miércoles, 5 de febrero de 2025

Engañada: Capítulo 4

Un grupo de muchachos adolescentes acudieron en su ayuda. Una nube de aftershave barato la envolvió mientras los chicos la ayudaban solícitamente a ponerse de pie. Le examinaron las manos los desgarros que se había producido en el encaje de un vestido de más de doscientos mil euros. Paula trató de darles las gracias mientras se secaba las lágrimas que le caían por el rostro, pero le resultó imposible pronunciar palabra. Al menos, consiguió esbozar algo parecido a una sonrisa y pudo negar con la cabeza cuando le ofrecieron un cigarrillo. Entonces, en la distancia, resonó un grito. A continuación, muchos más. Suponía que la habían descubierto. En realidad, su hermoso vestido de cuento de hadas le impedía pasar desapercibida. Con la cabeza, indicó una de las Vespas junto a las que habían estado reunidos los muchachos y preguntó:


—¿Me pueden llevar?


Solo uno de ellos comprendió lo que Paula les había dicho, dado que había hablado en inglés.


—¿Dónde quiere ir, signorina?


Paula dió el nombre de la avenida en la que estaba la casa de Pedro. Los muchachos la miraron con asombro. No era de extrañar. Era una de las áreas más exclusivas de Florencia.


—Por favor… —suplicó ella. —Per favore…


Paula miró hacia atrás y vió que una creciente multitud se acercaba cada vez más. Al notar su desesperación, los muchachos se pusieron en movimiento. En un abrir y cerrar de ojos, se encontró encima de la Vespa, con el vestido recogido como mejor pudo, entre las piernas. Se aferró con fuerza al delgado muchacho y, segundos después, arrancaron. Con el resto del grupo a modo de escolta, el muchacho comenzó a sortear con habilidad el tráfico. El trayecto debería haberles llevado un mínimo de veinte minutos, pero los muchachos trataron el código de circulación como si fuera un incómodo e innecesario inconveniente y se plantaron delante de la verja de la casa de Pedro en menos de quince minutos. Se bajó de la Vespa y marcó el código que abría la puerta.


—¿Me puedes llevar al aeropuerto? —le preguntó a su salvador mientras la puerta se abría. —Te pagaré.


El muchacho se quedó boquiabierto al ver la grandiosidad de la mansión que acababa de aparecer tras la pesada verja de hierro y sonrió.


—De acuerdo, signorina.


—Dame cinco minutos.


Paula levantó la mano, que no había dejado de sangrar, con los cinco dedos bien extendidos para reforzar lo que acababa de decir y echó a correr hacia la mansión. Antes de que llegara, Luis, el mayordomo de Pedro, salió a recibirla.


—¿Qué ha pasado? —le preguntó. 


Apenas habían pasado unas horas desde que Luis llevó en el coche el vestido de novia y todo lo que ella iba a necesitar para pasar la última noche de soltera en el hotel antes del que se suponía iba a ser el día más feliz de su vida. Paula se limitó a sacudir la cabeza. No quería ponerse de nuevo a llorar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario