—Te buscaré un piso —dijo—. Si vivimos en la misma ciudad, será más fácil…
—Viviré contigo por ahora.
—¿Qué?
Acabó de ponerse la goma que le recogía la melena en un moño.
—Solo hasta que haya nacido el niño. Necesitaré apoyo durante el embarazo, y aquí eres la única persona que conozco. Es la primera vez que vengo a Norteamérica. No conozco la ciudad, y vivir contigo me dará tiempo a acostumbrarme al cambio, y nos dará tiempo a los dos para crear una relación que no se base en el odio. No nos conocemos. Lo único que sabemos el uno del otro es la fachada que construimos durante el tiempo que salimos juntos. Tengo que admitir que yo también me creé un personaje —el aire en el coche parecía estarse despejando—. ¿Y cómo ibas a sentir algo por nuestro hijo si no compartes el embarazo? —continuó, descargando todos los pensamientos que había tenido mientras se escondía de todos—. Siempre estás de viaje. Si viviéramos separados, tendría que programar el tiempo que pasamos juntos, como antes.
—Yo no quiero vivir contigo —espetó.
Ella ni pestañeó.
—Yo tampoco quiero vivir contigo. Créeme si te digo que solo siento desprecio por tí, pero mis sentimientos no cuentan, y los tuyos tampoco. Crecí sin madre, y siempre he sentido que me faltaba una pieza importante en mi vida. No quiero que le pase eso a nuestro hijo, y no quiero que nazca con sus padres peleándose. Estabas dispuesto a vivir conmigo para conseguir una casa. ¿En serio me dices que no vas a vivir conmigo durante un tiempo por el bien de tu hijo?
Pedro no contestó. ¿Cómo iba a vivir con aquella mujer sin que hubiera una fecha de caducidad? Cada vez que la miraba, el deseo le atravesaba de parte a parte, pero mezclado con repulsa. Había llegado a aceptar que era inocente de los manejos delictivos de su padre, pero seguía siendo la hija de Miguel Chaves. ¿Cómo reconciliar las dos partes en litigio, el deseo y el odio, sin perder la cabeza?
—Me he pasado dos semanas pensando —continuó Paula—, y creo que los dos se lo debemos a nuestro hijo… Tenemos que intentar encontrar un modo de crear una relación de amistad y no de odio. Sé que no va a ser fácil, pero intentémoslo hasta que nazca el niño.
Él respiró hondo. Suponía, ¿Cuánto? ¿Siete u ocho meses?
—Vivir juntos hasta que nazca el bebé…
—Sí. Podemos buscar un piso para mí y el niño el año que viene e irlo preparando para que pueda mudarme llegado el momento, pero por ahora tendremos que mantener la imagen de que estamos felizmente casados. Lo último que quiero es que mi padre pueda sospechar que pasa algo. Ya tengo bastante con lo que tengo —su mirada le quemaba—. Pero, Pedro… Si en algún momento el corazón te dice que no vas a poder querer a nuestro hijo, debes decírmelo. Nuestro bebé es inocente de todo, y no quiero que crezca rodeado de odio. Mejor un padre ausente que un padre que no lo quiera. Si es el caso, me marcharé y no volverás a verme ni a mí, ni al niño.
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