—¿Por qué crees que jamás lo permití?
—Porque no tenías que hacerlo —replicó ella con amargura. — Supongo que no me deseabas lo suficiente. En cuanto te diste cuenta de que yo era virgen, lo utilizaste como excusa para no…
Pedro se incorporó antes de que ella pudiera terminar la frase.
—Sí —dijo salvajemente, tras colocar las manos sobre la hamaca, a ambos lados de las caderas de Paula. —Lo utilicé como excusa mientras tuve que hacerlo. Cuando al principio pensé en seducirte para que te casaras conmigo, me dije que eras de la sangre de tu abuelo y que, seguramente, serías tan maquiavélica como él. No te puedes ni imaginar lo traicionado que me sentí cuando leí su testamento. No pensaba en tí como persona, sino como un obstáculo, un obstáculo que además no se merecía nada, dado que ni siquiera lo habías conocido en persona. Le dejaste muy claro que no querías tener nada que ver con él. Devolviste tarjetas y cheques. No querías su dinero y, sin embargo, él te lo dejó todo, incluso la mitad del negocio que me había prometido a mí. Me lo debía. Créeme si te digo que estaba dispuesto a odiarte, pero, cuando te conocí, fue un alivio ver que eras lo suficientemente atractiva como para no tener que fingir deseo.
Mientras hablaba, Pedro rodeó la cintura de Paula con las manos. Ella trató desesperadamente de no dejarse llevar por el brillo hipnótico de su mirada, pero le resultó tan imposible como no reaccionar al sentir el tacto de las manos de él. Sabía que tenía que apartarlas y apartarlo a él también. Sabía que eso era lo que debería hacerlo. Había sido esclava de sus caricias desde el primer beso, pero…
—¿Recuerdas nuestra primera cita? —le susurró él. La punta de su nariz casi tocaba la de Paula. —Al final… Dio, no te puedes imaginar lo sexy que eres… El modo en el que mueves los labios cuando comes… — añadió mirándola con un intenso brillo en los ojos. —Sin embargo, en cuanto me dijiste que eras virgen, todo cambió para mí. No importaba lo mucho que te deseara. Sabía que hacerte el amor sería una mentira imperdonable.
—¿Y qué habría pasado en nuestra noche de bodas? —murmuró Paula con la voz entrecortada, tratando de no caer en la trampa que él le estaba tendiendo. —¿Habrías seguido adelante sin decirme la verdad?
—Sí.
—¿Aunque hubiera seguido siendo imperdonable porque habría sido la misma mentira?
—Sí. Cuando hubieras sido mi esposa y hubieras estado atada a mí, no te habría dejado marchar nunca de mi lado.
Entonces, la boca de Pedro encontró la de Paula.
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