viernes, 14 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 53

 —No había nadie que lo contradijera —dejó la taza en la mesa y se recogió el pelo en una mano—. Ojalá fuera capaz de hacerte ver cómo fue para nosotras crecer cuando mi madre murió. Yo solo tenía tres años, y no recuerdo nada de nada. No sé si su muerte hizo que mi padre se volviera más protector que antes —ojalá su hermana pudiera estar allí con ella. La echaba muchísimo de menos. Delfina sabría qué palabras decir—. Nunca he tenido libertad ninguna. Cada vez que salíamos de la villa teníamos que llevar escolta armada, incluso para ir al colegio, que era uno de los más pequeños y seguros de toda Sicilia. Nunca pude ir a casa de mis amigas, y nunca me relacioné con chicos. Las únicas personas con las que me relacionaba estaban a sueldo de mi padre, así que no iban a decirnos la verdad, ¿No crees?


—Pero tuviste que saber que había algo raro en él. Me creíste cuando te conté lo que le había hecho a mi padre. Si alguien me dijera a mí algo así sobre mi padre, me habría echado a reír, porque mi padre era un hombre bueno, honrado y con escrúpulos. Sin embargo, tú me creíste sin dudar.


—Es que… Yo no… —¿Cómo explicarlo?—. Yo no era completamente ciega. Siempre supe que mi padre tenía un lado oscuro, y eso me asustaba desde que era pequeña. En parte es lo que me empujaba a ser tan obediente. Cuando me dijiste lo que había hecho, algo encajó en su sitio. Cosas de las que me daba miedo hablar, sentimientos que tenía, cosas que había visto y oído y que no tenían sentido, el miedo que siempre ha vivido en mí. Una especie de rompecabezas gigante cuyas piezas encajaron de repente. En el fondo de mi corazón, supe que me estabas diciendo la verdad. Una de las razones por las que me fui al convento cuando me quería esconder fue porque me eduqué con esas monjas desde que tenía seis años. Muchas de ellas incluso educaron a mi madre. Aprendí cosas de ellas que hicieron que otras cosas encajasen también.


—¿Qué cosas?


—Mi dislexia, por ejemplo. O que toda Sicilia le tuviese miedo. O que la casa en la que crecí la hubiera pagado la sangre de otra gente. Y que tú pensaras que yo había sido cómplice de todo eso… —parpadeó para contener las lágrimas—. Pase lo que pase entre nosotros dos, nunca volveré con él. Preferiría vivir en la calle.


Fue a colocarse la goma para sujetar el pelo, pero se encontró con que no la llevaba en la muñeca. Por un instante el único sonido fue la respiración de Pedro, que permanecía inmóvil, rígido, mirándola fijamente. Y entonces, despacio, sus hombros se relajaron y su mirada se dulcificó.

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