lunes, 3 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 31

 -¿Qué habrías hecho tú si hubieras estado en mi lugar? ¿No habrías querido vengarte del hombre responsable de la muerte de tu padre? ¿No habrías querido recuperar lo que te había robado?


—Nunca me habría propuesto humillar o destrozar a nadie. No podría vivir conmigo misma si hiciera algo así.


—Entonces, eres mejor persona que yo. Si alguien hace daño a las personas a las que quiero, le devuelvo el golpe con el doble de fuerza. Si me robas, yo te robaré multiplicado por dos. Tu padre hizo ambas cosas.


—¿Y qué tal te está yendo con la venganza? ¿Te sientes mejor ahora que has recuperado la casa de tu familia?


—¡Me siento de maravilla! —respondió, abriendo los brazos y doblando una pierna sobre la otra.


El peso de su mirada lo caló de parte a parte.


—¿Sabes? Eres un pésimo mentiroso —contestó, con una sonrisa que floreció lenta—. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Yo estaba tan desesperada por creer que me querías, tan desesperada por poder disfrutar de un poco de auténtica libertad lejos de mi padre, que me volví ciega. Ciega y sorda —volvió a reír—. Si hubiera abierto los ojos, habría visto las mentiras. Si hubiera querido oír, las habría oído. Tu voz y tu lenguaje corporal dicen la verdad, digan lo que digan tus palabras.


El proverbio que había citado le conmovió. Él había sido tan culpable como ella. La mujer que él tildaba de estúpida, resulta que sabía verlo como nadie.


—¿De qué quieres hablar? —preguntó—. No vamos a poder ir a ninguna parte, así que bien podemos hablar ahora.


El coche había recorrido poco más de un kilómetro desde que salieron del aeropuerto. A ese ritmo, tendrían suerte si llegaban antes de anochecer.


—¿No te lo imaginas?


Sintió que se le contraía el pecho.


—¿Estás embarazada?


Paula asintió.


—Me hice la prueba hace dos semanas.


—¿Has esperado dos semanas para decírmelo?


—Necesitaba pensar.


—Deberías habérmelo dicho inmediatamente.


Ella se encogió de hombros y sonrió.


—Y tú deberías haber usado preservativo.


Se llenó de aire los pulmones y lo soltó despacio. Tenía en el estómago la misma sensación que cuando abandonó a su familia en Sicilia para irse a América en busca de una nueva vida, pero peor. No había excitación. Solo miedo. Iba a ser padre. Padre de un niño con sangre Chaves.


—¿Te parece bien? —le preguntó. 


La calma de Paula era desconcertante.


—¿Que vayamos a tener un hijo? Sí. Siempre he querido ser madre.


—¿Querías esto?


—Cuando concebimos este niño, yo creía que nos queríamos, así que sí, quería un hijo.


—¿Y ahora, después de todo lo que ha pasado?


—Lo ocurrido no cambia nada.


—¿Sigues queriéndolo?


—Por supuesto. ¿Tú no?


—¿Cómo voy a saber ahora mismo lo que quiero? Tú has tenido semanas para pensarlo.

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