Tres días después, Paula salió del ascensor y se dirigió decidida a la puerta de salida. Podría hacerlo. Iba a hacerlo. El conserje sonrió educadamente y le abrió la puerta. Todos sus sentidos quedaron desbordados de inmediato. Olas de gente yendo en todas direcciones. Turistas y paseadores de perros entrando y saliendo de Central Park, compradores, trabajadores que caminaban apresurados para llegar a su destino. Era lo que Pedro le había contado. Por tercera noche consecutiva, habían hecho el amor durante casi todas la horas de oscuridad, y aún no habían hablado de aquel cambio en su relación, lo cual era un alivio porque se sentía tan confusa que no habría sabido qué decir. Lo único que sabía con certeza es que era incapaz de resistirse a él. Había despertado algo en ella que se sobreponía a su capacidad racional de pensamiento. Mientras pasaba el día sola, intentaba endurecerse y recordarse que vivir con él era solo algo temporal, hasta que naciera el bebé. Se había ido a trabajar antes de que ella se despertara, pero recordaba vagamente un roce de sus labios y una suave caricia en el pelo. Luego, se había despertado con el pecho contraído y la necesidad de salir y sentir el sol en la cara. Que fueran amantes no cambiaba su objetivo, que era lograr para sí una libertad verdadera y total. ¿Cómo conseguirlo si ni siquiera se atrevía a salir de su casa sola? ¿Acaso Alejandra Schulz se escondería en las sombras esperando a que un hombre la tomase de la mano para cruzar la calle? No, desde luego que no. Pero no fue Alejandra Schulz quien acudió a sus pensamientos cuando, respirando hondo, se unió a la multitud. Fue Pedro.
Pedro cerró los ojos antes de entrar en su casa. Era lo mismo cada día al volver del trabajo: tenía que prepararse antes de entrar.
—¿Paula?
—Estoy en la cocina.
Debería habérselo imaginado. Su cocina nunca había tenido tanto uso. Él no solía cocinar. Teniendo en Nueva York restaurantes de comida para llevar y cafés de todo tipo y estilos, no había visto necesario contratar un chef. Con un nudo en el estómago, siguió el aroma de los dulces y la encontró cargando el lavavajillas. Daba igual la cantidad de veces que le dijera que tenía personal contratado para limpiar: Ella se empeñaba en hacerlo. Sobre la isla descansaba la tarta más grande que había visto fuera de una boda, tan fantásticamente decorada que podría considerarse una obra de arte.
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