viernes, 14 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 51

Pedro apoyó las manos en el lavabo y respiró hondo varias veces. Tenía que ponerle freno a aquello. En el vuelo de vuelta de Nueva York, había decidido que no podía seguir durmiendo en la biblioteca. Años atrás, había tenido una lesión en un músculo de la espalda, una de esas lesiones que podían volver a reproducirse sin avisar, y dos noches durmiendo en el sofá seguidas por otras dos en la cama que tenía en la oficina de Los Ángeles, le habían recordado la importancia de dormir en un colchón decente. Paula iba a vivir con él en el futuro más próximo, y habían acordado que compartirían habitación. Había llegado el momento de hacerlo. Le esperaban unas cuantas noches de tortura, seguro, pero no iba a durar para siempre. En unas semanas ella pasaría a ocupar la habitación de invitados. Se lavó la cara y los dientes, y se quitó la ropa, a excepción de los calzoncillos. Se había acabado dormir desnudo. Siempre había creído que, hasta la jubilación, no iba a recurrir al pijama para dormir, pero igual había llegado el momento de adelantar esos planes. Ella había echado las cortinas y estaba acurrucada en la cama cuando volvió al dormitorio.


—¿Vas a dormir conmigo? —le preguntó ella cuando notó que se metía bajo las sábanas.


—Sí —contestó, y apagó la luz.


Se sumieron en la oscuridad, espalda contra espalda, la cama lo bastante grande para que ambos pudieran estirarse sin molestarse. Pero la distancia no bastaba. No había una sola célula de su cuerpo que no estuviera en alerta por la presencia de Pedro. El latido de su corazón era ensordecedor. Tenía miedo de respirar. No, es que no podía hacerlo. Tenía miedo de moverse por acabar rozándose con él. Cerró los ojos con fuerza, intentando no pensar en el calor que le había nacido en el vientre. Seguía sin poder respirar. Tampoco él parecía hacerlo. Los dos permanecieron inmóviles como estatuas. El brazo izquierdo, que había colocado de un modo poco natural bajo la almohada, empezaba a dolerle, pero no se atrevió a moverlo. Sintió que su temperatura subía. Las cuatro noches que había dormido en su cama habían pasado sin incidentes. El colchón era firme y cómodo, el edredón suave y cálido, ambos invitándola al sueño como si hubieran sido elegidos teniendo en cuenta sus gustos. Había dormido mejor en aquella cama que en cualquier otra. Hasta aquel momento. Al final no pudo aguantarlo más y, muy despacio, sacó un pie de debajo del edredón. El frescor que notó fue una maravilla, a pesar de que el resto de su cuerpo ardía y el brazo la estaba matando. De repente, sacó el brazo y quedó tumbada boca arriba. Pedro se movió también, y ella contuvo el aliento. Estaba segura de que tampoco dormía. Lo estuviera o no, no hizo ningún movimiento más antes de que ella, por fin, consiguiera quedarse dormida.

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