viernes, 28 de febrero de 2025

Engañada: Capítulo 44

Por fin. El momento con el que había estado soñando durante sus largas noches de soledad. Pedro levantó la cabeza. Ambos se rozaron la punta de la nariz. Entonces, él le colocó una mano entre los muslos y se los separó suavemente. A continuación, llevó esa misma mano al trasero y se lo levantó ligeramente. Durante aquellos momentos, la potente erección jugaba contra el centro de su deseo, provocándole deliciosas sensaciones por todo su sexo. Todo el cuerpo le temblaba y le pareció que también el de Pedro. Con una ligera presión, la gruesa erección se deslizó poco a poco hacia el lugar en el que ella la necesitaba. Su cuerpo se abrió como si fuera una flor. Entonces, con infinito cuidado y ternura, Pedro lenta, muy lentamente, la llenó por completo. Paula tenía los ojos cerrados. Prácticamente no respiraba. Cualquier dolor que pudiera sentir quedaba oculto por las sensaciones que la abrumaban. Pedro le colocó los labios sobre la mejilla y comenzó a besarla con la misma ternura que la había poseído.


—Agárrate a mí —murmuró.


Paula cerró los ojos con más fuerza y se agarró a él con más fuerza, entrelazándole los brazos alrededor del cuello y apretando los muslos contra los de él. El corazón le latía con tanta fuerza que parecía el aleteo de un colibrí. Pedro salió de ella lentamente, unos pocos centímetros, y luego volvió a hundirse en ella. Repitió aquel gesto una vez más, retirándose un poco más. Cuando volvió a hundirse en ella, la sensación hizo que Paula lanzara un gemido de placer y abriera los ojos. Sintió una cálida sensación en el corazón al ver la concentración que había en su rostro. Pedro se estaba conteniendo porque no quería hacerle daño. Cuando Paula lo comprendió, buscó sus labios y subió las piernas para rodearle la cintura. De repente, necesitó que él estuviera tan dentro de ella como fuera posible.


—Hazme el amor —susurró antes de profundizar el beso.


—Mi amore…


A medida que fueron incrementando el ritmo, Paula se vió transportada a un mundo en el que solo existía el placer que le proporcionaba Pedro. Sin dejar de besarlo, le deslizó las manos por la espalda, gozando con la suavidad de su cálida piel. Buscaba los contornos de los músculos porque necesitaba tocarlo con una desesperación que jamás habría creído posible. Mientras tanto, las sensaciones que estaba experimentando en la pelvis eran cada vez más tórridas, como le había ocurrido antes, aunque, en aquellas ocasiones, tenían una plenitud que no había conocido nunca hasta entonces. Esta se le extendía por las ventanas, empapándole los huesos y la piel, ahogándola en un éxtasis que la llevó a lo más alto y que provocó oleadas de profundo placer por todas las partes de su cuerpo. Arqueó el cuello y se aferró a él, gritando el placer que sentía al mismo tiempo que Pedro exclamó su nombre y se hundió en ella una última vez, tan profunda y completamente que, durante un largo y glorioso instante, pareció que los dos eran el mismo cuerpo.

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