—Sin embargo, ¿Por qué llegó al punto de sabotear tu boda? No importa si yo le caía bien o no… Eres su hijo.
—Fue su venganza por que la obligué a disolver su negocio.
Paula lo miró sin poder contenerse. Vió que Pedro la estaba observando. Tenía la copa de vino entre los dedos y sus hermosos rasgos parecían de granito. Cuando habló, su voz tenía la misma cualidad pétrea.
—Hace cinco años, le amenacé con denunciarla a las autoridades. Tenía pruebas circunstanciales más que suficientes de sus robos como para conseguir que la investigaran.
Paula parpadeó atónita al escuchar aquel giro inesperado. Los rasgos de Pedro parecieron endurecerse aún más.
—Alguien tenía que detenerla y ese alguien fui yo.
—¿Y lo habrías hecho?
—Sin dudarlo.
—¿Habrías entregado a tu propia madre a la policía?
—Pa… Señorita Chaves —dijo, tras cerrar brevemente los ojos y apretar con fuerza los labios. —La relación que tengo con mi madre es complicada.
—Por lo que yo ví, parecía perfectamente normal.
Bueno, relativamente normal. El mundo de Pedro y Ana era tan diferente al de Paula que resultaba imposible juzgar la relación de madre e hijo en base a las propias experiencias vitales que ella tenía. Mientras estaba en la universidad, cuando Paula regresaba a casa los fines de semana y las vacaciones, su padre siempre la recogía en el viejo coche familiar. Para Pedro y Ana era normal visitarse el uno al otro en helicóptero, si el tráfico era malo. Y, aunque no lo fuera, tampoco eran ellos los que conducían. Tenían chóferes que los llevaban donde querían ir. Además, estaba la naturaleza de sus visitas. Los padres de Paula siempre colaboraban en la cocina y en la limpieza de la casa, pero, por supuesto, Pedro y Ana tenían legiones de empleados domésticos que se ocupaban de cocinar y de limpiar. Por último, había un alto grado de formalidad entre Pedro y su madre, que, en el caso de los padres de Paula, era afecto y risas.
—Las apariencias pueden ser engañosas. Deja que te explique una cosa —comentó. —Mi madre no quería que me casara ni que tuviera hijos. Yo no fui planeado. Fui un accidente. Ella me entregó a mi padre cuando nací porque no me quería.
Paula se quedó absolutamente helada al escuchar aquellas palabras. Pedro jamás le había hablado de aquella parte de su vida.
—Durante los primeros seis años de mi vida, mi madre no era más que una visitante ocasional en nuestra casa. Yo apenas la conocía.
—Entonces… ¿Cómo?
Paula cerró la boca, incapaz de articular ni una sola de la docena de preguntas que se le acumulaban en la garganta.
—No quiso tenerme y tampoco quería amarme, pero, tal y como me ha dicho en muchas ocasiones desde entonces, no tuvo elección. Nunca quiso tener implicación alguna en mi vida, pero el amor que sentía por mí era más fuerte que su propio egoísmo, algo que odiaba. Para ella, el amor ahoga la libertad. Cuando mi padre murió, ese amor la animó a reclamarme y a acogerme en su casa —comentó con un gruñido. —El día después del entierro de mi padre, me recogió y eso fue todo. El mundo que yo había conocido hasta entonces desapareció y empecé a vivir con una mujer que prácticamente era una desconocida para mí. Si se me hubiera dado a elegir, habría preferido irme a vivir con mis abuelos. Su casa estaba en la misma calle que la nuestra y siempre me había parecido que era también mi hogar. Los quería mucho y ellos me querían mucho a mí. Sin embargo, yo solo tenía seis años y no se me permitió elegir.
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