Pedro Alfonso. Multimillonario hecho a sí mismo. Casi un metro noventa de puro músculo y testosterona. Una historia de éxito a la italiana. Cabello castaño oscuro peinado con un estilo elegantemente desaliñado. Siempre perfectamente vestido. La clase de hombre por el que las mujeres salivaban y al que los hombres envidiaban. De buen trato, encantador, tranquilo, ético, famoso por sus obras benéficas… Y un mentiroso. A lo largo de los cinco meses de noviazgo relámpago en los que él le había pedido que se casaran cuatro semanas después de su primera cita, Paula no había dejado de preguntarse por qué la había elegido a ella. ¿Por qué Pedro Alfonso se había fijado en ella, una maestra de primaria de veinticuatro años cuando podía elegir entre las mujeres más atractivas del mundo? Podría haberse comprometido con cualquier mujer, pero la había escogido a ella. Le había robado el corazón y ella se había enamorado perdidamente de él. Cuando se acercó al altar, miró a la hermana de su padre, la mujer que tanto había hecho para ayudarla a superar el trauma que le había supuesto perder a sus padres en el espacio de tres días. Estaba sentada en el lugar que normalmente se reserva para la madre de la novia. Apartó la mirada antes de que el dolor por la pérdida de sus padres y la pérdida de su futuro le resultaba insoportable. Llegó junto a Pedro. Cubría su increíble cuerpo con un esmoquin gris oscuro y una corbata rosa empolvado. Sus ojos castaños brillaban. Susurró el cliché que, seguramente, pronuncian todos los novios el día de su boda.
—Estás bellísima…
Era tan bueno. Tan creíble. Aquel rostro hermoso, esculpido, con una generosa boca y una regia nariz, expresaba adoración cuando le tomó la mano y la acercó a él. A Paula le producía náuseas que siguiera reaccionando con una intensidad tan fuerte al contacto de Pedro. Le producía náuseas que siguiera deseando tanto al hombre que jamás la desearía a ella. Su insistencia en que esperaran a la noche de bodas para consumar su matrimonio no había sido el gesto romántico que ella había aceptado de mala gana. En realidad, todo había sido una farsa. Pedro no la deseaba. Solo quería lo que le reportaría casarse con ella. Al menos, Paula sabía ya por fin por qué la había elegido a ella. Con las manos entrelazadas, los dos se giraron hacia el sacerdote. Los quinientos invitados, entre los que se encontraban los más ricos, los más poderosos y los más guapos, se levantaron a una. Comenzó la ceremonia. Durante los preparativos, Paula se había imaginado que el servicio resultaría largo e incluso se había visto animando al sacerdote para que abreviara y se apresurara en llegar a lo importante. Había practicado su italiano para poder decir perfectamente sus votos. Por supuesto, eran tan solo dos palabras, sí quiero, pero quería que el acento fuera perfecto. Sin embargo, dado que ya lo estaba viviendo, deseó que la ceremonia transcurriera más lentamente. Cuanto más se acercaban al momento, más rápidamente pasaba todo y más se le aceleraba el corazón. Por fin, el sacerdote llegó al momento más importante de la ceremonia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario