«No me imagino mi vida sin tí». Aquellas palabras resonaban en su pensamiento mientras pasaba junto a la piscina y las pistas de tenis para llegar a los cuidados jardines que había en la parte posterior de la finca. Las cigarras cantaban entre el susurro de las hojas de los árboles que formaban el perímetro de la finca para asegurarles una total intimidad. Llegó por fin a las hamacas colgantes que había al fondo del jardín y se sentó. Tres noches atrás, había estado allí con Pedro, con las piernas sobre las de él, esforzándose todo lo posible para convencerle de que hicieran el amor. Se sentía humillada al recordar cómo le había apretado el miembro viril a través de los pantalones y le había frotado los labios contra el cuello, inhalando su delicioso aroma mientras le susurraba al oído palabras provocativas…
—Por fin te encuentro.
Paula respiró profundamente y cerró los ojos durante un instante. Tragó para aliviar el nudo que se le había formado en la garganta.
—Sí, por fin me encuentras —replicó con todo el descaro que pudo reunir. —¿Has empezado ya con las gestiones?
—Sí —contestó él mientras se sentaba al otro lado de la hamaca, lo suficientemente lejos para que no hubiera posibilidad alguna de que sus cuerpos se tocaran.
—¿No tienes que hacer nada más entonces? —replicó ella cruzándose de piernas para evitar tentaciones pasadas.
—Por ahora no. Todo está en marcha.
Debía de ser el aire de la noche que engrandecía aún más el efecto que Pedro producía en ella y le hacía anhelar una cercanía que le estaba vedada. Incapaz de soportarlo, Paula se puso de pie e hizo ademán de marcharse.
—Muy bien.
Antes de que pudiera hacerlo, Pedro volvió a tomar la palabra.
—He hecho que te traigan aquí todo lo que te dejaste en el hotel.
—Gracias.
—También he hecho que me manden las imágenes de las cámaras de seguridad en la que se ve a la mujer que llevó el sobre al hotel.
—Ya te he dicho que no me importa.
—Era mi madre.
Paula sintió que el corazón se le sobresaltaba al escuchar aquellas palabras. Recordó a la mujer esbelta, de cabello negro como la noche, que la recibió en su casa palaciega con un cálido abrazo que le llegó al corazón y sirvió para aplacar sus temores. Estaba segura de que nadie hubiera conocido a sus futuros suegros sin una pizca de aprensión, pero Ana Alfonso había hecho todo lo posible para que ella se sintiera como en su casa… Sintió que el corazón se le detenía un instante al pensar en las implicaciones de lo que Pedro acababa de confesarle.
—¿Tu madre? —le preguntó dándose la vuelta para mirarlo.
Pedro asintió.
—Pero… Ella me ayudó a elegir el diseño de mi vestido de bodas, me ayudó a preparar el banquete. Escogió los vinos que maridaban con cada plato…
Paual era consciente del ligero histerismo que iba tiñendo poco a poco sus palabras, pero no pudo evitarlo.
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