miércoles, 19 de febrero de 2025

Engañada: Capítulo 27

Paula apretó los puños con fuerza con la esperanza de evitar que los labios cedieran a aquel asalto. Sintió que las uñas se le clavaban en las palmas de las manos. No podía hacer nada para impedir que su cuerpo temblara violentamente ni para acallar los potentes latidos de su corazón. Eran reacciones involuntarias, que se escapaban por completo a su control, reacciones físicas que luchaban con ferocidad con la parte cuerda de su cerebro, la parte que le suplicaba a su boca que permaneciera cerrada y que no cediera al desesperado deseo que sentía por Pedro. «No cedas», se suplicaba. «Esto no significa nada para él. Todo ha sido una trampa desde el principio». 


Sin poder evitarlo, sus palabras de súplica la transportaron al inicio, a la noche que había querido olvidar saliendo al jardín. La noche en la que Pedro le pidió que se casara con él. La había llevado a cenar al río, a un exclusivo restaurante flotante en el que pudieron degustar la comida más deliciosa que Paula había probado nunca. Después del postre, que consistió en una mousse de chocolate sobre galleta adornada con copos de pan de oro, se llevaron los licores a la cubierta superior. La noche era fresca y cuando Pedro notó que ella temblaba, le colocó su americana sobre los hombros. Se había sentido encantada al notar el calor del cuerpo de Pedro que aún albergaba aquella americana. Cuando regresaron a la mansión, había estado flotando en un mar de felicidad que nunca había experimentado. Notó el aroma de las rosas en el momento en el que entraron por la puerta principal. Cuando entraron en el salón, vio que había cientos de rosas rojas alineando las paredes, colocadas en tantos jarrones de cristal que Florencia debió de quedarse sin existencias aquel día. En el centro de la sala, se había colocado un pedestal. Sobre este, se encontraba el jarrón más grande de todos. A su alrededor, había una cinta roja a la que se había atado un pequeño estuche de terciopelo negro. Pedro se encargó de soltarlo. Cuando lo tuvo entre las manos, se arrodilló ante ella. El corazón de Paula latía tan fuerte que ella se temió que fuera a ponerse enferma. Entonces, él levantó la tapa del estuche. En su interior, brillaba el anillo de diamantes más hermoso que Paula había visto.


—¿Quieres casarte conmigo?


Pedro tuvo que hacerle la pregunta tres veces antes de que ella la entendiera, pero ni siquiera entonces podía comprenderla ni comprender lo que le estaba ocurriendo. Tan solo un mes antes, el mundo de Paula había sido gris y lleno de tristeza, pero, en el momento en el que él entró en su vida, ésta se llenó de color.


—¿Por qué?


Era lo único que se le ocurría pensar o decir. ¿Por qué ella cuando Pedro podría tener a cualquier mujer?

No hay comentarios:

Publicar un comentario