lunes, 24 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 67

Recordó entonces con una angustia que le aceleró el latido del corazón cómo la había acusado de firmar la compra de la casa sin reparar en que el precio de venta era ridículamente bajo. Seguro que ella recordaba las palabras exactas que había usado. ¿Hasta qué punto se podía estar equivocado con otra persona? Clavó su mirada en los ojos oscuros de la mujer en cuyo vientre crecía su hijo y se sintió peor que en toda su vida. ¿Una princesita mimada? Ojalá hubiera tenido esa suerte. Aquella era la mujer cuya madre había muerto cuando tenía tres años, dejándola a merced de un padre narcisista que había explotado sus tremendas dificultades de aprendizaje en su propio beneficio para que dependiera de él para siempre… O hasta que se casara con un hombre que él considerara con la valía suficiente para cuidar de ella. Y en aquel momento, comprendió que Miguel Chaves amaba a su hija. No había sido solo su estatus de millonario lo que le había atraído de él como posible yerno, sino los fuertes lazos familiares con los que había crecido. Miguel había dado por hecho que cuidaría de su esposa con el mismo celo con que su padre había cuidado de su madre, y que derramaría sobre ella la misma cantidad de amor. Tanto si había sido el narcisismo lo que le había impedido buscar ayuda para su hija como si había sido otro motivo, no podía negar que había protegido a Paula. Considerando su necesidad de independencia, pero convencido al mismo tiempo de que no estaba en condiciones de serlo, había buscado la propiedad perfecta para ella: Un lugar en el que podría tener sensación de libertad estando bajo su cuidado y protección. La casa familiar de los Alfonso. Y así se lo iba a decir a Paula cuando sonó su teléfono. Era Nadia, recordándole la reunión en la que ya debía estar.


—Tienes que irte, ¿No? —adivinó Paula.


Él asintió.


—Lo siento —dijo, aunque no sabía qué era lo que sentía. Tampoco sabía por qué la tristeza que veía en sus ojos le resultaba tan insoportable.


—No lo sientas —contestó ella, forzando una sonrisa—. ¿Queda lejos tu oficina?


—Creía que te lo había dicho —contestó. Obviamente, no. Ella lo recordaría—. Mi oficina central está al otro lado del edificio. ¿Te acuerdas de dónde está Nadia? ¿Viste que había otra puerta?


Al mencionar a Nadia, tomó otro bagel para llevárselo.


—¿A la izquierda de su mesa?


—Esa es mi entrada a las oficinas. Todo mi personal de administración trabaja desde allí.


—No lo sabía.


—Así es todo más fácil.


—¿Y por qué Nadia no trabaja con los demás?


—Es que a veces es muy sensible a los ruidos. Llámame si necesitas algo, ¿Vale?


Paula asintió, y él salió rápidamente de la cocina, desesperado por alejarse de aquella mujer que por fin había logrado que comprendiera a su enemigo. Entendía el sentimiento de protección de Miguel por su hija porque él también lo sentía.

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