—¿Están muy unidos?
—No tanto como debería, y no es del todo culpa mía. No podía esperar para salir de Sicilia. No es que tuviera algo contra mis padres, pero es que quería salir al mundo y dejar mi marca. Es algo que siempre había llevado dentro. Recuerdo pensar, cuando oí esa conversación entre mi padre y su abogado, que mi padre era tonto. ¿Cómo podía rechazar todo ese dinero? Habría tenido la vida resuelta. Pero esa opinión no dejaba de ser pura arrogancia adolescente. A mí me gusta viajar por el mundo, pero a mis padres les satisfacía tener una vida sencilla. A ver, teníamos dinero, pero no una gran fortuna —que no había bastado para proteger su negocio contra un ataque de Miguel—. Lo único que querían era estar juntos y que sus hijos fueran felices. Con eso les bastaba.
Sintió una punzada en el estómago por primera vez al pensar en qué diría su padre si supiera que se había casado por venganza. Se avergonzaría de él. Por primera vez admitió que incluso él mismo se avergonzaba de lo que había hecho. Sus padres lo habían educado bien. Había tenido amor, un montón de amor. Le habían dedicado tiempo. Le habían dado seguridad. Le habían proporcionado todo lo que un niño podía pedir. Lo habían criado para que fuera mejor persona de lo que estaba siendo.
—¿Tienes recuerdos de tu madre? —preguntó.
Quería cambiar el tema de conversación. La madre de Paula había muerto de menigitis bacteriana, una enfermedad que avanzaba deprisa y que era letal si no se trataba a tiempo. Ella ladeó la cabeza para pensar.
—Sus zapatos. Recuerdo que tenía un par de zapatos de tacón alto color rojo, que me dejaba que me pusiera para jugar. Era tan pequeña que no se me veían los pies con ellos puestos.
—¿Eso es todo lo que recuerdas?
—Creo que también recuerdo su perfume. A veces huelo el que lleva alguna persona, y me recuerda a ella.
Sabía exactamente a qué se refería. Durante las cinco semanas que ella había estado escondida en el convento, creía haber reconocido su perfume varias veces.
—Hace años fui a una perfumería por ver si lo encontraba. Me pasé horas probándolos todos, pero ninguno era el suyo.
Sintió que una espina se le clavaba en el corazón.
—¿No le preguntaste a tu padre?
Asintió.
—Me dijo que mi madre usaba perfumes distintos. Tampoco Imma recuerda cómo se llamaba.
—Tenías ocho años cuando falleció, ¿No?
Ella asintió.
—A veces envidio todos los recuerdos que tiene de ella. No se ha olvidado de nada, desde la suavidad de su piel a la textura de su pelo. Lo único que yo conservo es una vaga impresión de su perfume y el recuerdo de un par de zapatos.
—No me extraña que envidies a tu hermana.
—A ella, no. A sus recuerdos. Tiene los recuerdos, pero también tiene el dolor de la pérdida. Yo era demasiado joven y no me afectó tanto, pero Delfina… —respiró hondo—. Nunca ha terminado de superarlo. Su niñez terminó aquel día.
Seguramente su vida también había cambiado dramáticamente. La idea que se había fabricado de que Paula había crecido como una princesa solo se basaba en prejuicios, como todo lo demás.
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