lunes, 24 de febrero de 2025

Engañada: Capítulo 31

Lo peor de todo era que, efectivamente, Paula creía que, en aquello, Pedro le había estado diciendo la verdad. Le había parecido ver sinceridad en sus ojos… Se abrazó con fuerza, sabiendo que no debía pensar así. Si aceptaba que aquella parte de su relación era cierta, ¿Qué otra cosa estaría dispuesto a creer su ingenuo corazón? ¿Que la amaba? ¿Empezaría entonces a justificar sus actos o que él tenía razón cuando le había dicho que no creía en sí misma? Se frotó la barbilla contra la rodilla. Debería haber seguido su instinto inicial y haberse marchado al aeropuerto. Podría estar ya en su casa, en vez de allí, en el jardín de Pedro… ¿Su casa? Estuvo a punto de soltar una carcajada. Ya no tenía casa. Había firmado un acuerdo de alquiler antes de marcharse a Italia. En aquellos momentos, una pareja de recién casados estaba viviendo en la única casa a la que había considerado su hogar. Cuando regresara a Inglaterra, un lugar donde vivir sería solo una de las muchas cosas de las que tendría que ocuparse. Tendría que encontrar también un trabajo. En el colegio ya le habían encontrado sustituta. Además, sus antiguos compañeros habían sido testigos de cómo abandonaba a Pedro en el altar. Él había pagado los gastos de todos los amigos y familiares que habían acudido al enlace. Se levantó de la hamaca y parpadeó con furia para contener las lágrimas. No quería recordar la increíble generosidad de Pedro. Era un hombre muy generoso y estaba convencida de que eso no era fingimiento.  Tenía más dinero del que podría gastar en mil vidas. Donaba un porcentaje fijo de sus ingresos anuales a varias asociaciones benéficas para la protección de los niños y de los animales. Precisamente por ser tan generoso, le resultaba más difícil comprender que un hombre así pudiera haber sido capaz de engañarla de aquella manera.


Regresó a la casa y, al pasar junto a la puerta principal, vió que todas las cosas que había dejado en el hotel la esperaban junto a la puerta, con el resto de sus pertenencias. El silencio la rodeaba. No parecía que Pedro estuviera cerca de allí. El silencio que reinaba en la casa era absoluto. Sacó el teléfono móvil que tenía en el bolso que se había dejado en el hotel con la intención de llamar a un taxi para marcharse de allí inmediatamente. Sin embargo, decidió no hacerlo. No podía regresar a Inglaterra y reconstruir su vida cuando aún tenía tantas preguntas sin respuesta. Había asuntos que era imposible superar. Algo que Paula había aprendido en los oscuros días después de que fallecieran sus padres era que las preguntas sin respuesta podían volver loca a una persona. La muerte de su padre había sido de una causa clara, dado que había sufrido un fortísimo ataque al corazón. No había ambigüedad alguna al respecto. Sin embargo, la muerte de su madre se podría haber impedido si el médico se hubiera tomado sus síntomas más en serio en vez de atribuir su malestar a diagnósticos tan leves como deficiencia de calcio o menopausia. 

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