miércoles, 26 de febrero de 2025

Engañada: Capítulo 36

A pesar de todo, seguía sin sentir ira hacia Pedro. No podía dejar de sufrir por el niño pequeño que él había sido, el niño de la misma edad de sus alumnos. Esos niños mostraban su afecto de una manera espontánea y muy abiertos a la hora de expresar sus sentimientos. Los que, por algún motivo, eran capaces de ocultarlos, eran los que más la preocupaban. ¿Habría sido capaz de ver que Pedro era uno de esos niños y habría podido ayudarlo y darle consuelo? En tal caso, fuera como fuera él de niño, ya no lo era. Se había convertido en un hombre tan manipulador como su madre. Había omitido los aspectos más importantes de su vida porque no había querido romper la imagen de perfección que le daba a Paula. En tal caso, ella solo lo sabía porque el propio Pedro lo había admitido. Él le estaba dando la sinceridad que ella le había exigido y le había hecho pensar que, si hubiera sido sincero con ella desde el principio sobre el testamento de su abuelo, tal vez ellos… No había motivo alguno para pensar así. No. Enzo no la amaba. Nunca la había amado. Robina Hood le había hecho un enorme favor. Paula respiró profundamente y se levantó.


—Es muy tarde —dijo, sin atreverse a mirarlo. —Voy a tratar de dormir un poco.


Sintió otra dolorosa sensación en el pecho cuando recordó con quién debía estar en la cama. Con su esposo. Haciendo el amor por primera vez. Celebrando un amor que, en realidad, no existía.


—Quédate un poco más. Tengo algo para tí.


—¿Las acciones?


—No. Otra cosa.


—No hay nada más que yo quiera de tí.


Paula no quería respirar el mismo aire que Pedro ni un solo instante más, por lo que se dirigió hacia la puerta del comedor.


—Cinco minutos, cara. Quédate conmigo hasta que el reloj dé la medianoche.


—No tienes ningún reloj que pueda dar nada —le espetó ella.


—Bueno, estaba tratando de ser poético.


Muy a su pesar, Paula sonrió. Se alegró de estar de espaldas a él para que Pedro no lo viera. No debería saber que aún era capaz de hacerla sonreír. De hecho, ella deseaba que no fuera así. Los pasos de Pedro resonaron a su espalda.


—Si nos vamos ahora, estaremos en el garaje justo cuando llegue la medianoche.


—¿Por qué en el garaje?


—Ahí es donde está tu sorpresa de cumpleaños.


—No quiero nada de tí —replicó ella sacudiendo la cabeza violentamente. —Sea lo que sea lo que tienes para mí, quiero que lo devuelvas.


—No es posible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario