—Mi abuelo te la jugó muy bien jugada. Te prometió sus acciones, pero, después, puso una condición con una fecha límite que era prácticamente imposible de cumplir. Eso significaba que esas acciones pasarían a las manos de una servidora y que tú lo perdías todo. Para más inri, te encargó que te ocuparas de cumplir todos sus deseos y, si no lo conseguías, eso significaría que tú serías el culpable de tu propio fracaso.
Pedor reconoció la verdad de aquellas palabras con un leve asentimiento. Si Paula no hubiera sido un peón en el juego de poder entre dos hombres muy poderosos, las estratagemas que su abuelo utilizó con Enzo le habrían parecido muy divertidas. Justamente lo que se merecía. Seguramente, su abuelo había pensado lo mismo. Si no, ¿Por qué hacerle aquella jugada?
—Mi abuelo debía tener un sentido del humor algo malvado para jugar contigo de esa manera.
—No me lo pareció cuando estaba vivo.
—¿Tenías una relación de cercanía con él?
—Sí.
—¿Y te hizo una jugada tan sucia? Vaya…
Sí. Todo era muy divertido. Si su corazón no estuviera sufriendo aún con el peso de sus propios sentimientos, Paula se estaría partiendo de la risa sin moderación alguna. Pedro se sirvió otra copa. Sin dejar de sonreír, ella dió un sorbo a su copa. Desvió ligeramente la mirada para no tener que ver cómo la generosa boca que la había besado con tanta pasión se cerraba sobre el vaso. Cuando sintió que era seguro para ella volver a mirarlo, le dijo:
—Entonces, supongo que el hecho de que no te hayas casado conmigo significa que, esta medianoche, la mitad del negocio que tanto te esforzaste por levantar y que es un componente vital para tu empresa más importante me pertenecerá a mí. Además, como tú eres el albacea, tendrás que entregarme personalmente esas acciones.
Pedro asintió frotándose el rostro con gesto apesadumbrado.
—Eccellente —dijo ella esforzándose por pronunciar a la perfección en italiano. Entonces, se incorporó en el sillón y le dedicó a Pedro una resplandeciente sonrisa. —Ahora que comprendo plenamente la situación, voy a esperar aquí hasta la medianoche para tener el placer de recibir esas acciones directamente de tus manos.
Pedro la miró fijamente, pero, por primera vez desde que habían empezado aquel interrogatorio, no respondió inmediatamente.
—Espero que no estés pensando en cómo vas a evitar entregármelas —le dijo ella dulcemente. —Si he aprendido una cosa desde que te conocí es que la prensa es como un perro de presa. Me imagino que estarán acampados ahí fuera toda la noche hasta que uno de nosotros decida marcharse y consigan la fotografía que están buscando. O hasta que uno de nosotros, es decir, una servidora, salga y les diga cómo Pedro Alfonso el honrado filántropo, solo se iba a casar con la pobre maestra inglesa porque quería su herencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario