miércoles, 26 de febrero de 2025

Engañada: Capítulo 37

Paula sintió que aliento de Pedro le caldeaba el cabello. Estaba tan cerca de ella… Echó de nuevo a andar. Atravesó el salón, luchando contra sí misma para no mirar atrás. Si lo hacía, sabía que se vería capturada en sus ojos y que terminaría volviéndose loca.


—Está bien. Le echaré un vistazo a tu sorpresa —le espetó, con un cierto tono de desafío que agradeció, —pero no esperes agradecimiento.


Sin duda, se trataba de un coche. Pedro era un coleccionista empedernido. Su garaje estaba lleno de docenas de imponentes vehículos. Cada uno de ellos, valía mucho más que la casa que ella tenía en Inglaterra y contaminaba también tres veces más. Por suerte, a ella no le interesaban los coches. El apego que tenía por el viejo vehículo de su padre la había animado a guardarlo en vez de venderlo o incluso enviarlo al desguace, pero lo que sentía era puramente emocional. No sentiría absolutamente nada por el coche que él le había comprado. Atravesaron la casa para llegar al garaje. Una vez allí, Paula se cruzó de brazos y miró en todas las direcciones. Decidió que observaría su regalo de cumpleaños durante un instante y que luego tomaría el camino de vuelta para dirigirse a su dormitorio. Se ducharía y trataría de bloquear todos los sentimientos que había estado experimentando aquel día. Por fin, en la tercera fila a su izquierda, vió un lazo rojo enorme.


—¿Es ese?


—Sí. Ven a verlo.


Cuando rodeó la segunda fila y vió que la carrocería era amarilla, sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Tardó solo unos segundos en encontrarse frente al vehículo que había tapado con una manta hacía solo tres semanas con la promesa de que no lo abandonaba, sino que, cuando llegara el momento oportuno, lo sacaría del almacén en el que se encontraba y encontraría a alguien que terminara de restaurarlo. Tardó mucho tiempo en poder articular palabra.


—¿Cómo? —susurró, con voz ahogada.


—Creo que ya sabes la respuesta —murmuró Pedro. Rebuscó en los bolsillos de sus vaqueros y sacó una llave, que le ofreció inmediatamente a Paula. —Feliz cumpleaños, cara.


Paula apartó la mirada del coche de su padre y observó al hombre que había hecho realidad el sueño de su padre. El coche, que hasta hacía tres semanas tenía tantas abolladuras que era imposible contarlas, presumía en aquellos momentos de una carrocería tan impoluta y perfecta como el resto de los coches de aquel garaje y brillaba con la misma intensidad. La vieja y ajada tapicería de los asientos se había visto reemplazada por un maravilloso cuero. Se habían cuidado todos los detalles. Incluso el volante y la palanca de cambios parecían nuevos. No obstante, retenía el encanto de antaño del coche del que su padre se había enamorado. Si su padre pudiera verlo en aquellos momentos, su rostro se iluminaría con la sonrisa que ella echaba tanto de menos. Sin que pudiera contenerse, las lágrimas comenzaron a caerle por las mejillas. Ignoró la invitación de Pedro para darle un abrazo y llorar en su pecho. Sin embargo, él tardó solo un segundo en tomarla entre sus brazos. La estrechó contra su cuerpo, colocándole una mano en la parte posterior de la cabeza y apoyando la barbilla sobre lo alto de la cabeza de Paula. Cuando ella se tranquilizó, instantes más tarde, la camiseta de Pedro estaba totalmente empapada.

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