viernes, 7 de febrero de 2025

Engañada: Capítulo 6

La luz verde de la caja fuerte se encendió y la devolvió al presente. La puerta se abrió. Sintió que se le encogía el corazón al ver su pasaporte exactamente donde él lo había colocado, justo encima del de él. Trató de contener las náuseas y lo tomó. Entonces, cerró de nuevo la puerta de la caja fuerte y salió corriendo de la sala de cine para dirigirse al dormitorio que había utilizado desde la primera vez que visitó la mansión, hacía ya varios meses. Se preguntó cuánto tiempo tendría. ¿Decidiría Pedro ir a buscarla allí o iría primero al hotel en el que ella había pasado la noche y en el que, supuestamente, se iba a haber celebrado el banquete de bodas? Metió el pasaporte en el bolso. Se había dejado el teléfono móvil en el hotel, con lo que no había nada que pudiera hacer al respecto. Tenía bastante dinero en efectivo para llegar al aeropuerto y suficiente también en su cuenta para poder regresar a casa. Estaba a punto de marcharse cuando vió reflejada su imagen en un espejo y estuvo a punto de desmoronarse. El perfecto maquillaje que la estilista le había realizado aquella mañana estaba totalmente estropeado. El rímel se le había corrido y tenía los enormes ojos castaños totalmente enrojecidos. La boca se había convertido casi en una mueca que era incapaz de contener el grito de angustia que se escapaba de su interior. El minucioso trabajo que tanto tiempo le había llevado a la estilista había desaparecido y lo mismo había ocurrido con el de la peluquera. El artístico recogido tenía un aspecto desaliñado. El cabello rubio miel, medio suelto, y el vestido sucio y desgarrado le daban un aspecto lamentable. Decidió retirar las horquillas que sujetaban aún lo poco que quedaba del recogido. El cabello le cayó sobre los hombros. Decidió que no podía perder más tiempo. Se recogió de nuevo la falda de su destrozado vestido de cuento de hadas y comenzó a bajar la escalera. Decidió que se compraría algo en las tiendas del aeropuerto y… De repente, se detuvo en seco. El grito que llevaba tiempo conteniendo se le escapó entre los labios al ver al hombre que la esperaba junto a la puerta principal. El corazón comenzó a latirle a toda velocidad. Pedro la observaba desde su imponente altura, con la mandíbula apretada. Había recuperado el color de las mejillas, aunque el cabello se le había despeinado lo suficiente como para perder la cualidad que le otorgaba ser un peinado de diseño. La corbata rosa empolvado había desaparecido y tenía los botones superiores de la camisa abiertos.


—Apártate de mi camino —le espetó ella. 


Pedro se limitó a cruzarse de brazos. 


—Te he dicho que te apartes.

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