miércoles, 19 de febrero de 2025

Engañada: Capítulo 30

 —Sin tí no hay yo, ¿Es que no lo entiendes? Si tus inseguridades no te hubieran hecho cuestionarte a tí misma de esa manera, comprenderías que, por muy canalla que yo sea y por muy terrible que haya sido mi comportamiento, no todo fue mentira.


Paula deseó que fuera posible cerrar los oídos con la misma facilidad que se podían cerrar los ojos. Deseó también poder cerrar sus sentimientos y el anhelo que sentía por creer lo que Pedro le decía. Sin embargo, la coraza que había logrado erigir a su alrededor se había convertido en arena. ¿Qué mujer corriente en su lugar no se habría cuestionado por qué un multimillonario tan atractivo querría casarse con ella? ¿A qué mujer corriente no le preocuparía hacer el ridículo delante del hombre que amaba cuando salía junto a él en el mundo al que él pertenecía y que era tan extraño para ella como si fuera de otro planeta? Pensó en el hotel en el que se conocieron, un hotel que, a ella, una maestra de escuela que había vivido toda su vida en la misma casa adosada a excepción de sus años en la universidad, le había parecido muy elegante. Si hubiera pensado más detenidamente, se habría dado cuenta de que algo iba mal. Era imposible que Pedro, cuyas oficinas de Londres estaban en el rascacielos más alto de la capital fuera a tener una reunión en un lugar tan corriente. Sin embargo, se había dejado llevar. Había empezado a experimentar sentimientos que había olvidado que existían en ella. Sentimientos como la felicidad. Estar con él le hacía muy feliz.


—Voy a ir a comer algo —dijo él de repente.


Paula lo observó asombrada al escuchar aquel repentino cambio de tema.


—Se está haciendo muy tarde y no he comido nada en todo el día. Imagino que tú tampoco. No quiero que pases hambre por mi culpa.


Con eso, se dió la vuelta y echó a andar hacia la mansión. Sin embargo, había andado tan solo unos pasos cuando se detuvo en seco y se volvió para mirarla.


—Una cosa más. Si yo estuviera dispuesto de verdad a hacer cualquier cosa para conseguir esas acciones, te habría hecho el amor cada vez que me lo suplicaste.


Cuando la alta figura de Pedro desapareció entre las sombras, Paula se dejó caer de nuevo sobre la hamaca. Se sentó y se llevó las rodillas al pecho para luego agarrarse las piernas con fuerza. Tenía las mejillas ruborizadas por las últimas palabras de él y el nudo que sentía en el estómago era tan fuerte que creía que no volvería a desear comer nunca más. Ojalá le resultara tan fácil apagar el deseo y los sentimientos que sentía hacia Pedro… Había sido una idiota por pensar que podría mantener su coraza intacta y pasar allí la noche sin sufrir. Hacer que Pedro le entregara personalmente las acciones que él deseaba tanto no merecía la pena por los efectos que le causaba a ella estar a su lado. Había perdido la cuenta de las veces que le había suplicado que le hiciera el amor. Había sido muy cruel que él se lo recordara. No obstante, si le estaba diciendo la verdad en lo que le había confesado, negarse a hacer el amor con ella le había resultado tan frustrante como a la propia Paula.

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