lunes, 3 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 32

 —Tenías que saber que podía ocurrir después de nuestra noche de bodas.


—Sospecharlo es muy distinto a saberlo.


—Cierto. Pero necesito saber si lo has pensado —cerró los ojos un instante antes de volver a clavar la mirada en los de él—. Necesito saber si puedes querer a un niño que lleve la sangre de tu enemigo.


Su agudeza le pilló de nuevo desprevenido.


—Y, por favor, no me mientas —añadió, antes de que pudiera contestar—. Pase lo que pase en el futuro, no voy a aceptar nada que no sea la más absoluta sinceridad por tu parte.


—No lo sé —admitió al fin—. No era mi intención meter a un niño en todo esto.


Se quedó pensativa un momento.


—Gracias por la sinceridad.


—¿Cómo puedes estar tan tranquila? —preguntó, incrédulo—. Te he mentido, te he dejado embarazada, ahora te digo que no sé si podré querer a nuestro hijo y te quedas ahí, como si estuviéramos hablando de un coche nuevo.


—¿Es que preferirías que te gritara y te montara un espectáculo?


—Tú me has pedido sinceridad, y creo que esa sería una reacción más auténtica que esta serenidad que te empeñas en mostrar.


Con la ira le sería mucho más fácil lidiar. Si le hablara con furia, él podría gritarle a su vez y liberarse de parte de la culpa que tanto le pesaba sobre los hombros.


—He trabajado para controlar esa ira —admitió, quitándose la goma que le sujetaba la coleta, y su melena castaña quedó suelta. Recordaba perfectamente cómo olía su pelo—. Eres el padre de mi hijo, y eso no voy a poder cambiarlo. Tampoco puedo hacer desaparecer las mentiras que me dijiste. No puedo cambiar nada, pero puedo influir en el futuro, y hacer todo lo que esté en mi mano para asegurarme de que nuestro hijo tenga el mejor comienzo en la vida que yo pueda darle.


La garganta se le cerró, y tuvo que carraspear para despejarla. Demonios… se estaba recogiendo de nuevo el pelo, y él recordaba con todo detalle cómo había sido despeinarlo. Y no quería recordar. Lo que quería era trazar un plan sobre cómo proceder a partir de aquel momento, dejarla en su casa y salir a emborracharse hasta perder el sentido.


—Tienes razón —dijo—. Había pensado qué pasaría si te quedabas embarazada. Y como quieres sinceridad, te diré que no quiero que nuestro hijo se críe en Sicilia, bajo la influencia de tu padre.


—Yo tampoco.


—¿Ah, no?


¿Cómo podía decir eso la niña de papá que no había querido salir con él hasta que su padre diera la aprobación? Esperó a que se explicara, pero no lo hizo.

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