lunes, 3 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 34

La lluvia seguía azotando Manhattan cuando llegaron a casa de Pedro. Menos mal que un portero con un paraguas inmenso apareció para cubrir a Paula cuando bajaba del coche. Apenas podía ver más allá de sus pies, pero el resto de sus sentidos funcionaba a la perfección y, al atravesar las puertas, lo primero que notó fue un perfume verdaderamente fuerte. Atravesaron un recibidor pequeño y llegaron al ascensor. Pedro puso su huella dactilar en un lector y las puertas se abrieron. Sin hablar y sin mirarse entraron. Cuando llegaron a su planta y las puertas volvieron a abrirse, se encontró en otro pequeño vestíbulo. Detrás de una mesa en forma de herradura estaba una mujer de mediana edad, delgada como una aguja, peinada con una severa melena corta y con las gafas más increíbles y excéntricas que había visto nunca: La montura era de arcoíris y llevaba pequeños brillantes. Él las presentó.


—Nadia, te presento a Paula. Ella es Nadia, mi asistente personal.


¿Hacía que su asistente trabajase en un recibidor?


Nadia se levantó y estrechó su mano.


—Me encantan tus gafas —soltó sin más.


Nadia sonrió.


—¡A mí también!


Pedro puso la huella en otro escáner en el marco de acero de una puerta y acercó los ojos a otro escáner de retina. Cuando ambos escáneres fueron completados, hubo un sonido como de aire que saliera a presión, y una luz verde apareció en la puerta. La abrió y la invitó a precederle. Fue como entrar en el País de las Maravillas. El vestíbulo tenía un suelo de granito negro y brillante, una estatua romana sobre un pedestal y unas escaleras que ascendían.


—¿Tienes dos plantas?


—Tres —contestó y giró a la izquierda para abrir la puerta doble que daba acceso a otra estancia—. El salón —dijo, y cruzó el vestíbulo para abrir otra puerta—. Comedor —le indicó, y señaló una tercera—. Despensa, cocina y zona de servicio.


Paula no tuvo tiempo de maravillarse por la grandeza de lo que Pedro le estaba enseñando, porque ya estaba subiendo escaleras arriba. Los peldaños eran de una hermosa madera que continuaba por el corredor del primer piso. Fue abriendo varias puertas y farfullando su uso.


—Gimnasio. Biblioteca. Sala de juegos. Habitación de invitados. Tu habitación.


—¿Mía?


Entró en un precioso dormitorio de techos altos, como el resto del departamento. Se esperaba un espacio serio y masculino, y aunque no era femenino, sí estaba bien decorado, una mezcla elegante y de buen gusto en la que se combinaban piezas contemporáneas con otras del renacimiento italiano. No faltaba un solo detalle, desde las puertas labradas a mano hasta las decoradas jambas de las ventanas.


—El equipaje que habías enviado está en el vestidor —dijo él—. No sabía lo que querías que hiciera con él. Mañana le pediré a alguien del personal que lo coloque.

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