miércoles, 12 de febrero de 2025

Engañada: Capítulo 12

Paula era tímida con los desconocidos, a no ser que fueran niños, por lo que la naturaleza abierta y gregaria de Pedro, junto a su hermosa y aterciopelada voz la habían hecho sentirse muy cómoda, de un modo que jamás había experimentado antes. Podría haber estado escuchándolo durante horas. Sin embargo, incluso entonces, en aquella primera cita, había comenzado a inquietarle la pregunta de siempre. ¿Por qué ella? ¿Por qué un hombre tan inteligente, elegante, guapo y rico, la clase de hombre que volvía locas a todas las mujeres, se había fijado en ella? En lo más profundo de su ser, había sospechado siempre que era demasiado bueno para ser verdad. Ojalá hubiera hecho caso de sus sospechas meses atrás… Pedro le indicó el vaso. Paula asintió, se terminó el gin-tonic y empujó la copa sobre la mesa. Él se acercó para tomarlo. El aroma fresco y limpio de su piel la golpeó con fuerza. Aquel aroma la había envuelto en tantas ocasiones a lo largo de aquellos cincos meses… Resistir la tentación que suponía aquel olor había sido un juego durante aquellas semanas, pero había dejado de serlo. Decidió acurrucarse en el sillón y agarrarse las pantorrillas con los brazos. Cuando él terminó de prepararle otra copa y volvió a dejarle el vaso sobre la mesa, se sirvió un whisky y se sentó en el sofá. Tomó un sorbo y dejó el vaso sobre la mesa que había junto a su asiento. Entonces, entrelazó las manos y se las colocó sobre el regazo. Respiró profundamente antes de mirarla a los ojos y hablar por fin.


—Paula, sé que te resulta difícil creerlo, pero te aseguro que nunca te he mentido sobre lo que siento por tí.


—Ahórrate tus palabras —replicó ella. —No voy a casarme contigo. Las acciones de la empresa de mi abuelo nunca serán tuyas.


—No me importan las acciones.


Paula soltó una carcajada. Le había hecho gracia el descaro de aquella mentira.


—¿De verdad te salen las mentiras con la misma facilidad que respiras? No. No me respondas —añadió antes de que él pudiera contestar.


—Porque lo único que voy a pensar tras escucharte es que se trata de otra mentira.


—Paula…


—Y deja de decir mi nombre. No quiero que lo mancilles más —le espetó. 


Pedro era el único que la llamaba Paula. Sus padres siempre la habían llamado Pau. Y para el resto de la familia, amigos, colegas y conocidos era solo Pauli. Todo el mundo abreviaba su nombre. Todo el mundo excepto Pedro. Siempre le había encantado cómo él pronunciaba su nombre. Sin embargo, en aquellos momentos, escucharlo entre aquellos masculinos labios le producía un dolor infinito.

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