. Aunque ya no era una muchacha, tenía el aire de vulnerabilidad de una niña. No le extrañaba que Francisco Asper no creyera que fuera capaz de llevar un negocio. Un golpe de viento le levantó el vestido a Paula y le pegó la tela al cuerpo. Él se puso tenso, al darse cuenta de la repentina excitación. Parecía deseo. Pero no podía serlo. Por aquella mujer, no. No después de tanto tiempo. Y no después de lo que ella le había hecho. Cerró la puerta de un portazo y maldijo a su jefe por enviarlo a Australia. Si hubiera podido evitar que lo enviase, lo habría hecho. Pero Francisco había insistido en que el trabajo necesitaba de su talento. Él no comprendía por qué. A él le parecía que Francisco ya se había hecho una idea de Paula. Y ella podía ser muy cabezona a veces, lo recordaba muy bien. No pensaba que hubiera muchas posibilidades de que Paula cambiase su forma de llevar el negocio. Ella lo llevaba del mismo modo que lo había llevado su padre, y a no ser que se le hiciera ver que era un error, lo seguiría haciendo así. Hasta que la echasen. Él no debía adelantarse a sus investigaciones, pero su instinto le decía que terminaría recomendando cambiar a Paula por un director con más experiencia. Para que Vinos Chavland tuviera un importante lugar en la economía de la empresa, se necesitaba a alguien que comprendiese el mercado internacional del vino. Un operador duro. Era muy sencillo: Si ella no podía hacer el trabajo, o no quería hacerlo del modo que querían ellos que lo hiciera, tendría que irse. Suspiró. Al menos Francisco le había prometido que aquél sería el último trabajo en el extranjero. Él estaba esperando que le dieran un puesto permanente en la oficina central de Francia. Estaba harto de viajar, cansado de vivir con una maleta en la mano, y, además, todos sus planes de futuro dependían de que tuviera una residencia permanente. Quería continuar con su vida. Así que cuanto antes hiciera el informe de Vinos Chavland, mejor. 

miércoles, 12 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 5

Paula agarró el teléfono inalámbrico y marcó un número. Enseguida comprobó que, como había previsto, no había habitaciones en el complejo turístico. Conocía bastantes cabañas alrededor del valle, pero le parecía que no estaba bien enviarlo tan lejos, sobre todo cuando la casa de invitados de la empresa estaba vacía. No podía darle otro motivo para que la criticase; Pedro ya tenía bastantes.


—No hay habitaciones libres. Pero no hay problema. Podemos ofrecerte alojamiento aquí. Puedes quedarte en El Granero.


—¿El granero?


Ella contuvo una risa.


—Ya no es un granero. Es una casa que tenemos para huéspedes. Es muy confortable.


—Comprendo… Tal vez, si le pusieran otro nombre, sería más popular, ¿No crees?


—Es muy popular —dijo ella a la defensiva—. Han cancelado una reserva a último momento, si no, no estaría libre. Te llevaré allí.


Ella se puso de pie y lo acompañó. Se detuvo cuando vio la enorme maleta que había cerca de la puerta. El Granero estaba a minutos de camino del lagar, pero en lo alto de la colina, y la maleta parecía pesada.


—Si quieres, puedo llevar tu maleta más tarde con el coche, cuando te lleve la comida —dijo Paula.


—No hace falta. Puedo llevarla yo mismo.


Ella se encogió de hombros y siguió caminando. Fuera había un sol brillante. Habían caminado sólo un par de minutos cuando oyó a Pedro decir algo en francés. Ella miró por encima del hombro y vió que se había detenido, sudoroso, y se estaba quitando la chaqueta. La tiró encima de la maleta, se aflojó la corbata, y se arremangó las mangas de la camisa. Paula se estremeció al verlo así. Su cuerpo estaba más musculoso que antes. Siempre había tenido los hombros anchos y había sido alto, pero había sido muy delgado. Ahora estaba más fuerte.


—No imaginé que haría tanto calor tan temprano —dijo él.


Ella no dijo nada y siguió caminando.


—Esto no es mucho calor. El año pasado tuvimos una ola de calor de diez días al principio de la vendimia, y los viñedos se estropearon. Luego el resto del tiempo estuvo fresco, así que llevó un tiempo que subieran los niveles de azúcar.


Pedro se dió prisa y la alcanzó.


—¿Vas a estar aquí para la vendimia? —preguntó Paula.


—No creo que este trabajo me lleve tanto tiempo.


Era la pura verdad. Pero él hablaba con mucha frialdad. El sueño de su padre, su propia vida, quedaban reducidos a un trabajo que podía hacerse rápidamente. Siguieron caminando en silencio un momento.


—¿A qué te has referido con que traerás comida luego? —preguntó Pedro.


—Oh, a los huéspedes les preparo una cesta de comida para el desayuno y el almuerzo. Todos productos locales. El Granero tiene una cocina totalmente equipada. En cuanto a la cena, la mayoría de la gente…


La mayoría de la gente conducía hasta el restaurante de la zona, pero aparte de que Pedro no tenía coche, él no era la mayoría de la gente. Él tenía el poder de dictarle a ella su futuro. No habría sido ni amable ni inteligente dejarlo solo la primera noche. Ella tenía que comportarse como si él fuera cualquier otro ejecutivo de la oficina central. Reacia, aceptó lo que tenía que hacer y dijo:


—En cuanto a la cena, puedes venir a cenar a casa.


Él pareció sorprendido, pero después de un momento, asintió.


—Gracias. No estoy acostumbrado a arreglarme solo.


Ella sintió un cosquilleo en el estómago. Inmediatamente se lamentó de haberlo invitado. Realmente no quería estar sola con él. 

Reencuentro Final: Capítulo 4

Paula se alegró de que dijera «Las cuentas». Eso indicaba que pasaban a un terreno profesional. Eso la hacía sentirse más segura. No podía creer que él hubiera mencionado su pelo. Se lo había cortado recientemente, en un intento por cambiar de imagen, para tener un aspecto más acorde con su puesto de directora ejecutiva. Pero había sido un error. Ella había querido tener un estilo sofisticado, algo que le diera aire de eficiencia, de mujer de negocios, pero había terminado pareciendo más joven y más tonta. Tamara entró con una bandeja con café. Paula hizo sitio en el escritorio.


—Gracias, Tami —le dijo.


Tamara le extendió una taza, y Paula notó que su amiga se había retocado el carmín. Así que eso era lo que le había llevado tanto tiempo, pensó. Ella, en cambio, no llevaba maquillaje. Ojalá hubiera tenido un aspecto más parecido al de Tamara, porque en ese caso no le habría hecho falta el corte de pelo para sentirse más segura. Y la gente la hubiera tomado más fácilmente por una mujer de negocios con sólo mirarla.


—Toma, Pedro —Tamara le dió la otra taza de café a él—. Debo decir que estoy decepcionada. Yo esperaba un sensual acento francés, pero apenas tienes acento extranjero.


Pedro alzó las cejas. Tamara era muy directa.


—He pasado un montón de tiempo en Estados Unidos —respondió él—. Mi oficina central está en California.


—Ah, eso lo explica, supongo. Bueno, si te apetece volver a tu lengua nativa, yo sé hablar francés… Bueno, tengo los conocimientos básicos — sonrió Tamara—. Y Paula sabe hablar francés fluidamente…


Él asintió.


—Lo recuerdo.


Tamara los miró, sorprendida.


—¿Se conocen? —preguntó.


—Sí —dijo Paula rápidamente—. Nos conocimos hace mucho tiempo. Llevaré a Pedro a la bodega más tarde. No quiero entretenerte ahora.


Paula vió el gesto de sorpresa de Tamara, y se alegró de que no hiciera más preguntas y se marchase. No quería responder a preguntas incómodas. Y no sabía lo que podía decir Pedro. Cuando se cerró la puerta, lo sorprendió tratando de reprimir un bostezo.


—Iba a preguntarte de qué quieres que hablemos primero, pero supongo que tendrás ganas de ir al hotel y descansar. Supongo que has reservado una habitación en el complejo turístico, ¿No?


—En la oficina me dijeron que tú te encargarías de eso.


Podrían habérselo dicho, pensó ella.


—¿No tienes una reserva?


—No, que yo sepa.


Había un torneo de golf en el valle, y el complejo turístico debía de estar lleno ya. Y era el único alojamiento de cierta calidad del lugar.


—Si me disculpas, haré una llamada telefónica. 

Reencuentro Final: Capítulo 3

 —Siéntate, Paula, por favor —dijo ella, avergonzada del pequeño temblor de su voz—. Tamara, ¿Podrías traernos café?


—¿Y Tim Tams? —Tamara sonrió con admiración a Pierre cuando éste se sentó en la butaca de los visitantes—. Son galletas de chocolate, la debilidad de Paula… —le explicó a Pedro.


Paula miró a Tamara con ojos de reproche por su comentario. No quería que Pedro supiera que tenía ninguna debilidad.


—No quiero galletas, gracias, Tami —le dijo Paula a su amiga.


Pedro sonrió a Tamara cuando se marchó del despacho. Luego se puso serio antes de volver a mirar a Paula. Ella no había sonreído, a no ser que esa leve curvatura de la boca cuando lo había saludado pudiera contarse como sonrisa. Pero a él no le sorprendía. Si ella se hubiera alegrado de su llegada, él lo habría interpretado como una farsa. Claro que Paula era una buena actriz, recordó él. Se pasó la mano por la mejilla. Había sido un largo vuelo y tal vez debía haber postergado aquel encuentro para un momento en que estuviera más fresco.


—Paulette…


—Por favor… Llámame Paula.


Pedro asintió, recordando el primer día que su padre había usado aquel nombre que él asociaba con ella, el día que ella había llegado a la casa de la familia Alfonso. Entonces era una burbujeante chica de diecinueve años de grandes ojos verdes. Paula lo miró y dijo:


—Lo siento, te he interrumpido, ¿Qué ibas a decir?


Él tragó saliva, volvió al presente, y la miró. No estaba muy distinta de la última vez que la había visto, hacía diez años.


—Te has cortado el pelo —comentó Pedro.


Ella lo miró, sorprendida, e instintivamente se tocó las puntas del cabello.  ¿Por qué le había hecho aquel comentario personal?, se preguntó él. Debía de ser el efecto del jet lag. Eso y el ver lo poco que había cambiado ella. Pedro se enderezó la corbata, luego carraspeó y dijo:


—Lo siento. No debí hacer ese comentario.


No debió ni pensarlo, se dijo él. No era momento de recordar los viejos tiempos. Era la primera vez que él estaba en Australia, un país que había intentado evitar hasta entonces. Pero no había podido rechazar el trabajo que le habían asignado. Su jefe se lo había dejado muy claro. Además, él estaba seguro de que podía manejar la situación. Era un ejecutivo de treinta años con bastante experiencia de la vida, no un jovencito de veinte años fácilmente manipulable. Cuando hubiera descansado, recuperaría todas sus facultades. Entonces terminaría el trabajo que le habían encomendado y se marcharía. Cuanto antes.


—¿Has tenido un buen viaje? —preguntó Paula con aquella voz sensual con acento australiano, que lo hizo estremecerse, como en el pasado.


Pero él hizo un esfuerzo por permanecer frío. Había ido allí a hacer un trabajo, y aunque le desagradase, lo haría. Tenía que tener la mente centrada en el negocio.


—Sí, gracias. Ha sido largo, por supuesto, pero me ha dado la oportunidad de estudiar las cuentas. 

Reencuentro Final: Capítulo 2

No era mentira exactamente. Pedro había resultado muy distinto de como había aparentado ser. Además, habían pasado diez años desde la última vez que lo había visto, y podía haber cambiado mucho. Paula miró los viñedos del Valle de Barossa, que permanecían inalterables desde su infancia. Aquél había sido el despacho de su padre, y ella se había pasado horas mirando por la ventana, esperando que él terminase de trabajar y que volvieran juntos a su casa. Le encantaba la vista. Casi siempre la relajaba. Pero… ¿Cuánto tiempo más sería suya? ¿Cuánto tiempo le quedaría hasta que L’Alliance la apartase de sus funciones? Se puso tensa cuando vió llegar un coche blanco, un taxi.


—Creo que ha llegado —murmuró Paula.


—¿Quieres que vaya a recibirlo? —preguntó Tamara entusiasmada, sin darse cuenta de la ambivalencia de Paula hacia el visitante.


Paula reprimió un suspiro y asintió:


—De acuerdo, Tami. Hazlo.


—¿Cómo estoy? —preguntó Tamara, peinándose sus rizos morenos con los dedos. 


—Guapa, como siempre.


Paula hizo un esfuerzo para no arreglarse el pelo ella misma y fue hacia la ventana. El paisaje no tuvo el efecto esperado aquel día. No la relajó. Su turbación interior era demasiado profunda. Respiró profundamente. Había tenido una década para olvidar a Pierre. Pero sus recuerdos habían permanecido. Vívidos y dolorosos, invadiendo sus sueños. Ahora estaba en su territorio, pero ella no tendría ninguna ventaja. Él seguiría estando en posición de hacerle daño. Oyó la risa de Tamara al otro lado de su despacho y se estremeció. Pierre ya se había ganado a su amiga. Se quedó esperando a que se abriese la puerta.


—Hola, Paulette…


«Ese nombre no», pensó Paula. Sintió un nudo en el estómago. Pero sonrió profesionalmente y respondió:


—Pedro, no me había dado cuenta de que habías llegado.


No hizo caso a la ceja alzada en el rostro de Tamara, e intentó concentrarse en el hombre de negocios que tenía delante, algo difícil, porque se parecía mucho al muchacho de veinte años al que había amado. Tomó nota de su aspecto en un instante: su pelo castaño oscuro, más corto, pero suficientemente largo como para que se le rizara en el cuello de su inmaculada camisa blanca, su rostro de rasgos marcados, algunas arrugas, sus ojos oscuros, casi negros. Era el mismo. Sus ojos que siempre la habían fascinado. Pero no quería que la fascinaran ahora. Hizo un esfuerzo por reunir sus defensas. Tenía que ser capaz de mirarlo sin derretirse. Tenía que trabajar con él, ¡Por el amor de Dios! Había algo en él que no reconocía. Algo nuevo. Se notaba en su planta, en su lenguaje corporal. ¿Arrogancia? ¿Seguridad en sí mismo? ¿O era simplemente que no quería estar allí? No podía culparlo por ello. Paula tragó saliva. Si no se sentaba, le temblarían las rodillas y su reacción frente a él sería obvia. Dió un paso hacia su butaca, la vieja butaca que había sido la de su padre.

Reencuentro Final: Capítulo 1

Paula Chaves se sobresaltó cuando entró por la puerta su amiga y compañera de trabajo, Tamara Mills. Estaba sumida en sus pensamientos negativos cuando irrumpió Tamara.


—Hoy será cuando conozcamos al jefe, n’est ce pas? —dijo Tamara—. ¿Qué te parece mi francés?


Paula puso la pluma encima del montón de cheques que debería haber estado firmando y frunció el ceño.


—Si te refieres a Pedro Alfonso, él no es mi jefe —respondió Paula y miró su reloj—. Llegará en cualquier momento —se echó atrás en la butaca de piel y agregó—: Habla inglés, ¿Sabes?


—Lo he supuesto. Pero le gustará que lo impresione con mi habilidad lingüística, ¿No crees? —Tamara se sentó en la esquina del escritorio de Paula—. ¿Por qué no has ido a recibirlo al aeropuerto? Quieres causarle buena impresión, ¿No?


Paula sintió rabia, pero hizo un esfuerzo por parecer serena. ¿Quería causar buena impresión a Pedro Alfonso? Hacía diez años le había robado el corazón y luego se lo había roto. Ahora volvía a aparecer en su vida. Pero no estaba interesado en robarle el corazón. Era el lagar lo que le interesaba robarle. Y ella tenía que saber manejarse profesionalmente con él. Tenía que actuar como una mujer de negocios. Tamara se miró las uñas mientras esperaba una respuesta. Paula respiró profundamente. No podía esperar que Tamara lo comprendiera. No le había contado la desastrosa relación que había tenido con Pierre, el peor error de su vida. Ni le había contado el motivo de su inminente visita. Carraspeó y dijo:


—Quiero impresionarlo con mis dotes para los negocios, no con mi habilidad para conducir.


—Vale. Pero yo había pensado… Oh, lo siento si parezco insensible, sé que estás muy preocupada por la adquisición de la compañía. Pero ya está hecha. C’est la vie —Tamara sonrió e hizo una reverencia con la mano—. Pero, de verdad, tú has hecho todo lo posible por evitarlo, y no ha sido culpa tuya que la junta directiva haya votado en contra de tus deseos.


Ella no estaba tan segura de que no hubiera sido culpa suya. Seguramente había habido algo que podría haber dicho a los directivos para convencerlos de que vender a L’Alliance una gran parte de Vinos Chavland no era un buen negocio. Había intentado convencerlos de que no vendieran el control de la empresa. Y cuando eso había fallado, de aceptar la oferta de un consorcio canadiense. Pero, no. Ellos se habían sentido encandilados por la oferta millonaria del enorme conglomerado francés. Ahora su trabajo pendía de un hilo, junto al sueño que su padre le había encomendado cumplir.


—¿Sabes algo de él?


Paula miró a Tamara.


—¿Qué?


—De este hombre… Pedro. ¿Sabes cómo es?


—Mmm… —Paula se puso de pie y fue hacia la ventana.


—No. 

Reencuentro Final: Sinopsis

Habían emprendido un viaje de descubrimiento del pasado… Y tenían ante ellos un futuro que quizá pudieran compartir.


Paula había tardado mucho tiempo en olvidar a Pedro Alfonso y ahora, cuando se enfrentaba al mayor reto de su vida, el de no perder su adorada bodega, él aparecía de nuevo en su camino. Pero esa vez era por trabajo… ¡Quería comprar su negocio! Sabía que debería odiar a Pedro, puesto que pretendía arrebatarle su bodega pero, bajo la superficie del cínico empresario al que ahora se enfrentaba, aún podía ver vestigios del hombre al que había amado hacía diez años… 

lunes, 10 de junio de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 74

 –Pero no he enviado el artículo. Sigue en la carpeta de borradores, puedes verlo por tí mismo –Paula corrió escaleras arriba para demostrárselo y al ver que la carpeta estaba vacía se quedó helada–. Te juro que yo no lo he enviado. Estuve a punto de hacerlo, pero decidí que esta no era la clase de periodista que quería ser… –entonces comprobó la hora a la que había sido enviado–. Dios mío… Sofía. Ha estado usando el ordenador para hacer los deberes y ha debido enviarlo por error. Seguramente le envió un correo a Camila…


–¿Qué es esto? –preguntó Pedro, tomando el sobre que estaba sobre la mesa.


–Tú deberías saberlo mejor que yo, es la solicitud para demoler Primrose Cottage. ¿Tanto me odias?


Él masculló una palabrota.


–¿De dónde has sacado esto?


–Información privilegiada.


–¿Dónde está el retrato?


–En tu despacho. ¿No has estado en la casa?


–No, fui al Ayuntamiento directamente desde Londres… ¿Cómo descubriste que sir Enrique Cranbrook era mi padre?


–Fue Sofía quien notó el parecido con la foto de sir José –respondió ella.


–¿Has encontrado algo más en los diarios de tu padre?


–Fue él quien escondió el retrato, Pedro. Se sentía avergonzado por echarte de la finca… Te he llamado varias veces, pero no podía localizarte.


–Perdí el móvil el sábado por la noche –Pedro se pasó una mano por la cara–. Todo esto no va como yo había planeado.


–Para mí tampoco, te lo aseguro. No sabía que estabas intentando vengarte de mí.


–Pensaba tirar la casa, es cierto. Hasta que no quedase una sola piedra –admitió Pedro.


–¿Tan mal lo pasaste aquí?


–Sí, tan mal. Horacio Alfonso era un mamarracho violento que se gastaba en alcohol todo lo que ganaba y que nunca perdonó a mi madre por haberlo engañado. Vivíamos en la miseria, pero mi madre guardó el dinero que sir Enrique le dió para que se librase de mí.


–Con ese dinero abriste tu empresa, ¿Verdad?


Pedro asintió con la cabeza.


–Podría haber obligado a Cranbrook a hacerse una prueba de paternidad, pero no lo quería como padre. Solo quería que supiera que había cometido un grave error. Por eso compré Cranbrook Park, para vengarme de él, de tu padre…


–¿De mí? –sugirió Paula.


Él la atrajo hacia sí, mirándola a los ojos.


–Pensé que podría echarte de aquí sin que me importase un bledo, pero entonces ví lo que habías hecho con la casa…


–¿Sigues pensando hacerlo?


Pedro acarició su pelo.


–Cranbrook dijo que mi odio por él me comería vivo y tal vez hubiera sido así de no ser por tí.


–Pero ahora lo sabe todo el mundo y es culpa mía.


–¿Qué más da? Mañana, algún futbolista engañará a su mujer con una modelo y la gente se olvidará de mí.


–¿Vas a quedarte en Cranbrook Park, Pedro?


–Sí –respondió él–. Y me temo que tendrás que sacrificar tu jardín.


–¿Por qué?


–Porque vas a estar muy ocupada organizando la renovación de la rosaleda.


–¿De verdad?


–Y voy a ampliar Primrose Cottage. Con cuatro perros, dos adultos y una niña que crece cada día nos va a hacer falta una casa más grande.


–¿Has decidido que vivamos juntos?


–Estaremos un poco apretados hasta que hayan terminado las obras y habrá murmuraciones…


–Tengo un sofá cama en el salón.


Pedro soltó una carcajada.


–Yo quiero un hogar, Paula, una familia. Contigo he encontrado lo que había buscado siempre –sus ojos azules brillaban como nunca–. Te estoy ofreciendo matrimonio. Ese es el deseo que solo tú puedes hacer realidad.


–Soy un hada novata, Pedro. No sé si mis polvos mágicos…


–Solo necesitamos un beso.


Paula levantó los brazos para echárselos al cuello.


–Matrimonio, ¿Eh? ¿Para siempre?


–Para siempre –respondió él.


Y tenía razón. No les hacían falta polvos mágicos porque cuando sus labios se encontraron el sueño se hizo realidad. Se casaron en la vieja abadía de Cranbrook Park el último fin de semana de agosto, con Sofía, Leticia y las madres de los novios como damas de honor. Nadie iba de rosa. Según el reportero del Observer, el único miembro de la prensa invitado a la boda, la novia llevaba un vestido de encaje de seda en color gris claro con un lazo azul, el color de los ojos del novio. Y el novio debía llevar algo puesto, pero en lo único que se fijó la gente fue en su sonrisa.





FIN

Quédate Conmigo: Capítulo 73

El Herald le pagaría una buena suma por ese artículo de investigación, pensó Paula. Un dinero que necesitaría cuando se viera obligada a mudarse. Y si le hacía daño a Pedro… Bueno, él mismo lo había dicho: Daba igual a quién le hicieras daño mientras vendieses periódicos. Lo único que tenía que hacer era llamar. Eso era lo que haría una verdadera periodista. Pero ella había querido escribir la historia del chico que había triunfado en la vida a pesar de sus circunstancias, una historia que inspirase a los lectores y de la que se sintiera orgullosa. Aquello solo era un cotilleo. Y esa no era la clase de periodista que ella quería ser. A la mañana siguiente, se dirigió al Ayuntamiento vestida de hada madrina y en el salón de reuniones encontró un pequeño grupo de gente: el alcalde, Mónica, el editor del Observer y Pedro Alfonso. ¿Qué estaba haciendo Pedro allí?


–Paula, deja el bolso –dijo Mónica–. Vamos a hacernos las fotografías.


–Sonrían, por favor –los animó el fotógrafo.


Cuando terminaron, Pedro tomó su mano.


–Perdone un momento, alcalde, tengo que hablar con Paula.


–En realidad, yo tenía que decirle…


–Llame a mi oficina –lo interrumpió él–. Leticia le dirá cuándo podemos vernos. ¿Almorzamos juntos?


–Sí, claro… –el alcalde se quedó boquiabierto.


–Pedro… –empezó a decir ella mientras salían del Ayuntamiento.


–No digas una palabra –Pedro abrió la portezuela del Range Rover, como si pensara que iba a salir corriendo.


Pero ella no quería salir corriendo; al contrario, quería respuestas. Si le hubiera dicho que pensaba tirar su casa no se habría enamorado de él. ¿Cómo podía una mujer equivocarse tanto dos veces? Cuando llegaron a su casa, Paula lo llevó al salón en lugar de a la cocina, que era para los amigos, y lo fulminó con la mirada.


–¿Por qué me haces esto?


–¿Yo? –exclamó Pedro–. Eres tú quien ha puesto mi nombre y el de mi familia en un periódico amarillista.


–¿Perdona?


Pedro tiró un ejemplar del Herald sobre la mesa y Paula vió un titular idéntico al de su artículo, el que no había enviado.


–¡Yo no he publicado eso!


–Tú sacaste el retrato del establo con ayuda de Iván…


Quédate Conmigo: Capítulo 72

La experiencia de Paula arreglando viejas cañerías le sirvió para buscar entre las vigas de los establos sin asustarse de las arañas. A Iván no se le ocurrió preguntar qué estaba haciendo y cuando por fin encontró un estuche de madera cubierto de polvo y telarañas la ayudó a bajarlo y le ofreció un destornillador para abrirlo. Pero, siendo un crío de diecisiete años, no estaba interesado en el aburrido retrato de un anciano, de modo que siguió arreglando su moto. Pedro solo tenía unos meses más que él cuando lo echaron de allí y tuvo que buscarse la vida… No podía pensar en eso, se dijo. Solo en lo que iba a hacerle a ella y a Sofía. Pero cuando sacó el retrato del estuche y pasó los dedos por las familiares facciones, los altos pómulos, la mandíbula firme, sintió que se le encogía el corazón. ¿Cuándo supo Pedro la verdad? ¿Se la habría contado su madre o lo habría descubierto por casualidad cuando entró en la mansión subido en su moto? El día que cumplió dieciocho años, un adulto exigiendo su herencia, negándose a ser ignorado… 


Después de tomar unas cuantas fotografías del retrato, Paula lo dejó en el despacho de Pedro. Hecho eso, volvió a su casa, encendió el ordenador y tuvo «Su gran momento». "Pepe Alfonso, hijo ilegítimo de un aristócrata. Este periódico ha descubierto que el multimillonario Pepe Alfonso, fundador de la compañía de transportes Pedgo y cuyo pasado siempre había sido un misterio, es hijo ilegítimo de sir Enrique Cranbrook. De niño vivía en una humilde casa situada en la finca con su madre, Ana, la cocinera de sir Enrique, y su padrastro, Horacio Alfonso. Sir Enrique, que se negó a reconocerlo legalmente, hizo que lo echasen de la finca el día que cumplió dieciocho años y aparcó su moto bajo el retrato de sir José Cranbrook, su abuelo. El retrato de la foto, que sir Enrique había ordenado destruir, ha sido descubierto escondido en los establos y no deja la menor duda sobre los lazos de sangre entre Pepe Alfonso y la familia Cranbrook. En un asombroso cambio de fortuna, compró recientemente Cranbrook Park, donde la familia Cranbrook residió durante siglos, hasta que las deudas obligaron a sir Enrique a vender. Divorciado y sin herederos legítimos, el barón vive ahora en una residencia de ancianos. Este periódico no ha podido ponerse en contacto con el señor Alfonso para que comentase sus planes sobre Cranbrook Park, pero haga lo que haga será un paso más en la historia de una propiedad que el rey Enrique XIII regaló a sir Thomas Cranbrook por servicios a la Corona"…


Quédate Conmigo: Capítulo 71

¿Era por eso por lo que lo había abandonado su mujer? ¿Porque había tenido una aventura con su cocinera? Por fin, rebuscando en los diarios de su padre, Paula encontró lo que buscaba. "Hoy he hecho algo despreciable, le he dicho a Pedro Alfonso que si no se iba de la finca, sir Enrique tiraría la casa de su madre y la dejaría en la calle. Había que hacer algo después de que entrase en la mansión con su moto y estacionase frente al retrato del hombre que, evidentemente, es su abuelo. Nunca me ha gustado ese chico tan arrogante y soberbio, pero lo que he hecho es terrible. Si pudiera irme a algún sitio me iría mañana mismo, pero la casa es gratuita y sir Enrique paga el colegio de Paula. Y Laura nunca me perdonaría si dejase todo esto por una cuestión de principios. Lo único que no he hecho es destruir el retrato de sir José, como sir Enrique me había pedido. Lo he escondido entre las vigas del establo y le he dicho a la madre de Pedro dónde está. Tal vez algún día el joven Alfonso conseguirá que se haga justicia y yo podré descansar tranquilo". Paula cerró el diario, recordando una época en la que su padre no hablaba con nadie y su madre se mostraba exigente y regañona. La mala época había pasado, pero su padre no volvió a ser el mismo. Ella siempre había pensado que era el principio del cáncer, pero había otras cosas que te comían por dentro…


–Mamá, ¿Dónde está mi…? ¿Por qué lloras?


Paula negó con la cabeza.


–Por nada, cariño. Estaba acordándome del abuelo.


–Camila tiene cuatro abuelos y muchos tíos y primos –dijo Sofía entonces–. ¿Por qué nosotros no tenemos familia?


–Tus abuelos eran hijos únicos y la abuela… –Paula tragó saliva. No se llevaban bien, pero tal vez era el momento de arreglar la situación–. La llamaré más tarde.


Pero antes tenía que llamar a Pedro porque quería que viese aquello. Quería que supiera que su padre se había odiado a sí mismo por echarlo de allí y que el retrato de su abuelo estaba escondido en los establos. Nadie contestaba en la casa y tampoco en el móvil, pero cuando saltó el buzón de voz dejó un mensaje pidiéndole que la llamase lo antes posible. Ser un hada madrina no era tan horrible, decidió Paula, mirándose al espejo de la oficina. Y, en deferencia a su avanzada edad, había podido ponerse un traje de bailarina hasta los pies y un corpiño discreto. Pero Bruno parecía extrañamente distraído.


–¿Ocurre algo?


–No, no.


–Dímelo.


–Será mejor que lo veas por tí misma –su jefe le ofreció un sobre y el corazón de Paula se aceleró–. No, espera, no lo abras aquí.


–En realidad, tengo que irme a casa.


–Muy bien –dijo Bruno–. Pero yo no te he dado ese sobre, ¿De acuerdo? Y no olvides que mañana tenemos que ir al Ayuntamiento para hacernos la foto de rigor… Contigo vestida de hada madrina.


–Sí, claro.


Paula salió del periódico y se sentó en la parada del autobús para abrir el sobre, temiendo que contuviera secretos de Estado. Pero no, no era nada tan emocionante, solo una fotocopia de la solicitud de Pepe Alfonso para demoler la casa conocida como Primrose Cottage. Su casa. El hogar que había creado para ella y para Sofía. Pedro iba a tirar las habitaciones que ella había decorado con tanto mimo y trabajo, las que había amueblado comprando cosas en mercadillos y tiendas de segunda mano. Iba a arrancar las viejas cañerías que ella había arreglado, el jardín que había plantado con tanto cariño… Cuando sir Enrique se vió obligado a vender la finca Paula había sabido que su futuro era inseguro. Al contrario que el barón, él era un duro hombre de negocios y lo entendía. Pero descubrir que se había hecho amigo de Sofía, que le había hecho el amor a ella sabiendo eso… Había planeado hacerle tanto daño como le hizo su padre. Ese había sido su gran momento. En el fondo, siempre había sabido que lo empujaba algo oscuro, pero había olvidado sus temores mientras hacían el amor… No, no habían hecho el amor, Pedro se había vengado. Y la venganza era que ella le había entregado no solo su cuerpo sino su corazón.


viernes, 7 de junio de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 70

 –¿Mañana?


Aquel día, por la tarde, cuando quisiera.


–Para hacernos la foto en el Ayuntamiento –respondió Paula–. Yo con el tutú y la varita mágica… Pensé que te gustaría disfrutar de tu gran momento.


–Ya he tenido mi gran momento, Paula. Ahora debo volver a Londres.


–Pero…


–Tengo que atender unos asuntos urgentes.


–Ah, claro. Cuídate.


Era lo mejor, pensó, mientras lo veía alejarse en la moto. No quería que su hija lo viera allí a esas horas. La sensata Paula no haría eso. Pero pasara lo que pasara a partir de aquel momento, no sería la misma. No volvería a ser la mujer centrada que solo tenía un objetivo en la vida: Ser la madre que siempre había querido ser y hacerse un nombre en el mundo del periodismo. Había rehecho su vida una vez, cuando abandonó las estrictas reglas en las que había sido educada, concentrándose en su hija, en su casa, en su trabajo. Empezando desde cero. Pero aquella vez era diferente. Estaba mirando las fotografías que había encontrado en la caja de su padre.


–¿Quién es esa gente? –le preguntó Sofís, tomando una de las fotos.


–Unos obreros que trabajaban en la finca hace años, cuando tu abuelo vivía.


–¿Y este?


Era la fotografía de un chico sobre un poni, con un hombre tirando de las riendas. No sabía por qué estaba allí, era demasiado vieja para ser una de las fotografías que había hecho su padre.


–Creo que es sir Enrique.


–¿Y el hombre?


–No lo sé, supongo que será su padre, sir José Cranbrook.


–Se parece mucho a Pedro –dijo Sofía.


¿Pedro?


–No puede ser Pedro, cariño.


–Pero se parecen mucho, tienen los mismos ojos.


–Mucha gente tiene los ojos oscuros –murmuró Paula.


Mucha gente tenía los ojos oscuros, pero no esos ojos. O esa sonrisa ligeramente torcida…


–¿Puedo quedármela?


–No, cielo –Paula le quitó la fotografía–. Es del archivo del abuelo y tiene que estar con sus diarios.


El teléfono sonó en ese momento, pero no era Pedro sino Juana Michaels para preguntar si Sofía querría ir con ellos al zoo. Era la distracción que la niña necesitaba y, olvidándose de la fotografía, corrió a su habitación a cambiarse de ropa. Paula tomó la foto de nuevo. Los mismos ojos, la misma sonrisa, los mismos hombros anchos. También se parecía a sir Enrique, pero las facciones del barón eran menos destacadas. No había visto nunca una fotografía de sir José hasta ese momento… Una vez le preguntó a sir Enrique, pero él le dijo que no tenía ninguna. Y la explicación estaba clara: El parecido era tan evidente que había intentado esconderlo.

Quédate Conmigo: Capítulo 69

Pedro abrió los ojos y miró el Támesis al amanecer. Seguía habiendo luces encendidas en la orilla, pero apenas se veía movimiento. A su lado, Paula dormía, vulnerable, completamente suya. Pronto, muy pronto, despertaría y el momento perfecto se vería roto por el pánico de volver casa antes que Sofía, pero por el momento podía verla dormir.


–No te muevas –le dijo cuando abrió los ojos.


–No quiero hacerlo.


Solo tendría que mover el pulgar para acariciar el pezón que se endurecía bajo la palma de su mano y se olvidaría de todo. Sería totalmente suya durante una hora o dos. Pero se contuvo, besando su hombro.


–Voy a hacer un café mientras te duchas.


Pedro se levantó de la cama, aprovechando que tenía fuerzas para hacerlo, y volvió con un montón de ropa.


–Camisa, jersey, vaqueros, calcetines y un par de calzoncillos nuevos –le dijo–. Te quedarán un poco grandes, pero están limpios. Una pena que no pujásemos por ese sujetador…


–Seguramente me habría quedado grande –bromeó Paula.


–También la ropa te quedará grande, pero la necesitas para ir en la moto.


–¿Vamos a volver en moto a Maybridge?


–Soy el chico malo del pueblo, ¿Recuerdas? Por supuesto que iremos en moto.


–No eres tan malo.


¿No? Pedro tiró de ella para sacarla de la cama y la empujó contra la pared para demostrarle lo malo que podía ser. Y Paula no puso objeciones cuando empezó a acariciarla, al contrario.


–Voy a hacer café –dijo luego, apartándose bruscamente antes de perder la cabeza.


Paula Chaves le hacía eso. Hacía que olvidase quién era él y quién era ella…


Paula tuvo que doblar varias veces el bajo del pantalón y ponerse un cinturón para que no se le cayera.


–Tienes una casa preciosa, Pedro–murmuró, mirando alrededor–. Menudo cambio de Primrose Cottage.


–Gracias.


–Por cierto, nunca he montado en moto.


–No te preocupes, es fácil.


El viaje de vuelta a Maybridge fue rápido y emocionante. Paula se agarraba a su cintura como una quinceañera, aprendiendo a inclinarse en las curvas, prácticamente gritando de emoción. Era una locura, pensó. Ella tenía una hija pequeña y no debería volver a casa al amanecer, asustando a los ciervos y los conejos… Pedro detuvo la moto frente a su puerta y le quitó el casco.


–Espera, no te muevas.


Tenía el pelo pegado al cráneo y él lo despeinó con la mano.


–¿Todo bien? –le preguntó, mientras la tomaba por la cintura.


–Sí, todo bien.


Todo bien salvo que la noche anterior había perdido la cabeza.


–Adiós, Cenicienta.


–¿Nos vemos mañana?

Quédate Conmigo: Capítulo 68

 –Haz lo que dice, guapa.


–Idiota –murmuró ella mientras se levantaba de la silla.


–¿Cómo te llamas, cielo?


–Paula Chaves.


–La preciosa Paula Chaves ha abierto la puja con mil libras –anunció el presentador–. Pero no vamos a dejar que esta maravillosa camiseta que llevó Wilkinson se venda solo por mil libras, ¿Verdad, señores?


Pedro se levantó.


–Diez mil libras –anunció, tomando a Paula de la mano para dirigirse a la puerta.


El presentador golpeó el atril con su mazo.


–Vendida al hombre que se marcha a toda prisa con Paula Chaves.


–¿Diez mil libras? –exclamó ella, caminando a toda prisa para seguirlo.


–¿Qué más da? –Pedro la tomó por la cintura cuando entraron en el ascensor.


Paula pensó que iba a besarla, pero no lo hizo. La sostuvo así, sus pechos aplastados contra el torso masculino, el evidente bulto bajo el pantalón rozando su abdomen y haciendo que por sus venas corriese un río de lava…


–Pero la gente que estaba con nosotros en la mesa…


–Da igual. Tengo que llevarte a casa antes de medianoche, ¿No?


–No vamos a llegar.


–A mi casa.


Las puertas del ascensor se abrieron en ese momento y Pedro se apartó cuando alguien se aclaró la garganta. Saludando con la cabeza a la pareja que esperaba el ascensor, se acercó al guardarropa para recuperar la capa de Paula. No la tocó mientras iban en la limusina hacia su ático y tampoco mientras subían en el ascensor. No tenía que hacerlo. Todo lo que había entre ellos había sido reconocido en el ascensor. Reconocido y aceptado. Era el momento y cuando se tocasen no habría manera de parar. Cuando llegaron al ático, sus pezones se marcaban bajo el vestido exigiendo ser acariciados, besados. No había dado más de tres pasos en el departamento cuando se volvió, dejando que la pesada capa cayera a sus pies. Pedro se quitó la chaqueta y dio un paso hacia ella, poniendo las manos sobre sus hombros para acariciarla con las yemas de los dedos. Su cabeza descendía con dolorosa lentitud, como si quisiera saborear cada instante. Pero el roce de sus labios despertó una reacción en cadena que la dejó temblando de deseo. Con los ojos cerrados, Paula encontró la corbata de lazo y tiró de ella, desabrochando la camisa a ciegas, desesperada por tocarlo, por notar el calor de su piel.


–Mírame, Paula…


Ella abrió los ojos y Pedro bajó los tirantes del vestido mientras besaba su garganta su hombro, sus clavículas.


–Dí mi nombre…


Cuando el vestido cayó al suelo, Paula echó la cabeza hacia atrás como una invitación.


–Baila conmigo, Pedro Alfonso–murmuró, echándole los brazos al cuello.

Quédate Conmigo: Capítulo 67

En ese momento estaba riendo con un compañero de mesa. Era la estrella de la cena, pensó. Hablaba con las mujeres sobre cosas que les interesaban, se reía en el momento adecuado, encantaba a los hombres sin enfadar a sus esposas. ¿Por qué le sorprendía? Paula no había podido ir a la universidad, pero era una mujer bien educada y tenía un trabajo que requería empatía e inteligencia. Y debería recordar eso último. Sin duda, Paula estaba esperando que se rindiera y le confesase algún oscuro secreto… Pero después de hacer el trato parecía haber olvidado quién era.


–¿Por qué me miras así? ¿Tengo espinacas entre los dientes?


–¿Hemos comido espinacas? No me había dado cuenta –dijo él. 


En realidad, no se había dado cuenta de nada porque solo pensaba en llevarla a la pista de baile y apretarla contra su torso. Paula inclinó a un lado la cabeza y cuando uno de los pendientes rozó su cuello, en lo único que podía pensar era en acariciar esa piel tan suave… Afortunadamente, la voz del presentador anunciando el comienzo de la subasta evitó que hiciera el ridículo.


–Buenas noches a todos. Después de haberlos emborrachado y antes de dejarlos pisar la pista de baile –estaba diciendo– vamos a hacer que se rasquen el bolsillo por una buena causa.


Paula se irguió en la silla.


–Ahora es cuando tengo que sentarme sobre las manos.


Pedro tomó una de ellas antes de que pudiese hacerlo.


–Espera, quiero que pujes por mí.


–¿En serio? ¿Y si me dejase llevar?


–Es por una buena causa.


–¿Por qué vas a pujar? ¿Por el Rolls Royce? ¿Por el alerón de un coche de Fórmula 1? ¿O prefieres el sujetador que perteneció a…?

 

–No creo que me valiese.


–No es para ponérselo, Pedro, es para que se te caiga la baba.


–No pienso babear por un sujetador a menos que la propietaria esté dentro.


–Una pena porque yo no llevo…


–Lo sé –la interrumpió él, metiendo un dedo bajo uno de los tirantes del vestido.


Apenas la había tocado, pero el roce provocó un escalofrío. ¿Cuándo fue la última vez que sintió algo así?


Paula tomó un sorbo de agua y se puso el vaso sobre la mejilla. Hasta entonces todo iba bien, pero…


Regla número cuatro para salir con Pedro Alfonso: No mencionar la ropa interior.


Regla número cinco para salir con Pedro Alfonso: No mencionar el hecho de que ella no llevaba sujetador.


–Cuando he dicho que yo no…


–El lote número uno es una camiseta del equipo de rugby de Inglaterra que llevó Johnny Wilkinson. ¿Quién quiere empezar a pujar? –escucharon la voz del presentador.


–Levanta la mano, Paula.


–¿Qué?


–Levanta la mano.


–El lote número uno por mil libras… Que ofrece la hermosa señora de la primera mesa.


–¿Ha dicho mil libras? Pero si está sucia.


–No seas tímida, guapa –la animó el presentador–. Levántate para que te vea todo el mundo.


Paula tragó saliva.

Quédate Conmigo: Capítulo 66

 –¿Cómo diste el salto de chico malo a multimillonario?


–Veo que eres muy sutil –se burló Pedro–. Pensé que la idea era hacer que el entrevistado se sintiera cómodo para que respondiese a las preguntas casi sin darse cuenta.


–Contigo sería una pérdida de tiempo. Tú siempre estás en guardia y he pensado que lo mejor sería quitárnoslo de en medio cuanto antes, así podremos pasarlo bien.


–Buen plan. ¿Qué tal el pie?


–Curado del todo, gracias.


–Entonces no tienes excusas para no bailar.


–¿Bailar?


–En la cena. Como te has dejado la espada en casa, he pensado que querrías bailar un tango.


–No creo que sepa.


Paula tragó saliva al imaginarse a sí misma deslizándose por la pista de baile mientras Hal la apretaba contra su torso.


Regla número tres para salir con Pedro Alfonso: Llevar un abanico.


–Pero te gusta bailar, ¿No?


–No lo sé, hace tiempo que no lo hago. ¿Qué tal el poni?


–Archie le está dando lecciones. ¿Qué ha sido del pastel que me prometiste?


–No te lo prometí, lo exigiste tú. ¿Quién te dió el primer empujón?


–¿Cómo?


–En los negocios. No se puede dar ese salto sin la ayuda de alguien.


–Yo solo recuerdo una metafórica patada en el trasero por parte de tu padre. No, olvida lo de metafórica.


Paula había esperado desarmarlo siendo cándida, incluso hacerlo reír, pero eso no iba a pasar. De modo que, en lugar de preocuparse por el artículo, disfrutaría del momento, decidió.


–Tengo una idea: Vamos a firmar una tregua por esta noche.


–¿Estás sugiriendo que deberíamos pasarlo bien?


Si había querido sorprenderlo, lo había conseguido.


–¿No es esa la idea? Comer un poco, beber un poco, bailar un poco, gastar mucho dinero por una buena causa…


–Ni pasado ni futuro. ¿Solo el presente?


–Hasta que den las doce –dijo ella, ofreciéndole su mano para sellar el trato.


–Hasta medianoche, Cenicienta –asintió Pedro, estrechándola–. Y esta vez, intenta llegar a tu casa con los dos zapatos.


Paula se había recogido el pelo, pero un par de rizos escapaban del prendedor, enmarcando su rostro. Como única joya, un par de largos pendientes de plata que llamaban la atención hacia su largo cuello. Y el vestido podría haber sido comprado en las rebajas, pero era elegante y destacaba su esbelta figura. No llevaba botones, solo unos tirantes finos que tendían a deslizarse por sus hombros, dándole a un hombre todo tipo de ideas.

miércoles, 5 de junio de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 65

 –Sí, pero es muy molesta cuando estoy bailando.


–Entonces, me alegro de que hayas decidido ir desarmada –Pedro esperó mientras ella tomaba un bolsito de noche–. ¿Con quién cree que vas a salir?


–Le he dicho que era una cena de trabajo –respondió Paula–. Y lo es.


–Si me estás diciendo que voy a hablar con una reportera toda la noche, esta podría ser una cena muy silenciosa.


–Pues sería una pena. Piensa en mí como tu hada marina, aunque eso significa que el coche se convertirá en una calabaza cuando den las doce.


–Eso sería interesante, sobre todo si estuviéramos en la autopista en ese momento –bromeó Pedro, haciéndole un gesto para que entrase en la limusina que los esperaba en la puerta.


–Le prometí a mi hija que volvería a casa antes de las doce.


–¿Y ella te ha creído?


–Por supuesto, soy su madre. Bueno, háblame de esa cena benéfica a la que vamos –dijo Paula.


–Es para las personas sin techo y habrá una subasta.


–Deberías habérmelo dicho, no he traído mi talonario. Solo un poco de dinero escondido en el escote.


–No te preocupes, miraré hacia otro lado si vas a sacarlo para pujar. Aunque yo podría hacerlo por tí. Ajustaremos cuentas más tarde.


¿Ajustarían cuentas más tarde? ¿Qué había querido decir con eso?


Regla número dos para salir con Pedro Alfonso: Sentarse sobre las manos durante una subasta.


–Y te he pedido que fueras conmigo porque no suelo ir a discotecas para conocer mujeres solteras. Como tú, imagino.


–No, no me gustan las mujeres –bromeó Paula.


–¿Hay algún hombre en tu vida?


¿Creía que lo habría besado así si hubiera algún hombre en su vida? Evidentemente, sí. De modo que no debía tomárselo en serio.


–Es sábado por la noche y he salido de casa para ocupar un asiento vacío en una cena. ¿Tú qué crees?


–Pensé que habíamos quedado en que haces esto por trabajo, como yo – respondió Pedro–. Pero tienes razón, Beatríz suele acompañarme en estas ocasiones, pero ha empezado a dejar páginas de citas por Internet en mi escritorio y por fin he entendido que tiene mejores cosas que hacer los sábados por la noche. ¿Lo has intentado alguna vez?


–¿Conocer a alguien por Internet? –Paula negó con la cabeza–. De modo que tu ayudante no quiere salir contigo…


–Beatríz y yo solo hablamos de trabajo.


Ella tuvo que suprimir un grito de alegría.

Quédate Conmigo: Capítulo 64

Debería decirle que estaba ocupada. Ninguna mujer debería estar libre un sábado por la noche, pero sabía que no iba a engañarlo. Además, la cuestión era por qué él no tenía una cita. ¿Qué más daba? ¿Cuándo iba a tener otra oportunidad de salir con Pedro Alfonso?


–¿Puedes pedirle a alguien que se quede con Sofía?


El indulto de los padres solteros. Si no había niñera, no había cita…


–Te responderé esta tarde.


–Este es el número de mi móvil –dijo él, anotándolo en el sobre–. Llámame. 


Paula llamó a Leticia para preguntar si podía quedarse con Sofía el sábado por la noche.


–¿Tienes una cita? –le preguntó su amiga.


–No es una cita, es una cena de trabajo –respondió Paula.


–¿Por qué yo no tengo un trabajo como ese?


–La cuestión es que podría volver tarde. ¿Eso sería un problema?


–No, no. Sofi puede quedarse a dormir aquí.


–Pero es que se está tomando muy en serio su responsabilidad con los cachorros y creo que insistirá en llevárselos.


–No pasa nada –insistió Leticia–. Incluso podría quedarme con uno de ellos si Sofi estuviera dispuesta a separarlos.


–Eres un cielo –dijo Paula.


Pedro recibió un mensaje de texto: Tengo niñera. ¿A qué hora el sábado? Qué interesante que le hubiera enviado un mensaje en lugar de llamarlo, pensó. Aún no sabía por qué le había pedido que fuera con él en lugar de llamar a alguna de sus amigas, a quienes hubiera hecho muy feliz compartir mesa con él en una cena benéfica. Y su cama cuando terminase la cena. Todo sería mucho más simple. Le había dicho a Paula que el sexo era más sencillo que las relaciones sentimentales, pero también era más vacío. Sin embargo, cuando estaba con ella su pulso se aceleraba y sentía algo… Claro que Paula también quería algo de él: Un artículo. ¿Pestañearía coquetamente para sacarle información? ¿Coquetearía con él? ¿Se arriesgaría a otro beso que los dejase a los dos sin aliento? Tal vez Paula Chaves era la última mujer en el mundo a la que pediría una cita, pero pulsó el botón de Responder y escribió: "6:45, y no te retrases".



Exactamente a las seis cuarenta y cinco el sábado por la tarde, sonó el timbre. Paula se miró al espejo del pasillo por última vez para arreglarse el pelo y luego, respirando profundamente, abrió la puerta. Pero respirar profundamente no era suficiente. Lo que necesitaba era una mascarilla de oxígeno al ver a Pedro Alfonso con esmoquin.


–¿Lista? –le preguntó él, con tono impaciente. Estaba claro que su peinado, su maquillaje y su vestido de noche no lo afectaban en absoluto–. ¿Alguna instrucción de última hora para la niñera?


Regla número uno para salir con Pedro Alfonso: Recordar que no era una cita.


–Sofía y los perros van a dormir en casa de Leticia –respondió Paula, dándole la capa de oficial de la Armada que había sido de su bisabuelo–. ¿No te lo ha contado?


–Leticia y yo no nos dedicamos a cotillear mientras estamos trabajando.


–Nosotras tampoco. No le he preguntado nada sobre tus planes para Cranbrook Park.


–Ah, discreción, un don muy raro en nuestros días –los dedos de Pedro rozaron sus hombros mientras le ponía la capa–. ¿No deberías llevar una espada?