lunes, 24 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 66

 —Tiene que ser algo rápido. La primera reunión es dentro de media hora.


—¿Salmón ahumado y queso de untar?


—Genial.


Mientras ella sacaba un par de platos y se afanaba con el desayuno para los dos, recordó haber oído su voz la primera vez que se despertó en la noche.


—¿Con quién hablabas antes?


—Con Delfina.


—¿Ocurre algo?


Untaba queso crema en la mitad de un panecillo cuando contestó:


—El reconocimiento de voz de mi teléfono no funcionaba. Quería la receta de los bagels y no quería despertarte.


—¿Y ella te la ha leído?


Paula asintió al tiempo que colocaba el salmón y alcanzaba el molinillo de pimienta.


—¿Y cómo haces si no puedes escribirla?


—La recuerdo. No puedo leer o escribir, pero he aprendido a retener información. Si me describes una receta, la recuerdo para siempre. Si me lees un artículo del periódico, puedo repetirlo palabra por palabra.


Lo colocó en un plato y se lo ofreció.


—¿No puedes leer nada? —preguntó después de haber tomado un bocado del bagel más delicioso que había probado en su vida.


—Mi nombre, el de Imma, el de mi padre y nuestro apellido. Miguel me cuesta, pero con tiempo puedo conseguirlo —un rubor le cubrió la cara—. También puedo leer tu nombre.


Ese comentario no debería acelerarle el corazón.


—¿Cómo es que te lo han diagnosticado tan tarde? Algo así tendría que haber sido detectado hace años.


—No he tenido un diagnóstico formal —explicó—. Hablé de ello con la hermana María la última vez que estuve en el convento. Ella fue mi primera profesora, y me contó que las monjas sospecharon que era disléxica cuando tenía seis años. Se lo dijeron a mi padre, pero él se subió por las paredes ante la sugerencia de que a su princesa pudiera pasarle algo, así que hicieron cuanto pudieron para ayudarme, pero tenían demasiado miedo como para pelear por mí.


—Pero tu padre tuvo que darse cuenta de que necesitabas ayuda, ¿No? Las notas del colegio tenían que cantárselo. ¡Lo único que tenía que hacer era comparar tu trabajo con el de tu hermana!


—He pensado mucho en ello, y he llegado a la conclusión de que tener una hija tonta le venía muy bien —contestó con amargura—. No tuvo el hijo que siempre quiso, así que hizo de mi hermana su heredera, y decidió que yo era más adecuada para ser una figura decorativa en la casa. Al fin al cabo, tampoco podía salir al mundo y labrarme una carrera profesional, ¿No? ¿Quién iba a contratar a alguien que no puede leer ni escribir, y que a duras penas se maneja con los números?


—¿También tienes problemas con los números?


—Puedo reconocerlos individualmente, aunque confundo el cinco y el dos, pero si me pones dos juntos, no soy capaz de identificarlos. Cuando era pequeña, quería trabajar en mi pastelería favorita, pero cuando se lo pedí en una ocasión —debía rondar los diez años—, me dijeron que hacía falta más que saber hacer dulces. Tendría que poder manejar una caja registradora, controlar el stock y anotar los pedidos… Y yo no podía hacer nada de todo eso.

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