viernes, 28 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 30

Cuando se giró nuevamente hacia la mesa, vió que Pedro la estaba mirando, pero enseguida lo distrajo la pelirroja. Paula sintió celos, o algo así. La mujer le habló al oído, pero ella no quiso imaginar qué podría haberle dicho. En aquel momento apareció el maître y le dijo que iban a servir el café. Ella se mezcló con la gente y charló, y así logró perder de vista a Pedro. Los invitados empezaron a marcharse, y finalmente sólo quedaron ellos dos con los empleados. Se sorprendió del alivio que sintió cuando se marchó la pelirroja de la mesa de él.


—¿Te lo has pasado bien? —preguntó Paula a Pedro.


—Me lo he pasado muy bien, gracias. Has estado fantástica.


—¿Fantástica? —se rió—. Es un poco exagerado, ¿No?


—En absoluto. Todo el mundo lo ha dicho.


Ella achicó los ojos.


—Es sólo una leve exageración. ¿Estás lista para irnos?


Ella asintió.


Luego se despidieron del personal y Pedro le tomó la mano para salir. A ella le pareció natural. Extraño, después de tanto tiempo, pero natural. Para cuando llegaron al hotel, Paula estaba desesperada por aliviar el fuego que se había encendido en su vida. Era ridículo. ¿Cómo podía sentirse atraída por él después de todo lo ocurrido? Y decir «Atraída» era poco. Cuando llegaron a la entrada principal, ella sintió que no tenía ganas de que se acabase una noche tan agradable. Desde que habían dejado el lagar, aquella tarde, había sido casi como en los viejos tiempos. Ella había hecho un esfuerzo, y él, al parecer, también lo había hecho, como si hubieran querido demostrarse que podían estar bien juntos, sin problema.


—Es una noche agradable —dijo Pedro—. Es una pena entrar. ¿Te apetece dar un paseo?


—Sí, me gustaría mucho —dijo ella, y tembló.


—¿Tienes frío? ¿Quieres que entremos? 


—No, no tengo frío. Sólo ha sido una brisa del río.


Y pensamientos que ella no podía confesarle. Llena de satisfacción por el resultado de la cena, Paula levantó la cara y miró las luces que adornaban los árboles. Suspiró y dijo:


—Es increíble, ¿No?


—Sí —después de un momento, Pedro agregó—: Las luces son increíbles también.


Doblaron en la esquina y caminaron hasta llegar a la carretera que había en el puente del río Torrens. Allí pararon para observar la iluminación de la fuente, que se reflejaba en el agua. Después de unos minutos, Paula se dió cuenta de que ella era la única que estaba mirando la fuente. Pedro la estaba mirando a ella. El modo en que la miraba la tomó por sorpresa. Era como un hombre hambriento mirando una rebanada de pan. Sabía lo que quería decir: quería besarla. Ella se sintió nerviosa. Él se dió la vuelta y se apoyó en el muro del puente, cerca de ella, muy cerca. Ella volvió a temblar, y él frotó sus brazos desnudos en un gesto tierno. La suave fricción calentó su piel y aumentó la temperatura dentro de ella. 

Reencuentro Final: Capítulo 29

De vez en cuando sus amigos le habían preguntado qué tipo de mujer le gustaba, y él no había sabido responder. Ahora, mirando a Paula, lo sabía. Ella era su tipo. La mujer pelirroja le apretó el brazo y se echó atrás el pelo.


—Es muy guapa, ¿No? —le dijo, señalándole a Paula con un movimiento de la cabeza.


Pedro no fue capaz de contestar. Pero afortunadamente, alguien de la mesa hizo una pregunta, y él se alegró de que hubieran cambiado el tema de conversación, y se hablase de impuestos al vino. Después del segundo plato llegó el momento en que Beth podía hablar de lo que quisiera.  Y habló de las condiciones de la vendimia en el valle de Barossa, de que los diferentes lagares de un lugar tenían una experiencia totalmente distinta del mismo clima… Luego se hizo una rifa y se sacó una tarjeta de un sombrero con el número del ganador de una cesta de productos de Chavland. Y finalmente les pidió a los camareros que abrieran varias botellas del Century Hill Premium, para que los invitados pudieran probar el Shiraz. Luego llegó la hora del postre. Ella volvió a la mesa y se alegró de que Pierre pareciera entretenido y relajado. Esperaba que su estado de ánimo no tuviera nada que ver con la pelirroja que tenía al lado, o casi sentada en sus rodillas, pensó. Paula se irguió. Ella no era su guardiana. No era nada de él. Además, no podía criticar a la mujer. Pedro era un hombre muy atractivo.


—¿Paula?


Paula se dió la vuelta cuando alguien le tocó el hombro. Era un invitado de otra mesa. Lo conocía de otra cena y sabía que era un coleccionista de vino.


—¿Sí, Leonardo?


—Tengo que decir que es difícil encontrar unos vinos tan conseguidos y fieles al terroir como éstos.


—Gracias, Leonardo. Te lo agradezco. Viniendo de tí, es un cumplido.


—En absoluto. Me alegro de que hayas limitado la producción para mantener la calidad de estos vinos. Lo peor que puedes hacer es importar fruta de fuera de la región para aumentar la producción. Sé que otros lo han hecho, pero Chavland merece una felicitación por no hacerlo.


Paula sabía que Pedro los estaba escuchando, pero no quiso mirarlo.


—Estoy de acuerdo contigo, Leonardo. Mientras yo me ocupe de Vinos Chavland, no cambiaré de filosofía.


—Me he enterado del asunto de los nuevos accionistas, por supuesto. Pero L’Alliance no pondrá en riesgo la reputación de Chavland, ¿No?


—Ha sido sólo un modo de hablar, Leonardo. No he tenido intención de decir nada.


—No deberían apartarte, Paula. Eso sería una locura.


—Leonardo, por favor, no te preocupes. Yo no me voy a ir… —le sonrió. 

Reencuentro Final: Capítulo 28

Entró un grupo de invitados en el hotel y fueron a la zona de los aperitivos. Casi inmediatamente, un camarero fue a su encuentro con una bandeja. Les ofreció un rosado frío. Pedro vió que la botella tenía la etiqueta de Chavland. En media hora la zona se llenó de gente. Cuando decidió ir a ver a Paula, el maître los llamó al comedor. Se encontró en la misma mesa que ella, pero con una pareja mayor en medio. Trató de que no se le notase la decepción por no tenerla más cerca, y se presentó a sus vecinos de mesa. Alma, una mujer de pelo cano, era quien se encontraba a su derecha, y a su izquierda tenía a una mujer muy exótica de rizos pelirrojos, que se apoyó en su brazo y se inclinó hacia él. Suspiró interiormente. Esperaba que Alma fuera conversadora. El maître les dió la bienvenida y señaló los vinos, una serie completa de los Chavland, y luego presentó a Paula, quien se puso en el sitio del orador. Paula lo sorprendió con su seguridad y su aplomo, por no mencionar su belleza. Y su sonrisa. Con seguridad profesional habló de los vinos que beberían durante la noche y explicó que había trabajado con el chef para estar segura de que la comida y el vino eran complementarios. Luego les deseó una noche agradable. Él la miró y asintió, como aprobando su actuación, cuando ella volvió a su asiento. Él apenas probó el primer plato, pero degustó el Semillon de Chavland en cuanto el camarero se lo sirvió.


—Supongo que siendo francés, entenderás de vinos, ¿No? —dijo la pelirroja.


—Sí.


Se alegró de que otro invitado llamase la atención de la mujer y se volvió a hablar con Alma y su marido. Pasó un rato y Paula volvió a hablar para presentar dos tintos, un Shiraz y un Cabernet, que se servirían con el segundo plato.


—Primero el Olive Branch Shiraz, cosecha del 2002. Es intenso, pero suave, y aunque es tinto, huele a melocotón. 


Miró alrededor para asegurarse de que los camareros estaban ofreciéndolo.


—¿Sentís el gusto a menta? —preguntó—. Y tiene un delicioso toque de fruta madura empapada en Kirsch.


Se oyó un suave murmullo de risa, a lo que Paula sonrió.


—El gusto es radicalmente distinto de la cosecha del 2001 — continuó—. Sin el matiz del oporto.


Paula lo hipnotizaba. A pesar de que Pedro se había pasado la vida entre la gente del vino, jamás había oído poner tanta sensualidad en una sencilla descripción. Había algo en el brillo de los ojos de ella y en el lenguaje de su cuerpo que mostraba que disfrutaba compartiendo su producto con gente que lo apreciaba. Él se sentía como una polilla, atraído por la luz de Paula.


—El gusto que queda en la boca es seco. No recuerdo ningún vino con esta fuerza que conserve tanta frescura y elegancia.


Aquellos adjetivos a Pedro le parecieron perfectos para describirla a ella. Tan única como su vino. No había nadie como ella. Después de presentar el Cobby Creek Cabernet, Paula volvió a la mesa, e inmediatamente se puso a hablar con la pareja que tenía a la derecha. Él la observó, y se dió cuenta de que la había echado de menos. Había echado de menos todo lo suyo. Tenía un vacío dentro desde hacía diez años, que ella debería haber llenado. 

Reencuentro Final: Capítulo 27

Ella se quedó en silencio. Debía de haber estado desesperado por la pérdida de su sueño. No le extrañaba su punto de vista acerca de Vinos Chavland. Paula decidió cambiar de conversación.


—Además de la elaboración del vino, estudié marketing del vino en la universidad —dijo ella.


—¿Sí? —repuso él con sorpresa.


—Y luego hice un máster.


—¿De verdad?


—Así que me alegré de poder poner en práctica todo lo que había aprendido y dejar el tema de la producción a Mauricio.


—Comprendo. No tenía ni idea de que estabas tan cualificada.


Porque él no se había molestado en preguntar, pensó ella. Nadie de L’Alliance había hecho ningún esfuerzo por informarse sobre ella. Al parecer, creían que sólo estaba en aquella posición por ser hija de Miguel Chaves. Era injusto que pensaran que no tenía la cualificación adecuada. Aunque dudaba que eso cambiara las cosas desde el punto de vista de Pedro. Al principio ella había planeado tener una actitud pasiva. Había pensado dejar que Pedro hiciera su informe sin influir en él, pero sin aceptar sus recomendaciones. Pero tal vez se había equivocado y había tomado el camino erróneo. Quizás fuese mejor adoptar una postura más activa.  


Mientras caminaban del hotel al restaurante, Pedro se alegró de estar fuera del coche, donde el perfume de Paula lo había vuelto loco. Porque era «Su» perfume. Lo habría reconocido en cualquier sitio. Estaba relacionado con todo lo de ella: Con su cuerpo, su piel… Aquella fragancia combinada con su aspecto con aquel vestido ajustado, era una tortura. Se alegraba de no haber tenido ninguna confrontación con ella. A pesar de estar en distintos hemisferios durante diez años, aún tenían muchas cosas en común, al parecer. Siempre que se abstuvieran de mencionar su pasado, y el propósito de su visita, era casi como si jamás se hubieran separado. Sintió pena. Si hubiera sido cualquier otra mujer, no habría dudado en intentar ligar con ella. Pero no podía hacerlo con ella, y era inútil lamentarlo. 


Cuando entraron en el restaurante, Paula se puso en acción. Se separó de él, dejándolo en la zona de los aperitivos, y fue a hablar con el maître. Era temprano para los invitados. Pedro se sentó en un taburete y la observó moverse. Estaba muy guapa con aquel vestido. No, se corrigió. Estaba guapa siempre. Pero el vestido la hacía parecer… Más madura. No podía dejar de mirarla. Cuando ella levantaba la cabeza y lo miraba, le sonreía. Y él sentía una contracción en el estómago. De pronto se dió cuenta de que había perdido la batalla de la indiferencia con ella. Había sido un error ir a Australia. Pero por una noche quería olvidar el motivo por el que estaba allí. Quería olvidarse del hecho de que ella lo odiaba, a él y a su trabajo. Quería olvidarse de todo lo que había sucedido hacía años. Quería experimentar la fascinación de estar cerca de ella otra vez. Sin barreras. Sin dolor. Ya tendría tiempo de volver a los negocios cuando volvieran al valle de Barossa. Hasta entonces se relajaría. Y dejaría que las cosas fluyeran, sin tener que controlarlas. Quería dejarse llevar como cuando era joven. 

Reencuentro Final: Capítulo 26

El verlo allí le había hecho recordar al Pedro de hacía diez años. Pero no sentía nada por él. Cuando él se volvió y la vio, sus ojos se clavaron en ella como espadas. Estaba realmente fantástico. Pedro se puso de pie.


—Estás deslumbrante —le dijo él.


—Gracias —respondió ella—. Tú también.


Miró su traje negro, la camisa blanca y la corbata amarilla.


—Estás muy elegante. Es un traje muy bonito —dijo ella.


Él sonrió y a Paula le dió un vuelco el corazón. Era como si tuvieran una cita. Pero no lo era. Ella debía recordar a qué había ido él allí. No debía olvidarlo. Caminaron en dirección al coche de Paula.


—¿Quieres que conduzca yo? Así puedes relajarte un poco antes de la noche frenética que te espera.


—Oh, sí, gracias.


Paula se sentó en el asiento del acompañante de su Mitsubishi. Pedro sonrió.


—No seas desconfiada —dijo al ver la cara de preocupación de Paula—. Te prometo que te lo cuidaré. 


—No estoy preocupada por el coche.


—¿Qué te preocupa entonces?


—Nada. No me preocupa nada.


Era una mentirosa, pensó ella. Tenía miedo de que no fuera capaz de ocultar sus sentimientos. De que dijera algo o hiciera algo que la pusiera en evidencia. Hicieron el viaje en silencio. Hasta que Pedro dijo:


—¿De quién ha sido la idea de la cena del productor de vino?


—No somos el único lagar que lo hace. Pero la cena de Vinos Chavland ha sido idea mía.


Él asintió.


—Has estudiado la elaboración del vino, ¿Verdad? ¿Por qué no sigues esa línea de trabajo?


—Lo hice. Trabajé en Hunter Valley durante dos vendimias, y luego estuve en el oeste de Australia, el sur de Perth, donde ayudé a instalar un lagar. Cuando volví a Barossa, Owen estaba instalado en Chavland. Y el lagar tenía problemas desde el punto de vista de su administración.


Ella suspiró. No tenía ganas de recordar esa época. Aquella noche, no.


—De todos modos, yo podría preguntarte lo mismo. ¿Por qué no seguiste los pasos de tu padre en lugar de dejar que vendiese el lagar? Es lo que siempre dijiste que harías.


—No tuve opción —respondió él, mirando la carretera. Suspiró y agregó—: Descubrí que mi padre era muy malo para los negocios. Pensó que si ayudaba a otra gente, ellos lo ayudarían cuando las cosas no fueran bien. Se equivocó. El lagar se vino abajo… Después de estar seis generaciones en manos de la familia Alfonso… Todo, para nada… —dijo él con amargura.


Ella recordó lo apasionado que había sido con aquel negocio, y la ilusión que había tenido por seguir los pasos de su padre y hacer el mejor vino de Rhone Valley.


—¿Fue entonces cuando él lo vendió a L’Alliance?


Él se quedó pensativo. Después de un momento, se giró y dijo: 


—Sí. Como te he dicho, cuando descubrí el estado del negocio, era muy tarde. La empresa fue mal durante unos años hasta que ya no se pudo hacer nada.


De pronto, Paula comprendió.


—Entonces descubriste que en los negocios no hay lugar para sentimentalismos, ¿Verdad?


—Fue una buena lección. La mejor. 

miércoles, 26 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 25

 —Bueno, es una forma de que la gente interesada seriamente en el vino conozca nuestros productos. Van conocedores y coleccionistas sobre todo. Es una oportunidad de mostrar nuestros productos durante una noche.


—Entonces, ¿Te pones delante del público y les hablas de vinos?


Ella asintió.


—Eres muy valiente.


Ella achicó los ojos, buscando el sarcasmo en sus palabras. Pero había sido sincero.


—Tamara y yo generalmente nos repartimos los productos, pero esta noche me tocará a mí sola.


A ella no le importaba hablar de vinos.


—Espero que no te aburras —dijo Paula.


Él se encogió de hombros.


—No creo. ¿Llevas el vino tú?


—No, lo envían previamente. He hablado con el chef y he elegido el menú. Está todo organizado. Y por cierto, tenemos que ir elegantes.


—Comprendido.


Paula miró el reloj.


—Tendremos que salir a las cuatro, y tengo que hacer un montón de trabajo esta tarde…


—Así que quieres que me marche —dijo Pedro. 


Se puso de pie y estiró los brazos por encima de la cabeza.


—Sí, deberías irte. Si no, no tendré tiempo de ponerme guapa.


Él sonrió y ella sintió mariposas en el estómago.


—No necesitas mucho tiempo —dijo él—. Nada de tiempo, en realidad —sus ojos estaban más oscuros.


Se quedaron mirándose un momento.


—Gracias por el almuerzo.


Paula se quedó perpleja. ¿Qué había sido eso? ¿Un piropo? Ella se estremeció.



Paula tenía un vestido nuevo. Nunca sabía bien qué ponerse. Aquella vez creía que había encontrado el punto intermedio entre un atuendo apropiado para los negocios y para el glamour a la vez. ¿Le gustaría a Pedro? Se reprochó el preocuparse por su opinión. Se quitó la ropa y la tiró al suelo. Lo importante era demostrarle el éxito que tenían aquellas cenas. Entonces, ¿Por qué se alegraba de tener un vestido nuevo?, se preguntó antes de entrar en la ducha. Cuando terminó se vistió y luego se sentó frente al espejo para peinarse y maquillarse.  Todavía se arrepentía de haberse cortado el pelo. Se maquilló un poco más de lo normal y se miró al espejo. No estaba mal. Se puso unas gotas de su perfume favorito. Se le cruzó la idea de que tal vez Pedro reconociera la fragancia, pero la descartó. Era poco probable. Recogió el bolso y las llaves del coche y fue a recogerlo  al Granero. Pero cuando salió a la galería vió que él estaba sentado fuera, debajo de la ventana de su dormitorio. Sintió una mezcla de emociones. Por un lado, alivio de que la persiana estuviera bajada. Podía estar segura de que no la había visto mientras se cambiaba. Por otro, un cosquilleo que se iba acumulando en su interior como un volcán. Era nostalgia, pensó. Sólo recuerdos. 

Reencuentro Final: Capítulo 24

 —Si estás segura…


Pedro la acompañó a la casa. Paula dejó las llaves del coche y se encaminó a la cocina. La siguió y le ofreció su ayuda para preparar el almuerzo.


—Sólo serán sándwiches.


—¿En qué te puedo ayudar?


—Si quieres, puedes servir la bebida. Hay zumo y agua mineral en el frigorífico. No te recomiendo vino, porque beberemos mucho esta noche — Paula empezó a cortar el pan—. Los invitados creerán que el vino tiene algo raro si no lo bebemos nosotros. Y, por cierto, por ese motivo no conduciremos de regreso. Espero que no te importe quedarte en Adelaide…


—No, en absoluto.


Pedro encontró los vasos fácilmente. Los llevó a la mesa. Y volvió a buscar platos y servilletas.


—¿Hay alguna otra cosa que pueda hacer? —dijo Pedro cuando terminó de poner la mesa.


—Mmm… Puedes pelar fruta y cortarla —le señaló el frutero—. Si te parece bien.


Él asintió.


—Cuando has dicho que no cocinas, creí que querías decir que no pisabas la cocina —dijo ella.


—No lo he hecho hasta ahora, pero…


Él hizo una pausa y ella lo miró. Pierre tenía una expresión extraña. ¿Qué era?


—Me gustaría aprender a cocinar —dijo él.


Ella se quedó en silencio un momento.


—¿Y por qué no lo haces?


—Lo haré. Pero no ahora. Paso la mayor parte del tiempo en hoteles. No tengo un hogar, como tal.


Ella colocó los sándwiches en un plato grande. ¿Quería echar raíces Pedro? ¿Era eso?


—¿Dónde piensas establecerte cuando lo hagas? —preguntó ella.


Él la miró. 


—En Francia, no sé exactamente dónde todavía. Se supone que van a darme un puesto en la central en cuanto termine este trabajo… —movió el cuchillo mientras hablaba y ella se apartó.


Pedro abrió el lavavajillas y lo metió dentro.


—Entonces, ¿Cuanto antes decidas deshacerte de mí, mejor?


En cuanto lo dijo, Paula se arrepintió. Él se encogió.


—Lo siento, Pedro. Ha estado fuera de lugar.


Él no le hizo caso y dijo:


—De tí depende que me deshaga de ti o no, como has dicho, Paula. Depende de lo cabezona que te pongas.


—Lo que pretendo es mantener la integridad de este lagar, ¿A eso llamas «Cabezonería»?


—Podrías mantenerla a la vez que incrementases su rendimiento.


—No. La calidad no es la cantidad. En eso creía mi padre y ésa es la filosofía que mantengo yo.


Él suspiró y tomó un sándwich del plato. Paula también comió.


—Cuéntame lo de la cena —dijo Pedro.


—¿La cena del productor?


Él asintió.

Reencuentro Final: Capítulo 23

 —No voy a poder ir a la cena del productor de vino esta noche. Después de que tome la medicación me quedaré hecha polvo durante doce horas.


—No te preocupes por eso, Tami —dijo Paula—. No eres indispensable, ya sabes. Me las arreglaré.


—Al menos no estarás sola —dijo Tamara recogiendo su bolso—. Pedro estará contigo.


Paula se puso rígida. Se había olvidado de la invitación que él había aceptado. No era buena idea. Estarían juntos en el coche durante un viaje de dos horas. Encima del tiempo que pasarían juntos durante el día.


—Tal vez la cena no sea tan entretenida sin Tamara —dijo Paula a Pedro. 


—De todas formas, me gustaría ir —dijo él—. Siento lo de tu dolor de cabeza, Tamara.


—Migraña, no dolor de cabeza —susurró Tamara.


—¿Prefieres que no vaya? —preguntó Pedro a Paula.


—No, por supuesto que no. Si tienes interés en ir, a mí me da igual…



Paula intentó cerrar la puerta de la casa de Tamara suavemente para no molestar a su amiga con el ruido. Las cosas no habían ido como ella había planeado. Había querido evitar estar con Pedro, y en cambio, no sólo estaría durante las horas de trabajo, sino también aquella noche, durante horas. Pedro había estacionado el coche de Tamara en el garaje. Se encontró con un loro de la zona apostado encima de un muro y se puso a imitarlo.


—Veo que has conocido a los vecinos —dijo Paula.


—Creí que todavía estabas dentro. Es un pájaro muy bonito —dijo Pedro—. Un tipo de ave que sólo puedes ver en el zoológico.


Ella asintió.


—Ése es un Adelaide Rosella —le señaló otro pájaro—. Ahí va su pareja. Siempre van en pareja. Se emparejan para toda la vida.


Él la miró, y ella se puso colorada.


—Hay pájaros maravillosos aquí… —dijo ella para llenar el silencio—. ¿Estás listo para irnos?


Pedro asintió, y ella sintió el calor en sus mejillas.  Era la hora de almorzar cuando llegaron al lagar. Paula estacionó en la carretera y bostezó. No había dormido bien desde que había sabido que iría Pedro, justamente cuando necesitaba tener la mente fresca.


—Sólo te he preparado la cesta para el desayuno. ¿Quieres venir a almorzar?


—No quiero molestar. Sobre todo porque pareces cansada.


—Estoy bien, de verdad. Y tienes que comer… 

Reencuentro Final: Capítulo 22

Paula respiró profundamente.


—No, no lo hice. Tenía otros planes. Me habían ofrecido un trabajo en el valle Hunter, y… Lo acepté. Era una buena oferta. No podía rechazarla.


—¿Y cuándo regresaste?


—No volví hasta… Hasta que mi padre enfermó y ya no pudo trabajar. 


Estaban en la parte de fuera de la vieja cabaña, y las lágrimas le nublaron la vista a Paula. Pero ella pestañeó para disiparlas.


—Lo siento —dijo.


—No… No te preocupes —dijo él intentando imitar el acento australiano, lo que a ella la hizo sonreír—. ¿Quieres sentarte aquí un momento? —señaló una mesa del jardín.


Ella asintió y se sentó. Pedro se sentó frente a ella.


—Cuéntamelo —dijo él.


—Yo no sabía que mi padre estaba enfermo —dijo con lágrimas en la garganta Paula—. Él sabía que tenía cáncer, pero no me lo dijo. Si me lo hubiera dicho, yo habría… —se calló, incapaz de exteriorizar cuánto lo lamentaba.


Pedro se inclinó hacia delante y ella por un momento pensó que le tomaría la mano. Pero él no lo hizo, y ella se alegró. No necesitaba más emociones.


—Por supuesto —dijo él.


¿Cómo lo sabía?, se preguntó ella. Hacía años había pensado que él la conocía mejor que nadie, y que ella lo conocía profundamente a él. ¡Qué equivocada había estado! Y si entonces no se habían conocido realmente, cuando estaban tan unidos, ¿Cómo iba a poder conocerla ahora, diez años más tarde?


—Lo siento —dijo Paula. Se puso de pie—. No quiero estropearte el recorrido. Vayamos a ver a Tamara.


Tamara le levantaría el ánimo. Pero cuando entró, vió que su amiga tenía mala cara.


—¿Qué ocurre, Tamara? —Paula se acercó a Tamara.


—Tengo migraña.


—Oh, no. ¿Qué haces aquí? ¿La tenías antes de venir a trabajar hoy?


—No… Me ha aparecido después.


—Bueno, debiste irte a casa. ¿Tienes la medicación aquí?


—No. En casa. No pude ir. He estado muy ocupada esta mañana — Tamara miró a Pedro—. Lo siento.


Paula había sido testigo de las migrañas de su amiga como para saber que aquélla iba a ser terrible.


—Te llevaré a casa. Luego veremos cómo llevamos tu coche —se volvió a Pedro—. No te hago falta por un rato, ¿Verdad?


—No, pero puedo ayudarte con el coche de Tamara —dijo él—. Puedo seguirte con su coche.


—Oh, sí, si no te importa…


Tamara protestó. 

Reencuentro Final: Capítulo 21

Mauricio era un hombre amable y un productor de vino con talento. Había trabajado también en el lagar de Alfonso, pero Pedro por aquel entonces era demasiado pequeño como para recordarlo.


—Porque la fruta lo es todo, por eso tenemos un enfoque minimalista… —dijo Mauricio—. Si notamos que la fruta pierde intensidad, trabajamos más con el fermento para ayudar a la extracción. Normalmente el fermento es usado dos veces al día y se enfría si es necesario.


—¿Cuánto tiempo tardan en quitar el fermento de la piel? —preguntó Pedro.


—No mucho. Buscamos la suavidad al paladar más que la extracción excesiva. Y el vino completa la fermentación en el roble. 


Paula se acercó a ellos.


—Roble francés, por supuesto —dijo ella sonriendo.


—Por supuesto —dijo sonriendo también Pedro.


—¿Te apetece ir a la bodega ahora? —preguntó Paula.


—Sí —Pedro le dió la mano a Mauricio para despedirse—. Gracias por tomarte este tiempo para hablar conmigo —dijo formalmente.


—No hay problema, cuando quieras… —dijo Mauricio dándole una palmada en el hombro a Pedro—. Siempre has tenido dotes para esto, desde que eras un niño. Yo pensé que ocuparías el lugar de tu padre.


Cuando estuvieron fuera, Pedro le dijo:


—Mauricio sabe mucho.


—Sí. Además es una excelente persona. Trabajó en el valle Hunter y en el Riverland ante de irse fuera y trabajar en varias vendimias en Francia y Alemania. Luego volvió a Australia. Estaba trabajando en McLaren Vale cuando papá le pidió que se ocupara de esto.


—¿Cuánto tiempo hace de eso?


—Hace unos cinco años. Para mi padre era muy difícil ocuparse de la producción de vino al mismo tiempo que de la dirección del negocio… —se interrumpió.


De pronto recordó la pelea que había tenido con su padre en aquel momento, y sintió el peso de haberle fallado. Si hubiera sabido que viviría poco tiempo después de aquello, habría actuado de otro modo. Pero, con la arrogancia de la juventud, ella había pensado que tenía mucho tiempo para unirse a su padre en el negocio familiar. Era algo que ella había imaginado que sucedería cinco o diez años más tarde. Si hubiera podido volver al pasado, habría ayudado a su padre en el trabajo y habría pasado todo el tiempo con él, aprendiendo lo que él sabía de la industria del vino. Y habría disfrutado de oírlo hablar de su madre, el amor de su vida, arrebatada de su lado por un accidente cuando Paula era una niña pequeña.


—¿Le pidió a Mauricio que lo ayudase? —preguntó Pedro.


—Emmm… No inmediatamente. Me pidió a mí que me ocupase de la administración del negocio para que él pudiera concentrarse en la producción de vino.


—¿Y no lo hiciste? —Pedro frunció el ceño. 

lunes, 24 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 20

Ella se reprimió una respuesta emotiva y contestó serenamente:


—Si eso fuera verdad, mi padre jamás habría creado Vinos Chavland.


Pedro se dió la vuelta, se cruzó de brazos y la miró de un modo que ella podía reconocer. A Paula se le encogió el estómago. Pero no quería recordarlo. Él había ido allí por una razón: Para demostrar que ella era incapaz de dirigir el lagar.


—No conozco la historia de Vinos Chavland —dijo él—. ¿Por qué no me la cuentas?


—Bueno…


¿Para qué quería que le contase la historia? Si a él no le importaba, no la respetaba. Pero no perdería nada contándole cómo había empezado su padre con el lagar. Tal vez así podría hacerle comprender a Pedro por qué veía ella las cosas de otro modo.


—Mi padre era el principal productor de vinos para Box Tree. Estaba en manos de una familia de la zona, pero en ese momento acababa de ser absorbida por Wesley, otro conglomerado internacional, como L’Alliance.


Él asintió.


—Conozco Wesley, por supuesto.


—Wesley estaba interesado en Box Tree sólo por su red de distribución y como base para vender sus bebidas alcohólicas en Australia. No estaban interesados en su reputación como buenísimo productor de vino. Decidieron reducir radicalmente la producción en un momento crucial, justo antes de la vendimia. Le dijeron a mi padre que no comprase uvas de los productores locales.


Paula tomó un sorbo de agua antes de continuar:


—Papá estaba destrozado. Él ya había hecho tratos con los productores de uva, y sabía que si no respetaba esos acuerdos, se arruinarían familias enteras, con las que él había crecido. Se negó a hacerlo.


Paula se sentó más derecha. El orgullo por la actitud de su padre le daba el coraje para continuar en el camino que se había trazado, para oponerse a L’Alliance.


—Mi padre consiguió respaldo económico de una empresa de Adelaide y compró uvas él mismo. Luego construyó este lagar en tiempo récord, prensó la fruta que había comprado, y nació Vinos Chavland. Juró usar siempre uvas de esta zona y no bajar los costes comprando la vid a precio más barato. Quería que toda la comunidad del valle se beneficiara de sus acciones. Si hubiera estado en ello por dinero, habría hecho las cosas de un modo diferente desde el principio.


Pedro se encogió de hombros.


—Comprendo lo que quieres decir con eso de construir sobre sentimientos —dijo él—. Pero tu padre querría que cambiases, si de eso depende que mantengas o pierdas el control de la empresa.


Ella pensó un momento.


—No, no lo habría querido. Habría querido que yo hiciera lo que debía hacer. El control de algo en lo que no crees no vale la pena.


Ella estuvo tentada de decir que el Pedro que había conocido hacía diez años habría pensado lo mismo, pero se calló. Era algo demasiado personal para comentarlo en aquel momento.


Buscó en un armario, sacó un par de alpargatas y se las ató.


—Voy a dar un paseo por el lagar —dijo mientras se incorporaba—. ¿Te apetece venir conmigo?



Después de presentarle a Pedro a su primo y principal productor de vino, Mauricio Chaves, Paula se marchó y los dejó conversando. Se marchó a buscar a Juan McGill, para ponerlo al tanto sobre un pedido de barriles. Cuando volvió, notó que Pedro estaba totalmente absorto en la conversación con Mauricio. Había sido buena idea dejarlos solos. Toda la tensión había desaparecido de la cara de Pedro. Parecía más relajado que con ella. 

Reencuentro Final: Capítulo 19

Paula vió que Pedro fruncía el ceño mirando la pantalla. Se levantó y sirvió dos copas de agua. Dejó una de ellas al lado de él.


—Gracias… ¿Paula?


—¿Sí?


—He estado viendo informes del negocio de los últimos años.


Paula se puso nerviosa. Aquél era el principio de su batalla por su lagar.


—¿Y?


—Pagas demasiado por las uvas que compras a los productores locales.


—¿Y?


—Podrías ahorrarle al negocio una suma de dinero significativa negociando mejores precios con los productores.


—¿Negociar?


A Paula se le hizo un nudo en el estómago. Sabía qué quería decir. Su padre había pasado por todo aquello hacía tiempo.


—¿Te refieres a presionarlos y ponerlos en una posición en la que no puedan rechazar vender su cosecha por una miseria?


—Se trata de un negocio, Paula, y si los productores no quieren vender más barato, compras las uvas en otra parte.


—Estás bromeando, ¿No? —ella se rió afectadamente, aunque no veía nada de gracioso en aquello.


—No. Podrías comprar más cantidad de uva por el dinero que te gastas ahora, y de esa forma podrías aumentar la producción de vino y la ganancia, por supuesto.


—Disculpa. No tiene sentido seguir con esta discusión, porque no va a suceder eso. De ningún modo.


Paula rodeó el escritorio y se sentó. Bebió agua para calmar sus nervios. Pedro suspiró. Un suspiro que parecía querer decir que no confiaba en ella como empresaria.


—Creí que tú, mejor que nadie, lo comprenderías —dijo Paula.


—¿A qué te refieres?


—Con tu historia… Tu padre fue quien me hizo comprender la importancia del terroir. El gusto del suelo, todo lo que constituye un entorno.


Pedro se echó atrás y la miró.


—De todos modos, tú tienes un negocio, no un hobby. Los accionistas tienen derecho a aumentar sus beneficios.


—No me trates con condescendencia, Pedro.


—No era mi intención hacerlo, y te pido disculpas si ésa es la impresión que te he dado. Sólo intentaba decirte que hay mejoras que deben hacerse en este negocio. Eres tú quien decide si aceptas mi consejo.


—¿Aceptar tu consejo? Lo que quieres decir es que tendré que cambiar totalmente la filosofía de este lagar para satisfacer a L’Alliance. Y si me niego a destruir aquello por lo que trabajó mi padre, y todo lo que soñó, me quitarás de un plumazo de mi puesto, ¿No es verdad?


Ella vió que él movía un músculo de la cara.


—Tú conocías la situación desde antes de que llegase yo.


—Sí, conocía la situación —dijo Paula—. Sabía que L’Alliance quería que yo desapareciera.


Pedro no respondió. Ella sabía que él no podía negarlo. Cuando ella había hablado con Francisco Asper, éste le había dicho que tenía todo su apoyo. Pero no le había creído. ¿Por qué si no, iban a haber puesto semejante condición en su oferta? Ella suspiró.


—Pedro, debes saber que no voy a comprometer la visión de mi padre acerca de este lagar. Su deseo fue que yo continuase su trabajo, y eso es lo que tengo intención de hacer. Si hago caso a tus recomendaciones, desaparecerá Vinos Chavland.


Pedro se puso de pie y fue hacia la ventana.


—Paula… —dijo de espaldas a ella—. En los negocios no hay lugar para los sentimentalismos. Si tuvieras más experiencia, lo sabrías. 

Reencuentro Final: Capítulo 18

Pedro abrió la puerta y Paula dejó de hablar y lo miró. Ella estaba sentada en el escritorio, agarrada a él, con las piernas colgando. Aquellos ojos verdes brillantes de alegría, y aquella sonrisa lo derretían. Luego se dió cuenta de la ropa que llevaba: Unos shorts y una camiseta que dejaba parte de su estómago al descubierto. Daba la impresión de tener dieciséis años, no casi treinta. Miró sus piernas bronceadas, y bajó hasta sus pies descalzos… Muy típico de Paula… Y en el tobillo, una cadena de oro que él le había regalado en París. No había duda. Sus eslabones tenían la misma forma de corazón… ¿La había usado desde entonces? ¿Recordaba de dónde procedía? ¿O era sólo una costumbre, como llevar un reloj de pulsera todos los días? 


—Buenos días, Pedro —dijo Paula bajando del escritorio—. Quiero presentarte a nuestro director de viñedos, Benjamín Bauer.


Pedro giró la cabeza hacia la izquierda y se encontró con un hombre de su edad aproximadamente, que estaba extendiendo la mano para saludarlo. Mecánicamente, le dió la mano. Así que aquél era el hombre que la ponía tan contenta…


—¿Qué tal vas?


Pedro pestañeó.


—¿Voy adónde?


Benjamín lo miró. Pedro le devolvió la mirada. Se trataba de una emoción irracional, pero se sintió celoso de aquel atractivo hombre, y de la evidente comodidad que sentía Paula en su presencia.


—No ha sido una pregunta literal —dijo Paula—. Quiere decir: «¿Cómo estás?», como ¿Comment allez-vous?


Pedro se mostró impaciente.


—Claro… Estoy bien, gracias —dijo Pedro a Benjamín.


Benjamín sonrió con una sonrisa amplia, de dientes blancos que lo hacía parecer más atractivo.


—Será un placer mostrarte los viñedos —dijo Benjamín—. Hay ciento cincuenta hectáreas en total. Cuarenta y cinco de Shiraz, cuarenta de Semillon, veinticinco de Merlot, veinte de Cabernet Sauvignon, dieciséis de Riesling, dos hectáreas de Mourvedre y dos de Grenache —Benjamín tomó aliento—. Y luego están los otros productores de vid…


—Benjamín hace la función de coordinador de productores de vid, cuyos viñedos están distribuidos por el Barossa, hacia el sur, hasta Williamstown, y por el norte hasta Ebenezer. Nos parece que las diferentes condiciones ambientales para el cultivo, agregan complejidad a los vinos.


Pedro asintió.


—Bueno, seguramente estás muy ocupado —le dijo Pedro a Benjamín—. No quiero entretenerte —se alegró de que Benjamín comprendiera la indirecta.


Benjamín hizo un asentimiento a Paula y se marchó.


—Ya nos veremos —gritó desde la puerta.


Cuando Pedro volvió a mirar a Paula, ésta pareció sorprendida. Luego se irguió y dijo: 


—¿Quieres conectar el ordenador a la línea de teléfono?


—Sí, por favor.


¿Se habría enfadado Paula porque le había interrumpido su encuentro con el atractivo Benjamín? 


Paula le señaló dónde enchufar el ordenador, y se concentró en el monitor de su propio ordenador. 

Reencuentro Final: Capítulo 17

Muy temprano por la mañana del día siguiente, puesto que no había podido dormir, Pedro se levantó. No le había mentido a Germán cuando le había dicho que le gustaba correr, no sólo porque le gustaba hacer un poco de esfuerzo físico, sino porque le servía para relajar el estrés.  Normalmente solía poder desconectarse de sus pensamientos y concentrarse en los músculos. Pero aquella mañana, no. No después de pasar la noche con Paulette, Paula, se corrigió. Ella le había dejado claro que no quería que él usara aquel nombre. No era fácil hacerlo. Había sido Paulette durante diez años para él, cada vez que pensaba en ella. Y habían sido muchas veces, más de las que él hubiera querido. ¿Cómo había podido Paula tener una relación con Germán? Menos mal que habían terminado, porque era un hombre que no tenía nada que ver con ella. Ella necesitaba un hombre que la valorase tal cual era, que no quisiera cambiarla, que… Una piedra le golpeó el tobillo, se agachó y se lo frotó. El trabajo que le habían asignado sería el más difícil de su vida. Aunque en realidad lo único que tenía que hacer era ver qué métodos empleaba Paula para dirigir su empresa. Y si la junta directiva no estaba de acuerdo con ellos, tendría que apartarla de su puesto. Pero para eso tenía que trabajar con ella. Era lo suficientemente maduro y tenía la suficiente experiencia como para no volver a enamorarse de ella. Pero el problema era que nunca había superado la relación que había mantenido con Paula.


Pedro se irguió y empezó a caminar nuevamente. Esperaba que Francisco le diera el puesto y la promoción que le había prometido. Ésa era la única razón por la que había aceptado hacer aquello. El nuevo trabajo era crucial para su futuro. Sin un domicilio permanente, no tenía ninguna posibilidad de ganar la custodia de su hijo.  Había decidido no ponerse traje por el calor, y se había puesto unos pantalones grises y una camisa blanca de algodón de manga corta. Con el ordenador portátil, se dirigió al lagar. A lo lejos vió una camioneta blanca que se detuvo cerca de la entrada de la oficina. Luego se fijó en una vid que crecía al lado del camino. Era la vieja vid de Shiraz de la que había hablado Paula. El padre de Paula había hecho bien en salvarlas. No desde el punto de vista sentimental, sino porque había sido bueno desde el punto de vista del negocio. La etiqueta de Century Hill tenía prestigio entre los conocedores, y aunque él no lo había probado hasta el día anterior, comprendía por qué lo valoraban. Miró el paisaje y una vez más recordó aquél en el que había transcurrido su niñez:Los viñedos Alfonso. Agitó la cabeza. ¡Qué absurdo, tener imágenes de su niñez! E inútil… El hogar de sus padres ya no existía. No podía volver a él. Cuando llegó al pie de la colina y fue a abrir la puerta de la oficina de Paula, oyó su voz, vibrante y melódica. Luego su risa. Evidentemente, estaba conversando con alguien que le caía bien. Recordó cuando solía hablarle a él de aquel modo, y lamentó que ahora fueran tan reservados y corteses. 

Reencuentro Final: Capítulo 16

 —Creo que tomaremos el café dentro —dijo Paula mientras preparaba la bandeja.


La llevó a la mesa, donde se sentaron.


—¿Cuánto tiempo hace que sales con Germán? —preguntó él. 


Ella se sorprendió.


—Algún tiempo.


—Sé que no es asunto mío, pero no parece tu tipo.


Paula le dió una taza, y tomó un sorbo de la suya.


—Pero ya no saldremos más, de todos modos.


Él alzó las cejas como preguntando.


—Hemos roto.


—Lo siento.


Paula dejó la taza en la mesa.


—No lo sientas. No era una relación seria.


Él asintió.


—¿Y tú? —preguntó ella—. ¿Cuánto tiempo estuviste casado con Giselle?


—Tres años —dijo él después de un momento.


—No es mucho tiempo.


—Bastante.


—¿Para tener un niño?


Él se encogió de hombros.


—¿Cuántos años tiene ahora él?


—Nueve.


Ella hizo un cálculo rápido. Debía de haberse casado con Giselle poco después de que ella se hubiera ido. Aquello le dolió.


—¿O sea que llevas separado siete años?


Él asintió.


Después de un momento de silencio, ella cambió de tema de conversación.


—Siento lo de tus padres —dijo Paula suavemente.


—Fue hace pocos años —respondió él.


—Lo sé.


Ella había lamentado no haberle expresado su pesar, pero no había sabido cómo acercarse a él.  Los padres de Pedro se habían jubilado y se habían marchado al sur de Francia. Allí había sido donde habían sufrido el accidente de coche en el que se habían matado ambos.


—Debió de ser un golpe terrible para tí.


—Fue peor para Luciana —Pedro se pasó una mano por el pelo—. Tuve que decírselo.


La hermana de Pedro aún debía de haber estado en el colegio en aquel momento, y ella sintió pena por la niña. Debía de haber sido terrible tener que darle la noticia de que sus padres, a los que ella adoraba, estaban muertos. En su caso, cuando había muerto su padre, no había tenido que preocuparse por nadie. En aquel momento, había lamentado no tener hermanos. Había odiado quedarse sola. Pero tal vez podría haber sido peor.


—Mmm… Está bueno —dijo ella, tomando un sorbo de café.


Él estuvo de acuerdo.


—Hasta que murieron, no supe que habían vendido los viñedos. Fue una sorpresa para mí…


Pedro puso un gesto de disgusto. Dejó el café y se puso de pie.


—Es tarde. Será mejor que me marche.


Ella lo miró.


—Lo siento. No me he dado cuenta de que el accidente aún era un tema doloroso para tí, si no, no habría…


—No lo es.


Paula miró el café de Pierre, prácticamente intacto. ¿Qué había dicho que lo había incomodado? ¿No quería hablar del tema de los viñedos? ¿Habrían discutido su padre y él? ¿No habría querido seguir los pasos de su padre y ahora se arrepentía? 

miércoles, 19 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 15

Paula corrió a la puerta de entrada y la abrió. Germán se estaba abrochando el cinturón de seguridad cuando ella llegó al coche. Le golpeó la ventanilla. Y aunque él puso los ojos en blanco, bajó el cristal.


—¿Qué quieres ahora? —protestó él.


Paula se agachó para hablarle.


—Germán, te lo digo en serio. Quiero que te quedes aquí. No puedo salir con alguien que bebe y conduce.


—Ya te lo he dicho. Tengo una reunión por la mañana temprano. Olvídalo, Paula. Me voy.


—Vale —Paula se irguió—. Entonces no creo que volvamos a vernos.


—Bien —cerró la ventanilla y aceleró.


Ella lo observó marcharse. Y a pesar de todo, sintió alivio. Agitó la cabeza y volvió a la casa. Tamara la estaba esperando.


—¿Qué ha ocurrido?


—Hemos roto.


—¿Y cómo te sientes?


—Bien. En realidad, ha sido la ruptura más fácil que he tenido.


Se miraron un momento. Luego Tamara le hizo señas.


—Nuestro invitado nos está esperando. Creo que está cansado.


Paula asintió y salió a la galería. 


—¿Quieres una taza de café antes de marcharte? —preguntó Paula cortésmente a Pedro.


—Si no es mucha molestia… —dijo Pedro.


—En absoluto. Prepararé tu cesta del desayuno mientras esperamos a que se haga el café.


—Para mí no, Pau —dijo Tamara desde la puerta—. Me marcho. Los veré mañana —sonrió a Pedro y luego se marchó dentro.


—Ten cuidado en la carretera —le dijo Paula.


—Siempre lo tengo.


Paula empezó a preparar el café. Pensó que a Pedro le gustaría cargado, como a ella. Desde que había estado en Francia se había inmunizado contra el insomnio que producía el café. Mientras preparaba la cesta del desayuno pensó en Germán. ¿Debería llamarlo más tarde para saber si había llegado bien? Suspiró. No, él no querría saber nada de ella, y discutirían otra vez. Mejor una ruptura limpia. Ella estaba mejor sin él. Lo sabía. Pero la idea de quedarse totalmente sola le producía dolor de estómago.


—¿Puedo poner estos platos en el lavavajillas?


Paula se sobresaltó cuando Pedro irrumpió en sus pensamientos.


—¡Oh! ¡Me has sobresaltado!


—Lo siento.


Ella lo miró y le dió un vuelco el corazón nuevamente.


—Sí, puedes hacerlo.


Le señaló el aparato y lo observó hacer la tarea.


—Entonces no eres totalmente inútil en la cocina, si eres capaz de hacer eso.


—No. Pero casi.


Él le sonrió, y ella contuvo la respiración y luego se dió la vuelta para poner agua hirviendo en la cafetera. 

Reencuentro Final: Capítulo 14

 —Estoy divorciado —dijo después de un largo momento.


Paula carraspeó.


—¿Te casaste con Giselle? —preguntó.


Pedro asintió.


Cuando se dió cuenta de que Germán y Tamara la estaban mirando, Paula desvió la mirada. No podía mirarlos. Sabía que sus ojos mostrarían dolor. Miró hacia los viñedos. No era de extrañar que se hubiera casado con Giselle. Ella sabía que la atractiva morena iba tras él. Habría sido la esposa perfecta para él: sofisticada, elegante… Francesa. Todo lo que no era ella, pensó. Y sin embargo, el matrimonio no había durado.


—¿Tienes niños? —preguntó Tamara. 


—Sí, un hijo.


—¿Sí? —preguntó Tamara poniendo tono de comprensión—. ¿Lo ves a menudo?


—No tanto como yo querría.


Paula lo miró. Y notó que había dolor en sus palabras.


—Como trabajo en adquisiciones y fusiones, siempre estoy viajando — dijo Pedro.


—Espera un momento. Es posible que sea un poco tonto, pero ha habido algo que no he entendido. ¿Se conocen de antes ustedes dos? —dijo Germán mirando a Pedro y a Paula.


Paula asintió.


—Bueno, podrían haberlo dicho —protestó Germán—. ¿Por qué lo mantienen en secreto?


—No es un secreto —dijo Paula.


—Paula hizo las prácticas con el padre de Pedro —comentó Tamara—. Yo lo sabía. Y también lo sabías tú probablemente, pero se te habrá olvidado.


—Oh, es posible… —dijo Germán sin molestarse en disimular un bostezo—. Bueno, ya está bien por hoy. Me voy a casa. Me alegro de haberte conocido, Pedro.


—Perdonen —dijo Paula, se puso de pie y siguió a Germán a la cocina— . No puedes conducir, Germán. Has bebido demasiado —dijo en cuanto hubo cerrado la puerta.


—Bueno, has sido tú quien nos ha servido el vino, para presumir delante de tu invitado. De todos modos, no he bebido tanto. No más que Tamara, y tú no le impedirás que conduzca, ¿No?


—Lo haría, si pensara que ha tomado tanto como tú. Pero ella apenas ha tomado dos copas, así que puede conducir. Quédate a dormir aquí, Germán. Vete por la mañana.


—No, tengo una reunión con clientes por la mañana temprano.


—¿Por qué siempre tenemos que tener esta discusión?


—Porque vives aquí, en este lugar apartado de la mano de Dios, y quieres que venga cuando se te antoja.


—¡Eso no es justo!


—¿Justo? ¡Te diré lo que no es justo, Paula! 


La puerta de la cocina se abrió y entró Tamara.


—¿Me prometen que no me pasará nada si entro? —preguntó.


Germán resopló. Luego se dió la vuelta y se marchó a la puerta de entrada.


—Germán, no te vayas —lo llamó Paula.


Pero él dió un portazo como respuesta.


—No eres su madre, Paula. No puedes decirle lo que tiene que hacer — dijo Tamara.


—Ya lo sé que no soy su madre —respondió Paula—. Pero no quiero que se mate. O que mate a alguien. 

Reencuentro Final: Capítulo 13

 —En realidad, no me gusta ir al gimnasio. Prefiero correr temprano por la mañana.


—Bueno, cada uno tiene su estilo. Tampoco he podido convencer a Paula de que venga conmigo. Es adicta al yoga.


—¿Y qué tiene de malo el yoga? —preguntó Tamara—. He pensado hacerlo yo también. Pau dice que es muy relajante.


—El ejercicio no es para relajar —dijo Germán—. Se supone que tiene que ser para revigorizar —se golpeó el pecho y luego dijo a Pedro—. A Paula le gustan todas las cosas hippies. Hasta ha empezado con esta nueva moda de meditar…


—La meditación no tiene nada de nueva —dijo Paula—. Algunas culturas la llevan practicando mucho tiempo. Y de todos modos, es mejor que estar sentada sin hacer nada…


Paula se calló cuando se dió cuenta de lo que había dicho. Se rió de pronto. Tamara también se rió, y luego Pedro, mientras Germán agitaba la cabeza, no muy divertido. Sólo le hacían gracia los burdos chistes juveniles. Ella no había intentado decir algo gracioso, había sido sólo un desliz de su lengua. Pero no obstante, la vida habría sido muy aburrida si no se hubiera reído de las pequeñas cosas.


—Iré a buscar el postre —dijo ella levantándose del asiento.


Se quedó delante del frigorífico con la puerta abierta, pero su mente estaba recordando a Pedro en París, riendo.


—¿Estás bien?


Paula se sobresaltó, y al darse la vuelta vió a Tamara dejando los platos en la encimera.


—Sí, ¿Por qué?


—Te fuiste corriendo de la mesa y has estado mirando el frigorífico desde que he llegado. ¿Sucede algo malo?


—Nada. Estaba pensando —sacó la tarta del frigorífico.


—Mmmm… Has hecho realmente mi postre favorito.


—Por supuesto, te dije que lo haría.


—Pero si Pedro hubiera estado en la carta de postres, no habría sabido qué elegir… —dijo Tamara.


Paula dejó caer el cuchillo que tenía en la mano y éste sonó en el suelo de cerámica. 


—Tami, debes dejar de decir cosas como ésa… Pedro ha venido en viaje de negocios.


—¡Eh! Si mezclamos los negocios con el placer, tal vez tengamos un informe a nuestro favor —se rió Tamara, y se marchó con copas limpias fuera.


Paula enjuagó el cuchillo. Luego siguió a su amiga. Tamara estaba sirviendo un vino dorado en las copas.


—Es un vino de postre estilo Vin Santo —dijo su amiga—. Se me ha ocurrido una idea: Que vengas a la cena de los productores de vino que tenemos mañana. Verás lo que opinan los consumidores de los vinos, y la importante herramienta de marketing que es la cena. Beth hace un gran trabajo.


Paula hizo un gesto como no dando importancia a lo que decía su amiga. Germán resopló.


—Aburrido. El vino es para beber, no para hablar sobre él —dijo articulando mal las palabras.


Paula lo miró. Seguramente Germán había tomado alguna copa de más.


—Me gustaría marcharme, si no le importa a Paula —dijo Pedro.


Paula se dió cuenta de que todos estaban esperando una palabra suya.


—Si te quieres ir, por mí no hay problema —dijo.


—¿Estás casado, Pedro? —preguntó Tamara.


Puala se quedó petrificada, con el tenedor en el aire. Vió que él dudaba. 

Reencuentro Final: Capítulo 12

Paula miró a Pedro mientras éste probaba el vino. Él sabía de vinos de Rhôde. Allí habían estado los viñedos de su familia, y él había sido un apasionado de los vinos que se producían en su lagar, del mismo modo que ella lo había sido con los de Chavland. Pareció pensativo. Ella vió las arrugas entre sus cejas, un gesto tan familiar… Aún después de diez años le tocaba algo dentro aquel gesto… Pedro la miró y ella desvió la mirada para que él no notase que todavía le despertaba sentimientos, porque no se los despertaba. Sobre todo buenos sentimientos.  Cuando todo el mundo había disfrutado de la comida, Paula se echó atrás en el asiento y sonrió. Tamara se estaba burlando de su propio talento en la cocina.


—Me gusta cocinar con vino —sonrió—. La verdad es que se lo pongo a todo.


Todos se rieron, y Paula miró a Pedro. Por primera vez desde que había llegado, él había sonreído sinceramente. Ella casi se atraganta con el vino.


—¿Cuál es la historia que hay detrás de la etiqueta? —preguntó él, tocando una botella vacía y mirándola directamente a ella.


—¿De Century Hill? —sonrió Paula—. Cuando mi padre compró la tierra para construir el lagar, ya había una zona de viñedos de Shiraz en la parte de la colina donde está el granero. Los dueños de la tierra eran descendientes de los primeros colonos que habían plantado viñedos exactamente hacía cien años. Papá usó las uvas de esos viñedos en la primera producción, y enseguida se dio cuenta de que tenía una fruta excepcional en sus manos. Entonces supo que su lagar sería un éxito.


Pedro la observaba con tal concentración que ella se olvidó de lo que iba a decir por culpa del efecto de los ojos de él.


—Éste es nuestro Shiraz normal —dijo Tamara—. Hecho también de uvas de Century Hill —sirvió el vino en las cuatro copas—. He traído la cosecha de 2002, que dicen algunos que es la mejor que ha habido. Fue un año excepcional, con una temporada larga. ¿Qué opinas?


Pedro finalmente dejó de mirar a Paula. Ella tomó un sorbo de vino para entretenerse. No podía comportarse como una adolescente, olvidándose de lo que estaba diciendo.


—Se ve que haces ejercicio… —dijo Germán a Pedor—. Yo soy un fanático del gimnasio. Quizás podrías venir a mi club de vida sana como invitado… Claro que supondría un viaje a la ciudad, por supuesto.


Pedro lo miró y Paula supo que estaba buscando una excusa para decirle que no. Germán, con su falta total de sutileza, seguramente no era una persona con quien él quisiera entablar una amistad. 

Reencuentro Final: Capítulo 11

 —Sólo que aprendí a hacer vino con tu padre —se acercó a la puerta y agregó—: Siéntate —indicó una mesa cubierta con una tela brillante.


Paula encontró a Tamara en la cocina, abriendo el vino. Su amiga estaba vestida como para impresionar: Llevaba una camiseta ajustada con un gran escote y una minifalda de cuero. Tenía un cuerpo bonito para llevar ese atuendo, y no podía culparla por aprovecharlo. Habían pasado ocho años, pensó , desde que había muerto el marido de Tamara y ella estaba desesperada por la compañía de un hombre.


—Eh, chica —dijo Tamara—. ¿Ha llegado ya Pedro?


—Sí. Llegó según el horario de Sídney, pero lo hemos arreglado.


—¿Y Germán? —preguntó Tamara.


—No ha llegado todavía, ya sabes cómo es.


—¿Desconsiderado?


—He querido decir «Un hombre muy ocupado».


—Oh, de acuerdo —dijo Tamara recogiendo la bandeja en la que había puesto el vino.


Paula agarró dos ensaladeras del frigorífico y siguió a Tamara afuera. Llegó a tiempo de ver a Pedro mirar a su amiga cuando ésta puso la bandeja en la mesa. Pedro saludó a Tamara con fría cortesía, pero Paula sintió una punzada de celos, una emoción que no había experimentado desde hacía mucho tiempo. Se oyó la puerta de entrada y  corrió a la casa.


—Hola, Paula. He recibido tu mensaje —dijo Germán mientras caminaba por el pasillo—. ¿Dónde está ese pez gordo de Francia? — preguntó.


—Shhh… Te va a oír.


—¿Y? —Germán le dió un beso rápido en la mejilla y siguió caminando hacia el jardín. 


Paula agarró la ensalada que quedaba y lo acompañó para presentarlo. Germán extendió la mano.


—¿Así que vas a transformar a Paula en una directora modelo? 


Pedro miró a Paula antes de responder.


—Estoy aquí para hacer una visita de rutina.


—Bueno, creo que Paula es un caso perdido —se rió Germán—. Quiero decir, mira la ropa que lleva esta noche.


Paula se miró el vestido indio de algodón.


—Pau tiene personalidad —dijo Tamara—. Y no tiene nada de malo, Germán.


—Hola, Tamara —sonrió Germán—. Veo que estás haciendo gala de las cosas buenas del lagar —hizo un gesto hacia el vino. Pero no dejó de mirarle el escote.


Paula se dió la vuelta, alegrándose de tener la excusa de ir a buscar la carne a la barbacoa. Volvió con una fuente.


—¡Guau! —exclamó Germán—. Hoy sí que te has esmerado, Pau.


—Es sólo cordero.


Tamara distrajo a Germán sirviéndole vino.


—Oh, ésta es una ocasión muy especial. Normalmente no merezco que se abra una botella de Shiraz Century Hill.


—Éste es el vino tinto seco clásico con el que ganamos un premio — dijo Tamara a Pedro mientras se lo servía—. Una mezcla de Grenache, Shiraz y Mourverdre. Cuando el padre de Paula empezó a producirlo, a mediados de los ochenta, era una variedad que no estaba de moda. Pero él sabía lo que estaba haciendo. Al principio se fabricó como una variedad de los vinos de Rhôde, pero ahora se lo considera un vino por derecho propio. 

lunes, 17 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 10

Paula lo observó salir, luego respiró profundamente. Con el pelo húmedo, seguramente después de una ducha, Pedro parecía más moreno. Recién afeitado, con aquella loción para después de afeitar que perfumaba la cocina, emanaba una intensa masculinidad. Estaba más guapo con aquellos vaqueros y aquel polo que con su traje de hombre de negocios, tal vez porque en sus recuerdos lo tuviera con ropa de sport, cuando ella se había enamorado de él. Nadie la había hecho sentirse mejor consigo misma. Nadie había apreciado tanto su punto de vista ni su compañía. Donde la gente veía nerviosismo en ella, él veía vitalidad. Él había amado su verdadero ser. O eso había pensado ella. Y en el momento en que ella se había sentido segura y había encontrado el coraje para ser ella misma, él la había rechazado. Y el dolor entonces había sido terrible porque ella había creído todo lo que él le había dicho. Cortó la zanahoria en la tabla. No debía pensar en el pasado. No tenía importancia para lo que estaba sucediendo en aquel momento. Ella tenía que tratar a Pedro con el respeto que debía a un representante de los nuevos dueños del lagar. Tenía que ser amable. Debía cultivar entre ellos una atmósfera de cooperación. Sería el único modo de ganarse el apoyo de Pedro y por tanto el de su jefe. El jefe de ambos. Sus sentimientos personales tendrían que permanecer ocultos. No quería que interfiriesen en la relación profesional con el hombre que tenía el poder de destruir el sueño de su padre y el de deshacerse de ella. Aliñó rápidamente la ensalada y puso la ensaladera en el frigorífico. Tenía que ver si estaba lista la carne, y la cena estaría preparada. Salió fuera a mirar la barbacoa y aspiró el perfume del ajo. Le faltaba un poco.


—Huele bien.


Paula se dió la vuelta. No había oído acercarse a Pedro.


—No es nada especial. No soy una gran cocinera.


—Debes de ser mejor que yo. Yo no sé cocinar.


—Yo me las arreglo…


Ella recordó a la madre de Pedro, quien no dejaba que nadie entrase en la cocina. No era de extrañar que él no hubiera aprendido a cocinar allí. Pero ¿Y luego? ¿Había comido en restaurantes desde que se había ido de casa? Paula caminó hacia la galería.


—¿Qué te parece El Granero? ¿Estás cómodo? —preguntó ella.


—Sí, gracias. ¿Dónde está la línea de teléfono para poder enchufar el ordenador y mirar el correo electrónico?


—Me temo que no hay. La mayoría de nuestros huéspedes quieren desconectarse del trabajo cuando están allí. ¿Necesitas conectarte esta noche? Puedes ir a mi despacho si es así.


—Ahora, no, pero ¿Puedo hacerlo mañana por la mañana?


—Claro… —Paula oyó la puerta de un coche y miró hacia la casa—. Creo que ha llegado alguien. Antes de que entren… No le he dicho a nadie el motivo de tu visita. Quiero decir, creen que estás haciendo una visita de rutina para los nuevos dueños. Sólo la junta directiva sabe que la oferta es condicional y que mi trabajo… Bueno, ya sabes a qué me refiero.


—Comprendo. Y… —miró hacia la puerta—. Supongo que tampoco le habrás dicho a nadie que nos conocemos de antes.


Ella agitó la cabeza. 

Reencuentro Final: Capítulo 9

 —Pedro, llegas temprano.


Él frunció el ceño.


—Creí que llegaba tarde.


—Son sólo las seis y media. Pero entra, no hay problema.


—He puesto el reloj en hora —dijo él y cruzó la puerta—. Son las siete según pone aquí…


—Debes de haberlo puesto con horario de Sydney. El sur de Australia tiene media hora menos que Sydney.


—Oh, lo siento.


—No hay problema… Estoy preparando unas ensaladas. Así que, si quieres, puedes sentarte en la cocina mientras lo hago. O puedes sentarte fuera…


Paula empezó a caminar por el pasillo y él la siguió. Llegaron a una cocina grande y luminosa. Él apartó una silla de la mesa y se sentó, mientras ella se quedaba de pie cortando hortalizas para la ensalada.


—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó él—. ¿Abrir el vino, por ejemplo?


—El vino lo va a traer Tamara.


Él levantó una ceja.


—¿No tienes vino aquí?


—Sí, por supuesto. Pero hemos pensado que te gustaría probar el Shiraz premium, que es nuestro mejor tinto, y unos cuantos más. Tamara sabrá qué escoger.


Él asintió. Era un buen momento para conocer cosas sobre el negocio. Cuanto antes, mejor. Pedro se echó hacia atrás y miró alrededor. La casa tenía un ambiente hogareño. Estaba decorada en un estilo alegre y colorido. El comedor tenía cuadros abstractos, y él se preguntó si serían obras suyas. Ella era aficionada al arte cuando la había conocido. Era una de las muchas cosas que habían tenido en común. Durante un viaje al Louvre de París, habían consolidado su relación. Habían estado tan absortos en el arte, y el uno en el otro, que habían perdido la noción del tiempo y habían tenido que quedarse a pasar la noche en un hotel barato, en una habitación individual, en una sola cama. Agitó la cabeza. No era el momento de recordar eso. No quería hacerlo.


—¿No te gustan? 


La voz de Paula lo sobresaltó.


—¿Qué?


—Estás agitando la cabeza mientras miras los cuadros. Sé que nunca has sido un fanático del arte abstracto…


—No… No… Quiero decir… —Pierre volvió a mirar el cuadro que estaba viendo sin mirar—. Son… interesantes… ¿Son tuyos?


—Sí.


—Me lo he imaginado. Tienen tu energía.


Pedro se arrepintió de haberlo dicho. En los tiempos en que habían estado juntos, él siempre le había alabado su energía, su alegría de vivir, su facilidad para la risa. Y era posible que ella lo recordase. Paula había contagiado a toda la familia Alfonso con aquel sentido de la aventura australiano. Pero a él le había hecho más efecto. El entusiasmo con el que ella vivía la vida lo había dejado sin aliento… Lo había enamorado.


—Creo que esperaré fuera —dijo Pedro.


Había sido un gran error ir a Australia, pensó Pedro. No controlaba sus sentimientos como había creído que lo haría, y eso podía ser un problema. Él tenía que hacer un trabajo, y no quería distraerse. Se puso de pie y salió al jardín. 

Reencuentro Final: Capítulo 8

 —No es asunto mío lo que haces en tu tiempo libre —dijo Paula con fingido desinterés—. Pero hazme un favor, demuéstrale que eres una excelente directora de ventas de la bodega, ¿De acuerdo? No quiero que piense que lo único que haces es coquetear con los clientes.


Tamara sonrió.


—Trato hecho.


Paula pensó en Germán cuando volvió a su despacho. Era cómodo tener a alguien a quien llamar cuando necesitaba compañía, pero Tamara tenía razón. No tenían una verdadera relación. Después de años de preguntarse por qué Pedro no la había querido, el interés de Germán había aumentado un poco su autoestima, y lo agradecía. Pero la gratitud no era suficiente. Abrió su despacho y casi se chocó con el director de la bodega.


—Juan, me vas a provocar un ataque al corazón. ¿Me estabas buscando?


Él asintió.


—¿Por los pedidos de esos barriles?


Paula se alegró de volver a los asuntos del negocio y dejar de pensar en Germán y en Pedro.




Cuando Pedro se despertó buscó su reloj en la mesilla, y se dió cuenta de que se le había hecho tarde para la cena. Había dormido bien durante varias horas. Tal vez no hubiera sido buena idea irse a la cama, pensó. Ahora luchaba por adaptar su cuerpo a la hora local. Pero tal vez su malestar tuviera que ver con no haber dormido durante varias noches antes del viaje. Desde que Francisco le había dicho adónde tenía que viajar y lo que tenía que hacer, no había podido relajarse. Se duchó, se afeitó y sacó alguna ropa de la maleta. Ropa informal, recordó. Y se puso unos vaqueros y un polo marrón. Cuando estuvo listo se marchó. Por primera vez miró el paisaje y se dió cuenta de que era parecido al lugar donde había crecido. Los árboles eran distintos. En Barossa predominaban los eucaliptos, pero al igual que en el valle Rhone había viñedos por todas partes. Se parecía más a Europa que a California. Encontró el camino a casa de Paula, pasando por los modernos edificios del lagar y siguiendo un camino de tierra. La casa no parecía tan vieja como El Granero. Tampoco la cabaña donde había ubicado su oficina, pero no podía decirse que fuera un edificio moderno. Era una casa baja de una planta con una galería alrededor, a la sombra de árboles muy altos. Subió los escalones y llamó a la puerta. Como no contestó nadie, volvió a llamar y aquella vez oyó pasos. Cuando Paula abrió la puerta, notó que su expresión cambiaba. Evidentemente esperaba a otra persona. ¿A su novio tal vez? Su sincera sonrisa se transformó en una sonrisa de cortesía. Y por alguna inexplicable razón a él le dolió. 

Reencuentro Final: Capítulo 7

Paula caminaba por los jardines de una de las viejas cabañas. La habían convertido en una bodega para venta al público. La visita de Pedro sería difícil para ella, pero nada sería tan difícil como había sido el primer encuentro después de tanto tiempo. Para ella. Porque a él no le había visto la más mínima señal de que lo estuviera pasando mal, y ella en cambio, se había quedado con la respiración agitada. Él era tan apuesto como lo recordaba. O más. Pero el joven tímido y creativo de su juventud se había convertido en un ejecutivo pragmático. ¿Habría algo del viejo Pedro enterrado bajo aquella eficiente fachada? No era que a ella le importase… Vió que no había nadie en las mesas y sillas del jardín de la cabaña, y miró por la puerta de cristal antes de entrar. Al oír el ruido de la puerta, Tamara miró por encima del hombro y dijo:


—Oh, eres sólo tú…


—Muy amable —dijo Paula. Se sentó en una banqueta alta y apoyó los codos en el mostrador—. Tienes que venir a cenar esta noche a mi casa. Por favor, dí que puedes.


Tamara rodeó el mostrador y se sentó en otra banqueta.


—¿Por qué?


—Porque he invitado a Pedro, y le diré a Germán que venga, así que necesito que vengas para que el número sea par.


—Oh… ¿Así que ahora me necesitas?


Paula se sintió mal.


—Siento haberte hecho salir de mi despacho hoy. ¿Me perdonas?


—Hmm… Je ne sais pas —dijo Tamara y puso cara de interesante.


—Oh, venga, Tami. Tendremos tu postre favorito.


Tamara sonrió y dijo:


—¿Quieres que lleve el vino?


—Sí, por favor. Tiene que ser muy bueno. 


—Paula Chaves, me sorprendes. Vinos Chavland no produce nada que no sea excepcional.


—Sabes a qué me refiero, Tami. El mejor.


—¿Por qué no me has dicho que conocías a Pedro?


Paula suspiró.


—Fue hace mucho. Su padre, Horacio, era amigo de mi padre, y yo pasé una temporada con la familia Alfonso para aprender a hacer el vino al estilo francés.


—Sabía que habías estado un tiempo en Francia, pero no me contaste nada de él.


—No había nada que contar.


Tamara la miró y ella desvió la mirada.


—De acuerdo —dijo Tamara—. ¿Dices que Germán va a venir a la cena? —puso los ojos en blanco mientras lo decía.


—No seas irrespetuosa con Germán. Estoy saliendo con él —se quejó Paula.


Tamara suspiró.


—Germán y tú no hacen buena pareja. Así que no le hagas sufrir y díselo.


—¿Crees que el salir conmigo le hace sufrir?


—No sólo a él. Tú tampoco estás bien. De todos modos, si no tienes interés en Pedro, no te importará que… Mmm… Que coquetee con él, ¿Verdad?


Paula sonrió forzadamente. Le importaba. Mucho. Pero como había decidido no decir nada acerca de su pasado, no podía quejarse. 

Reencuentro Final: Capítulo 6

 —Vendrá Tamara también —dijo ella, cruzando los dedos para que su amiga estuviera libre.


Él asintió nuevamente.


—Y Germán. Mi… El hombre con el que estoy saliendo.


Lo había dicho. Ya estaba. Ella tomó aliento. Había querido que supiera que no se había pasado diez años llorando por él. Porque no lo había hecho. Había seguido adelante con su vida. Él no dijo nada, pero ella notó su mirada. 


—Es aquí —dijo ella haciendo un gesto hacia El Granero—. La mayoría de los graneros del valle fueron construidos en estilo alemán, pero éste es especial porque su estilo es francés, como puedes apreciar…


Pedro asintió y Paula abrió la puerta. Se sintió satisfecha, como siempre, al ver el lugar, con paredes de piedra dorada, unos sofás color crema, una mesa y unas sillas. Detrás de la mesa, había una gran cocina empotrada. Ella se dió la vuelta cuando entró Pierre y esperó a que sus ojos se adaptaran a una luz más suave, comparada con los rayos del sol.


—¿Qué te parece?


—Muy bonito.


Ella le señaló una puerta al final de la habitación.


—Hay una escalera detrás. Conduce a dos grandes dormitorios, cada uno con su propio cuarto de baño.


Él pasó por su lado y dijo:


—Es mejor de lo que esperaba.


Paula volvió a la puerta de entrada, donde se detuvo.


—Mi casa está allí —dijo, señalando a la colina—. Detrás del edificio del lagar. Te esperamos alrededor de las siete para cenar. Con ropa informal. ¿De acuerdo?


—De acuerdo.


Paula traspasó el umbral de la puerta y bajó deprisa la colina.


En cuanto desapareció Paula, Pedro dejó la maleta en el suelo y volvió a la puerta. La observó seguir el sendero polvoriento. A pesar de llevar el peso del lagar de su padre, tenía un andar relajado. Aunque ya no era una muchacha, tenía el aire de vulnerabilidad de una niña. No le extrañaba que Francisco Asper no creyera que fuera capaz de llevar un negocio. Un golpe de viento le levantó el vestido a Paula y le pegó la tela al cuerpo. Él se puso tenso, al darse cuenta de la repentina excitación. Parecía deseo. Pero no podía serlo. Por aquella mujer, no. No después de tanto tiempo. Y no después de lo que ella le había hecho. Cerró la puerta de un portazo y maldijo a su jefe por enviarlo a Australia. Si hubiera podido evitar que lo enviase, lo habría hecho. Pero Francisco había insistido en que el trabajo necesitaba de su talento. Él no comprendía por qué. A él le parecía que Francisco ya se había hecho una idea de Paula. Y ella podía ser muy cabezona a veces, lo recordaba muy bien. No pensaba que hubiera muchas posibilidades de que Paula cambiase su forma de llevar el negocio. Ella lo llevaba del mismo modo que lo había llevado su padre, y a no ser que se le hiciera ver que era un error, lo seguiría haciendo así. Hasta que la echasen. Él no debía adelantarse a sus investigaciones, pero su instinto le decía que terminaría recomendando cambiar a Paula por un director con más experiencia. Para que Vinos Chavland tuviera un importante lugar en la economía de la empresa, se necesitaba a alguien que comprendiese el mercado internacional del vino. Un operador duro. Era muy sencillo: Si ella no podía hacer el trabajo, o no quería hacerlo del modo que querían ellos que lo hiciera, tendría que irse. Suspiró. Al menos Francisco le había prometido que aquél sería el último trabajo en el extranjero. Él estaba esperando que le dieran un puesto permanente en la oficina central de Francia. Estaba harto de viajar, cansado de vivir con una maleta en la mano, y, además, todos sus planes de futuro dependían de que tuviera una residencia permanente. Quería continuar con su vida. Así que cuanto antes hiciera el informe de Vinos Chavland, mejor. 

miércoles, 12 de junio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 5

Paula agarró el teléfono inalámbrico y marcó un número. Enseguida comprobó que, como había previsto, no había habitaciones en el complejo turístico. Conocía bastantes cabañas alrededor del valle, pero le parecía que no estaba bien enviarlo tan lejos, sobre todo cuando la casa de invitados de la empresa estaba vacía. No podía darle otro motivo para que la criticase; Pedro ya tenía bastantes.


—No hay habitaciones libres. Pero no hay problema. Podemos ofrecerte alojamiento aquí. Puedes quedarte en El Granero.


—¿El granero?


Ella contuvo una risa.


—Ya no es un granero. Es una casa que tenemos para huéspedes. Es muy confortable.


—Comprendo… Tal vez, si le pusieran otro nombre, sería más popular, ¿No crees?


—Es muy popular —dijo ella a la defensiva—. Han cancelado una reserva a último momento, si no, no estaría libre. Te llevaré allí.


Ella se puso de pie y lo acompañó. Se detuvo cuando vio la enorme maleta que había cerca de la puerta. El Granero estaba a minutos de camino del lagar, pero en lo alto de la colina, y la maleta parecía pesada.


—Si quieres, puedo llevar tu maleta más tarde con el coche, cuando te lleve la comida —dijo Paula.


—No hace falta. Puedo llevarla yo mismo.


Ella se encogió de hombros y siguió caminando. Fuera había un sol brillante. Habían caminado sólo un par de minutos cuando oyó a Pedro decir algo en francés. Ella miró por encima del hombro y vió que se había detenido, sudoroso, y se estaba quitando la chaqueta. La tiró encima de la maleta, se aflojó la corbata, y se arremangó las mangas de la camisa. Paula se estremeció al verlo así. Su cuerpo estaba más musculoso que antes. Siempre había tenido los hombros anchos y había sido alto, pero había sido muy delgado. Ahora estaba más fuerte.


—No imaginé que haría tanto calor tan temprano —dijo él.


Ella no dijo nada y siguió caminando.


—Esto no es mucho calor. El año pasado tuvimos una ola de calor de diez días al principio de la vendimia, y los viñedos se estropearon. Luego el resto del tiempo estuvo fresco, así que llevó un tiempo que subieran los niveles de azúcar.


Pedro se dió prisa y la alcanzó.


—¿Vas a estar aquí para la vendimia? —preguntó Paula.


—No creo que este trabajo me lleve tanto tiempo.


Era la pura verdad. Pero él hablaba con mucha frialdad. El sueño de su padre, su propia vida, quedaban reducidos a un trabajo que podía hacerse rápidamente. Siguieron caminando en silencio un momento.


—¿A qué te has referido con que traerás comida luego? —preguntó Pedro.


—Oh, a los huéspedes les preparo una cesta de comida para el desayuno y el almuerzo. Todos productos locales. El Granero tiene una cocina totalmente equipada. En cuanto a la cena, la mayoría de la gente…


La mayoría de la gente conducía hasta el restaurante de la zona, pero aparte de que Pedro no tenía coche, él no era la mayoría de la gente. Él tenía el poder de dictarle a ella su futuro. No habría sido ni amable ni inteligente dejarlo solo la primera noche. Ella tenía que comportarse como si él fuera cualquier otro ejecutivo de la oficina central. Reacia, aceptó lo que tenía que hacer y dijo:


—En cuanto a la cena, puedes venir a cenar a casa.


Él pareció sorprendido, pero después de un momento, asintió.


—Gracias. No estoy acostumbrado a arreglarme solo.


Ella sintió un cosquilleo en el estómago. Inmediatamente se lamentó de haberlo invitado. Realmente no quería estar sola con él. 

Reencuentro Final: Capítulo 4

Paula se alegró de que dijera «Las cuentas». Eso indicaba que pasaban a un terreno profesional. Eso la hacía sentirse más segura. No podía creer que él hubiera mencionado su pelo. Se lo había cortado recientemente, en un intento por cambiar de imagen, para tener un aspecto más acorde con su puesto de directora ejecutiva. Pero había sido un error. Ella había querido tener un estilo sofisticado, algo que le diera aire de eficiencia, de mujer de negocios, pero había terminado pareciendo más joven y más tonta. Tamara entró con una bandeja con café. Paula hizo sitio en el escritorio.


—Gracias, Tami —le dijo.


Tamara le extendió una taza, y Paula notó que su amiga se había retocado el carmín. Así que eso era lo que le había llevado tanto tiempo, pensó. Ella, en cambio, no llevaba maquillaje. Ojalá hubiera tenido un aspecto más parecido al de Tamara, porque en ese caso no le habría hecho falta el corte de pelo para sentirse más segura. Y la gente la hubiera tomado más fácilmente por una mujer de negocios con sólo mirarla.


—Toma, Pedro —Tamara le dió la otra taza de café a él—. Debo decir que estoy decepcionada. Yo esperaba un sensual acento francés, pero apenas tienes acento extranjero.


Pedro alzó las cejas. Tamara era muy directa.


—He pasado un montón de tiempo en Estados Unidos —respondió él—. Mi oficina central está en California.


—Ah, eso lo explica, supongo. Bueno, si te apetece volver a tu lengua nativa, yo sé hablar francés… Bueno, tengo los conocimientos básicos — sonrió Tamara—. Y Paula sabe hablar francés fluidamente…


Él asintió.


—Lo recuerdo.


Tamara los miró, sorprendida.


—¿Se conocen? —preguntó.


—Sí —dijo Paula rápidamente—. Nos conocimos hace mucho tiempo. Llevaré a Pedro a la bodega más tarde. No quiero entretenerte ahora.


Paula vió el gesto de sorpresa de Tamara, y se alegró de que no hiciera más preguntas y se marchase. No quería responder a preguntas incómodas. Y no sabía lo que podía decir Pedro. Cuando se cerró la puerta, lo sorprendió tratando de reprimir un bostezo.


—Iba a preguntarte de qué quieres que hablemos primero, pero supongo que tendrás ganas de ir al hotel y descansar. Supongo que has reservado una habitación en el complejo turístico, ¿No?


—En la oficina me dijeron que tú te encargarías de eso.


Podrían habérselo dicho, pensó ella.


—¿No tienes una reserva?


—No, que yo sepa.


Había un torneo de golf en el valle, y el complejo turístico debía de estar lleno ya. Y era el único alojamiento de cierta calidad del lugar.


—Si me disculpas, haré una llamada telefónica. 

Reencuentro Final: Capítulo 3

 —Siéntate, Paula, por favor —dijo ella, avergonzada del pequeño temblor de su voz—. Tamara, ¿Podrías traernos café?


—¿Y Tim Tams? —Tamara sonrió con admiración a Pierre cuando éste se sentó en la butaca de los visitantes—. Son galletas de chocolate, la debilidad de Paula… —le explicó a Pedro.


Paula miró a Tamara con ojos de reproche por su comentario. No quería que Pedro supiera que tenía ninguna debilidad.


—No quiero galletas, gracias, Tami —le dijo Paula a su amiga.


Pedro sonrió a Tamara cuando se marchó del despacho. Luego se puso serio antes de volver a mirar a Paula. Ella no había sonreído, a no ser que esa leve curvatura de la boca cuando lo había saludado pudiera contarse como sonrisa. Pero a él no le sorprendía. Si ella se hubiera alegrado de su llegada, él lo habría interpretado como una farsa. Claro que Paula era una buena actriz, recordó él. Se pasó la mano por la mejilla. Había sido un largo vuelo y tal vez debía haber postergado aquel encuentro para un momento en que estuviera más fresco.


—Paulette…


—Por favor… Llámame Paula.


Pedro asintió, recordando el primer día que su padre había usado aquel nombre que él asociaba con ella, el día que ella había llegado a la casa de la familia Alfonso. Entonces era una burbujeante chica de diecinueve años de grandes ojos verdes. Paula lo miró y dijo:


—Lo siento, te he interrumpido, ¿Qué ibas a decir?


Él tragó saliva, volvió al presente, y la miró. No estaba muy distinta de la última vez que la había visto, hacía diez años.


—Te has cortado el pelo —comentó Pedro.


Ella lo miró, sorprendida, e instintivamente se tocó las puntas del cabello.  ¿Por qué le había hecho aquel comentario personal?, se preguntó él. Debía de ser el efecto del jet lag. Eso y el ver lo poco que había cambiado ella. Pedro se enderezó la corbata, luego carraspeó y dijo:


—Lo siento. No debí hacer ese comentario.


No debió ni pensarlo, se dijo él. No era momento de recordar los viejos tiempos. Era la primera vez que él estaba en Australia, un país que había intentado evitar hasta entonces. Pero no había podido rechazar el trabajo que le habían asignado. Su jefe se lo había dejado muy claro. Además, él estaba seguro de que podía manejar la situación. Era un ejecutivo de treinta años con bastante experiencia de la vida, no un jovencito de veinte años fácilmente manipulable. Cuando hubiera descansado, recuperaría todas sus facultades. Entonces terminaría el trabajo que le habían encomendado y se marcharía. Cuanto antes.


—¿Has tenido un buen viaje? —preguntó Paula con aquella voz sensual con acento australiano, que lo hizo estremecerse, como en el pasado.


Pero él hizo un esfuerzo por permanecer frío. Había ido allí a hacer un trabajo, y aunque le desagradase, lo haría. Tenía que tener la mente centrada en el negocio.


—Sí, gracias. Ha sido largo, por supuesto, pero me ha dado la oportunidad de estudiar las cuentas. 

Reencuentro Final: Capítulo 2

No era mentira exactamente. Pedro había resultado muy distinto de como había aparentado ser. Además, habían pasado diez años desde la última vez que lo había visto, y podía haber cambiado mucho. Paula miró los viñedos del Valle de Barossa, que permanecían inalterables desde su infancia. Aquél había sido el despacho de su padre, y ella se había pasado horas mirando por la ventana, esperando que él terminase de trabajar y que volvieran juntos a su casa. Le encantaba la vista. Casi siempre la relajaba. Pero… ¿Cuánto tiempo más sería suya? ¿Cuánto tiempo le quedaría hasta que L’Alliance la apartase de sus funciones? Se puso tensa cuando vió llegar un coche blanco, un taxi.


—Creo que ha llegado —murmuró Paula.


—¿Quieres que vaya a recibirlo? —preguntó Tamara entusiasmada, sin darse cuenta de la ambivalencia de Paula hacia el visitante.


Paula reprimió un suspiro y asintió:


—De acuerdo, Tami. Hazlo.


—¿Cómo estoy? —preguntó Tamara, peinándose sus rizos morenos con los dedos. 


—Guapa, como siempre.


Paula hizo un esfuerzo para no arreglarse el pelo ella misma y fue hacia la ventana. El paisaje no tuvo el efecto esperado aquel día. No la relajó. Su turbación interior era demasiado profunda. Respiró profundamente. Había tenido una década para olvidar a Pierre. Pero sus recuerdos habían permanecido. Vívidos y dolorosos, invadiendo sus sueños. Ahora estaba en su territorio, pero ella no tendría ninguna ventaja. Él seguiría estando en posición de hacerle daño. Oyó la risa de Tamara al otro lado de su despacho y se estremeció. Pierre ya se había ganado a su amiga. Se quedó esperando a que se abriese la puerta.


—Hola, Paulette…


«Ese nombre no», pensó Paula. Sintió un nudo en el estómago. Pero sonrió profesionalmente y respondió:


—Pedro, no me había dado cuenta de que habías llegado.


No hizo caso a la ceja alzada en el rostro de Tamara, e intentó concentrarse en el hombre de negocios que tenía delante, algo difícil, porque se parecía mucho al muchacho de veinte años al que había amado. Tomó nota de su aspecto en un instante: su pelo castaño oscuro, más corto, pero suficientemente largo como para que se le rizara en el cuello de su inmaculada camisa blanca, su rostro de rasgos marcados, algunas arrugas, sus ojos oscuros, casi negros. Era el mismo. Sus ojos que siempre la habían fascinado. Pero no quería que la fascinaran ahora. Hizo un esfuerzo por reunir sus defensas. Tenía que ser capaz de mirarlo sin derretirse. Tenía que trabajar con él, ¡Por el amor de Dios! Había algo en él que no reconocía. Algo nuevo. Se notaba en su planta, en su lenguaje corporal. ¿Arrogancia? ¿Seguridad en sí mismo? ¿O era simplemente que no quería estar allí? No podía culparlo por ello. Paula tragó saliva. Si no se sentaba, le temblarían las rodillas y su reacción frente a él sería obvia. Dió un paso hacia su butaca, la vieja butaca que había sido la de su padre.

Reencuentro Final: Capítulo 1

Paula Chaves se sobresaltó cuando entró por la puerta su amiga y compañera de trabajo, Tamara Mills. Estaba sumida en sus pensamientos negativos cuando irrumpió Tamara.


—Hoy será cuando conozcamos al jefe, n’est ce pas? —dijo Tamara—. ¿Qué te parece mi francés?


Paula puso la pluma encima del montón de cheques que debería haber estado firmando y frunció el ceño.


—Si te refieres a Pedro Alfonso, él no es mi jefe —respondió Paula y miró su reloj—. Llegará en cualquier momento —se echó atrás en la butaca de piel y agregó—: Habla inglés, ¿Sabes?


—Lo he supuesto. Pero le gustará que lo impresione con mi habilidad lingüística, ¿No crees? —Tamara se sentó en la esquina del escritorio de Paula—. ¿Por qué no has ido a recibirlo al aeropuerto? Quieres causarle buena impresión, ¿No?


Paula sintió rabia, pero hizo un esfuerzo por parecer serena. ¿Quería causar buena impresión a Pedro Alfonso? Hacía diez años le había robado el corazón y luego se lo había roto. Ahora volvía a aparecer en su vida. Pero no estaba interesado en robarle el corazón. Era el lagar lo que le interesaba robarle. Y ella tenía que saber manejarse profesionalmente con él. Tenía que actuar como una mujer de negocios. Tamara se miró las uñas mientras esperaba una respuesta. Paula respiró profundamente. No podía esperar que Tamara lo comprendiera. No le había contado la desastrosa relación que había tenido con Pierre, el peor error de su vida. Ni le había contado el motivo de su inminente visita. Carraspeó y dijo:


—Quiero impresionarlo con mis dotes para los negocios, no con mi habilidad para conducir.


—Vale. Pero yo había pensado… Oh, lo siento si parezco insensible, sé que estás muy preocupada por la adquisición de la compañía. Pero ya está hecha. C’est la vie —Tamara sonrió e hizo una reverencia con la mano—. Pero, de verdad, tú has hecho todo lo posible por evitarlo, y no ha sido culpa tuya que la junta directiva haya votado en contra de tus deseos.


Ella no estaba tan segura de que no hubiera sido culpa suya. Seguramente había habido algo que podría haber dicho a los directivos para convencerlos de que vender a L’Alliance una gran parte de Vinos Chavland no era un buen negocio. Había intentado convencerlos de que no vendieran el control de la empresa. Y cuando eso había fallado, de aceptar la oferta de un consorcio canadiense. Pero, no. Ellos se habían sentido encandilados por la oferta millonaria del enorme conglomerado francés. Ahora su trabajo pendía de un hilo, junto al sueño que su padre le había encomendado cumplir.


—¿Sabes algo de él?


Paula miró a Tamara.


—¿Qué?


—De este hombre… Pedro. ¿Sabes cómo es?


—Mmm… —Paula se puso de pie y fue hacia la ventana.


—No. 

Reencuentro Final: Sinopsis

Habían emprendido un viaje de descubrimiento del pasado… Y tenían ante ellos un futuro que quizá pudieran compartir.


Paula había tardado mucho tiempo en olvidar a Pedro Alfonso y ahora, cuando se enfrentaba al mayor reto de su vida, el de no perder su adorada bodega, él aparecía de nuevo en su camino. Pero esa vez era por trabajo… ¡Quería comprar su negocio! Sabía que debería odiar a Pedro, puesto que pretendía arrebatarle su bodega pero, bajo la superficie del cínico empresario al que ahora se enfrentaba, aún podía ver vestigios del hombre al que había amado hacía diez años… 

lunes, 10 de junio de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 74

 –Pero no he enviado el artículo. Sigue en la carpeta de borradores, puedes verlo por tí mismo –Paula corrió escaleras arriba para demostrárselo y al ver que la carpeta estaba vacía se quedó helada–. Te juro que yo no lo he enviado. Estuve a punto de hacerlo, pero decidí que esta no era la clase de periodista que quería ser… –entonces comprobó la hora a la que había sido enviado–. Dios mío… Sofía. Ha estado usando el ordenador para hacer los deberes y ha debido enviarlo por error. Seguramente le envió un correo a Camila…


–¿Qué es esto? –preguntó Pedro, tomando el sobre que estaba sobre la mesa.


–Tú deberías saberlo mejor que yo, es la solicitud para demoler Primrose Cottage. ¿Tanto me odias?


Él masculló una palabrota.


–¿De dónde has sacado esto?


–Información privilegiada.


–¿Dónde está el retrato?


–En tu despacho. ¿No has estado en la casa?


–No, fui al Ayuntamiento directamente desde Londres… ¿Cómo descubriste que sir Enrique Cranbrook era mi padre?


–Fue Sofía quien notó el parecido con la foto de sir José –respondió ella.


–¿Has encontrado algo más en los diarios de tu padre?


–Fue él quien escondió el retrato, Pedro. Se sentía avergonzado por echarte de la finca… Te he llamado varias veces, pero no podía localizarte.


–Perdí el móvil el sábado por la noche –Pedro se pasó una mano por la cara–. Todo esto no va como yo había planeado.


–Para mí tampoco, te lo aseguro. No sabía que estabas intentando vengarte de mí.


–Pensaba tirar la casa, es cierto. Hasta que no quedase una sola piedra –admitió Pedro.


–¿Tan mal lo pasaste aquí?


–Sí, tan mal. Horacio Alfonso era un mamarracho violento que se gastaba en alcohol todo lo que ganaba y que nunca perdonó a mi madre por haberlo engañado. Vivíamos en la miseria, pero mi madre guardó el dinero que sir Enrique le dió para que se librase de mí.


–Con ese dinero abriste tu empresa, ¿Verdad?


Pedro asintió con la cabeza.


–Podría haber obligado a Cranbrook a hacerse una prueba de paternidad, pero no lo quería como padre. Solo quería que supiera que había cometido un grave error. Por eso compré Cranbrook Park, para vengarme de él, de tu padre…


–¿De mí? –sugirió Paula.


Él la atrajo hacia sí, mirándola a los ojos.


–Pensé que podría echarte de aquí sin que me importase un bledo, pero entonces ví lo que habías hecho con la casa…


–¿Sigues pensando hacerlo?


Pedro acarició su pelo.


–Cranbrook dijo que mi odio por él me comería vivo y tal vez hubiera sido así de no ser por tí.


–Pero ahora lo sabe todo el mundo y es culpa mía.


–¿Qué más da? Mañana, algún futbolista engañará a su mujer con una modelo y la gente se olvidará de mí.


–¿Vas a quedarte en Cranbrook Park, Pedro?


–Sí –respondió él–. Y me temo que tendrás que sacrificar tu jardín.


–¿Por qué?


–Porque vas a estar muy ocupada organizando la renovación de la rosaleda.


–¿De verdad?


–Y voy a ampliar Primrose Cottage. Con cuatro perros, dos adultos y una niña que crece cada día nos va a hacer falta una casa más grande.


–¿Has decidido que vivamos juntos?


–Estaremos un poco apretados hasta que hayan terminado las obras y habrá murmuraciones…


–Tengo un sofá cama en el salón.


Pedro soltó una carcajada.


–Yo quiero un hogar, Paula, una familia. Contigo he encontrado lo que había buscado siempre –sus ojos azules brillaban como nunca–. Te estoy ofreciendo matrimonio. Ese es el deseo que solo tú puedes hacer realidad.


–Soy un hada novata, Pedro. No sé si mis polvos mágicos…


–Solo necesitamos un beso.


Paula levantó los brazos para echárselos al cuello.


–Matrimonio, ¿Eh? ¿Para siempre?


–Para siempre –respondió él.


Y tenía razón. No les hacían falta polvos mágicos porque cuando sus labios se encontraron el sueño se hizo realidad. Se casaron en la vieja abadía de Cranbrook Park el último fin de semana de agosto, con Sofía, Leticia y las madres de los novios como damas de honor. Nadie iba de rosa. Según el reportero del Observer, el único miembro de la prensa invitado a la boda, la novia llevaba un vestido de encaje de seda en color gris claro con un lazo azul, el color de los ojos del novio. Y el novio debía llevar algo puesto, pero en lo único que se fijó la gente fue en su sonrisa.





FIN