miércoles, 12 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 49

 —Solo estaba pensando lo fácil que es para los hombres el embarazo.


—Espera a que esté del tamaño de una ballena y se me antoje una tostada de dentífrico. Ya verás como entonces no te parece tan fácil —se burló, dándole unas palmaditas en la mano.


Tardó un poco en comprender lo que había dicho porque el roce de su piel le provocó una descarga inesperada. Debía haberlo hecho sin pensar, porque la vió enrojecer de pronto y apartar la mano. A ella le ardían las yemas de los dedos por tocarlo, así que tomó su vaso de agua fingiendo que no había pasado nada, que estaba tranquila, pero no era así. ¿En qué narices estaba pensando? En realidad, en nada. Se limitaba a disfrutar del momento sin barreras, y durante unos segundos, se olvidó de todo y se dejó arrastrar hacia una intimidad que ninguno de los dos deseaba. Pero… Las mariposas habían vuelto a revolotear en su estómago. En realidad, no habían dejado de hacerlo desde que él entró en la biblioteca. Se sentía más viva cuando Pedro estaba cerca. Hasta podía escuchar el latido de su propio corazón y el circular de la sangre por las venas. Cuando se atrevió a volver a mirarlo, lo encontró con los dientes apretados y una sonrisa tensa.


—Sé muy poco de embarazos —dijo, fingiendo que no había ocurrido nada—. Estoy al tanto de los cambios físicos que ocurren, pero el resto… —se encogió de hombros—. Sé que vas a necesitar mucho apoyo, pero tendrás que decírmelo tú porque yo no tengo ni idea de cuándo.


—No te creas que yo sé mucho más que tú. Cuando vayamos a ver al médico, todo quedará más claro.


—¿Quieres que te acompañe?


—Eres el padre. Deberías estar.


—La semana que viene no tengo que viajar, así que podemos concertar una cita. ¿Te parece bien?


—Tengo la agenda un poco apretada, pero seguro que puedo reorganizarla bromeó.


Sus miradas se encontraron y el corazón le dió un salto al ver que la miraba divertido. Divertido, y algo más. Algo que apretó su corazón como si fuera un puño y que, cuando dejó de hacerlo, obligó a su sangre a explotar por todo el cuerpo. 


Paula estaba peinándose ante el espejo del vestidor. Se había duchado, se había cepillado los dientes y se había puesto el pijama. Todo muy normal, excepto cómo se sentía. El estómago le ardía con tanta fuerza que era imposible achacarlo a las náuseas del embarazo. Ya se había engañado lo suficiente, diciéndose a sí misma y a su hermana que amaba a Pedro cuando, desde el principio, todo había sido atracción mezclada con una imperiosa necesidad de disfrutar de la libertad que representaba. No volvería a mentirse. La atracción por él no había disminuido. De hecho, había habido un momento, hacia el final de la comida, en la que sus miradas se habían retenido y los recuerdos de los sentimientos y las sensaciones que había experimentado haciendo el amor con él, habían vuelto a consumirla. Las estaba sintiendo en la piel en aquel momento. Y por dentro también. Oleadas de calor le ardían en el vientre con una necesidad que… Apretó los dientes y empezó a recogerse el pelo como hacía siempre para dormir.

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