—¿Acaso no crees que valoré todas las posibilidades antes de decantarme por este camino? —le dijo él.
Por primera vez desde que habían empezado aquella conversación, Paula vió que la ira se reflejaba en los hermosos rasgos de Pedro.
—Te voy a decir una cosa. Tal vez sea una idea algo radical, lo sé, pero ¿No se te pasó por la cabeza ser simplemente sincero conmigo y explicarme la situación?
—Unos treinta segundos.
—¿Tanto? —se mofó Paula.
—No tenía ni idea de cómo ibas a reaccionar. Sin Claflin Diamonds no habría Alfonso. No estaba dispuesto a arriesgarme a perder el control en favor de alguien que se ganaba la vida dando clase a niños pequeños y que no sabía nada del negocio. Si no hubiera sido por mi inversión y por la sociedad que los dos formamos, no habría negocio y tu abuelo habría tenido que ser enterrado en una caja de cartón.
—¿Fuiste a su entierro? Yo ni siquiera sabía que estaba muerto hasta esta mañana…
Paula no podía comprender por qué la muerte de su abuelo le hacía sentir algo… Roberto Claflin no era más que un nombre malvado para ella.
—Tu abuelo se ocupó de organizar su propio funeral antes de su muerte —dijo Pedro con un nudo en la garganta. —Me prohibió que te contara cuál era su estado o que te notificara su muerte. Yo fui la única persona presente. No quiso que asistiera nadie más. Al final de su vida, era un hombre acosado por muchos demonios.
—Fueran esos demonios los que fueran, estoy segura de que se los merecía —afirmó Paula.
No podía comprender como un padre podía desheredar a su propia hija solo por haber cometido el crimen de enamorarse. Consciente de que se estaba apartando de nuevo de su interrogatorio, volvió a mirar a Pedro y trató de mantener la compostura.
—¿Por qué no me hablaste de la herencia cuando él murió? Tú eras su albacea. Tu deber legal era informarme de mi herencia.
En realidad, las acciones eran tan solo una parte. Paula era la heredera universal de todos los bienes de su abuelo. No tenía ni idea de lo que valía todo lo demás ni le importaba. No quería nada… A excepción de las acciones de Schulz Diamonds.
—Mi deber era comunicártelo en un periodo máximo de tres meses desde la legalización del testamento. Eso ocurrió hace tres semanas.
—Ibas a extender el proceso todo lo posible, ¿Verdad?
—Sí.
—Me apuesto algo a que incluso tuviste la tentación de destruir el testamento.
—No me habría servido de nada —afirmó él con una triste sonrisa.
—Sin un testamento válido, se habría aplicado la ley de testamentarías vigente en Inglaterra y tú, como la pariente viva más cercana, lo habrías heredado todo de todas maneras. Yo no tenía prueba alguna de que me hubiera prometido esas acciones. Solo mi palabra.
—Y tu palabra no hubiera valido nada.
—Essattamente.
—Si no hubieras sabido que hacer desaparecer ese testamento no te habría servido de nada, ¿Lo habrías destruido?
—Ya te dije que consideré todas las opciones.
Paula sonrió con serenidad.
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