lunes, 17 de noviembre de 2025

Falso Matrimonio: Capítulo 57

 —Tenemos que llevarte al hospital —dijo, levantando la cabeza.


Pedro le apartó el pelo de la cara con tanta ternura que las ganas de llorar se recrudecieron.


—He escrito a mi médico hace un momento, y no tardará en llegar. Me ha dicho que me eche agua fría en la herida mientras le espero.


—¿Y qué haces aquí consolándome a mí? —espetó, y tiró de su mano al baño—. Métete en la bañera.


Él sonrió y obedeció sin rechistar, pero la sonrisa se transformó en una mueca de dolor cuando levantó la pierna izquierda.


—¿Cómo puedes decir que no te duele? —le increpó mientras descolgaba la ducha y abría el agua fría.


—Es que no… —los ojos se le abrieron de par en par al notar el agua fría en la herida—. ¡Está helada!


Ella se secó las lágrimas con la otra mano e intentó sonreír.


—Se supone que es así como debe estar.


Pedro apretó los dientes para aguantar el dolor, apoyó la cabeza y cerró los ojos. Sabía por experiencia que concentrarse en el dolor solo serviría para sentirlo aún más.


—Háblame.


—¿De qué?


—De lo que sea —contestó. Antes no sentía dolor, pero en aquel momento era como si alguien le hubiera acercado una antorcha—. Distráeme. ¿Qué querías ser de mayor cuando eras pequeña?


—Quería trabajar en una pastelería.


Abrió solo un ojo y, a punto estaba de comentar sobre su inesperada respuesta, cuando se dió cuenta de que la chaqueta del pijama se había mojado con el agua y se había vuelto translúcida, con lo que sus pezones rosados se marcaban en toda su gloria erótica a escasos centímetros de su cara. Ella no se había dado cuenta, y siguió hablando.


—Nuestra niñera nos llevaba a la pastelería todos los domingos para comprarnos algo. Podíamos elegir una sola cosa, lo que quisiéramos, pero a mí me costaba un triunfo porque lo quería todo.


Pedro sonrió y apartó la mirada de sus pezones para clavarla en sus ojos, que eran tan hermosos como sus pechos.


Ella sonrió también.


—¿Y tú, qué querías ser?


—Un luchador famoso.


—¿Y cuándo decidiste que conquistar el mundo de los negocios era mejor que ser un luchador? —preguntó, riéndose.


—Cuando mi padre me contó que, en realidad, todo era una coreografía —respondió. Su risa era como un bálsamo para él—. Me chafó todos los sueños.


—Mentiroso —replicó, aplicándole el agua al pecho. 


Pedro dió un respingo al sentir el frío, y ella se rió bajando de nuevo la ducha a su pierna.


—Eres malvada.


—Estoy aprendiendo.


Sus miradas se cruzaron de nuevo y, sin aviso, Pedro se sintió atrapado en la profundidad de sus ojos y una intensa descarga de energía circuló entre ellos. Fue tan rápido que se sintió indefenso, incapaz de evitar que un golpe de deseo lo sacudiera de pies a cabeza.

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