—¿Estamos hablando de joyas robadas? —le preguntó.
—Nada que se pudiera identificar como robado. Para un observador externo, el negocio de mi madre era limpio. Solo comerciaba con artículos que tuvieran un origen claro o que no pudieran ser identificados. Es decir, nada que pudiera aparecer en una base de datos como un artículo robado.
—¿Pero tú crees que sí comerciaba con esos artículos?
—Lo sé. Igual que sé también que hacía que se robaran ciertas joyas por encargo.
—¿Cómo puede ser eso posible? Supongo que esas joyas aparecerían en la base de datos que has mencionado.
—Si se sabe lo que se está haciendo, no es difícil sacar las piedras de los engarces y fundir el oro.
—¿Pero tienes pruebas de que ella hizo eso?
—No, pero soy su hijo. Viajé por todo el mundo con ella y noté ciertas cosas… No creo en las coincidencias.
—Genial —comentó Paula rascándose la cabeza. —Entonces tu madre es una delincuente de altos vuelos jubilada.
—Sí.
—Así se explica cómo eres tú entonces.
El rostro de Pedro se tensó.
—Comprendo que pienses eso, pero, durante mi infancia, sentía un miedo constante a que descubrieran lo que hacía mi madre y la arrestara la policía o la Interpol. Y te aseguro que, en ese sentido, no he seguido sus pasos. Yo puedo justificar la procedencia de todos los objetos que vendo en mis tiendas. Dirijo un negocio limpio. Mi equipo se ocupa de investigar todo en lo que yo decido invertir y se aseguran de que esos negocios se dirigen de un modo legal y ético.
—Entonces, ¿Qué ha cambiado? Si nunca has infringido las leyes ni has permitido que haya comportamientos poco éticos en tus empresas, ¿Por qué trataste de robar mi herencia?
—¡Yo no traté de robarla, maldita sea! —exclamó él golpeando el césped con el puño por la frustración. —Mi intención siempre fue que tuvieras el dinero que valen esas acciones.
—¿Y es?
—En estos momentos, Schulz Diamonds tiene un valor de cien millones.
—¿Y qué valen el resto de las propiedades de mi abuelo?
—Unos veinte millones.
—Entonces, en cuanto llegue la medianoche, ¿Voy a valer setenta millones de euros?
—De libras.
Paula se calló un instante para asimilar lo que acababa de escuchar.
—Vaya… Voy a ser rica. Sin embargo, siempre seguiré siendo pobre comparada contigo. Supongo que puedo creerte cuando me dices que tenías la intención de darme el valor de mis acciones, pero eso sigue sin explicar cómo has podido ir en contra de la fuerte ética que esperas que yo y todo el mundo creamos y hacerme lo que me has hecho.
—En su momento, me dije que era… Lo que debía hacer. Por mis principios.
—¿Que tú tienes principios? Muy gracioso.
Pedro cerró los ojos y respiró profundamente.
—Pau… señorita Chaves —se corrigió inmediatamente, con un suspiro de frustración.
—¿Qué?
—Iba a pedirte que dejaras de meterte conmigo, pero, en realidad, sé que no puedo culparte por hacerlo. Me lo merezco.
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