viernes, 7 de febrero de 2025

Engañada: Capítulo 10

Paula se secó la lágrima y se marchó a su dormitorio. Había hecho falta que tres mujeres ajustaran su vestido de novia cuando ella ya lo tenía puesto, pero, con las tijeras de la manicura, tardó solo unos segundos en quitárselo. Entonces, se despojó también de la ropa interior, desgarrándosela del cuerpo y se miró delante del espejo. ¿Qué era lo que tenía su cuerpo que tanto repugnaba a Pedro, de manera que no había querido consumar su relación? 


Recordó el momento en el que le confesó que era virgen. Fue después de su tercera cita. Él la había invitado a tomar algo en su apartamento de Londres. Se había mostrado tan elegante, tan educado y era tan guapo que ella estaba totalmente enamorada de él. Había aceptado la invitación sintiendo mariposas en el estómago, unas mariposas que se habían multiplicado cuando subían al ático en el ascensor privado. Entonces, cuando entraron en el departamento más palaciego que ella había imaginado nunca, Pedro la empujó contra una de las paredes y empezó a besarla con un deseo ardiente, tórrido. Respondió de una manera algo torpe, pero pronto se dejó llevar. Antes de que la situación se descontrolara, le dijo que era virgen, no fuera que se le olvidara decírselo más tarde. Pedro se apartó de ella inmediatamente. En aquel momento, Paula se lo había tomado tal y como él se lo hizo entender. El hecho de que ella fuera virgen significaba que no debían precipitarse. Cuando lo hubo aceptado, la siguiente excusa de Enzo fue que deseaba que su noche de bodas fuera la más especial de sus vidas. Lo aceptó también y, de hecho, se había sentido absolutamente encantada por el romanticismo que creía ver tras aquella sugerencia, a pesar de que la falta de intimidad que Pedro le imponía la estuviera volviendo totalmente loca.


—Lo bueno se hace esperar, cara —le había dicho con frecuencia mientras le guiñaba el ojo con descaro. Ese gesto le provocaba un cálido sentimiento en su interior. Cuando ella le había preguntado por qué nunca había sentido la necesidad de esperar con las legiones de mujeres que habían ocupado su cama antes que ella, la respuesta de Pedro había sido muy sencilla. —No significaban nada para mí. No eran nada comparado con lo que siento por tí.


Aquella mañana, Paula se había despertado llena de excitación. Estaba a punto de casarse con Pedro. La anticipación que había sentido al pensar que muy pronto harían el amor la había llenado de un profundo anhelo hasta el punto de que incluso había buscado en internet cuál era el tiempo adecuado tras el cual los novios podían abandonar su propio banquete de bodas antes de marcharse a disfrutar de su recién estrenado matrimonio. Eso, por supuesto, había sido antes de que llegara el sobre y le rompiera el corazón en mil pedazos. Pedro había utilizado su virginidad como excusa para no acostarse con ella. Mientras Paula estudiaba atentamente su cuerpo desnudo en el espejo, se preguntó qué era lo que él había encontrado tan repugnante en ella como para aferrarse a cualquier excusa y no tener que hacerle el amor. Sabía que estaba un poco delgada, pero era algo que no podía evitar. Como tampoco podía hacer nada sobre sus pequeños senos. Pedro jamás se los había visto, como tampoco los pezones rosados que los coronaban, pero sí se los había tocado. De hecho, incluso había fingido un gruñido de frustración antes de sacar la mano de debajo del jersey. En cuanto a lo demás, ni lo había visto ni lo había tocado. Las manos de Pedro nunca habían bajado más allá de la cintura. Las veces que le había tocado el trasero no contaban. Suponía que, al final, habría tenido que obligarse a hacerle el amor para consumar el matrimonio. Si no, se habría arriesgado a una posible anulación.

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