viernes, 28 de febrero de 2025

Engañada: Capítulo 42

 —Entonces, ¿Me deseas o no? —le preguntó ella mientras se sentaba sobre Pedro a horcajadas. —¿Es verdad o mentira que sientes deseo hacia mí?


—Sabes que es cierto —susurró él. Tenía la voz ronca, como si estuviera sufriendo un dolor insoportable.


—¿Sí? —le desafió ella. Entonces, agarró el bajo del salto de cama y se lo sacó por la cabeza. Lo arrojó al suelo. Algo oscuro y peligroso se había apoderado de ella y se alegraba. —En ese caso, demuéstralo.


Nunca tendría una noche de bodas. Ya no. Cuando se marchara de aquella casa, todo se habría terminado para ella. No permitiría que otro hombre se acercara lo suficiente como para ponerle un dedo encima. Aunque no fuera así, estaba totalmente convencida de que ningún hombre le haría sentir ni una mínima parte de lo que experimentaba junto a Pedro. Lo odiaba por eso. Odiaba que él hubiera destruido cualquier posibilidad de forjar una relación verdadera y real con un hombre. Los ojos de él se habían oscurecido. Tenía la respiración acelerada. Sin apartar los ojos de él, Paula apoyó las manos sobre el torso desnudo y, por primera vez, deslizó los dedos entre el oscuro vello que lo cubría. Él contuvo el aliento y se echó a temblar. Sus ojos parecieron oscurecerse aún más. El deseo que ella sentía era furioso, avasallador. El pulso que notaba entre las piernas le latía con más fuerza que nunca. De repente, él se incorporó un poco más y rodeó el cuerpo de Paula con un brazo. Le colocó la otra mano en la parte posterior de la cabeza.


—¿A quién estás castigando aquí? —le susurró. Su rostro estaba tan cerca del de Paula… —¿A tí o a mí?


Los senos de Paula rozaron el torso de Pedro. Las sensaciones que ella experimentó fueron mucho más de lo que podía soportar. Entonces, le cubrió las mejillas con las manos.


—A los dos —respondió con voz ronca.


Pedro le tiró del cabello con fuerza. Sus ojos castaños la observaban con tal intensidad que Paula creyó diluirse en ellos. Entonces, un instante después, la besó tan dura y apasionadamente que el dolor fue casi tan agudo como el placer. Ella se dejó llevar. Separó los labios en sincronía con los de él. Entonces, le deslizó los dedos por la cabeza hasta llegar a la parte posterior y la agarró con la misma fuerza con la que él asía la suya. Las bocas se unieron con furia y las lenguas empezaron a bailar juntas. Estuvo a punto de gritar de alivio. Aquello era precisamente lo que quería. Lo que necesitaba. Que las caricias de él la ayudaran a borrar el dolor y a olvidarse de sus pensamientos. No quería pensar. Solo quería perderse en Pedro, aunque fuera por una noche. Apretó los senos contra el torso de él y sintió que una fuerte mano le acariciaba la espalda desnuda y exploraba su cuerpo hasta llegar a la suave curva del trasero antes de volver a empezar. La sábana de seda aún cubría el regazo de Pedro, pero, por debajo, Paula ya sentía la potente erección contra su sexo. Esa sensación la poseía, llenándola de un calor ardiente al saber que, muy pronto, el desesperado deseo que tan vivo estaba en sus venas sería saciado. Pedro se apartó un instante para mirarla.


—Dio, ¡Eres tan hermosa! —murmuró él con voz ronca antes de darle otro apasionado beso.

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