lunes, 24 de febrero de 2025

Engañada: Capítulo 33

La madre de Paula siempre había descrito el amor y el odio como dos caras de la misma moneda. Sabía que, cuando su madre hablaba en aquellos términos, era para referirse a su abuelo. Sin embargo, como jamás había odiado a nadie, era un concepto que jamás había terminado de comprender plenamente. Lo entendió perfectamente en aquel momento, mientras estaba sentada en aquel comedor que, de repente, le resultaba muy claustrofóbico. Estaba segura que, si hubiera estado de pie, se habría desmoronado sobre el suelo por el mareo que sentía.


—¿Te apetece una copa de vino? —le preguntó Pedro después de que Paula hubiera estado sentada allí varios minutos sin decir nada.


Ella asintió sin mirarlo.


Pedro se levantó del asiento para servirla.


—¿Blanco?


Paula volvió a asentir. Agarraba el tenedor con tanta fuerza que, si hubiera apretado tan solo un poco más, el mango se habría partido. 


Unos instantes después, Pedro le dejó la copa sobre la mesa. Paula se tensó y contuvo el aliento hasta que él volvió a tomar asiento. Entonces, tomó la copa y dió un largo trago antes de disponerse a saborear el delicioso plato de pasta que tanto había logrado siempre reconfortarla. Fuera lo que fuera lo que el chef de Pedro hacía para confeccionar unos ingredientes tan sencillos como la pasta, la leche y el queso, el resultado era una obra maestra que siempre la había revivido hasta entonces. No fue así en esta ocasión. De hecho, ni siquiera era capaz de saborearlo. Tampoco la ayudaba que él estuviera mirándola fijamente.


—No has terminado de decirme por qué tu madre decidió delatar tus intenciones —le dijo sin mirarlo.


De reojo, vió que Pedro tomaba su copa y que tomaba un silencioso trago.


—No, es cierto.


—Necesito que me expliques lo que querías decir cuando me contaste que tu madre no quería que te casases conmigo, pero no al revés.


—A mi madre no le caen bien muchas personas, pero tú sí. Si ella hubiera podido escoger una nuera, te habría escogido sin duda a tí.


Paula no supo qué responder. ¿Debería sentirse halagada que una ladrona de joyas la considerara la nuera perfecta?


—Le gustaste por muchas de las mismas razones que me gustaste a mí —le explicó él en voz baja. —Eres una persona auténtica. Una buena persona. Eres transparente y dices lo que piensas, lo que resulta muy refrescante cuando uno está acostumbrado a estar rodeado de calculadoras.


Paula dejó el tenedor sobre el plato.


—¿Calculadoras?


—Sí. Así llamamos a los que solo nos quieren por lo que pueden conseguir y que calculan cada palabra que dicen en nuestra compañía.


Paula comenzó a remover la salsa de la pasta.


—En ese caso, tú también debes de ser un calculador, dado que calculaste cada palabra que me dijiste.


—Supongo que sí —admitió Pedro, —pero no las palabras que tú crees. En cuanto me dí cuenta de cómo eras, yo…


Pedro se interrumpió para no decir lo que Paula sentía que debían de haber sido más palabras prohibidas sobre sentimientos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario