Se colocó delante del espejo tal y como había hecho cuando lo compró y se imaginó el deseo que habría provocado en Pedro justo antes de que él se lo quitara. La prenda resultaba muy favorecedora y le hacía parecer más exuberante de lo que en realidad era, aunque no lograba resaltar sus pequeños senos. Los tirantes eran muy finos y se unían con el cuerpo de seda y ayudaban a resaltar el profundo escote en uve. El bajo apenas le cubría el trasero. No era un camisón para dormir, sino una prenda para compartir y disfrutar. Sin dejar de mirarse en el espejo, Paula se cubrió los senos con las manos y se imaginó que era Pedro quien se los acariciaba. Cerró los ojos y soñó con que él reemplazaba una de las manos con los labios. Cuando la otra mano se deslizó entre los muslos, un ataque de ira se apoderó de ella y apartó las manos de aquellas zonas tan sensibles de su cuerpo para lanzarse sobre la cama. No eran solo los sueños para aquella noche de bodas lo que Pedro había despertado en ella, sino también una especie de veneno, de enfermedad, que le recorría la sangre y, con ella, todo el cuerpo. No había duda alguna de que el deseo se había transformado en enfermedad, porque si no, ¿Cómo era posible que el deseo le hiciera sentir tan mal en aquellos momentos? La promesa de Pedro de que merecería la pena esperar le había creado una serie de expectativas poco realistas y había transformado un deseo común en una especie de fiebre que no podría sanar jamás.
¿Era todo aquello un castigo por haber sido mala persona en otra vida? ¿Estaría experimentando unos sentimientos tan poco realistas por el hombre que le había roto de aquella manera el corazón si hubiera tenido experiencia previa con otros hombres? ¿Estaría allí, tumbada, ahogando las lágrimas contra la almohada, si ya hubiera conocido las caricias de otro hombre? No podía engañarse. La lujuria que sentía hacia Pedro habría sido la misma, aunque hubiera habido otros hombres antes que él, aunque, probablemente, el sufrimiento que estaba experimentando no sería el mismo. Ojalá hubiera encontrado a alguien que hubiera despertado en ella sentimientos suficientemente fuertes como para dar el paso y acostarse con él antes de que sus padres murieran. Tal vez así habría estado mejor armada para percatarse de las intenciones y las mentiras de Enzo desde el principio. No había sido así. Su experiencia con los hombres antes de Pedro había sido prácticamente nula. Su buen humor, su encanto, su glamur y su apostura la habían cegado por completo. Sin embargo, se había hecho preguntas constantemente. Desde el principio, se había preguntado por qué un hombre como Pedro podía enamorarse de una mujer como ella. No obstante, jamás había cuestionado sus propios sentimientos. Los había aceptado desde el principio, gozando con ellos porque, por primera vez en su vida, estaba experimentando algo que no era pesadumbre.
La timidez de Paula había significado siempre que estaba más cómoda entre las sombras. Cuando entró en la universidad, conoció nuevas amigas y empezó a ir a fiestas y a relacionarse de otra manera diferente a la que lo había hecho con sus amigas del colegio, mucho más tranquilas. Había empezado a disfrutar enormemente de aquella nueva vida, pero le había sorprendido la facilidad con la que sus amigas intercambiaban fluidos corporales con personas cuyos nombres les costaba recordar a la mañana siguiente. Ella no había querido que su primera experiencia sexual fuera durante una noche de borrachera. Había querido que significara algo. Cuando estaba en su tercer año, sus amigas comenzaron a sentar la cabeza y Paula, por su parte, perdió la esperanza de encontrar a alguien cuando a su madre le diagnosticaron por fin que tenía leucemia. Dos semanas más tarde, murió. Y tres días después, su padre sufría un ataque al corazón que le arrebató la vida. En poco más de un suspiro, su mundo se desmoronó y ella cayó en una pena tan profunda que tardó un año entero en retomar sus estudios.
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