En un abrir y cerrar de ojos, había dejado dinero sobre la mesa y se había despedido de su amigo. ¿En qué clase de bastardo egoísta y sin corazón se estaba convirtiendo? Esa era la pregunta que se había hecho mientras corría bajo el aguacero. En parte esperaba que estuviera dormida, pero la sensación que le crecía en el vientre y el calor que le abrasaba las venas mientras subía la escalera, sugerían otra cosa. Y ese era el quid de la cuestión: Su atracción por Paula estaba en guerra por el odio que le inspiraba saber quién era.
—Yo soy el que debe pedirte perdón —dijo—. No debería haberte dejado sola en tu primera noche.
—Seguramente nos has hecho un favor a los dos. Creo que ambos necesitábamos un poco de espacio para respirar.
—¿Cómo te encuentras? Me refiero al embarazo.
—Bien. Con un poco más de sueño de lo normal.
—¿Has ido ya al médico?
—No —hizo una mueca—. El médico que me atendía en Sicilia es amigo de mi padre, y no quiero arriesgarme a que pueda decirle algo antes de que yo esté preparada.
El estómago se le encogió al oír la mención de su padre.
—¿Cuándo crees que será ese momento?
—Se lo he dicho esta mañana, antes de tomar el avión para venir aquí.
—¿Se lo has dicho a él antes que a mí?
—También se lo dije a Delfina, el día que me hice la prueba —añadió sin un ápice de arrepentimiento—. Con mi padre… Necesitaba quitármelo de en medio —cerró los ojos—. No le he hablado de lo que sé sobre la extorsión a la empresa de tu padre, o de lo demás que he sabido sobre él. Delfi se ocupará de eso cuando esté lista. Pero necesitaba demostrarme a mí misma que podía hacerle frente.
—¿Qué quieres decir?
—Sabía que, cuando se lo dijera, insistiría en que lo criásemos en Sicilia, y yo necesitaba poder mirarlo a la cara y decirle que nuestro hijo se iba a criar en Nueva York.
—¿Y cómo se lo tomó?
—No lo sé —arrugó la nariz—. Creo que le sorprendió. Nunca antes le había dicho que no a nada.
—¿Y a tu hermana, qué más le has dicho? Creía que no le habías contado a nadie lo que me oíste hablar con Federico aquella noche.
—Se lo dije a mi hermana aquella misma mañana, justo después de que volvieras a la cama. Esperé unas horas a enfrentarme a tí con lo que sabía para que tuviera tiempo de actuar y contrarrestar lo que tu hermano hubiera urdido.
—Y ahora están casados…
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