lunes, 10 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 43

Ella sonrió.


—Me apetece algo ligero pero saciante. ¿Qué me recomienda?


Pedro aplacó su impaciencia. Paula tenía una vena testaruda, un rasgo que seguramente habría heredado de su padre, y verlo confirmado hizo que su humor se agriara aún más. Tomó un sorbo de su vaso de agua con limón y la miró. Ella estaba mirando por la ventana. Se imponía un cambio de tema.


—¿En qué has pensado ocuparte hasta que nazca el niño?


Se volvió despacio.


—No tengo ni idea.


—¿Hay algo que siempre hayas querido hacer pero nunca hayas podido?


—Nada en particular.


—Nueva York es una ciudad grande y muy diversa. Seguro que no hay nada que hayas soñado con hacer y que no puedas encontrar aquí. Puedes terminar tu educación. Tomar clases. Aprender cosas nuevas. Lo que se te antoje.


—No conduzco, y sería difícil moverme por la ciudad.


—Ahí lo tienes… Puedes sacarte el carné de conducir.


Inconscientemente apretó la copa que tenía en la mano.


—Ya he dado clases, y conducir no es para mí.


Pedro también apretó su copa. A pesar de su terquedad, Paula era una oveja, una seguidora. Una de esas personas que se quedan siempre un paso por detrás, que no tienen sueños, planes o esperanzas para el futuro. No entendía cómo se podía ser así. Como tantas veces le había dicho su madre, él había nacido con fuego bajo la piel. Se consumía por salir de Sicilia y enfrentarse al mundo. Quería experimentar lo que el mundo tenía que ofrecer y labrarse un nombre, algo en lo que había cosechado un éxito que iba más allá de sus sueños más salvajes. La apatía de Paula le era ajena.


—Muchos neoyorkinos usan el transporte público.


Ella abrió los ojos desmesuradamente y él escuchó un timbre de alarma. El transporte público debía estar muy por debajo de los usos de una princesita.


—No te preocupes. No esperaba que fueras a mezclarte con la gente en general. Tendrás un chófer a tu disposición.


De no haber estado observándola tan atentamente, se habría perdido el casi imperceptible estremecimiento que le provocó la sugerencia.


—¿De verdad piensas pasarte los próximos siete u ocho meses en el sofá del departamento? —preguntó, irritado.


—¿Acabo de llegar, y ya estás buscando cómo quitarme de enmedio para que no te moleste?


—A mí no me vas a molestar mucho, princesa, porque paro poco por casa. Hoy me he tomado el día libre para ayudarte a instalarte, pero mañana salgo para Los Ángeles y estaré allí un par de días.


—Te he pedido que no me llames así. Y supongo que ese viaje quiere decir que pretendes tratarme como lo hacías antes, ¿No? Quieres instalarme en tu casa para luego salir corriendo y no tener que verme la cara. ¿Me equivoco?


—Volveré el fin de semana. Podremos pasar juntos todo el tiempo que quieras el sábado y el domingo.


—Si te vas a dedicar a pincharme y a criticarme todo el tiempo, mejor ni te molestes.


—No te estoy pinchando.

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