miércoles, 19 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 63

Sujetándola con fuerza, Pedro se recostó llevándola a ella consigo. Paula lo besaba con toda la pasión que había en su alma. Besaba su cuello, su piel con aromas a madera, y volvía a su boca para derretirse en su juego erótico de labios, un baile, un duelo seductor de bocas y lenguas. Le levantó el top y ella consiguió, sin saber cómo, sacar los brazos, sin tener que separarse de él. Cambió de postura y de inmediato sintió la dureza de su erección entre las piernas, un contacto que la sacudió de tal modo que no tuvo forma de controlar el gemido que se le escapó de los labios. Aturdida, lo miró a los ojos. Necesitaba ver, al mismo tiempo que sentir, que aquellas sensaciones no eran solo suyas. Pedro le acarició la mejilla con las yemas de los dedos antes de decir, con voz ahogada:


—¿Qué me estás haciendo?


No tenía ni idea de lo que le preguntaba. Debía haber comprendido su ignorancia.


—Nunca he deseado a nadie como te deseo a tí —añadió, acercándola a él hasta que rozó su nariz con la de ella.


La potencia de aquellas palabras fue la de una descarga.


—Yo nunca he deseado a nadie. Solo a tí.


El corazón se le inflamó a Pedro del mismo modo que la erección. Nunca había deseado poseer a alguien del modo que deseaba poseerla a ella. No quería tener sexo con Paula. Ni siquiera quería hacerle el amor. Lo que quería era ser uno con ella, y no pretendía comprenderlo. Solo sabía que era así como se sentía en aquel momento.


—Quítatelo —le dijo con voz espesa, y ella obedeció de inmediato, dejándolo caer al suelo.


Su sencillo sujetador blanco le conmovió. Habían hecho el amor en una ocasión, pero ella seguía siendo una mujer inocente y desconocedora del poder sensual de su cuerpo. Sobre él tenía un inmenso poder. De eso estaba seguro. Si alguien le dijera en aquel momento que, para tomar posesión de ella, tenía que perder todo lo demás, lo perdería encantado. Le desabrochó el sujetador y su pecho generoso quedó libre para que pudiera llevárselo a la boca y arrancarle un gemido de placer. Paula se agarró a él, pero no halló alivio, sino más tortura. Pedro pensó que nunca en su vida había necesitado estar dentro de una mujer como necesitaba estar dentro de ella. Paula sentía la misma urgencia. Lo notaba en cada caricia, en cada beso, en el modo en que tiraba de su camiseta. Alzando los brazos, la ayudó a quitársela, y luego él se bajó los pantalones para liberar su erección, abrazándola, fundiendo sus pechos, abrazados los dos con nueva urgencia.


—Pedro, por favor, quiero que…


Sus palabras las ahogó otro beso y otro gemido. Pedro le acarició la espalda hasta llegar a sus nalgas y, deslizando la mano bajo su falda, alcanzó su piel.


—Pedro… —susurró ella, sonrojada por la pasión—. Por favor…


La única barrera que había entre ellos eran sus bragas y, entre los ruegos de ella para que la poseyera y la sensación de que podía ser víctima de combustión espontánea en cualquier momento, agarró un puñado de tela y tiró con fuerza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario