Tardó un instante en darse cuenta de que la puerta de la biblioteca se había abierto, y un instante más en detectar el perfume a maderas que se había difundido por la estancia. De un tirón se quitó los cascos y se incorporó.
—¡Has vuelto! —dijo.
Qué estupidez de observación. Pues claro que había vuelto. Lo tenía delante. Las mariposas de su estómago se despertaron tan sobresaltadas como ella. ¿Cómo era posible que, cada vez que se separaban, se olvidase de lo devastador que era, y que cada vez que lo veía de nuevo tras un tiempo separados, la intensidad de su reacción creciera?
—Lo siento —dijo, intentando parecer despreocupada—, es que creía que llegarías más tarde.
El latido del corazón se le aceleró al ver aparecer en su cara los hoyuelos que acompañaban a su sonrisa.
—He terminado antes de lo que creía.
—¿Has tenido buen viaje?
Pedro se encogió de hombros. Los Ángeles no era precisamente su ciudad favorita. A menos que fueras una mariposa social, no había nada que hacer allí cuando viajaba por cuestiones de trabajo, y siempre le gustaba hacer algo diferente después de trabajar. Algo físico.
—Ha sido productivo. ¿Qué tal tú?
Había sido una sorpresa que se hubiera tomado la molestia de llamar por teléfono para saber si todo iba bien. Lo había hecho al terminar la reunión del día anterior, y porque ya no era capaz de seguir soportando el silencio. Después de la tensión durante la comida, y la turbadora confesión sobre su dislexia, se habían pasado el resto del día en distintas partes de la casa. Él había vuelto a dormir en la biblioteca, y la tensión aún era tangible entre ellos cuando se había despedido de ella a la mañana siguiente.
—Todo bien, gracias.
—Bien. Voy a darme una ducha. He pensado que podríamos salir a comer. ¿Has decidido lo que te va a apetecer…? ¿Qué pasa?
Ella había bajado la mirada.
—Es que pensé que estarías cansado después de tanto viaje y tanta reunión, y se me había ocurrido preparar un pollo a la cazadora —seexplicó, encogiéndose de hombros—. Pero no importa. Lo puedo congelar. Me lo comeré la próxima vez que salgas de viaje.
No podía creerse que hubiera sido capaz de cocinar para él, teniendo en cuenta cómo habían sido las cosas entre ellos. Había detectado un olor a comida al entrar, pero la cocina estaba tan lejos de la entrada que creyó que era cosa de su imaginación.
—¿Cuándo va a estar listo?
—Ya lo está. Lo he dejado dentro del horno para que no se enfríe. Solo me falta la pasta que va de acompañamiento.
—Genial. Entonces voy a ducharme y comemos juntos.
Le costó muchísimo que su voz no revelara la tensión que le atenazaba desde que había entrado en la biblioteca, momento en que su cuerpo había decidido entrar en guerra consigo mismo.
—No recuerdo la última vez que comí en el comedor.
Ella sonrió. Desde luego era una sonrisa que podía parar el tráfico.
—Comes como un neoyorquino.
—¿Y cómo sabes cómo come un neoyorquino?
—He estado charlando con Nadia.
Su risa brotó sin cortapisas.
—¡Ella sí que es una auténtica neoyorquina!
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