—No pienses así, cara —le dijo salvajemente. Entonces, agarró la mano de Paula y la deslizó por su torso y abdomen antes de apretarse con ella la entrepierna. —Mira cómo estoy y dime que no te deseo…
Paula sintió que se le cortaba la respiración y abrió los ojos de par en par al notar la firmeza del miembro que se erguía bajo los vaqueros. Una fuerte impresión recorrió todo su cuerpo y le debilitó aún más las rodillas.
—Te deseo más de lo que he deseado nunca a nadie y daría lo que fuera, lo que fuera, por hacerte mía. Sin embargo, no pienso manipular tus sentimientos en mi beneficio. No voy a volver a ser ese hombre.
Con eso, le soltó la mano y se marchó.
Paula observó cómo desaparecía presa de un estupor tan grande que le impedía moverse e, incluso, comprender lo que él acababa de decir. Se lavó los dientes con mucha fuerza, como si así pudiera arrancarse de la boca el sabor de su propio deseo. Se había dado una segunda ducha para refrescarse la piel, pero todos los esfuerzos que hacía para inmunizarse contra Pedro parecían infructuosos. Cada vez que cerraba los ojos, sentía la firmeza de su masculinidad en la mano. Y, cada vez, entre sus piernas, latía el deseo que aquel recuerdo le despertaba. ¿Cómo era posible que siguiera deseándolo de aquella manera después de todo lo que él le había hecho? El hecho de que se hubiera molestado en restaurar el coche de su padre no cambiaba nada ni excusaba su comportamiento. Sin embargo, lo había hecho por ella. Por ella. Trató de recuperar la compostura y empezó a rebuscar en su bolsa de aseo la crema hidratante, pero no pudo encontrarla. Recordaba haberla dejado en el cuarto de baño del hotel, por lo que decidió regresar al dormitorio con la esperanza de que alguno de los empleados del hotel la hubiera metido en su maleta. Su esperanza se vió recompensada. Mientras agarraba el frío frasco, rozó una prenda de seda y sintió que el estómago se le revolvía. A pesar de todo, se armó de valor y sacó el salto de cama blanco de la maleta. Al verlo, cerró los ojos. Los recuerdos de los sueños que la habían acompañado durante tanto tiempo se apoderaron de ella. Aquel salto de cama era lo que había pensado lucir para Enzo en la noche de bodas. Aquella misma noche. Lo había planeado todo cuidadosamente. Desde la ducha que se habría dado utilizado el sensual gel que se había comprado especialmente para aquella noche al sexy maquillaje que utilizaría. No quería que su primera vez tuviera que ver con su virginidad. Había querido que fuera especial para ambos. Había soñado cómo Pedro le tocaría cada centímetro de su piel y ella haría lo mismo con el cuerpo de su esposo. En sus sueños, aquella noche sería eso, un verdadero sueño. La negativa de Pedro a hacerle el amor antes de la boda solo había acicateado sus fantasías. Él le habría hecho el amor aquella noche, de eso estaba segura. No se había arriesgado a que el matrimonio pudiera ser anulado. Casi sin pensar, se quitó el pijama y se puso el salto de cama que se había comprado con su último sueldo. Había querido pagarlo con su propio dinero, como si fuera un regalo para el hombre al que tanto adoraba.
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